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El Atlético de Madrid que hemos visto en Brujas huele muy mal. Y me duele escribirlo, porque uno se siente parte de ese barco, pero mentiría si dijese otra cosa. Los médicos suelen hablar de fallo multiorgánico cuando el cuerpo empieza a no funcionar como lo hacía antes y no saben dónde está el origen. Y así me siento yo también ahora mismo: incapaz de definir un diagnóstico certero o de intuir una solución. Me pongo delante de esta hoja en blanco con el objetivo de analizar un partido que hubiese preferido no vivir y, honestamente, no sé cómo hacerlo. Podría contar un millón de cosas que han pasado, desagradables la mayoría, pero ninguna sería reveladora de cuál es la realidad.
El fútbol actual, en cualquier competición y especialmente en Champions League, se define por tres aspectos básicos: efectividad en ataque, contundencia atrás y precisión en la salida del balón. El equipo que tenga las tres cosas competirá en lo más alto. El que carezca de una, lo pasará mal. Pues bien, el Atlético de Madrid fue un buen ejemplo de no tener ninguna de las tres. Si uno mira los números generales, o el global de ocasiones, puede caer en el engaño de pensar que la suerte le jugó una mala pasada al equipo. No fue así. La suerte vino simplemente a poner la puntilla a una actuación que no resiste otro término que no sea el de lamentable.
La suerte vino simplemente a poner la puntilla a una actuación que no resiste otro término que no sea el de lamentable
Los primeros quince minutos del partido fueron ya un despropósito táctico. Una línea de cinco en defensa que resultó completamente ineficaz y que tuvo que evolucionar a otra de cuatro, adelantando a Witsel al medio, ante el despropósito de lo que estaba ocurriendo. El Atleti parecía un equipo de aficionados que acabara de volver de una fiesta en Ibiza. El Brujas, por el contrario, parecía la Holanda de Cruyff. Sinceramente, desconozco cuál era el plan de Simeone. Lo que sé es que fracasó con estrépito. Como no suele fracasar, ojo. Las costuras de los rojiblancos saltaron por los aires teniendo enfrente a un equipo muy aseado, divertido, mucho más preciso con el balón que su rival, mejor plantado e infinitamente más valiente. El Brujas era un equipo que transmitía todo eso que hace mucho que ya no transmite el cuadro colchonero.
Tras ese primer cuarto de hora de terror, que no se tradujo en ocasiones, el Atleti comenzó a ordenar sus piezas, a sacar tímidamente la cabeza y a tener algo más el balón. De hecho, tuvieron una buena ocasión en los pies de Carrasco que, como acostumbra, se presentó en el área sin el colmillo que se necesita para ser un jugador diferencial. Griezmann sí enganchó un buen disparo con la derecha tras un buen pase de Molina, pero el ángulo era tan cerrado que Mignolet pudo atajarlo. Eran los mejores minutos de los rojiblancos, que incluso podrían haber servido para algo si Morata, volviendo a ser el Morata que conocemos, no hubiese desperdiciado una clarísima ocasión delante del portero, tras otro buen pase de Molina. ¿Se acuerdan de lo que decía de la efectividad en ataque? Pues eso.
El Brujas no cambió el plan porque su rival sacara los dientes y siguió siendo el mismo equipo. Mantuvo tanto su energía como sus ganas de jugar el partido y obtuvo su fruto en la primera ocasión que tuvo. Lo que hacen los buenos equipos, vamos. Y puede que colaborase en ello la lesión de Llorente y el bajón que eso supuso en el equipo, pero lo que de verdad resultó letal fue la parsimonia y la falta total de contundencia con la que se mostró la defensa rojiblanca. Sí, esa que permitió a los belgas triangular en el área como si los rojiblancos fuesen turistas extranjeros atendiendo a un espectáculo de trileros. La bolita por aquí, la bolita por allá. Inconcebible. No creo que nadie pueda decir que ese gol de Sowah no fuese merecido.
El descanso trajo una nueva sorpresa: la enésima lesión de Giménez. Un jugador que, y me duele decirlo, no está capacitado para jugar en un equipo de élite. Me duele, sí, porque para mí es el mejor central de la plantilla, pero no se puede construir un equipo con un jugador que rara vez llega a disputar la mitad de los partidos de la temporada. Witsel bajó a la defensa y Kondogbia ocupó el centro del campo. Lo hizo mimetizándose tan bien con sus compañeros, que su primera jugada fue a cámara lenta, provocando una pérdida que acabó en remate a bocajarro de Jutglà y que Oblak tuvo que salvar milagrosamente.
El Atleti conseguía llegar a las inmediaciones del área en esa fase del partido, pero lo hacía con la velocidad de un perro pachón que estuviese echándose la siesta, la agresividad de una canción de Enrique y Ana y la precisión de un brochazo trazado con el codo. El equipo era capaz de dar cien pases inanes y ridículos en la frontal del área, pero incapaz de acabar una sola jugada. Y eso, lógicamente, provocaba el contraataque del rival.
Hay una acción que sirve bien como metáfora de lo que es este Atleti. El tiempo se consumía, el equipo iba perdiendo y Nahuel Molina, bloqueado, era incapaz de sacar de banda. Como lo oyen. No sabía qué hacer. Después de un millón de segundo con el balón entre las manos, el árbitro tuvo que pitar falta y se lo dio al rival.
En la jugada siguiente, porque la realidad se parece mucho a la mala literatura, como decía García Márquez, apareció el segundo gol de los belgas. Uno muy parecido al primero, en el que volvimos a ver una defensa apática, que parecía de chicle, y a un delantero, el del rival, que sí tenía el gol en la cabeza. Se trataba de Jutglà, que completaba así un gran encuentro.
A partir de ahí asistimos al acto final de esta elegía al despropósito. Un equipo completamente aturdido, hueco, que se arrastraba por el césped intentando encontrar un mínimo de gloria. Y pudo conseguirla, porque la salida de Cunha nos recordó que en el campo estaba el Atlético de Madrid. El brasileño es ahora mismo el único que parece querer ganar un partido de fútbol. Sólo por eso, debería ser titular cada domingo. Él fue el que se inventó la jugada que acabó en penalti. Un penalti que, otra vez, Griezmann envió al larguero en el peor de los momentos. Por cierto, no sé por qué João Félix, dada la situación, saltó al campo cuando faltaban sólo cinco minutos para el final. Pero no me hagan especular sobre ello. Ahora no.
Lo dejo aquí porque es muy tarde y porque necesito tomar aire e intentar relativizar. Eso sí, antes de irme, que quede clara una cosa: yo estuve, estoy y estaré en este barco. Al lado de su timonel. Sí, porque me ha hecho tan feliz y lo he sentido tan mío que, si se tiene que hundir, que no lo sé, me hundiré junto él. A mí no me busquen alentando desde fuera, aplaudiendo los errores o contando los minutos. No. Para eso ya hay muchos otros.
El Atlético de Madrid que hemos visto en Brujas huele muy mal. Y me duele escribirlo, porque uno se siente parte de ese barco, pero mentiría si dijese otra cosa. Los médicos suelen hablar de fallo multiorgánico cuando el cuerpo empieza a no funcionar como lo hacía antes y no saben dónde está el...
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