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La crónica del partido que ha enfrentado al Atleti y al Real Madrid en la sexta jornada de Liga, desgraciadamente, tiene dos vertientes. Una es la que viene de la mano de ese circo agresivo y escabroso que la prensa deportiva oficial, la única, tiende a construir cada vez que al equipo de todos, al suyo, le toca pasearse por territorio colchonero como si estuviese reclamando una especie de derecho de pernada. La segunda tiene que ver con lo que ha pasado en el campo que, como suele ocurrir, poco o nada ha tenido que ver con lo anterior. La primera vertiente es simplemente repugnante. La segunda, como seguidor rojiblanco, es desalentadora.
No pretendo pararme mucho tiempo alimentando ese muñeco de detritus en el que los profesionales de esto han decidido convertir la información deportiva. Se lo dejo a los que disfrutan rebozándose en el barro. Eso sí, no puedo dejar de denunciar lo incómodo que es soportarlo desde la perspectiva del que no lo quiere. Del que no es cliente de esa pamema, ni necesita esa dosis diaria de Soma. Del que es sistemáticamente insultado y tergiversado. Del que no congenia con el poderoso rodillo que lo monopoliza todo. Del que vive al margen de esa patraña ridícula, pero es incapaz de que no le alcance el hedor.
El Atlético de Madrid ha perdido en su estadio y frente a su eterno rival, porque es un equipo cogido con pinzas
El Atlético de Madrid ha perdido en su estadio y frente a su eterno rival, porque es un equipo cogido con pinzas, con una evidente falta de talento en posiciones clave y que jugaba contra un rival de mejor plantilla que, además, algo que antes no pasaba, está mucho mejor entrenado. Lo paradójico es que seguramente hayamos visto uno de los mejores partidos de los de Simeone en lo que va de temporada, lo que es todavía más terrible y significativo.
El equipo colchonero no salió mal al campo. Es más, me atrevería a decir que salió bastante bien, lo que es una novedad en los últimos tiempos. Aupados en el ambiente tan magnífico que había en el Metropolitano, iniciaron el partido con una presión muy adelantada, ganando el centro del campo, o al menos no perdiéndolo, y poniendo sobre el césped esa intensidad que en otros tiempos era innegociable. Kondogbia funcionaba bien en el eje, Koke parecía más suelto que otras veces y De Paul no desentonaba tanto como acostumbra. Es más, no desentonaba en absoluto. Las bandas estaban cubiertas y Griezmann se movía con soltura para intentar dejar espacio a la creatividad. Enfrente había un equipo muy físico, compacto y rapidísimo en todas las facetas importantes del juego, que no parecía a disgusto en esa posición de espera. Felipe remató por encima del larguero y Carrasco lo hizo al lateral de la red. El Atleti generaba peligro y amenazaba el área rival. Y entonces, claro, marcó el Real Madrid.
Era la primera jugada que hacían los de Ancelotti. Un balón a la espalda de la defensa que Felipe decidió defender como lo podría haber defendido yo o cualquier folclórica que pasase por allí: dando una patada al aire. El regalo lo enganchó muy bien Rodrygo, que hizo el primer gol delante de Oblak. Quedaba claro algo que ya sabíamos: el Real Madrid, además de ser compacto y defender muy bien, es letal arriba. Y más allá de tirar de sarcasmo para explicar cómo los analistas deportivos catalogan ahora de buen juego lo que antes no lo era, da mucha rabia pensar que ese equipo es lo que fue el Atlético de Madrid. Uno compacto atrás, robusto en el medio del campo y letal arriba.
El gol, lógicamente aplacó los ánimos locales y apagó el empuje anterior. Los de Simeone parecían seguir teniendo el control del partido, pero era ficticio. Se jugaba a lo que quería el rival. Griezmann seguía intentando trenzar algo en la zona de tres cuartos y Kondogbia seguía controlando el centro, pero las ocasiones no llegaban o eran atajadas por Courtois. En ese tramo de partido eché de menos a João. Mucho. El portugués no es que estuviese mal, que lo estuvo, es que anduvo escondido todo el encuentro. Resultó muy decepcionante verlo perderse en la mediocridad y en la intranscendencia. Y podemos echar balones fuera aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, pero creo que el único culpable de que ocurriera algo así es él mismo. Para aumentar la desazón, una magnífica triangulación de Modric dejó el balón en los pies de ese provocador protegido por el oficialismo al que llamamos Vinicius, que encaró la portería rematando al palo, con la suerte de que el rechace cayera en las botas de Valverde, que no perdonó el segundo tanto.
El Atleti se fue al descanso con la sensación de tener muy difícil lo que quedaba de partido y la impotencia de saber que tenía poco más que ofrecer. La segunda parte fue de dominio total de los rojiblancos, pero de nuevo se trataba de un dominio consentido. Rondaban la portería blanca y controlaban bien los contraataques del rival, pero no recuerdo muchas ocasiones verdaderamente reseñables. Simeone trató de cambiar las piezas poniendo a Morata y a Cunha y después a Correa, y a Saúl… pero nada. El Atleti tiene carencias evidentes. Una está atrás, donde una vez más ha quedado claro que este equipo no puede permitirse el lujo de depreciar la plantilla año tras año o de hacer la planificación deportiva pensando en una playa con olas en mitad de San Blas. El bajón de calidad en esa parcela, por centrarnos en algo, es insostenible. Y arriba, además, es un equipo sin gol. Varios delanteros de acompañamiento, incluso resultones, pero ninguno que marque la diferencia. Morata no va a ser ese jugador. Cunha o João no lo sabemos. Correa es otra cosa. Griezmann sí podría serlo, pero sólo puede jugar treinta minutos. Sinceramente, parece un chiste.
Con todo, el Atleti pudo empatar. A la salida de un córner, en un rechace absurdo, Hermoso, que acababa de salir, marcó el 1-2 casi sin querer. Faltaban diez minutos para el final y el estadio estaba encendido. Entonces apareció el que faltaba. El árbitro de “la mejor Liga del mundo”. Es decir, uno que sabe perfectamente quién es el cliente, qué es lo que vende y qué es lo que puede o no puede pasar. Carvajal hizo una entrada feísima a Reinildo por detrás, nada sorprendente, que provocó la ira de un Hermoso que, una vez más, estuvo poco hábil encarándose con el futbolista blanco con excesiva aparatosidad. El árbitro, valiente él, resolvió la jugada sacando amarilla al rojiblanco. ¿Por qué no a Carvajal? Por tener ya una amarilla, supongo. Unos segundos después, a la salida de un córner, que es como había llegado el gol anterior, el mismo árbitro decidió expulsar a Hermoso por, supuestamente, empujar a un rival. En el campo pareció raro. Viendo la repetición da muchísima vergüenza ajena. Vergüenza, por no decir asco. Faena de aliño del de siempre que viene a recordarnos la cruda realidad: el fútbol español es un parque temático monocolor.
Y no hubo más. El Atleti sale tocado, evidentemente. Por el resultado y por la sensación de que no hay mucho más de lo que se ve. Esto es lo que ha querido la directiva al apañar una plantilla improvisada, mermada respecto a la de años atrás, que está malamente apuntalada con retales. Una plantilla con una preocupante falta de confianza, con lagunas de calidad y sin jugadores con la personalidad suficiente como para dar la cara o tirar del carro. Toca descansar, pensar, intentar corregir y ser conscientes de lo que hay. Y lo mismo así, bajando a la tierra y tratando de ser fieles a nosotros mismos, se puede cambiar la dinámica.
La crónica del partido que ha enfrentado al Atleti y al Real Madrid en la sexta jornada de Liga, desgraciadamente, tiene dos vertientes. Una es la que viene de la mano de ese circo agresivo y escabroso que la prensa deportiva oficial, la única, tiende a construir cada vez que al equipo de todos, al...
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