Negro sobre negro IV
Ken Bruen. Irlanda no es solo verde
Si cree que la novela negra es algo más que un pasatiempo con cadáver, el autor es uno de los mejores candidatos para conocer qué hay debajo de la Guinness y San Patricio
Xosé Manuel Pereiro 5/11/2022
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– Eso es tan irlandés…
– ¿El qué?
– Contestar a una pregunta con otra pregunta.
Ken Bruen, London Boulevard
“Un autor inglés intenta que su prosa sea fácil y transparente, siguiendo el consejo de George Orwell: el texto debe ser como una hoja de cristal. Para los irlandeses, en cambio, no debe ser un cristal, sino una lente capaz de aproximar, alejar o distorsionar”, consideraba John Banville, el eterno candidato al Nobel, que en 2006 se desdobló en Benjamin Black, y convirtió el Dublín de los años 50 en un escenario de novela negra. Ken Bruen es de los que escogen la lente de aproximación. La usa para escudriñar las costuras de sus compatriotas, y quizá las propias.
En Irlanda no han escaseado precisamente los escritores, ni los ganadores del Nobel, pero los que se dedican a la novela negra han ido tomando visos de epidemia en los últimos años. El propio Bruen lo aventuraba en 2004: “Creo que si el mundo sobrevive otros cinco o diez años la ficción criminal será enorme en Irlanda. Será el nuevo chick lit [‘literatura de chicas’, Bridget Jones et alii]. Lo creo de verdad”. Y así fue. “Podrías pasar el resto de tu vida tratando de ponerte al día con la ficción policíaca irlandesa contemporánea”, escribía la crítica del The Irish Times, Arminda Wallace, en 2009. Tenemos dos posibles explicaciones. Una es la de David Clark, un escocés que dirige el Instituto Amergin de Estudios Irlandeses de la Universidade de A Coruña, que acaba de publicar Dark Green. Irish Crime Fiction 1665-2000 (Peter Lang, 2022): “La decisión de Banville de escribir en el ámbito del género debe verse, quizás, en un contexto más amplio, en el que la ficción criminal irlandesa se ha convertido en una parte madura y constante de la producción literaria del país en los últimos veinte años”. La otra es de Anne Enright, una de las últimas escritoras incorporadas al fenómeno: “En Irlanda siempre se ha aplicado el viejo lema de que, si no puedes conseguir un trabajo, todavía puedes escribir”.
En sus novelas, las palizas no se propinan con bates de béisbol, sino con palos de hurling, el deporte nacional
El problema para el lector en castellano, o en cualquier otro idioma peninsular, es que no hay mucho traducido de lo que otra autora policíaca, la escocesa Val McDermid, ha denominado –de una forma algo cursi– Esmerald Noir. Además de Black-Banville, los más conocidos son John Connolly y Tana French (y, al parecer, la que más vende en todo el mundo es una para mí desconocida Jane Casey), pero, independientemente de sus méritos y de vivir en Dublín, French es estadounidense de nacimiento y Connolly lo es de vocación o de ambiente. Si cree que la novela negra es algo más que un pasatiempo con cadáver, y que debería reflejar la realidad de la sociedad donde nace, uno de los mejores candidatos para conocer qué hay debajo de la cerveza Guinness y la fiesta de San Patricio es Ken Bruen. En sus novelas, las palizas no se propinan con bates de béisbol, sino con palos de hurling, el deporte nacional, que él define como “algo a medias entre el hockey y el asesinato”.
Bruen nació en 1951 en Galway, una ciudad de 80.000 habitantes en Connemara, la región costera occidental, la reserva espiritual de Irlanda, incluido el uso ocasional del gaélico irlandés. “Esto es el Oeste de Irlanda. Llover es lo que mejor sabemos hacer” (El dramaturgo). “Fui un niño silencioso, gran lector de novela negra en la parlanchina Irlanda y nuestra familia nunca tuvo libros, estaban prohibidos… decían que me habían dejado en casa las hadas. Incluso hoy en día, dicen ‘es raro, lee... y lo que es peor... escribe’”, confesó en el digital Shots en 2004. No abundan los rastros de su biografía, salvo curiosidades como que hizo de extra –de vikingo muerto– en el film Alfredo el Grande (Clive Donner, 1968). Se doctoró en Metafísica (?) en el Trinity College y enseñó inglés en África, Japón, el sudeste de Asia y América del Sur durante 25 azarosos años. El único –aunque no menor– dato de este cuarto de siglo de su vida que he podido saber es que estuvo en la cárcel durante cuatro meses por participar en una pelea de bar en Río de Janeiro, y allí fue violado y brutalizado por los guardias de la prisión. “Su rostro cincuentón y profundamente delineado no parece tan ‘vivido’ como ‘recientemente abandonado por una horda de mendigos’”, lo describió el crítico de The Irish Times –y también autor de novela negra– Declan Burke. “En persona, es un hombre gentil y generoso que escribe novelas sobre el caos y la anarquía que se esconden bajo la piel botoxmizada de la sociedad civilizada”.
De vuelta a casa –a lo irlandés, pasando por Londres–, Bruen esperó a cumplir los cincuenta años para publicar la que sería la obra, y el personaje, que lo lanzó: The Guards (aquí Maderos, editorial Tropismos) y Jack Taylor, un agente expulsado de la Garda Síochána, la policía del Éire, por borracho, a pesar de que “los policías irlandeses y la bebida mantienen una antigua y casi amorosa relación. Un policía abstemio es objeto de sospecha incluso, cuando no de total y absoluto escarnio, dentro y fuera del cuerpo”. Maderos, y en buena parte el resto de las 16 novelas subsiguientes, prácticamente una por año hasta A epiphany for Galway, que publicó en 2020, no son esencialmente el relato de una investigación policial. O extrapolicial, porque en Irlanda no hay detectives privados. “Los irlandeses no lo consentirían. El concepto se acerca peligrosamente al del odiado delator. Puedes salir impune casi de cualquier cosa excepto de irte de la lengua”.
Pese a su raíz irlandesa, Bruen reconoce que todas sus influencias son de escritores norteamericanos: Chandler (otro dipsómano), James M. Cain o James Ellroy. “Una de las grandes cosas de empezar a escribir novela negra irlandesa era que no había términos de referencia. Había una libertad increíble. No tenía a Joyce y Yeats y toda la pandilla mirando por encima de mi hombro, porque esto era completamente nuevo”, recogió Declan Burke en una entrevista en Village que tituló “The Real Black Stuff” (“La cosa negra real”, un juego de palabras con el género y con los significados de “black stuff”, en argot cerveza negra, o incluso heroína). Pero la realidad en la que bebe –ejem– es la de Irlanda. Antes la de la burbuja del Tigre Celta (“el dinero había comprado toda una nueva pose, una pose de patanismo mercenario”, mencionan en La matanza) y ahora la de la depresión posterior: “El mejor cambio es que la Iglesia ha perdido su poder y la gente ya no tiene que emigrar; lo peor son las drogas, la codicia y el racismo”.
La auténtica trama de las novelas de Taylor es la propia lucha contra el alcoholismo y, en general, por el control de su vida
Una de las señas identidad de los protagonistas del hard boiled es su afición al trago. Imaginen en este caso. Irlanda y en concreto Connemara, “donde guardar la Pascua significa beber jerez”. La auténtica trama de las novelas de Taylor es la propia lucha contra el alcoholismo –en otras ocasiones la adicción a la cocaína– y, en general, por el control de su vida, con sus pausas y sus recaídas. Y las resacas del expolicía no se limitan a un dolor de cabeza remediable con café y aspirina. Lo cuenta en el segundo libro de Taylor, La matanza de los gitanos (The Killing of the Tinkers, en realidad “La matanza de los hojalateros”, lo que aquí son los mercheros):
“Me desperté en el jardín trasero de la casa, con la lluvia cayendo a raudales sobre mi cuerpo. Ni idea de cómo había llegado hasta allí. La botella de poitín se había estrellado contra el muro de atrás. Me arrastré hasta la entrada delantera y vomité a cascadas sobre mi ropa empapada. Me abrasaba una terrible sed. Conseguí ponerme en pie y despojarme de la ropa arruinada. La metí a presión en la lavadora y puse la temperatura al máximo. Luego tuve que abrirla a la fuerza, desparramando el agua por el suelo, para meter el detergente. La cerré a patadas. Entré en la cocina y encontré una lata de Heineken, me corté los dedos intentando abrirla. Murmuré:
– Gracias, Dios”.
Bruen conoce de primera mano la adicción porque su mejor amigo, “Noel, mi hermano mayor, fue encontrado muerto en el interior de Australia, a causa del alcoholismo... En nuestra familia, esa enfermedad, más que correr, galopa”. A pesar de que Taylor es incapaz de mantener la sobriedad y cualquier relación afectiva que no sea con la botella, es un lector compulsivo, y las novelas están trufadas de referencias literarias. No siempre positivas: “Mickey Spillane siempre hacía que sus personajes tomaran whisky porque no sabía deletrear coñac” (London Boulevard). O más bien ambiguas. “Estaba empezando a apreciar a Synge. Su lenguaje era un canto a la parte original de mi ascendencia, al mismo corazón de lo que me hacía irlandés. O quizá es que hacía mucho tiempo desde la última vez que me emborrachaba” (El dramaturgo).
Si han llegado hasta aquí, ahora viene la parte mala. Ken Bruen es el referente del hard boiled en un país en el que los autores tradicionalmente elegían escenarios y personajes externos, habitualmente británicos o europeos. Virgin Media, el primer canal comercial irlandés, usó el personaje de Taylor y nueve de sus novelas para crear una serie de TV, Jack Taylor. Otras dos novelas, Blitz y London Boulevard fueron llevadas al cine en 2010 y 2011. Aquí, sin embargo, sus libros, al contrario que los de sus coetáneos y coterráneos Gene Kerrigan (editado por Sajalin) o Adrian McKinty (Alianza), fueron publicados, un tanto desperdigados, en las extintas Tropismos (Maderos, La matanza de los gitanos) y Viamagna (El dramaturgo). En Pàmies editaron El gran arresto, El Alien y London Boulevard. La mayoría están descatalogados, y solamente localizables en ejemplares de segunda mano.
El gran arresto y El Alien son anteriores a Taylor, y pertenecientes a otra serie, la del inspector Roberts y el sargento Brant (éste aparece, con el nombre de Keegan, en un libro de Taylor). Dos miembros de la Policía Metropolitana de Londres (Met) con unos niveles de corrupción y trapacería completamente bananeros. Una vez le preguntaron a su creador si había tenido alguna reacción por parte de los cuerpos policiales que había retratado: “Me importa un carajo. La Met se negó a cooperar. Los Gardas me enviaron un encendedor zippo y dijeron ‘no siempre lo aprobamos, pero sigue así’...”.
– Eso es tan irlandés…
– ¿El qué?
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Ken Bruen, London Boulevard
“Un...
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Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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