Redes
Pero cómo no va a ser Twitter importante
La plataforma ha servido como catalizador de la movilidad social para aquellos que se dedican a las letras, un fenómeno nunca antes visto
Esther Miguel Trula 9/11/2022
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Entrar estos días a Twitter por primera vez en dos semanas debe parecerse mucho a irrumpir en una habitación en llamas. Los usuarios basculan entre la desesperación, la ira y el cachondeo descontrolado mientras ven cómo aquello en lo que han invertido tanto está en jaque por los movimientos del nuevo propietario de su app, alguien de quien no podemos estar seguros de que quiera, como afirma, salvar el negocio, ¿no pretenderá más bien llevárselo todo por delante en un gesto de troleo máximo?
¿Cómo sería un mundo sin Twitter? Es la pregunta que los tuiteros se están haciendo lícitamente ahora mismo ante la que parece una amenaza directa a la viabilidad futura de la red social; pero es importante que no perdamos la perspectiva: al margen de Elon Musk, la plataforma lleva un tiempo siguiendo un rumbo incierto: según documentos internos, allá por 2020 (je), empezó a producirse algún tipo de hartazgo entre sus usuarios más implicados que ha hecho que vayan abandonando la plataforma a gran velocidad. Una teoría interesante, que suscribo, defiende que, aunque seguimos en estas históricas redes sociales por inercia colectiva, las utilizamos cada vez con mayor distancia emocional, bien por empacho, bien por rediseños del algoritmo, y que la parte del contenido está ganándole la partida a la parte social, por lo que cada vez se parecen más a los medios pasivos. Y esta falta de pasión del usuario común podría llevar en último término a que estos espacios entren en estado comatoso. Twitter no se libraría de esta corriente.
Twitter no solo es el narcopiso al que los yonkis de la confrontación política vamos a darnos un chute, es también el abrevadero que da vida a procesos de nuestro ámbito social y profesional
Así que aquí estamos, en 2022, preguntándonos cómo sería un mundo en el que nos quedásemos sin los silbidos del pájaro azul. Es algo que hemos de meditar activamente. Sobre todo las personas que nos dedicamos a las letras. Pese al socorrido chascarrillo (con un trasfondo de verdad) de que Twitter es el narcopiso al que los yonkis de la actualidad y la confrontación política vamos a darnos un chute un puñado de veces al día, es también el abrevadero que da vida a tantos y tantos procesos de nuestro ámbito social y del profesional. Ahí Musk sí que la clavó: es un espacio con una conversión comercial pésima si tenemos en cuenta el enorme valor que le atribuimos.
Hablemos en primera persona: Twitter me ha ayudado profesionalmente como ninguna otra herramienta a modo de sarao de periodistas, sustituto de tertulias y foros de networking a los que por distancia y falta de contactos previos nunca habría podido acceder de otra forma. En 2014 me abrí un blog y empecé a seguir a blogueros y escritores que me interesaban. Interactuando con ellos y promocionando en Twitter los posts en los que escribía de lo que me apasionaba, atraje la atención de diferentes personas que, a lo largo de los años, me dieron primero oportunidades de colaboración no remunerada, luego pagada, después bien pagada y finalmente incluso un trabajo de algo que se parecía remotamente a Lo Mío. Me consta que ha sido el mismo caso para al menos cientos de personas en España (hay altísimas probabilidades de que, si estás leyendo esto, tú también seas uno de ellos), y lo sé porque también les sigo en Twitter y he asistido a la evolución de su carrera. Pequeños aspirantes en redes que después estaban en este o en aquel medio, movimiento político, programa literario, etc. No puede ser casualidad que el segmento poblacional más presente en Twitter sean personas de entre 25 y 34 años, en edad de arrancar su trayectoria. La plataforma ha sido, desde mi punto de vista, un catalizador de la movilidad social para aquellos que se dedican a las letras (es la red social que más potencia el pensamiento y la escritura sin lugar a dudas), un fenómeno nunca antes visto.
Añadiría entre los méritos de la red su incontestable labor como espacio de producción de cultura de masas, y si no me crees a mí, cree a la popular biblioteca del arte digital Knowyourmeme, que hace poco compartió una investigación sobre la evolución de las fuentes a través de las que sus colaboradores detectan el origen de los memes y, por delante de 4chan, Reddit o Youtube, Twitter siempre ha estado ahí con gran dominio, hasta que TikTok ha entrado en juego y le ha comido la tostada. Los memes, podría parecer, son una intrascendencia, pero en realidad son la señal de otras facetas menos mensurables pero igualmente reales en las que Twitter ha cambiado las cosas. La primavera árabe, el movimiento feminista o las preocupaciones de la sociedad española que después los partidos rescatan e insertan en su agenda política (no es broma) son las manifestaciones más visibles. El día a día de Twitter es gente teniendo debates de besugo sobre si estamos leyendo correctamente Lolita, pero mientras ocurre eso también ocurre lo otro, la paulatina y sistemática democratización del ágora pública que las “élites” escuchan mucho más de lo que a veces puede parecer.
Como ejemplo quiero rescatar una anécdota que mencionó hace dos días Naiara Puertas en su blog Domingosenchandal: con la nueva normativa que aprobaba que las trabajadoras del hogar empezasen a cotizar para el paro, El País publicaba un cuestionario en el que sólo se respondía a las dudas que pudieran tener sus propios lectores sobre cómo iba a afectarles la medida a la hora de cambiar las condiciones de sus empleadas domésticas, es decir, sin incluir en el artículo la perspectiva de la propia trabajadora, sin pensar que también ella podía ser su lectora, y las dudas que pudiera tener sobre cómo iba a beneficiarle la normativa. Este tic, posiblemente inconsciente, parecía la evidencia irrebatible de la mentalidad de clase de la gente del periódico. Después de un intenso debate en Twitter, reprochándoles el feo, rectificaron y añadieron estas dudas. Si bien Puertas apuntaba que este caso indica que El País no es periódico para los proletarios, yo veo en la corrección posterior la conquista desde las redes de un espacio hegemónico que, sin ser un asalto a los cielos, sí nos sirve como pequeño pasito palante. También es la prueba de que movilizarse en redes sí acarrea cambios en los espacios de poder, y que la acumulación de protestas tuiteras ha sido como una lluvia fina que termina calando aquí y allá. En ese sentido, los perjudicados no seremos sólo los que dejaremos de poder usar Twitter con intenciones más o menos laborales, sino también los usuarios que tienen vínculos con los medios y la academia, a los que podríamos definir como los auténticos lectores influyentes.
Así que volvemos al principio, a imaginarnos que a Twitter le quedan dos telediarios, algo que ahora mismo no cotiza precisamente a la baja. El sitio al que la gente está probando a saltar es Mastodon. Mastodon es una red con una estética y funciones parecidas a las de Twitter. Parece un buen candidato. Pero lo que nos topamos al empezar a interactuar ahí es que la aplicación divide tu experiencia entre servidores: tienes servidores de periodismo, de música o de comunidades LGTBIQ+ , pero esto nos lleva a una compartimentación que impide la polinización entre grupos y que no refleja la realidad de eso que somos como seres humanos: personas con múltiples intereses al mismo tiempo, que pueden ser etiquetadas de muchas maneras. Si podemos hablar de la época dorada de las redes sociales, este sería a mi juicio el motivo: durante casi tres lustros cuatro empresas han concentrado a enormes masas de usuarios en espacios en los que todos veían todo, todos votaban todo y por eso se podía influir de forma multifocal en las corrientes del mundo. Este escollo es el mismo con el que se toparán las otras dos alternativas: rescatar los antiguos foros o irnos a Reddit.
Como identificó el otro día el estratega de medios Antonio Ortiz, no podemos olvidar otra de las razones de ser esenciales de Twitter: el odio. Ese supuesto mal que tanto se le ha achacado a las grandes redes sociales de nuestro tiempo es en realidad la sal de la vida. Toparnos con idiotas y adversarios es el pasatiempo gratuito más adictivo que puede existir y ayuda, no sólo a incendiar los chats cuando alguien ha dicho una parida, sino a replantearnos nuestras creencias, explorar la psique ajena e intuir cómo son esos otros mundos desde la barrera. No es casualidad que todas las copias de Twitter que ha intentado la derecha estadounidense hayan fracasado: ¿qué sentido tiene su existencia si no pueden interactuar con los woke? Pero, por supuesto, no es solamente una cuestión entre rojos y azules, en mi timeline cada día se encuentran y discuten los defensores del cine “gafapasta” y los fanáticos de franquicias superheróicas, y yo eso lo entiendo como una virtud: que en el mismo espacio se fuerce a convivir a los distintos discursos es un caldo de competitividad intelectual.
¿Volver a los blogs y las newsletters y no mirar atrás? Para aquellas personas que quieren dedicarse a la producción literaria, quizás podría servir de terreno seguro, una isla alejada del ruido. Pero esta utopía, además de ser inviable en un panorama post RRSS, es poco práctica porque el blogging no puede sustituir al microblogging: a veces no tenemos nada más interesante que decir que uno o dos tuits, a veces lo importante no es lo que uno dice, sino lo que surge cuando le interpelan, y a menudo es de lo más satisfactorio rebatir a alguien sin la necesidad sentarse durante un par de horas para formar todo un texto.
Si se tomase cualquiera de las soluciones anteriores de forma abrupta nos conduciría a un ecosistema ruinoso. Me explico: los periodistas, los científicos y similares son personas, y las personas somos vagas por naturaleza. Todos ellos han adquirido el hábito de entrar cada día a la santa casa tuitera y hacer scroll en busca de información, ideas y otros contactos para sus proyectos y artículos. En el momento en el que estos objetivos se descentralicen y se vuelvan más difíciles de encontrar, se tenderá a refugiarse en lo conocido, es decir, a redundar en las redes de contactos previamente creadas. El acceso a estos gremios se volverá más exclusivo y cerrado, los conocidos, los hijos de, serán beneficiados por descarte, la vía económica (todos los equivalentes al máster de 12.000 euros de El Mundo con seis meses de prácticas garantizadas) también saldrá reforzada, y en ese plano la selección de los mejores trabajadores perderá una importantísima pata de diversidad. Además, al concentrarse la selección en una clase se acrecienta el riesgo de que produzcan contenidos peores y más homogéneos. Por no decir que cuanto más endogámico el entorno, más fácilmente corruptible.
Por supuesto, no todo está perdido. Un buen amigo me contaba que de un tiempo a esta parte los medios que se preocupan por la captación de personas bucean entre newsletters, canales de Discord, bases de datos de cine… Pasan tiempo activamente allí donde esté abierta la participación de la comunidad separando el grano de la paja. No hay por qué lamentarse en extremo porque Internet sigue ahí, las autopistas de la información se mantienen abiertas para todos y esto ya sí que no tiene marcha atrás. Pero nos vendría bien ser conscientes de la ralentización y deterioro que la ausencia de un Twitter supondría en el ámbito de la captación de talentos, incluso la insensibilización que podría provocar: se me ponen los pelos de punta pensando que los chicos de hoy tuvieran que andar vendiéndose a la puerta fría del email de la redacción. Hemos de abandonar el autodesprecio que caracteriza al tuitero medio y empezar a valorar la red como lo que es y ha sido, pensar en que esta década del dominio del tripartito social de Facebook, Instagram y Twitter puede cascar en cualquier momento, lo cual podría ser hasta positivo por aquello de la concentración empresarial, pero que todavía no hemos dado con un sustituto público o privado lo suficientemente bueno a este mercadillo de las ideas casi global en el que nos hemos venido encontrando.
—-----------------------
Esther Miguel Trula es periodista, ha pasado por medios como Magnet, El Español o Fotogramas. Ahora es responsable de procesos e innovación en Webedia Publishing.
Entrar estos días a Twitter por primera vez en dos semanas debe parecerse mucho a irrumpir en una habitación en llamas. Los usuarios basculan entre la desesperación, la ira y el cachondeo descontrolado mientras ven cómo aquello en lo que han invertido tanto está en jaque por los movimientos del...
Autora >
Esther Miguel Trula
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí