verso libre
El demonio te coma las orejas
Itinerario de David González: un poeta maldito
Mario Crespo 18/11/2022
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Hacía frío aquella noche. Lo recuerdo porque he visto una fotografía del evento en la que llevo puesto un jersey de lana. Presentábamos en Zamora la antología Viscerales, que José Ángel Barrueco y yo habíamos coordinado y antologado. Se trataba de una compilación de textos nacidos de las vísceras, de las entrañas, de lo más profundo de cada uno, relatos y poemas eviscerados, vomitados por la rabia o la necesidad; ese tipo de escritura que nace del sentimiento. Y habíamos conseguido reunir a más de cuarenta autores de estilos dispares y diversos grados de experiencia a quienes unía un patrón común; la visceralidad a la hora de escribir.
Como digo, hacía frío aquella noche, pero solo en la calle, pues en el interior del Café Ávalon uno de los autores antologados, el poeta David González –que había venido desde Gijón expresamente para el evento–, calentaba el ambiente con su peculiar forma de recitar; pasional, directa, de voz potente y sílabas marcadas, buscando el paroxismo de la prosodia, creando con su tono elevado un paradójico silencio.
Había descubierto la poesía de David González unos años antes, en 2007, a través de poemarios como Anda hombre, levántate de ti (2004), Reza lo que sepas (2006) y Algo que declarar (2007). Y más tarde con Loser(2009), un libro cuyo título era una declaración de intenciones y una confesión, puesto que David siempre se ha considerado a sí mismo uno más de entre los muchos “fracasados e infelices y solitarios”. Un autor que jamás ha ocultado sus vicios, sus errores o sus derrotas; un escritor que solía relatar en sus estados de Facebook que acababa de llegar a casa tras dos días sin dormir, tras consumir grandes cantidades de speedy alcohol; una persona que nunca ha utilizado los filtros de las redes sociales para disfrazarse de quien no es, que no ha vendido felicidad si rezumaba tristeza, angustia o malestar; alguien que ha hecho de la verdad su aspecto más característico.
Mientras estaba preso en la cárcel de Oviedo, David leyó un libro de Charles Bukowski que supuso para él una suerte de epifanía, pues le condujo a descubrir su amor por la literatura y le reveló que él también podía escribir, y, sobre todo, que él también necesitaba escribir, manifestarse, y que ese ejercicio catártico sería su redención (“escribo para limpiarme por dentro”). Así pues, la literatura no solo representó un cambio en su vida, sino que también le ayudó a encontrar una motivación, una nueva forma de expresarse, un lugar inmaterial donde volcar su energía, su rabia contra un sistema en el que no había encajado y que lo había maltratado.
David era un autor que practicaba un tipo de poesía directa, cercana e hiriente, dolorosa como un puñetazo
David se publicó su primer libro Ojo de buey, cuchillo y tijera seis años después de abandonar la cárcel, donde cumplía una pena por atraco a mano armada. Poco a poco, recital tras recital, se fue haciendo un nombre; su poesía gustaba a mucha gente, que se sentían atrapados por la magia de lo natural, lo descriptivo y lo social, por la pureza de la autenticidad, por un lenguaje claro y sin ambages que adelantaba por la derecha a la poesía de la conciencia, y por versos tan libres como el propio autor. Su madurez artística llegó con el poemario El demonio te coma las orejas (1997, 2008, 2017), quizá la obra que mejor resume su estilo y sus inquietudes temáticas –lo que él mismo describe como poesía de no-ficción–. Con él David se dio a conocer a un público más amplio, ganándose así el respeto de algunos colegas de profesión (voces como Túa Blesa, Roger Wolfe o Nacho Vegas compartieron su poesía y sus palabras) y el seguimiento de muchos jóvenes lectores que descubrimos su obra.
Para mí, que daba mis primeros pasos como lector, David era un autor que practicaba un tipo de poesía directa, cercana e hiriente, dolorosa como un puñetazo, alejada de tropos ininteligibles y figuras barrocas, que parecía dirigida a alguien como yo; un joven recién llegado a Madrid con un sueldo miserable y una negra perspectiva de futuro. Recuerdo leer al poeta de Gijón en trenes de Cercanías que me llevaban a casa tras una jornada laboral muy mal pagada, con unas ganas terribles de que llegara el fin de semana para salir a divertirme, para olvidar la dureza de la precariedad, la desazón que provoca la falta de porvenir; para seguir, de algún modo, la filosofía que David proponía en sus libros: una óptica con un punto infantil que sin embargo no era ni mucho menos naif, tan solo una forma jovial de entender la vida y vivirla sin reloj, como hacen los niños:
Manos
Las manos
me decían mis padres
antes de sentarme
a la mesa a comer
lávate bien
las manos
no alcanzaban
a comprender
que los niños
las tenemos siempre
limpias
En 2014 la editorial Origami publicó el primero de los volúmenes de la antología crítica de la poesía de David González: El lenguaje de los puños, cuatro volúmenes que reunían las distintas voces que se habían pronunciado a lo largo de los años sobre la obra del poeta. Más tarde, en el año 2015, David inició la escritura de un ciclo autobiográfico que abandonaba la calzada poética pura para coquetear con una narrativa que ya estaba en la esencia de su obra anterior y que comprendía: Campanas de Etiopía (2015), De todo corazón(2015), Si te echan mano al cuello, encontrarán la soga (2016) y Siguiendo los pasos del hombre que se fue(2017). Desde entonces, desencantado con los resortes de la industria y sus cerrojos, con el mundo del libro y el espacio que ocupaba, David estrechó su radio de acción y sus actuaciones se redujeron a una escena más local. Un periodo que coincidió con el cierre de su cuenta de Facebook y su blog y la apertura de un perfil de Instagram donde actualmente comparte sus creaciones y sus andanzas. En este periodo publicó los libros Hombre al agua (2020), Los equilibristas (2021) y Gentes del bronce (2021).
Después de haberse medido a las drogas, a la justicia, a las aguas bravas de los premios y los reconocimientos institucionales, el poeta encara el desafío de un tumor
Pero volvamos al principio, a aquella noche de la presentación de Viscerales en Zamora, porque la actuación de David –que, además de leer su relato, recitó unos poemas–, causó todo tipo de reacciones, pero en ningún caso indiferencia. Hubo gente entre el público que más tarde me preguntó por él y su particular forma de recitar, por ese estilo agresivo que embruja a quien lo escucha (en el documental Vocación de perdedor: vida y resquicios de David González, dirigido por César Tamargo Álvarez, un paisano suyo afirma: “Prefiero escucharlo antes que leerlo”). De hecho, para muchos de los presentes en el Café Ávalon aquella noche, la intervención de David González resultó inolvidable. Una noche en la que, reitero, hacía frío. Un frío que contrasta con el calor que asolaba la Península hace unas semanas, cuando David publicó a través de su cuenta de Instagram que le habían detectado “un tumor GIST esofágico de unos siete centímetros y medio”. Una noticia que transformó la materia haciéndola más pesada, llenándola de protones, un peso que se podía sentir en un ambiente que, sin embargo, a mí me dejó helado.
A diferencia de otras enfermedades, el cáncer se suele personificar al referirnos a él, convirtiéndolo, de forma casi alegórica, en un enemigo a batir. Tal vez esta identificación con la guerra y el combate, con la lucha, se deba a que su presencia en nuestro cuerpo es invasiva y su tratamiento se convierte en la defensa de un territorio. Así las cosas, y continuando con el símil, David se enfrenta en este momento al poema más épico de cuantos haya escrito, a una epopeya. Después de haberse medido a las drogas, a la justicia, a la injusticia que domina el mundo literario, a las aguas bravas de los premios y los reconocimientos institucionales, el poeta encara ahora el temible desafío de un tumor. Y como todo lo anterior, estoy seguro de que encontrará una forma de derrotarlo sin tener que vestirse de héroe; sin necesidad de rezar lo que sepa, con el lenguaje de los puños, con la fuerza de su visceralidad, sin permitir, nunca, que el demonio le coma las orejas.
Hacía frío aquella noche. Lo recuerdo porque he visto una fotografía del evento en la que llevo puesto un jersey de lana. Presentábamos en Zamora la antología Viscerales, que José Ángel Barrueco y yo habíamos coordinado y antologado. Se trataba de una compilación de textos nacidos de las vísceras, de las...
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