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El Atlético de Madrid lleva varias semanas pidiendo la hora. Como un pugilista sonado, camina por la lona con la mirada perdida, el espíritu abatido y las fuerzas de un caracol. Parece una institución completamente a la deriva; con un patrón que no ve, con unos dirigentes que cuentan billetes mientras escupen chascarrillos a la prensa y con un montón de futbolistas sobrevalorados que tienen la cabeza en otro sitio. La duda es si además de parecerlo, lo es.
El equipo de Simeone ha vuelto a realizar un partido horrible, aburrido e impropio de un equipo de primera división de alto presupuesto. Ha empatado a uno frente a un RCD Espanyol que venía coqueteando con los puestos de descenso y que ha jugado setenta minutos con un jugador menos. Parece que el Atleti es especialista en adaptarse por abajo a todos sus rivales, así que no debería de sorprendernos. El partido ha sido tan triste, tan desalentador y tan soporífero que cuesta hablar sobre él. Pero habrá que hacerlo.
El encuentro, disputado a una hora tan ridícula que solamente puede entenderse desde el desprecio sistemático que esa asociación de trileros llamada Liga de Fútbol Profesional tiene por los aficionados que acuden a los estadios, comenzó sin ritmo, sin ilusión y sin acierto. Lo que viene siendo normal, por otra parte. Los rojiblancos volvían a enseñar esa versión perezosa en la que todos los futbolistas están colocados sobre el césped como en un tablero de parchís, para pasarse el balón con la velocidad y la capacidad de sorpresa de una telenovela turca. El juego de ataque de este equipo es tan limitado y previsible que prácticamente se defiende solo. Griezmann, y puntualmente Carrasco, eran los únicos que intentaban hacer algo que se pareciese al fútbol, pero es muy difícil bajar hasta los centrales, darle velocidad al medio, recibir en la banda, activar el ataque y rematar, teniéndolo que hacer todo a la vez. El resto del equipo era pura medianía. El deterioro en la calidad de esta plantilla es tan evidente como imaginativa ha sido la campaña de marketing para hacernos creer que en realidad era espectacular. Spoiler: no lo es.
El juego de ataque de este equipo es tan limitado y previsible que prácticamente se defiende solo
El partido cambió en el minuto 25, cuando un pelotazo de Reinildo acabó en un balón disputado entre Morata y Cabrera, que era el último defensa perico y que acabó expulsado por hacer falta al delantero. En el estadio reconozco que me pareció exagerada. Es más, me pareció falta de Morata, que suele ser un jugador bastante torpe en este tipo de disputas. La repetición parece que sí muestra falta del jugador perico, pero sigue pareciéndome rigurosa.
En un mundo normal, la jugada debería haber supuesto un punto de inflexión y el Atleti debería haber ganado el partido por una simple cuestión de lógica. Pues bien, ni una cosa ni la otra. El Atleti siguió jugando igual de mal, con la diferencia de que ahora, al menos, tenía ocasiones claras de gol. Llorente envió a las nubes un pase desde la izquierda de Reinildo y después fallaría otra de cabeza dentro del área. Nahuel tiraría más tarde el balón al muñeco para seguir con esa bonita tradición rojiblanca de no meterle gol a nadie.
El panorama no cambió mucho tras el descanso, que es otro de esos tics a los que se está acostumbrando el equipo. Correa sustituyó a De Paul, cuyo concurso había sido tan irrelevante como el de muchos otros de sus compañeros, y aportó algo de dinamismo e ideas, pero lamentablemente se agotaron demasiado pronto. Eso sí, llegó a tiempo para protagonizar otra buena ocasión entrando en el área por la derecha y rematando a la mano de Lecomte.
El Atleti volvió a perderse en ese juego anodino y espeso que ya es marca de la casa, hasta el punto de que el Espanyol, que recordemos jugaba con diez, consiguió estirarse y llegar al área de Oblak. Y en una de esas llegadas, porque el Atleti sí es infalible para afilar la efectividad de sus rivales, se adelantaron en el marcador. El gol es otra oda a los malos defensas y a los buenos defensas que defienden mal. Un balón colgado al lado derecho del campo colchonero fue ganado lógicamente por un delantero perico, teniendo en cuenta que lo defendía Nahuel Molina. Lo del jugador argentino es desesperante, pero juega con la tranquilidad de no tener rival en su posición. El balón salió colgado hacia la frontal del área pequeña donde apareció Sergi Darder para rematar a placer. A Giménez, que debía estar pensando en las veleidades del clima qatarí, solamente le faltó agacharse para facilitar todavía más la labor de su rival.
El Atleti volvió a perderse en ese juego anodino y espeso que ya es marca de la casa
Simeone, perdido en su particular locura, comenzó a hacer cambios como si eso valiese para algo. Hubo un tiempo en el que el Atleti, al menos, reaccionaba a los contratiempos con coraje. Ahora ya ni eso. No, primero porque la mayoría de las cosas que pasan en el partido son contratiempo y resultaría agotador. Y después, porque este equipo da muy bien en las fotos para vender camisetas de rayas torcidas, pero tiene poco coraje. El único que sí puso algo de fútbol, a buenas horas dirá alguno, fue el bueno de João Félix, que volvió a demostrar que, cuando quiere, es un jugador superlativo. Recogió con el pecho un pase de Lemar a la izquierda y de un solo toque perforó la portería de Lecomte, que para mí se come el gol. De hecho, el mismo João pudo ganar el partido. Primero rematando de cabeza y después haciéndolo con la pierna zurda, topándose con el portero francés en ambos casos. Simone debería entender que ha perdido en esa pequeña batalla estúpida que mantiene con el luso. Ya tuvo su castigo por lo que quiera que hiciese y no se cuestiona, pero ensañarse como lo está haciendo es absurdo, cruel e incoherente con su propio discurso. Basta ver la contumaz irrelevancia de Morata o Cunha para no entender lo que está haciendo.
El Atleti siguió teniendo oportunidades. Giménez en boca de gol tirando mal y Nahuel en el último minuto disparando desviado. Nada. La alergia que tiene este equipo con el gol es similar a la que tienen los dirigentes del club con la sensibilidad de sus aficionados.
Que acabe ya, por Dios. Que acabe ya. Falta un partido de liga y después llegará esa cosa vergonzosa que llaman mundial. Y eso no es solución de nada, pero al menos traerá la esperanza de que todo cambie a la vuelta. Y más le vale al equipo, porque la situación es insostenible.
El Atlético de Madrid lleva varias semanas pidiendo la hora. Como un pugilista sonado, camina por la lona con la mirada perdida, el espíritu abatido y las fuerzas de un caracol. Parece una institución completamente a la deriva; con un patrón que no ve, con unos dirigentes que cuentan billetes mientras escupen...
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