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PAPELES DE LA PORFIADORA CALAMIDAD (IV)

Poéticas culinarias

Merienda dominical de elaboración casera y con productos de proximidad: palabras, palabras, palabras

Natalia Carrero 16/12/2022

<p><em>La merienda</em> (1891)</p>

La merienda (1891)

Eugenio Lucas Villaamil

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Calamidad atraviesa sin premeditación ciertas fronteras exentas de peaje, al menos en apariencia, que podrían situarse en los límites en los vínculos entre personas conocidas. En no pocas ocasiones se deja llevar tanto por el fragor de la conversación que se siente impelida a creer que la vida es buena y amable con toda la humanidad sin excepción, como si nunca se hubiera instaurado el publicitado estado de bienestar, discriminador de buena parte de la población, y como si su desmantelamiento, el cual está acaeciendo en estos momentos, tampoco afectara a quienes cada mes les duele más la factura de la electricidad. En tales subidones de inconsciencia nuestra porfiadora ama por doquier o a quemarropa a toda entidad viviente sin excepción. La verborrea que derrocha resulta tan magnética que conecta, engancha y compromete a quienes sostiene delante, agarradas por la oreja, por el cuello, por la atención, a la captura de las coordenadas que les indica para su próxima cita.  

De esta guisa, sus cuatro alumnas se han convertido en familia querida y bien avenida, esa clase de seres de proximidad y alta confianza que Calamidad tiende a idealizar, tal vez porque en su condición de huérfana nunca conoció los afectos y armonías bajo un mismo techo. En demostración de su agradecimiento trimestral las invita a una merienda dominical de elaboración casera y con productos, sobraría decir, de proximidad. En fin, como siempre; palabras, palabras, palabras. En su caso las palabras van primero, y luego los hechos. Advierte a las invitadas: no se admiten declinaciones bajo ninguna excusa o habrá suspensos sonados en las coevaluaciones del Aula 2. Pueden presentarse con sus allegados y cuantas personas encuentren hasta el domingo a las cinco de la tarde. 

Viernes a las once de la noche. Acostada y acurrucada bajo un edredón cálido de algodón, aunque con un abaratador doce por ciento de poliéster, alcanza con la mano el primer libro de la mesilla. Querido señor myself, de Edoardo Sanguineti. Traducción de Fruela Fernández y Andrés Navarro, editorial Kriller71. Mira la cubierta, dos figuras que parecen un collage de cartones, el rojo, el negro. Empieza a leer, disfruta en misteriosa calma. En menos de media hora se detiene, máxima relajación. Memoriza el comienzo de un poema más ancho y más profundo de lo que se pueda expresar aquí: “Para preparar un poema se escoge ‘un pequeño hecho real’ (a ser posible fresco, del día)”. “Para preparar un poema se escoge ‘un pequeño hecho real’ (a ser posible...”. Así se tejen los intrincados sueños de Calamidad. 

Sábado a las siete de la mañana. Aún desperezándose en la cama, por unos segundos que ni deberían mencionarse casi le vencen el compromiso y la responsabilidad del banquete que debe afrontar. Comida, convite, convivencia. La preparación de la receta que le transmitió Albertine, tía abuela de una amiga a quien el cáncer hizo sufrir demasiado, requiere el mejor de los ánimos. Ahora que ha liado a las alumnas para que conozcan su cuchitril y lo que en su humilde cocina se guisa, se cuece, se corta, se pela y se fragua, según la coyuntura, cómo va a defraudarlas.  

Ocho y media. Después de la clase de yoga ashtanga en casa de la vecina del cuarto, el único ejercicio que ha logrado aligerar su persistente dolor de espalda, enfoca el fin de semana como una gran aventura por vivir. Se acuerda de cuando siendo joven le poseía la disyuntiva ¿vivir o leer? y como no sabía resolverla seguía leyendo en lugar de involucrarse con la vida que, en el fondo, seguramente temía; todo lo contrario que ahora. Qué vueltas y curiosidades. Animadísima, dispuesta a dedicar todo el día a los preparativos del ágape, comienza la función. Lápiz y papel, hace una lista, un plan, también le sale un poema frugal que anota en una esquina con letra microscópica, y a las nueve y cuarto abre la puerta con tres bolsas de tela en la mano que llenará en el mercado. 

Receta de merienda calamitosa (inspirada en Albertine de la Reynière, escritora culinaria famosa por sus idas de la olla)

Dificultad: Intermedia.

Ingredientes para 5 personas y X acopladas

5 kg de alfabeto en mayúsculas y minúsculas especial lengua castellana, máxima reducción de letras “k” y “w”

1 estilo Times New Roman

1 cuerpo 12

1 pizca de sal

1 documento en blanco 

Preparación

Observación preliminar: se recomienda pasar del delantal, deplorable prenda de trabajo servil.

Esta podría ser la receta de los pensamientos en constante ebullición que asaltan a quien fue cocinera por fuerza mayor. Jamás hubiera imaginado que pasaría tantas etapas y agonías ante los fogones. Qué suerte o qué destino, el suyo. Añadir un encogimiento de hombros.

Como dijo Teresa, entre pucheros y ollas también se halla la trascendencia.

Y un poco más de clavo y canela pero sin Gabriela. 

La madre escribía recetas de cocina preparadas al calor de la lumbre, más tarde con fuego resultante de la combustión del gas butano embombonado; la hija leía recetas para volar lejos de la vitrocerámica que por generación le correspondería. Que no le hablaran de cocina de inducción. No quería saber nada de sartenes con o sin teflón o las intoxicaciones potenciales que amenazaban por todas partes. Le reconcomían las chapas que lanzaban amistades y parentela sobre el mercurio en los pescados azules; mucho cuidado también con el anisakis.

Comemos demasiado y encima pretendemos comer demasiado bien todo el rato, como si la vida tuviera que ser una celebración constante hasta la muerte en lugar de una nutritiva y accesible biblioteca. Harta me tienen los manierismos de la comida de la masa medio idiotizada, el nicho del que no logro desprenderme por mucho que me tire de la cabellera. Para qué tres comidas de tres platos cada una, para qué más de cien propuestas semanales de recetas grasientas, muchas de las cuales precisan de cadáveres que los pies de foto rubrican: exquisiteces, delicatessen.

Voto por la quema del delantal. 

Desencadenar otro tramo de energía-escritura disoluta, sin plan previo ni ganas de concretar qué se está preparando; si se tratará de pan o pasta, si sustancia para un steak tartar veggie o un bizcocho que el horno acaso transmute en poema. Pues también por el oído se come. Hornear diez minutos. 

Para un buen extravío no hay recetarios que valgan. Hay técnicas que se aprenden y saberes que se escurren. El texto o menú sugerido es un acontecimiento que poco tiene que ver con la cocinera que presta el cuerpo, el medio. Retirar y dejar en reposo. 

Mientras se enfría comprobamos que la cesta de la compra arde a 451 grados Farenheit.  

La famosa cesta de la compra aparece a diario en las noticias. Encarece a pasos rodados, pasos perdidos por pasillos amurallados por productos blindados con plástico, mientras se reduce el contenido alimenticio.  

Al fondo, las filas de cajas. 

En el supermercado se sentía como en un laberinto; el laberinto de Micenas, las trampas de la mente. ¿Qué hago yo aquí? ¿Cómo se sale de esta avalancha de despropósitos? 

Lavar bien, reservar la pulpa para espesar la salsa que acompañará la guarnición.  

Interiorismos gastronómicos. Historia del restaurante en casa. Archipiélago Gourmetlandia. 

Las viviendas empezaron a integrar las cocinas en los salones comedores por escuetos que fueran. Las islas de cocina se podían adquirir a plazos de manera personalizada en comercios con exposiciones que extasiaban a las individualidades nacidas en la era de las consumiciones casi mortales.  

Muero por tener una mandolina que virutee el parmesano reggiano. Muero por tu besugo al eneldo con patatas panadera chilchil. Muero por la tarta de siete chocolates texturizados. 

Si ampliamos la hipoteca podemos adquirir otra isla de cocina. 

¿Utopía es una isla?  

Mejor aún, vivamos en isla. 

Qué toque de efecto el cactus junto a la grifería GFDH. ¿Por dónde sale el agua? Posee un sensor capaz de detectar a qué temperatura se lava la manzana de la concordia. 

Pero si ya vivimos aislados incluso cuando nos besamos, cada mente en su mundo y así no hay problema alguno. 

Tú amas el pan y el queso; yo me inclino por las gelatinas y espumas con esferas de nitrógeno. Todo es compatible. ¿Cómo y dónde nos vamos a encontrar? ¿Quién dijo que había que encontrarse? 

En la buena mesa la discusión está servida. Las redes sociales lo refractan. 

La pareja sucumbió a la sensualidad de unos rollitos de primavera con lichis. Salvados por la comedia posteada de la cocina mediterránea. 

Precalentar, sofreír, cortar en juliana, en dados, en tiras, por lo sano. Adobar, macerar, salpimentar, sazonar y dorar. 

Leer y olvidar hasta que alcance el punto de nieve. 

Releer y saborear hasta la saciedad. 

Sugerencia de presentación

Ilustración de Natalia Carrero.

Suplemento Especial Selección de Cocinas 

Modelo Polivalente:

El ingrediente que María Moliner disolvió hasta su desaparición en cada ficha escrita en la mesa del desayuno, antes de acudir a la Biblioteca de Ingenieros Industriales de Madrid para ejercer su cargo de directora: el ego multitarea. No un nombre propio sino una obra para el bien común se propuso elaborar en 1953, en la mesa donde desayunaban sus tres hijos y una hija. El diccionario salió de imprenta en 1967. En su presentación: “Si no hubiese prevalecido el deseo de no alargar el título, esta obra se llamaría Diccionario orgánico y de uso del español”. Quedémonos con el vocablo orgánico. Alta paciencia y cocina de precisión.

Ficha con la entrada: cocer, cocción, cocedura, cochura, cocido y no crudo, lentejas, cocimiento

Cocina- Habitación de las casas dispuesta con las instalaciones necesarias para *guisar y realizar las operaciones complementarias para la preparación y servicio de las comidas.

Modelo Esclávame:

“La cocina resplandece de blancura. Es una lástima tener que mancillarla con el uso. Habría que sentarse a contemplarla, a describirla, a cerrar los ojos, a evocarla. Fijándose bien esta nitidez, esta pulcritud carece del exceso deslumbrador que produce escalofríos en los sanatorios. ¿O es el halo de desinfectantes, los pasos de goma de las afanadoras, la presencia oculta de la enfermedad y de la muerte? Qué me importa. Mi lugar está aquí. Desde el principio de los tiempos ha estado aquí”. Del relato estremecedor Lección de cocina, Rosario Castellanos.

Modelo Palabra de chef: 

“La cocina de la escritura es un manual para aprender a redactar. Un buen plato de pato a la naranja conlleva horas de trabajo y la sabiduría de toda una tradición culinaria. (…) Autores trajinamos ante el papel como un chef en la cocina: limpiamos la vianda de las ideas y la sazonamos con un poco de pimienta retórica, sofreímos las frases y las adornamos con tipografía variada”. (Daniel Cassany)

Con biblioteca integrada:

“Si tuviera que escoger una cocina literaria para instalarme allí durante una semana, escogería la de una escritora, con la salvedad de que esa escritora no fuera chilena. Viviría muy a gusto en la cocina de Silvina Ocampo, en la de Alejandra Pizarnik, en la de la novelista y poeta mexicana Carmen Boullosa, en la de Simone de Beauvoir. Entre otras razones, porque son cocinas que están más limpias”. (de Un narrador en la intimidad, Roberto Bolaño)

Modelo Alegranza:

Pero en las secuencias del banquete, y a través del influjo de aquella admirable sintaxis culinaria y convivial, se van transformando los rostros y las miradas, vuelan cariñosos cuchicheos y, al final, aquellos mojigatos comensales salen a la calle para cantar a coro. El festín de Babette era un mensaje que había operado subconscientemente en aquellas personas una metamorfosis anímica, espiritual. La función semántica del festín resultó eficaz. De unas páginas desprendidas de un Tratado de nutrición sin cubiertas, descuajeringado y rescatado de la calle, junto al contenedor de papel y cartón para reciclar.

Modelo Convivia:

Por sencillos que nos parezcan los alimentos servidos entre las comensales, sopa, pan, ¿queso?, las vívidas mesas como improvisadas de El almuerzo de Velázquez y Cena familiar de Ángeles Santos, en su primera etapa realista costumbrista, irradian un notable flujo de vinculación comunitaria. De Marifé García, guía turística especializada en pinacotecas.

Valoraciones

El convite resultó memorable, además de un fructífero intercambio de temáticas a cual más suculenta. Lástima que el espacio resultara algo pequeño para las casi veinte comensales que, inevitablemente, nos toqueteamos. Para la próxima se debería acotar el aforo.

Un gran acierto. Como broche de cierre, el festín calamitoso abogó por la tradicional austeridad de la repostería carmelitana, la cual no deja indiferente a ningún paladar y, acaso más importante, cuida y respeta la flora del aparato digestivo contemporáneo. Mancheguitos imaginados, rellenos de azúcares lentos.

Calamidad atraviesa sin premeditación ciertas fronteras exentas de peaje, al menos en apariencia, que podrían situarse en los límites en los vínculos entre personas conocidas. En no pocas ocasiones se deja llevar tanto por el fragor de la conversación que se siente impelida a creer que la vida es buena y amable...

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Autora >

Natalia Carrero

es colaboradora habitual de El Ministerio y autora a su pesar de 'Otra' (Tránsito, 2022), 'Yo misma, supongo' (Rata, 2016) y 'Una habitación impropia' (Caballo de Troya, 2012), entre otras. Preferiría no haber escrito nada.

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