En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
En las lenguas latinas la palabra fuego –de Oriente a Occidente: foc en rumano y catalán, fuoco, en italiano, focu en sardo, feu en francés, fuòc en occitano, fogo en portugués– proviene de la palabra latina focus, que aludía al sitio en el que se prendía la lumbre para cocinar en el hogar. Por lo mismo, aludía a hoguera, a brasero, pero también a hogar, a casa, a su calor. El origen de la palabra latina se encuentra, a su vez, en el sánscrito. En esa lengua antiquísima, en la que se trajo a Europa la rueda y la muerte, la palabra con la que se aludía al fuego no aludía al fuego, sino al hollín. El hollín es la cicatriz, la huella del fuego. Lo que indica que los hablantes de la primera lengua indoeuropea veían en el fuego algo sagrado. Tan desmesuradamente sangrado que no podía ser aludido ni pronunciado, de manera que tan solo se aludía a su cicatriz, a su huella, a su deshecho, a su sombra, a su componente más sucio y tangible. Comprendes el carácter sacro del fuego cuando lo ves en sociedades que apenas tienen otra cosa que el fuego. En esos grupos hay dos tipos. El fuego diurno se parece mucho a nuestro fuego. Es una sustancia útil, práctica, que nadie ve, si bien se utiliza constantemente. A su lado se habla de economía –esto es, de comidas futuras, que aún no existen–, de quejas, de otras personas, vivas, a las que se loa, se ridiculiza o se critica. Sin embargo, todo cambia por la noche, ese momento en el que el fuego sigue llamándose fuego, si bien es un objeto absolutamente diferente. Sirve para dar calor. O, apenas, ni eso. Fundamentalmente sirve para crear una mirada extraña, que solo se produce ante el fuego, ante el mar, ante un caballo, ante un bebé, ante el arte. Es una mirada perpleja, que no se cansa de mirar lo que ve, que tiene sed de mirar lo que ve. Es innata. Uno puede comprender la originalidad humana, la imposibilidad de definir y acotar lo que es un hombre, una mujer, un humano, cuando se observa la primera vez de un niño ante una hoguera, en la noche, y cómo comprende, en pocos segundos, que está asistiendo a algo portentoso, tal vez a su primer momento consigo mismo a solas, el primer acceso a un punto inaudito desde el que escuchar. El fuego es ahí, en la noche, una forma inconstante, llamada fuego, para no llamarla por su nombre real, prohibido, sepultado y olvidado hace miles de años. Pronunciar su nombre real podría acabar con el mundo, pues el mundo no está preparado para la verdad del fuego. Si se habla ante ese fuego nocturno, las conversaciones son extrañas. Únicas. Al punto que no se producen en otro momento del día. O de la vida. Casi el 90% de esas conversaciones son narración. En ocasiones lo hablado no es otra cosa que ficción pura. Historias, sucesos, mitos. En otras, se produce algo muy parecido a la ficción, al punto que puede ser su génesis: historias, aparentemente reales, sobre hechos lejanos y personas ya desaparecidas, que ya no están. Esas historias conforman lo que los primatólogos definen como hipermemoria afectiva: el recuerdo de seres que no existen, que entre los humanos pueden llegar a ser el recuerdo de seres muy anteriores, que nunca se llegaron a conocer. Todo esto lo he escrito, sencillamente, para explicar, para saborear que, en efecto, algo sucede con el fuego y la noche. Aún hoy, cuando los interruptores evitan la noche y el calor evita el fuego, existe el fuego y esa manera de mirarlo y de escuchar.
De noche se produce algo completamente diferente a lo que pudiera suceder por el día. Se denomina igual –sexo–, pero el sexo es ahí diferente. Sirve únicamente para crear una mirada extraña, que solo se produce ante el fuego, ante el mar, ante un caballo. Es una mirada perpleja, que no se cansa de mirar lo que ve, que tiene sed de mirar lo que ve. Es innata. Uno puede comprender entonces la originalidad humana, la imposibilidad de definir y acotar lo que es un humano. El mundo no está preparado para comprender el aroma de su saliva. Estallaría. Se produce entonces algo muy parecido a la ficción, al punto de ser su génesis. La narración de algo cuyo nombre real fue prohibido, sepultado y olvidado hace miles de años. De manera que solo podemos aludir, precariamente, a su cicatriz, su huella. Comprendes el carácter sacro de ese fuego cuando nos observa y ves que apenas tenemos otra cosa salvo ese fuego.
En las lenguas latinas la palabra fuego –de Oriente a Occidente: foc en rumano y catalán, fuoco, en italiano, focu en sardo, feu en francés, fuòc en occitano, fogo en portugués– proviene de la palabra latina focus, que aludía al sitio en el que se...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí