Cataluña
El manifiesto que nadie pidió
Una implantación masiva de renovables nos llevaría a un calentamiento muy por encima de los 1,5º C, pero poco importa, porque aquí han venido a trincar, y los que presentamos objeciones científicas y técnicas somos arrinconados
Antonio Turiel 8/12/2022
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Hace un par de días, diversos diarios catalanes (con La Vanguardia a la cabeza) se hicieron eco de la publicación de un manifiesto en favor de la rápida implantación de grandes proyectos renovables en Cataluña. Dicho manifiesto viene avalado por diversas personalidades de los ámbitos académico, científico, activista y naturalista catalanes. Para mí, la publicación de este manifiesto ha sido algo inesperado, sorprendente y doloroso. Inesperado, porque no tenía la más mínima idea de que algo así se estuviera preparando, aunque al parecer su elaboración se hizo prácticamente debajo de mis narices. Sorprendente, porque cuesta entender qué necesidad ni utilidad tiene un manifiesto así, si no es la de favorecer ciertos intereses económicos espurios. Doloroso, porque entre las personas que dan públicamente su apoyo a este manifiesto cuento amigos y conocidos cercanos.
Nada pasa por casualidad. La cuidada página web y el amplio eco mediático dado al manifiesto revelan un plan concertado con un fin muy claro, que no es otro que el de crear un clima de opinión favorable a determinados proyectos de renovables y a uno en particular, el Parque Tramuntana, un proyecto de eólica marina en la Bahía de Roses que cuenta con las bendiciones de prácticamente toda la clase política catalana. No en vano, de los cuatro artículos que se enlazan en la página del manifiesto, tres se refieren a la eólica marina, lo que en Cataluña quiere decir exclusivamente la Bahía de Roses.
El manifiesto, se nos dice, viene avalado por científicos/as, expertos/as y activistas ambientales. Se pretende así crear la impresión de que las afirmaciones del manifiesto están bien fundadas desde el punto de vista técnico. Nada más lejos de la realidad: la experiencia de las personas implicadas tiene que ver con las ciencias ambientales, pero no con la política energética o el mero conocimiento del sistema energético. Es una lástima que a ninguna de estas personas se les ocurriera contrastar las afirmaciones del manifiesto con algún experto en el tema, y de nuevo es doloroso para mí que ninguna de las personas que me conocen bien pensaran comentármelo –aunque, ya lo sabemos, “Turiel es un radical antirrenovables” (he tenido que aguantar esta estupidez más de una vez)–.
Las afirmaciones del manifiesto son las habituales, con las mismas afirmaciones falaces o al menos discutibles de siempre. Déjenme comentar las dos más flagrantes.
Se pretende crear la impresión de que las afirmaciones del manifiesto están bien fundadas desde el punto de vista técnico. Nada más lejos de la realidad
La primera es que en el conjunto del Estado español la generación renovable constituye el 47% de la electricidad generada, mientras que en Cataluña es solo del 19% –por tanto, Cataluña se está quedando en la cola y tiene rápidamente que “hacer los deberes” en la lucha por la descarbonización y la seguridad energética–. Dejando al margen la obviedad de que no todos los territorios tienen la misma capacidad de generación renovable (la mitad de la renovable en España proviene de la hidroelectricidad, y nadie tiene la culpa de que, salvo el Ebro, los ríos catalanes tengan un potencial hidroeléctrico limitado), está la falacia de que se puede hacer lo que se quiera en cada comunidad autónoma. Pero es que resulta que Cataluña no es una isla eléctrica, sino que forma parte del sistema eléctrico ibérico. Toda la producción eléctrica está integrada y armonizada. Y en Cataluña hay dos centrales nucleares, Ascó y Vandellós, las cuales, de hecho, producen el equivalente a más de la mitad del consumo eléctrico catalán. A principios del siglo XXI, en España se integró toda la energía renovable de nuevo cuño (eólica y fotovoltaica) que se pudo integrar, y simplemente ya no cabe más. No cabe más por razones técnicas, de estabilidad y despachabilidad entre otras, que sería muy largo detallar aquí. Baste decir que son esas dificultades técnicas (junto con otros factores, como la escasez hidroeléctrica o el parón nuclear francés) las que explican que este verano España haya consumido más gas que nunca para generar electricidad, que Alemania esté incrementando el uso del carbón o que Francia aumente el consumo de gas y carbón. El caso de Alemania es paradigmático, porque después de una “revolución energética” (Energiewende) el carbón aún representa un tercio de toda la generación eléctrica teutona.
A principios del siglo XXI, en España se integró toda la energía renovable de nuevo cuño (eólica y fotovoltaica) que se pudo integrar, y simplemente ya no cabe más.
Pero es que, además, tampoco hay mercado para más electricidad. El consumo de electricidad en Cataluña cae desde 2008. También en España. También en la Unión Europea. No hay mercado para más electricidad. De ahí el gran parón de la implantación renovable en la década pasada, no solo en España, sino en toda Europa. Hasta que no ha comenzado la nueva fiebre renovable al calor de los fondos Next Generation EU, ya no cabía ni un kilovatio·hora más. Por eso Cataluña se quedó en el 19%, porque ya tenía sus nucleares y porque formando parte del sistema ibérico no podía –ni puede– tomar decisiones a ese respecto por su cuenta.
Al hilo de lo que acabamos de comentar, vayamos con la segunda y mayor de las falacias del manifiesto: la implantación masiva de grandes proyectos de renovables permitirá reducir las emisiones de CO2 y de esta manera luchar contra el cambio climático. Eso significa asumir que se va a producir una sustitución de la actual matriz energética (abrumadoramente basada en los combustibles fósiles, un 86% a nivel mundial) gracias a la electrificación. Pero no está pasando nada que se parezca a eso. Las dos tecnologías clave para esa sustitución masiva, el coche eléctrico y el hidrógeno verde, tienen muchísimas limitaciones que hacen más que dudosa su implementación masiva. En el caso del hidrógeno verde, dada su alta ineficiencia, el último informe del Grupo III del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), publicado el pasado abril, dice textualmente que es una tecnología que no está madura para su implementación masiva y que le faltan décadas de desarrollo –a pesar de todo el hype que hay en este momento con él–. Pero, además, la extracción de materiales, fabricación e instalación de cantidades masivas de sistemas renovables implican unas emisiones de CO2 nada despreciables. De hecho, en el proyecto europeo MEDEAS, en el que yo participé, se mostraba que una implantación masiva de renovables nos llevaría a un calentamiento muy por encima de los 1,5ºC, de modo que los últimos 20 años de la transición se deberían dedicar a la captura del exceso de CO2 emitido. Por tanto, si se instalaran todos estos proyectos, destinados a un mercado eléctrico saturado y en contracción, al faltar las tecnologías adecuadas para expandir el consumo de electricidad, no se podría aprovechar su energía, y encima habríamos emitido todo el CO2 asociado a su producción e instalación. Todo un despropósito. Y eso por no hablar de todos los demás inconvenientes, como la escasez de materiales o la inviabilidad económica de estos proyectos en un mundo donde los combustibles fósiles están en declive. Todo eso lo comenté durante mi comparecencia ante la Comissió d’Acció Climàtica del Parlament de Catalunya el pasado mes de septiembre, aunque si Vd. no se enteró de que estuve allí, no se preocupe, es normal: la Agència Catalana de Notícies decidió omitir toda mención a mi presencia en la nota de prensa en la que sí cubría las aportaciones de los cinco colegas científicos y científicas con los que acudí al Parlament ese día. Incluso recogió las declaraciones de la empresa, que no estuvo allí. Pero las mías no.
Alimentados por los fondos Next Generation, estamos asistiendo a la burbuja del ladrillo 2.0.
Así pues, el manifiesto nos ofrece una falsa solución: la instalación masiva de sistemas renovables inútiles, con la excusa de que ahorrarán emisiones de CO2, cosa que no harán. Además, tiene la desfachatez de omitir toda mención a otras maneras de reducir las emisiones de CO2, como si solo los proyectos masivos de renovables pudieran conseguir la descarbonización. No se habla de decrecer, ni de optimizar. No se habla de otras maneras de luchar contra el cambio climático que no sean seguir con la lógica suicida del crecentismo y el extractivismo. Tampoco habla de los otros muchos problemas ambientales, tan o más graves que el cambio climático, entre otras cosas porque SU solución seguramente los agravaría. De hecho, una de las cosas que más llama la atención de este manifiesto es que, a pesar de ser secundado por personas con preocupación ambiental, no se hace la más mínima mención a los aspectos ecológicos, y se desdeña el hecho de que el propio IPCC dice que, antes que cualquier otra, la mejor medida para luchar contra el cambio climático es la preservación de los ecosistemas. Del peligro del colapso de los ecosistemas no se hace mención, como si fuera un tema menor, aunque sí se habla explícitamente del riesgo de colapso social y económico, dejando claro qué es lo que de verdad importa.
Y es que este manifiesto surge para defender el interés de los negocionistas, de los que ven que se lo van a llevar crudo instalando esos parques que no van a servir para nada, miles de aeropuertos de Castellón arrasando parajes de interés ecológico, artístico y paisajístico. Alimentados por los fondos Next Generation, estamos asistiendo a la burbuja del ladrillo 2.0. Aquí han venido a trincar, y los que desde la ciencia presentamos objeciones científicas y técnicas molestamos y necesitan arrinconarnos, porque si hay una sombra de duda, Europa no les pagará. Esta es la clave de todo.
El próximo día 13 de enero, la Generalitat de Catalunya organiza una jornada sobre eólica marina en la Residencia de Investigadores del CSIC, en Barcelona. El objetivo del encuentro es “contrastar las distintas posiciones científicas” sobre el impacto de un parque eólico marino en la Bahía de Roses. De un lado, los nueve autores de un extenso trabajo de revisión sobre los impactos de la eólica marina expondremos nuestras conclusiones. Del otro, el “otro grupo de científicos” expondrá las conclusiones de su “estudio”. Ese “otro grupo” está formado por los técnicos de una empresa subcontratada por la promotora del Parque Tramuntana, y de la propia contratista; el “estudio”, un texto sin sentido publicado en una revista filibustera (de las que te publican lo que les envíes con tal de que les pagues) y sin el más mínimo respeto a las elementales normas de deontología profesional (por ejemplo, sin declarar conflicto de intereses). En este contexto, no tengo ninguna duda de que el manifiesto será usado para “evidenciar” que quienes defendemos un análisis basado en la ciencia y los datos “somos una minoría” y que “la mayoría de la comunidad científica respalda la instalación del macroparque eólico en la Bahía de Roses”.
Nos darán diez minutos para defender nuestra posición. Deséennos suerte. Deséense suerte.
Hace un par de días, diversos diarios catalanes (con La Vanguardia a la cabeza) se hicieron eco de la publicación de un manifiesto en favor de la rápida implantación de grandes proyectos renovables en Cataluña. Dicho manifiesto viene avalado por...
Autor >
Antonio Turiel
Investigador científico en el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC.
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