ARTE CONSCIENTE
Sostenibilidad: un catálogo de ideas recibidas
El término se usa con frecuencia como lavado de conciencia colectiva en cuanto a la catástrofe climática que se nos avecina. Quizá sería necesario un ejercicio de deconstrucción de los clichés más comunes
Cristina Goberna Pesudo 11/11/2022
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Muchas cosas no han sido aún nombradas y muchas otras de tanto nombrarse están perdidas. Una de ellas es la noción de sostenibilidad.
La sostenibilidad, por definición, es la prevención de que se agoten los recursos naturales necesarios para el equilibrio ecológico. Sin embargo, es un término frecuentemente usado como lavado de conciencia colectiva en cuanto a la catástrofe climática que se nos avecina. Esto lo convierte en receptor de innumerables clichés, que no hacen más que alejarnos de la urgencia de su significado original. Si bien los sectores políticos reaccionarios se apropian de términos históricamente usados por los movimientos de izquierdas como “libertad”, el mercado actúa de forma similar reduciendo conceptos a una estética de corte superficial para acabar como reclamo de consumo. Quizás sería necesario un ejercicio de deconstrucción de los clichés que rodean a la sostenibilidad como alegato para su recuperación.
Que estas breves notas sirvan como un pequeño catálogo inacabado de lo que no es la sostenibilidad.
Plantar vegetación no es la mejor forma de ser sostenibles, a veces es más efectivo no hacer casi nada. La extracción de recursos naturales a través de la minería es quizás la actividad que más impacto tiene en la degradación del medio ambiente. La artista española afincada en Rotterdam, Lara Almarcegui, compra los derechos mineros de exploración del depósito natural del suelo en diversas partes del mundo para evitar su explotación. Estos lugares están delimitados por una superficie circular o cuadrada, que en sección llegan al centro de la tierra conformando gigantescos conos o pirámides invertidas de unos 800 metros de lado o diámetro de base. Un ejemplo de este trabajo fue Volcán de Agras. Derechos mineros, un proyecto artístico en el que se muestran 40 toneladas de lava puzolánica –la que se extrae para hacer cemento–, así como el contrato temporal con los derechos de exploración geológica con el que Almarcegui evita que este volcán valenciano sea explotado durante la duración del mismo. De esta forma plantea preguntas en torno a la naturaleza, la arquitectura y la instrumentalización de la superficie terrestre, mientras ejecuta formas legales resistentes a su explotación.
“Volcán Agras. Derechos Mineros”. Cortesía del IVAM
La sostenibilidad no es una noción estética, pero si lo fuese, sería “rough” (dura).
La oficina de arquitectura madrileña Elii (Uriel Fogué, Eva Gil y Carlos Palacios) está investigando cómo mejorar la sostenibilidad de la arquitectura reduciendo drásticamente el número de capas de materiales en sus proyectos. A menos capas de materiales usados, su aspecto será menos acabado, pero el impacto ecológico será menor. Para ello, usan potentes aislamientos térmicos que dejan vistos; los paneles contralaminados para los muros de carga de las estructuras quedan expuestos, las imperfecciones de los materiales no se cubren, los circuitos de las instalaciones quedan al aire, el suelo se termina simplemente puliendo el mortero y las uniones se hacen con tornillos para que el edificio se desmonte sin dejar huella. Para los arquitectos, esta idea viene de la noción de detalle constructivo como un contrato ecológico donde se reconocen los derechos de los otros más allá de los humanos. Bajo esta lente no antropocéntrica, gestionan la procedencia de los materiales, sus procesos extractivos, la posibilidad de desmontaje y reensamblaje de la construcción o la vida de la flora y fauna local en los edificios. “La sostenibilidad no es una noción estética”, dicen, “pero la estética es un campo de batalla de la ecología”.
La sostenibilidad no debe ser de clase, sino popular. Uno de los temas recurrentes en la última Bienal de Pensamiento de Barcelona fue la distinción económica y política entre diversos conceptos asociados al medio ambiente y la tecnología. La teórica política Chantal Mouffe apuntaba que, tras la pandemia, ha habido una transición hacia un neoliberalismo digital autoritario. El peligro que el “solucionismo tecnológico supone” no descansa tanto en la tecnología, sino en que potenciar el individualismo y el control sobre ellos puede acabar con la vida política. Por otra parte, el científico Antonio Turiel y la bióloga Charo Morán explicaban cómo muchas propuestas relacionadas con la sostenibilidad abogan por un ecologismo altamente tecnificado, no sólo contaminante, sino también apto únicamente para la población con gran poder adquisitivo. Se supone que las clases menos privilegiadas contaminan más al no poderse permitir, por ejemplo, coches eléctricos, pero lo cierto es que, a menos poder adquisitivo, menos contaminación. La división por clases en el acceso a prácticas sostenibles no es accidental y debería sustituirse por una sostenibilidad popular. El ejercicio de una sostenibilidad para cualquiera, y no sólo para quienes pueden pagarla, debería ser aplicable a todos los ámbitos, desde la alimentación a la arquitectura.
La sostenibilidad no es sinónimo de buenas intenciones; de hecho, puede ser una moneda de cambio del capital. La vegetación en las ciudades aumenta el valor del suelo, intensifica los procesos de gentrificación y expulsión de los vecinos si no viene acompañada de un blindaje de protección de los alquileres. Pero la controversia respecto a la vegetación urbana no acaba ahí. En Offsetted (Compensados), exposición y libro publicado por la editorial Hatje Cantz, Cooking Sections, una práctica espacial afincada en Londres y dirigida por Alon Schwabe (Israel) y Daniel Fernández Pascual (España), muestra en una extensa investigación cómo, en el año 2018, 678.183 árboles en Nueva York producían 109.625.536,06 dólares en “servicios medioambientales” anuales para la ciudad. Estos servicios están relacionados con las funciones biológicas de los mismos, es decir, absorben CO2 al filtrar la contaminación ambiental en las ciudades, lo cual plantea un esquema en el que sirven como instrumento de compensación de la destrucción del medio ambiente por parte de los humanos. En este caso, el peligro es que la degradación ecológica se acepta al no atacarse sus causas, pero se compensa a través del valor monetario del “trabajo” de los árboles que pasan a ser activos de la especulación inmobiliaria. Cooking Sections propone una serie de estrategias legales para apoyar el derecho de los árboles a dejar de ser elementos compensatorios y volver a ser simplemente, árboles.
OFFSETTED, Arthur Ross Architecture Gallery, GSAPP, Columbia University, New York. Fotógrafa: Cristina Goberna Pesudo
La sostenibilidad no debe ser una excusa para el crecimiento ilimitado, hay que parar de construir. En nuestro imaginario, más es siempre mejor y el decrecimiento se malentiende como vía hacia la pobreza. Sin embargo, en la naturaleza nada crece de forma infinita y el cambio climático, además, supone una pérdida de biodiversidad. Este hecho, comprobado hasta la saciedad, sigue siendo negado por ciertos sectores políticos y en concreto por los financieros. El motivo es simple. La economía actual se basa en el crecimiento ilimitado. En un futuro en base a la noción de decrecimiento no hay lugar para ellos. La negación del agotamiento de los recursos naturales se convierte en una batalla ideológica imposible con tintes a veces de greenwashing o green gaslighting, o lo que es lo mismo, en cómo hacer los negocios extractivos contaminantes de siempre, vendiéndolos en base a una falsa sostenibilidad y desenfocando sus causas para que no sean identificadas. Un ejemplo paradigmático que ilustra un movimiento en contra del crecimiento en la arquitectura es el trabajo de la arquitecto urbanista y profesora en el Swiss Federal Institute of Technology (EPFL), Charlotte Malter-Barthes, la cual, en su proyecto y próximo libro titulado A Moratorium on New Construction, invita a parar radicalmente de construir, confrontando a la disciplina con su complicidad en la degradación del medio ambiente, la injusticia social y con la pregunta de cómo usar los materiales de los que disponemos antes de extraer nada más. Al fin y al cabo, la arquitectura no es sólo construcción de nueva planta, sino el modelado de los espacios, sus tecnologías asociadas, los programas que la acompañan, la ciudad que construyen y la memoria que preservan.
La sostenibilidad no debe ser un reclamo para el consumo, sino una invitación para conversar. En octubre del año 2017, Naomi Klein se subió a un escenario en la ciudad de Sydney para presentar su último libro: This Changes Everything. En su intervención, Klein explicó cómo la crisis climática nos debe forzar a abandonar el mercado libre y reestructurar nuestros sistemas políticos. Para terminar, dijo algo especialmente significativo: “Si os preocupa el cambio climático, no vayáis al supermercado a comprar el último modelo de bombilla sostenible. Meteos en una habitación en la que haya gente discutiendo sobre el tema”. El sistema económico en el que nos hallamos potencia el aislamiento del individuo, por tanto, también la destrucción de las redes solidarias y de acción política de la ciudad. Una sociedad que basa sus valores en el consumo y la consecución de beneficios acaba con la vida comunitaria y, con ella, con sus placeres asociados. Quizás lo más radical que podemos hacer hoy en día por el medio ambiente es, como apuntaba Naomi Klein, juntar menos verde, pero juntarnos más entre nosotros para recuperar, entre todos, la idea de sostenibilidad.
“Volcán Agras. Derechos Mineros”. Fotógrafo: Lara Almarcegui.
Muchas cosas no han sido aún nombradas y muchas otras de tanto nombrarse están perdidas. Una de ellas es la noción de sostenibilidad.
La sostenibilidad, por definición, es la prevención de que se agoten los recursos naturales necesarios para el equilibrio ecológico. Sin embargo, es un término...
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Cristina Goberna Pesudo
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