El arte es mi trinchera
Imágenes de la prostitución en la pintura del siglo XIX
Un recorrido histórico a través de los estilos
Deborah García 30/01/2023
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Durante el siglo XIX la imagen de la prostituta en la pintura tuvo numerosos rostros, y, pese a ser una figura central dentro de la representación pictórica, a menudo ha sido denostada por la Historia del Arte. La pintura, la incipiente fotografía y después el cine se apoderaron de los cuerpos y las vidas de estas mujeres. Las prostitutas fueron convertidas en un objeto que mirar y consumir. Gracias a estas imágenes podemos hacer una especie de arqueología visual para comprender cómo evolucionó la prostitución. En un primer acercamiento vemos a las llamadas pierreuses, mujeres que ejercían la prostitución en descampados y de manera clandestina. Posteriormente harán su aparición las llamadas verseuses que fomentaban el consumo de alcohol y solían ser empleadas en las cervecerías.
La prostitución se convierte en París en un tema recurrente asociado a diferentes corrientes pictóricas. El París de los bulevares es también el París de las casas de la tolerancia, de los palcos de la Ópera y de los encuentros tarifados. Por muy objetivos y singulares que puedan parecer estos enfoques sobre el mundo de la prostitución, esta visión es la visión de los artistas hombres. En París, la prostitución atrajo tal cantidad de turistas que llegaron a editarse guías especializadas a modo de catálogos, en los que las prostitutas aparecian como meras mercancías. Las terrazas eran los lugares en los que las mujeres buscaban clientes, de manera visible y a plena luz, y también desde el interior del establecimiento. Un momento muy representado era la llamada hora de la absenta, que llegaba al finalizar la tarde. Ellas esperaban la llegada de los clientes sentadas en la mesa delante de una copa de alcohol o con un cigarrillo en la mano. Así nos las mostraron Manet, Van Gogh o Degas.
Las verseuses fueron aquellas mujeres prostitutas que tras la liberalización del comercio de lugares de venta de alcohol, y a medida que los prostíbulos disminuían, trabajaban en cervecerías. Las verseuses animaban a los clientes a beber simulando relaciones de seducción. Algunas de ellas ejercían la prostitución de manera clandestina dentro y fuera del establecimiento.
Otro de los lugares donde tuvo lugar la prostitución decimonónica fueron los cafés-concierto y cabarés. Las pinturas de Toulouse-Lautrec o Forain son ejemplos de este tipo de representaciones. Las mujeres subían al escenario y actuaban, gracias al baile y el canto atraían a un público principalmente formado por turistas, que acudían a las salas para tener encuentros sexuales hasta en los pasillos. Al Moulin Rouge o al Folies-Bergère acudían hombres que estaban de paso por París.
Escribía Flaubert que lo que le parecía más bello de París eran los bulevares, porque de esa forma, a la hora en la que las farolas de gas brillaban, era cuando paseando, podía ver a las mujeres a través del humo de su puro. Aquellas mujeres que Flaubert consumía con descaro, y de las que hablaba en sus cartas eran prostitutas. Mujeres que aparecieron en un París transformado tras la creación de los bulevares y después de la instalación del nuevo alumbrado urbano.
La prostitución que fue prohibida durante el día, estaba autorizada para chicas que tenían una tarjeta para poder hacerlo. Cuando llegaba la noche se encendían las farolas. Aquel momento coincidía con la salida de las fábricas de las mujeres obreras que, para mantener a sus familias, y debido al poco dinero que ganaban, se veían obligadas a ejercer la prostitución. Fueran quienes fuesen, prostitutas de baja categoría o cortesanas, aquellas llamadas bellas de la noche, sabían hacer destacar sus encantos a la par que la luz eléctrica iba metamorfoseando el paisaje urbano. Así lo muestran las obras de Steilen o Béraud. Aquellas mujeres eligieron detenerse cerca de las fuentes de luz para jugar con el brillo de las farolas, y de esa manera resaltar sus miradas y sus rasgos maquillados. Así, al abrigo de la modernidad, la prostitución, incluso de noche, era cada vez más visible. Allí donde debía ser discreta era ya, manifiesta.
Merece la pena analizar la prostitución que tuvo lugar en la ópera y los códigos que se manejaron para su representación. Los hombres abonados a este tipo de espectáculos son reconocibles en los cuadros, por sus sombreros de copa alta y su traje negro, algunos además tienen el privilegio de poder penetrar en el foyer de la danza, ese espacio privado que genera todo tipo de fantasías relacionadas con estar entre las bailarinas y entre bambalinas. Es en ese preciso momento, entre bambalinas, como lo muestran Degas o Manet, cuando estos hombres poderosos pueden conocer a las jóvenes, a menudo niñas, bailarinas de la ópera, que son más conocidas por el nombre de ratitas. Viendo en detalle el cuadro de Manet, Baile de máscaras, me pregunto quién es la rata en realidad. La mayoría de estas niñas proceden de familias pobres y eran matriculadas en las escuelas de danza gratuitas para contribuir a las economías familiares y procurarse un futuro mejor. Aunque la paga de las bailarinas es generalmente insignificante, la posibilidad de conocer a un rico e influyente “protector” basta para que la profesión sea atractiva. La ópera es considerada por los hombres de la época como un lugar propicio para los encuentros sexuales, sobre todo durante el período de carnaval cuando se celebraban los grandes bailes de disfraces.
Las casas de la tolerancia y los prostíbulos estuvieron aceptados y reglamentados desde el Consulado. De esta forma, se ejerció la vigilancia policial y médica que hacía que las mujeres prostitutas estuvieran dentro de un registro e inscritas con un número, así se aseguraban de que pasaran diferentes controles médicos. Siempre hubo antros, sitios para marineros y casas de lujo, pero el incremento de la prostitución clandestina, a finales del siglo, redujo de manera considerable los prostíbulos, mientras que las cervecerías de mujeres no dejaron de crecer. A partir de 1804 solo se mantuvieron aquellos establecimientos más distinguidos, un poco exuberantes, con decoraciones exageradas y destinadas a una clientela sobre todo adinerada. Según se traduce de las imágenes que algunos artistas nos dejaron, el burdel fue una especie de laboratorio para los pintores que buscaban temas modernos y que además querían renovar el tratamiento del desnudo.
A finales de los años del siglo XIX algunos jóvenes artistas de vanguardia, como Anquetin o Émile Bernard representan el universo de los prostíbulos desde espacios tan poco explorados como el aburrimiento. Aquellas horas de espera y el tiempo suspendido entre cliente y cliente para las mujeres.
Quizá Toulouse-Lautrec es el artista que mejor exploró y representó la cotidianidad de las prostitutas. Aquellas mujeres que pintó no eran simplemente mujeres fatales o víctimas de la sociedad, eran mucho más que prostitutas. En los lienzos de entre 1893 y 1894, el artista muestra la intimidad de las mujeres de las casas de la tolerancia. Cuadros a modo de testimonios pictóricos, una observación de la vida cotidiana de aquellas mujeres que nos proporciona una impresión completamente distinta a la que nos dan las imágenes de otros artistas contemporáneos del pintor. Entre los momentos más representados que suceden fuera de la mirada devoradora del hombre-cliente, y por ello más interesantes, están aquellos dedicados a los autocuidados. Girando en torno a la higiene personal, podemos ver imágenes en las que las mujeres son mostradas peinando su cabello y ajustándose el corsé, antes de la llegada del cliente y de la mirada del hombre. Además, en estas imágenes observamos vínculos estrechos entre las prostitutas que generan todo tipo de relaciones.
Las relaciones lésbicas entre las mujeres han sido descritas con frecuencia por Toulouse-Lautrec. Mujeres que se escuchan, mujeres poliédricas, más autoconscientes y poderosas que nunca. Imágenes que son como el reverso de esas pinturas en las que corre el alcohol y el jolgorio. Son los momentos de recogimiento de melancolía y por ende, más interesantes. En la serie de lienzos que Toulouse-Lautrec título Ellas realizó la crónica de la vida doméstica de las mujeres que vivían de la prostitución y del espectáculo. Fueron escenas íntimas que nos mostraban a aquellas mujeres lavándose y peinándose hablando entre ellas, también amándose.
Fuera del espacio controlado y cerrado de las casas de la tolerancia, la prostitución callejera era desarrollada por aquellas mujeres que tenían tarjeta. Eran las que estaban inscritas en los registros de la policía y las que estaban obligadas a hacerse controles médicos regulares. La mayoría de ellas estaban bajo el control de los proxenetas aunque había otras, llamadas insumisas o prostitutas clandestinas, que buscaban clientes de una manera un poco más discreta para librarse de aquellas redadas que las conducían a Saint Lázare, la cárcel-hospital destinada a cuidar a la mujeres enfermas de sífilis. Pese al intento del Estado de controlar la prostitución, esta se incrementó y muchas mujeres llegaron a prostituirse de manera ocasional porque sus oficios estaban muy mal remunerados. Siguieron aumentando también las cervecerías regentadas por mujeres, y de esta manera, con una prostitución en auge, llegamos al final del siglo XIX. Fracasa el sistema reglamentarista.
La prostituta ha sido un personaje ignorado por la Historia del Arte, pese a haber sido una figura central de la pintura del siglo XIX. Existió entonces una identificación entre el artista y la meretriz, fruto de su apego por la vida bohemia. Yo quiero quedarme con el trabajo de Toulouse-Lautrec, por su mirada rompedora hacia las mujeres prostitutas. Por ser capaz de representar lo que no se había representado antes: el lesbianismo, e incluso la bisexualidad. En Toulouse-Lautrec, la prostituta es esa nueva mujer, la que neutraliza la mirada masculina, esa que se deleita con otras mujeres, esa que es de repente sujeto y espectáculo. Esa que salta por encima de las convenciones de la época, que cruza la ciudad, esa primera flâneuse que hace del espacio público un espacio conquistado para todas las que no son hombres. La que con su movimiento desde la ópera a los bulevares está ya escribiendo una nueva narrativa: la verdadera contracrónica de la modernidad.
Durante el siglo XIX la imagen de la prostituta en la pintura tuvo numerosos rostros, y, pese a ser una figura central dentro de la representación pictórica, a menudo ha sido denostada por la Historia del Arte. La pintura, la incipiente fotografía y después el cine se apoderaron de los cuerpos y las vidas de...
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Deborah García
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