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Alberto Núñez Feijóo firmando el Plan de Calidad Institucional en San Felipe Neri, Cádiz.
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El pasado 23 de enero, Alberto Núñez Feijóo presentó su “Plan de Calidad Institucional” en Cádiz. Entiendo, por la solemnidad del acto y la evidente carga simbólica del escenario escogido –el Oratorio de San Felipe Neri, donde se proclama la Constitución de 1812–, que lo presentaba como un instrumento programático esencial para llegar a La Moncloa. Con la firma pública de esta especie de manual de buenas prácticas, él mismo se inscribe (o se encarna) en lo que para él es el origen fundacional de aquella historia política que reconoce como auténtica. Pero no es esto lo que ha llamado mi atención. Lo que me ha interesado ha sido uno de los apartados de este plan suyo que nos brinda, donde, sospecho, se encuentra algo así como una teoría feliz de la institución política que no debemos pasar por alto. Me parece que se da aquí otra oportunidad para recurrir al saber institucional del arte y poder desenredar un discurso que ya es patrimonio del sentido común (o del ‘entendimiento público’, como decía en otra ocasión) y que, al tiempo, apenas una pizca de análisis debería mostrar fácilmente como perplejidad intelectual.
Bajo el encabezado “Recuperar el prestigio de las instituciones” se suceden varios puntos en los que el líder popular aboga por facilitar el acceso de los “mejores profesionales” a los puestos de dirección de varios organismos públicos. Se enumeran varios (el CNI, el CIS y el INE) y, probablemente, de no haberse incluido RTVE (cuyo tratamiento jurídico –el de “ente”– nos sitúa aunque sea veladamente en el registro de los espacios ideológicos), no me habría dado cuenta de que una utopía conservadora es lo que en realidad se postula.
Ya debería poner algún pelo de punta la equiparación entre profesionalidad y neutralidad política
Ya debería poner algún pelo de punta la equiparación entre profesionalidad y neutralidad política, que aquí es más bien neutralidad ideológica, en la medida en que el candidato idóneo, se nos dice, es el que no se ha significado políticamente (en este sentido, es normal que a la izquierda se la vea desde la derecha como siempre ideológica, siempre significada y siempre dando el coñazo). “Tú no te signifiques, hijo” es el lema que resume este paradigma de la idoneidad institucional o paradigma de lo no-político, que en el texto de Feijóo se prescribe con una especie de precaución metodológica: que el candidato no haya ocupado un cargo público en los cinco años anteriores al nombramiento (se entiende que cinco años es el tiempo mínimo para que la pataleta de la significación o de la actividad política se le pase a uno).
Como es habitual con los planteamientos de la derecha, el delirio está presente: la professio, la presentación pública del saber de uno (que por supuesto está aquí depurado del engorro de la ideología como posición política explícita), es el criterio de excelencia para dirigir instituciones del Estado siempre y cuando lo profesado no sea político, porque, aunque la tarea a la que el candidato se postule sea de gobierno (gobierno de una institución concreta), la profesión de un saber político convierte a quien profesa en inepto. Pero esto sólo tiene sentido si también está operativo un pensamiento institucional que ve a las instituciones como no-ideológicas y no-políticas.
Aquí es donde naturalmente me entra un ataque de risa. ¿Qué clase de institución es esta que, para poder funcionar debidamente, debe renunciar al saber político? No hace falta que me ponga a Althusser de peineta para recordar que toda institución (incluso aquellas que hoy gozan del brillo de la verdad numérica, como el INE) es siempre espacio de formulación ideológica; dicho de otra manera: lo que diga RTVE (o lo que diga Ana Rosa) siempre se sitúa en el espacio de lo ideológico por decirse desde una institución (o por decirse desde un espacio que funcione como tal, aunque sea una cadena privada).
Toda institución es siempre espacio de formulación ideológica
Los últimos veinte años de prácticas comisariales y de gestión crítica del arte han sido un vérselas con este problema. Si los museos, centros de arte, bienales y plataformas similares aspiran a una reorganización horizontal del acceso a la cultura, ¿cómo se conjuga eso con la verticalidad de aquellos cargos (curadores, directores artísticos y de museo, críticos con columna fija) que nadie ha elegido? A la vez, las respuestas a esta pregunta han sido a menudo sacrificadas por la urgencia de mantener a las instituciones del arte en funcionamiento, esto es, produciendo ideología (sin duda, una producción ideológica que ponga contra las cuerdas a los relatos hegemónicos, planteamiento con el que yo estoy de acuerdo pero a cuyo carácter ideológico no puedo renunciar). Incluso análisis detallados en relación a la última gran polémica del arte en España (la salida de Borja-Villel del Reina) como el de Elena Vozmediano en El Cultural, hablan de un “escoramiento ideológico” en la gestión del museo. Hay aquí, sin embargo, una diferencia fundamental: que las instituciones del arte, por saberse lugares de enunciación ideológica, han intentado incluir en ellas mismas lugares para su propia contestación y examinación crítica, intento que ha tenido probablemente más fracasos que éxitos, pero del que al fin y al cabo se debe tomar nota.
Si me parece inconcebible la existencia de una institución cultural libre de ideología (sería algo así como solicitar la suspensión de su funcionamiento), ¿qué clase de contenidos produciría una televisión pública depurada de estos escoramientos? ¿Qué discurso audiovisual e informativo produciría este “ente” si estuviese gobernado por esta profesionalidad no-política que se nos plantea como criterio de idoneidad? Y lo más aterrador, ¿qué institución es esta que ve su paradigma de buen gobierno precisamente en estar despolitizada? Lo único que se me ocurre es que esta institución feliz sea una institución silente –y sabemos que esto es un absurdo, pues la institución siempre nos habla.
El pasado 23 de enero, Alberto Núñez Feijóo presentó su “Plan de Calidad Institucional” en Cádiz. Entiendo, por la solemnidad del acto y la evidente carga simbólica del escenario escogido –el...
Autor >
Pablo Luis Álvarez
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