El salón eléctrico
Tamames y el terror
No piensan renunciar a ejercer el poder –es lo que les mantiene con vida– por mucho mal que siembren a su paso. Esa es la naturaleza de los personajes terroríficos
Pilar Ruiz 18/03/2023
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Reyes eméritos del éxito añejo, glorias de España, supervivientes a muchos de su generación pasean su talento, sabiduría, vicios y contradicciones por la cúspide social. Juan Carlos, Vargas Llosa, Plácido Domingo… Y ahora, Tamames. Hombres talentosos que llevan décadas disfrutando de la alfombra roja de sus bien merecidos éxitos son repentinamente convertidos en banderas reaccionarias, representantes de valores –o pecados– de antaño frente a los desmanes y derivas de la sociedad contemporánea, a la que desprecian. ¿Son más sabios por ser viejos? El respeto a los mayores solo por serlo no es una obligación: el respeto se gana o se pierde. Por encima de ello –de ellos–, como de todo lo demás, está el bien común basado en la solidaridad para con los miembros más vulnerables de la sociedad: enfermos, ancianos, menores de edad. No es respeto, son derechos inalienables que, desgraciadamente, no se aplican a todos los hombres y mujeres que pasan de los 70 o los 80 años. Ahí tenemos el trato desdeñoso dispensado a la gran mayoría de jubilados por las huestes neoliberales contra el sistema público de pensiones, por ejemplo. Años llevan atizando un enfrentamiento generacional, culpando a los jubilados y jubiladas de la precariedad laboral de sus hijos y nietos, de la insostenibilidad del sistema y de mil zarandajas más. También aplauden sin rubor la dejación de funciones de las administraciones respecto a la imprescindible tutela sobre un servicio básico como el de las residencias de ancianos, sean públicas o privadas. Protocolos de la vergüenza y muertos por covid-19, aparte. Muy aparte, cierta clase dirigente empresarial lo tiene muy claro: no son productivos.
La mayoría de los viejos y viejas son olvidados por todo el mundo, léase políticos, prensa, administraciones, hasta que llega el día de las elecciones. Edadismo inverso o inversamente proporcional al poder que detentan algunos ajados figurones, estos sí con mucha voz mediática, enfadados con un mundo que ya no comprenden, y lo que es peor, lleno de jovenzuelos. El mejor análisis sociológico de ello lo firman los Monty Python y su banda de ancianas peligrosas.
Invitar a una estrella en decadencia era un recurso típico de los repartos de las películas de los 70
Invitar a una estrella en decadencia era un recurso típico de los repartos de las películas de los 70, especialmente en los géneros de terror o desastres, siempre frisando la serie B, como El coloso en llamas (Guillermin, 1974) o la saga completa de Aeropuerto. Exactamente igual ocurre en la próxima moción de censura al Gobierno presentada por un partido de ultraderecha, en este caso invitando a un famoso actor del Hollywood español, la fábrica de sueños de la Transición y su Régimen del 78. Con un ego inconmensurable, un anciano Narciso reverdece sus laureles alentado por otros más viejos: los cuarentones de un partido mucho más apolillado y carpetovetónico, una momia ideológica que arrastra su cuerpo embalsamado por la política nacional convirtiéndola en una película de terror de serie Z. Porque no hace falta haber cumplido muchas primaveras para ser, verdadera y totalmente, viejo: esta momificación no es cuestión de fechas en el DNI, ya decimos. Incluso algunos jóvenes se apuntan al discurso pardo-viejuno porque el embalsamamiento está de moda en medio mundo. En todo caso, esta película de desastres tiene ya su viejo divo. Y no diva, por supuesto; a las mujeres no se las espera en esas glorias de senectud, dicen que los estragos de la edad se ceban más con ellas. Un ejemplo: en la industria audiovisual se las considera demasiado viejas para encarnar a una protagonista a partir de los 35 años.
La imagen fílmica reproduce la imaginería que las artes plásticas fijaron hace milenios: belleza, juventud y esplendor físico como reflejo del Bien, frente a ancianidad, decrepitud y fealdad como espejo del Mal. Las abuelas siempre han aparecido en el género de terror como mucho más siniestras que los abuelos, porque la vejez femenina da más miedo. La patrona de todas ellas es la encantadora vecina de Mia Farrow y John Cassavetes en el edificio Dakota de La semilla del Diablo (1969). Polanski –especialista en retratos del Mal– dirige a la increíble Ruth Gordon –guionista de George Cukor, dramaturga y novelista además de reputada actriz teatral– en uno de esos papeles que se comen la pantalla: Minnie Castevet. Y eso que su marido es el jefe del aquelarre, porque son machistas hasta los satánicos, oigan.
Un aquelarre que hereda Hereditary (Aster, 2018), con esas abuelas asesinas de niños, brujas en la mejor tradición de Hansel y Gretel. La misma clase de ancianas protagonizan La abuela (Plaza, 2021) en un interesante juego de espejos sobre el infierno de los cuidados y la no menos infernal exigencia de eterna juventud que pesa sobre todas las mujeres.
Y en Las brujas de Zugarramurdi (De la Iglesia, 2013), fascinado por las mujeres que le dan miedo, el director vasco retrata a unas mujeres que no escapan a la visión misógina, también vasca, de su mitificado matriarcado. Brujas, todas brujas… La vieja acusación se transforma en el insulto propio de la gente de bien para definir a las mujeres que se salen de la norma establecida, y más si son viejas, feas, rebeldes.
De tanto repetirlo termina convertido en uno de los gritos feministas más populares en todos los 8M: “Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar”.
Pero el verdadero terror no proviene de lo sobrenatural ni de la magia: es envejecer. M. Night Shyamalan lo suscribe en Tiempo (2021), aunque esté empeñado en descafeinar el género con la mayor cantidad de trampas narrativas posibles hasta degenerar en ridículo. Con la misma intención, le sale algo mejor La visita (2015), un evidente ejercicio de serie B con la demencia senil como tema terrorífico, como ocurre también en Viejos (Cerezo, González Gómez, 2022).
Los hombres ancianos no necesitan subterfugios mágicos para hacerse con el poder de manipular la realidad
A diferencia de las mujeres, los hombres ancianos no necesitan subterfugios mágicos para hacerse con el poder de manipular la realidad a su antojo. Ahí tienen a todos los capos mafiosos habidos y por haber, desde Vito Corleone o el propio Michael ya añejo de El Padrino III (Coppola, 1990). Entre esos viejecitos poderosos y recalcitrantes estaría en pleno la jerarquía eclesiástica: papas, cardenales y obispos octogenarios pasean sus años reivindicando el más longevo de todos los poderes; más de 2.000 años de provecta tiranía. Les siguen a poca distancia imames, rabinos, predicadores, monjes de todas las sectas posibles, sabios convertidos en la punta de lanza de la desconfianza y el odio ante cualquier innovación o cualquier avance “juvenil”. Todos estos jefazos de sectas, satánicas o no, comparten racismo, homofobia, antifeminismo, anticomunismo y antiprogresismo de toda índole. Y mucho clasismo, a raudales. Pueden encontrar el retrato de uno de estos viejos poderosos siniestros, muy reales y, por eso mismo, más aterrador, en Todo el dinero del mundo (Ridley Scott, 2017), que cuenta el caso real del secuestro por parte de la ‘Ndrangheta calabresa del nieto de J. Paul Getty, entonces ya anciano y uno de los hombres más ricos del mundo. Autor, además, de un libro de autoayuda para engaño de incautos, titulado Cómo ser rico, y su propia autobiografía, donde reconocía que su negocio petrolero y su habilidad en él fueron herencia de su padre. (¡Ah, la meritocracia…!) En esta película, al patriarca de la dinastía Getty le presta su cuerpo –ya muy baqueteado– el veteranísimo Cristopher Plummer, quien ganó su tercer Oscar a mejor actor de reparto por esta interpretación. Plummer falleció apenas dos años después, haciendo cine hasta el último día. Su J.P. Getty es un monumento a la crueldad, al engaño y la trapacería, un paradigma de miseria moral que paga el rescate de su nieto solo cuando sus contables le aseguran que le saldrá rentable gracias a la ingeniería financiera. El hombre admirado, adulado, poderoso e implacable en los negocios que trataba a todo el mundo con idéntico despotismo, hacía gala de una tacañería legendaria –le costó una oreja a su nieto–, llegando a lavar a mano su propia ropa u obligar a todas los empleados de sus empresas a aprovechar el papel de los documentos por las dos caras bajo pena de multa. Incluso instaló una cabina telefónica en su mansión de Sutton Place para no tener que pagar llamadas a sus empleados. En una sola ocasión montó una fiesta y fue tan cutre que los invitados se mofaron de él durante décadas, así que nunca volvió a dar ninguna. Getty murió muy anciano, a los 83 años, en 1976, dejando al mundo más aliviado y una famosa colección de arte emblema de su obsesión por la rapiña.
Riquezas sin límite. Éxito a raudales, legiones de admiradores. Mimados por la fortuna durante décadas o vidas enteras. Caprichosos. Codiciosos con impunidad absoluta para cometer tropelías. Egoístas patológicos, personalidades psicopáticas. Los perfiles pueden ser distintos, pero se complementan y coinciden en formar parte de un selectísimo Club del Privilegio. No piensan renunciar a ejercer el poder –es lo que les mantiene con vida– por mucho mal que siembren a su paso. Esa es la verdadera naturaleza de los personajes terroríficos.
Reyes eméritos del éxito añejo, glorias de España, supervivientes a muchos de su generación pasean su talento, sabiduría, vicios y contradicciones por la cúspide social. Juan Carlos, Vargas Llosa, Plácido Domingo… Y ahora, Tamames. Hombres talentosos que llevan décadas disfrutando de la alfombra roja de sus bien...
Autora >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí