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Ayer noche me entretuve mirando Photographs and Notebooks (1993), libro de fotografías tomadas por Bruce Chatwin durante sus viajes, complementadas con una selección de sus libretas de apuntes. Recién hice venir el libro desde mi biblioteca mexicana. Tras un poco de aritmética (de la más sencillita, la única que se me da) descubro con vértigo que no lo había mirado –sus láminas, sus párrafos– en ¡tres décadas!
Igualmente descubro que, entre tanto, mi mirada sobre Chatwin se ha desplazado. Sin renegarle mi devoción (¡eso jamás!), no lo miro ya con la encandilada reverencia de mis veinte años. Chatwin era Dios. Hoy veo a un joven prodigio bastante perdido (¿quién no lo está o estuvo?), empeñado en soñarse Rimbaud (¿y quién no?), dotado tanto de magnetismo como de plenos y prodigiosos poderes de observación. Lo veo, también, aquejado de una franca proclividad a la mistificación del yo: Chatwin, descontento con lo que era, debía constantemente reinventarse. El viaje le propiciaba la ilusión de disolverse en el mundo; el retorno, la ocasión de barajar la propia leyenda.
“No me lo tomes a mal, Bruce. No eres tú, soy yo”; he ganado en experiencia del mundo y, si me encandilas menos, es porque te comprendo mejor. Conozco tu obra, leí tu biografía, hurgué en tu correspondencia. Puedo descorrer el velo de tu esnobismo. Intuyo el confuso tormento que te causara tu indefinición sexual.
Las fotografías de Chatwin –coloridos fragmentos de fachada, láminas acanaladas, toldos, flancos de piragua (todo con una Leica 24x36)– son muy plásticas. Es innegable la sensibilidad cromática, pero raramente, desde el punto de vista estrictamente fotográfico, resultan memorables.
La última vez que, hace treinta años, miré (con embeleso) el libro –¡sus láminas!, ¡sus párrafos!–, mal sabía situar Mauritania en un mapa. Ahora, en parte porque a mi vez me soñé Rimbaud, porque me soñé Chatwin, he estado también, siempre de paso, por allá: he entrado ilegalmente desde el río, en una lancha de contrabandistas de azúcar –y sí, ojo, todo suena siempre más romántico de lo que es en realidad… Y bien sé que a ello se llama la alquimia del verbo.
Un trecho de la transcripción de los célebres moleskine de Chatwin se ocupa de la experiencia mauritana. Interesante descubrir la anotación en bruto, ya penetrante, ya ligera, pero no transmutada aún por los misteriosos alambiques del estilo. De la lectura colijo que a Chatwin, en el fondo, no le gustaba África –su crudeza esencial, su inmediatez–; sin duda le prefirió el Oriente, al que, esteta al fin, atribuye misticismos más elegantes.
Si el prestidigitador Chatwin se creyó alguna vez fotógrafo, se creyó alpinista, se creyó paleontólogo, también, en un momento dado, se pensó artista plástico. El Chatwin artista construyó, tal como hiciera en secreto Truman Capote –de quien dicho sea de paso copió ciertos manierismos vitales–, cajas o ensamblajes de estirpe cornelliana a partir de las curiosidades recogidas en sus constantes periplos.
En un impulso –¿de autocrítica, pudor, propiocepción?– destruyó todas sus cajas salvo una: GOD BOX.
¿Por qué la salvó?
Misterio.
Venturosamente, lo hizo.
En el libro que comento hay un registro en blanco y negro de la CAJA DIOS, y la somera enumeración de sus piezas constitutivas. ‘Djoudjous’ africanos, elementos mágicos de protección o de mántica: un camaleón seco, la pluma de una gallina de guinea, espolones de gallo, un órgano animal indeterminado y ¡el tímpano de un león! Precisa el pie de foto que GOD BOX alguna vez contuvo, también, un cráneo de mono, que después se extravió.
Yo –que a veces me creo fotógrafo, a ratos me siento artista, de cuando en cuando me pienso librepensador dieciochesco o filósofo natural, e incluso, de tanto en tanto, presumo de escritor– cráneos de mono, tengo algunos a mano… Restituyo –al menos fotográficamente y escandalosamente fuera de escala, lo siento– un cráneo estrellado a ese poderoso y enigmático amuleto de mediación con lo invisible que es GOD BOX.
¡Respeto, hoy y siempre, para los conjuros y los grandes pactos de un Gran Hechicero!
Ayer noche me entretuve mirando Photographs and Notebooks (1993), libro de fotografías tomadas por Bruce Chatwin durante sus viajes, complementadas con una selección de sus libretas de apuntes. Recién hice venir el libro desde mi biblioteca mexicana. Tras un poco de aritmética (de la más sencillita, la...
Autor >
Alain-Paul Mallard
Escritor, coleccionista, fotógrafo, viajero, cineasta, dibujante, Alain-Paul Mallard (México, 1970) es autor de 'Evocación de Matthias Stimmberg', 'Nahui versus Atl', 'Altiplano: tumbos y tropiezos'. Vive en Barcelona.
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