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La relación entre los Beatles y el jazz nunca fue fluida. Mientras que, por su lado, los Beatles –en especial Paul McCartney, cuyo padre era un músico semiprofesional que incluía en su repertorio standards poco exigentes de la era del swing– utilizaron ritmos y melodías más o menos jazzísticos con la misma voracidad bulímica con que canibalizaban todo lo que tenían a mano, la enorme mayoría de los músicos de jazz que recurrieron a las canciones de los Beatles parecían hacerlo por cuestiones más crematísticas que artísticas y con un mal disimulado desprecio. Basie’s Beatle Bag y Basie on the Beatles, los dos discos del por otra parte genial exponente del swing Count Basie, son un buen ejemplo. En la mayoría de los casos, su orquesta despacha las melodías con laxa condescendencia para luego poner en marcha la contundente maquinaria swing por la que es conocida, sin miramientos ni delicadezas. Con mayor o menor fortuna, cantantes como Sarah Vaughan, Ella Fitzgerald o Frank Sinatra intentaron versiones en las que retuercen las composiciones de los Beatles todo lo posible para llevarlas a su terreno, donde siempre parecen perder al lado de temas más adecuados para su tesitura. Existe un compilatorio titulado Blue Note Plays the Beatles en el que músicos como Chet Baker o Lee Morgan también demuestran no saber qué hacer con esa música.
Algo, sin embargo, cambió en 1996, cuando el pianista Brad Mehldau incluyó ‘Blackbird’ en el volumen 1 de su Art of the Trio. Mehldau, a quien muchos compararon apresuradamente con Bill Evans y que años más tarde repitió la operación en Largo con ‘Mother’s Nature Son’ y ‘Dear Prudence’, exploraba las canciones de los Beatles con un respeto, fascinación y amor que estaban ausentes de las versiones jazzísticas anteriores y, de ese modo, encontraba un nuevo mundo en esas notas tan conocidas, como insinuando los reflejos que se ocultan en sus pliegues.
Su último disco, Your Mother Should Know (con el elegante y revelador subtítulo de Brad Mehldau Plays The Beatles, Nonesuch, 2023), en realidad un concierto en directo grabado hace casi tres años en París, es una auténtica maravilla, quizá uno de los mejores discos de jazz de los últimos años, y la mejor de las reconciliaciones posibles entre ambos mundos. Incluye diez canciones de los Beatles que abarcan casi todas sus épocas, desde los comienzos de Please Please Me hasta Abbey Road, y, en lugar de utilizarlas como excusa para largas improvisaciones expresionistas, indaga en su estructura melódica y armónica, invirtiendo los elementos cuando lo cree necesario, y siempre con una actitud de gozosa sorpresa, como si las estuviera descubriendo en ese mismo momento y nos contara qué le pasa al hacerlo. Así, si ‘I am the Walrus’ se inicia con una línea oscura, tentativa, buscando la armonía esquiva, y en ‘Your Mother Should Know’ el desvío, la inclinación, están teñidos de nostalgia, la primera gran sorpresa del disco aparece con ‘I Saw Her Standing There’, el potente rock and roll con el que los Beatles iniciaron su primer LP y en el que Mehldau encuentra, en las frases repetidas de la melodía, una nota más, que suena absolutamente perfecta y que, a partir de ahora, se echará en falta en la versión original. Tanto la reescritura minimalista de ‘If I Needed Someone’ (el único tema de Harrison, que éste compuso como homenaje a los Byrds) como las extensas versiones de ‘Baby’s in Black’ o ‘Golden Slumbers’ apuntan a lo mismo: una búsqueda –y un encuentro– de lo que la canción original insinúa y escamotea, un pantallazo de las alternativas que se ocultan detrás de cada nota y, en esas alternativas, el reflejo del propio Mehldau teñido con los colores de los Beatles. El último tema es una versión de calidad equiparable de ‘Life on Mars?’ de David Bowie, que no es un salto estilístico ni tampoco una apropiación jazzística del pop, sino una reafirmación del poder que tiene la gran música para apuntalarse en sus géneros y, al mismo tiempo, elevarse sobre ellos. Casi como poniendo en escena aquel famoso párrafo de Cortázar sobre el jazz, en el que habla de que “quizá había otros caminos y que el que tomaron era el mejor, pero que quizá había otros caminos dulces de caminar y que no los tomaron”, Mehldau recorre, con sus versiones de los Beatles, esos otros, dulces caminos.
La relación entre los Beatles y el jazz nunca fue fluida. Mientras que, por su lado, los Beatles –en especial Paul McCartney, cuyo padre era un músico semiprofesional que incluía en su repertorio standards poco exigentes de la era del swing– utilizaron ritmos y melodías más o menos jazzísticos...
Autor >
Eduardo Hojman
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