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economía

La voracidad de los empresarios y el dogma del BCE

Friedman impuso que para rebajar la inflación hay que reducir la cantidad de dinero disponible. Las autoridades monetarias saben que eso no funciona siempre, pero crecieron con un credo y de ahí no hay quien les saque

Emilio de la Peña 10/04/2023

<p>Cesta de la compra, supermercados, precios </p>

Cesta de la compra, supermercados, precios 

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Los bancos centrales no están de suerte. En los momentos más difíciles no atinan demasiado y eso que tienen un poder absoluto en su ámbito de competencia. No hay quien les diga nada. Me refiero especialmente al Banco Central Europeo. Su desempeño durante la crisis financiera internacional o Gran Recesión, como se quiera llamar, no pudo ser más errática, cuando no inoportuna. Sólo en el momento en que los desastres amenazaban con acabar con el euro, in extremis actuó para evitarlo. Eso sí dejando detrás un reguero de víctimas en los países periféricos de la eurozona por una austeridad impuesta por el BCE y la Comisión Europea.

Ahora, al desatarse una inflación totalmente inesperada, la autoridad encargada de evitarla, el BCE en el caso de la Eurozona, vuelve a responder con recetas que parecen dañar más que curan. También ocurre en Estados Unidos con la Reserva Federal y en otros lugares.

Siguen el mandato que desde el más allá continúa imponiendo el neoliberal Milton Friedman: hay que rebajar la cantidad de dinero disponible para reducir la demanda, es decir, la propensión a comprar, que es la que provoca la subida de los precios. Y eso se hace subiendo el interés que el BCE, o cualquier otro banco central, cobra a los bancos cuando sacan de allí dinero. Y no hay otra. Han pasado ocho meses desde que el BCE inició la subida y la inflación apenas ha bajado. Los precios se incrementaban entonces en la zona euro el 8,9% anual. La inflación subyacente, la que no cuenta ni energía ni alimentos sin elaborar, aumenta cada mes. Es en teoría la que más preocupa al BCE.

El motor de la inflación se puso en marcha casi un año antes de que Rusia iniciase la invasión de Ucrania

Así nació la inflación actual: su motor se puso en marcha casi un año antes de que Rusia iniciase la invasión de Ucrania. El petróleo costaba tres veces más en enero de 2021 que a mediados del año anterior, y aún faltaban 13 meses para comienzo del ataque ruso.  El gas natural se incrementó en ocho meses de 2021 más del doble de su precio. Y faltaban cuatro meses para la guerra. En ese mismo periodo, el trigo había subido un 30 por ciento en el mercado internacional. Claro. Todas esas materias primas indispensables estaban en plena escalada y la continuaron en medio de los bombardeos.  A esto podemos llamarlo la primera ronda inflacionista, de la que pudieron beneficiarse quienes operaban en esos mercados: grandes inversores o grandes corporaciones. 

Luego llegó el siguiente efecto: el traslado al consumo de los ciudadanos incrementando el margen comercial y por tanto el margen de beneficio de las empresas. Se dispararon el resto de los precios. Incluso, descontando la energía, la inflación no sólo no ha bajado desde que el BCE comenzó a subir los tipos de interés, sino que ha subido. En el conjunto de la eurozona subía un 5,0 por ciento anual, antes del comienzo de la subida de tipos, ahora lo hace un 7,8 por ciento.

En 2022 no se apreciaba un aumento significativo de la demanda en términos reales

La receta de Christine Lagarde y compañía podía valer si efectivamente la escalada de precios se debiese sobre todo al aumento de la demanda. Sin embargo, en 2022, el año en el que se desató la inflación, no se apreciaba un aumento significativo de la demanda en términos reales, es decir, sin tener en cuenta la inflación, que obviamente engordaría el consumo más de lo que se ha registrado en realidad.  

La masa monetaria, en términos técnicos el M3, es empleada por los monetaristas para comprobar si hay demasiado dinero en manos del público o no. Si el dinero crece en exceso puede significar que la inflación es debida al aumento de la demanda. Así lo entienden todos los neoliberales, que son los que mandan en el BCE, en la Reserva Federal y demás. Es el termómetro que explicaría por qué hay inflación y la forma de atajarla: subiendo el tipo de interés, que hace que haya menos dinero en la calle. Pues bien, cuando el BCE decidió subir el tipo de interés, el 27 de julio del año pasado, la masa monetaria, el M3, estaba en el nivel más bajo desde hacía 28 meses. 

Hay otros datos que indican con claridad que los precios no están disparados porque haya mucha demanda. 

En 2022 la renta disponible de los hogares, el dinero con que en realidad contaron, subió tan sólo el 3,6% y la inflación media de todo el año fue del 8,4%, aunque se moderó paulatinamente. La consecuencia es que a los particulares no les llegaba el dinero que ganaban, ya que el gasto que hubieron de hacer los hogares aumentó un 11,5%. No es que fueran unos manirrotos, es que ese porcentaje se explica por la subida de los precios. Por ello, su ahorro cayó al nivel más bajo desde 2019. La remuneración del conjunto de los trabajadores subió el año pasado al 5,8 %. Aumentó ese porcentaje porque hubo más personas con empleo, pero el sueldo por asalariado creció tan sólo el 2,7% por ciento. Según la estadística de convenios colectivos.

Esto no les ocurría a todos. Las empresas vieron aumentar sus ganancias el 15% en relación  al año anterior. Recordemos, la patronal CEOE puso el grito en el cielo y su presidente, Antonio Garamendi, se negó a firmar un aumento de 80 euros para el salario mínimo hasta dejarlo en 1.080, mientras que su sueldo se situaba en 400.000 euros.  

Las empresas se beneficiaron con la subida desproporcionada de los precios

Esto explica dos cosas. La primera, la demanda, la propensión al consumo, no parece ser la causa de la inflación esta vez. Y la segunda, las empresas ganaron mucho, sus beneficios crecieron claramente por encima de la marcha de la economía y por supuesto de los salarios. La explicación es que se beneficiaron con la subida desproporcionada de los precios, elevando el margen comercial, a costa de los consumidores.

Ahora, al castigo de pagar altos precios por los productos que tienen que comprar, muchos de ellos sufren una doble pena: la subida de sus cuotas para pagar la casa hipotecada como consecuencia de la receta del BCE para bajar los precios. Son cinco millones de viviendas en esa situación, cuya propiedad puede notar que le ha subido un pico. Supongamos una hipoteca por 150.000 euros a pagar en 15 años. El cambio de cuota mensual puede suponer pagar 148 euros más, si la hipoteca es a interés variable.

El economista y escritor José Luis Sampedro es autor de un libro que más tarde actualizó con el también economista Carlos Berzosa.  Es de hace años. Se titula La inflación al alcance de los ministros. En él explica cómo las razones de la subida desmesurada de precios pueden ser muchas y no necesariamente deberse al aumento de la demanda, como impusieron los neoliberales monetaristas de Friedman hace más de 50 años. Y ahí sigue el dogma. Los bancos centrales continúan aplicando su receta sin más. Sampedro recuerda que el beneficio de las empresas está muchas veces detrás de la escalada de precios. Ahora más que en otras épocas, porque el poder de oligopolios y grandes compañías es muy superior. Otra de las razones que señala es la “inflación importada”, por el alza de productos energéticos y demás materias primas. Llama a ambas cosas la inflación capitalista. Ahora diríamos que son precios nacidos de mercados especulativos internacionales, como el del petróleo o el del gas natural, y por el deseo irrefrenable de los empresarios de ganar más a costa de aumentar los márgenes que imponen a los consumidores.

Según contó Reuters, un equipo de 26 economistas del BCE realizó un retiro tranquilo y seguro que muy frío en un pequeño pueblo de Finlandia durante la última semana de febrero. El propósito era aislarse para elaborar propuestas sobre la política monetaria que debía acordar el Consejo del banco emisor. La idea que prevaleció allí no coincidía con la línea seguida por el BCE para combatir la inflación. Concluían que los márgenes de las empresas han aumentado a expensas de los consumidores y de los asalariados. Desde entonces, el Consejo del BCE se ha reunido una vez y ha vuelto a subir los tipos de interés.

No es que las autoridades monetarias no sepan estas cosas. Es sencillamente que crecieron con un credo, el neoliberalismo y la ortodoxia monetarista, y de ahí no hay quien los saque. El dogma es el dogma.

Los bancos centrales no están de suerte. En los momentos más difíciles no atinan demasiado y eso que tienen un poder absoluto en su ámbito de competencia. No hay quien les diga nada. Me refiero especialmente al Banco Central Europeo. Su desempeño durante la crisis financiera internacional o Gran Recesión, como se...

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Autor >

Emilio de la Peña

Es periodista especializado en economía.

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