séptimo arte
El retorno del artesano del cine español
Treinta años después de su última película, el cineasta vasco Víctor Erice vuelve a las grandes pantallas con ‘Cerrar los ojos’. Un retorno aplaudido en el Festival de Cannes, pero también polémico
Enric Bonet Enviado especial a Cannes , 25/05/2023
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Planos con una duración calculada al milímetro, un uso casi artesanal del plano-contraplano y constantes referencias metacinematográficas. El cineasta vasco Víctor Erice, de 82 años, domina como nadie en España el lenguaje del séptimo arte. Eso resulta palpable en su última película Cerrar los ojos, presentada esta semana en Cannes. Treinta años después de su anterior largometraje de ficción, El sol del membrillo (1992), el retorno de Erice ha sido uno de los grandes acontecimientos en esta edición del festival de los festivales. Una vuelta que no ha estado exenta de polémica y misterio.
Sin estar a la altura de El espíritu de la colmena (1973) –la única española que el British Film Institute incluye en su clasificación de las 100 mejores películas de todos los tiempos– ni de varias obras anteriores de Erice, Cerrar los ojos es un buen filme, aunque irregular y con altibajos. No obstante, regala al espectador algunos de los momentos más brillantes que se han podido ver en esta edición. Y sorprende que no haya sido incluida entre las 21 que compiten por la Palma de Oro.
“Puede que más de uno se pregunte: si la película estaba lista para ser proyectada en Cannes Première, ¿por qué no lo estaba para ser presentada a Competición”, se quejó Erice en una carta abierta, publicada esta semana. Más que del hecho de no haber sido seleccionada como aspirante a la Palma, en ella lamentaba “la falta de diálogo” con Thierry Frémaux, responsable del Festival de Cannes, quien negó estas acusaciones. Esto motivó la ausencia del director vasco el lunes 22 de mayo en el estreno en primicia mundial de su esperado largometraje. Una polémica que hizo resonar la realidad con uno de los temas predilectos del filme: el elogio del cine como un refugio redentor, un escondite en unos tiempos actuales marcados por el sensacionalismo y la inmediatez.
Cerrar los ojos está llena de autorreferencias, tanto a las anteriores obras del director vasco como a la cinematografía en general
El cine como testamento imborrable
Más allá de este rifirrafe, el regreso de Erice supone una excelente noticia para cualquier cinéfilo. La película arranca en una mansión exótica en un pueblo imaginario francés: Triste-le-Roy. Allí, una reencarnación de Orson Welles –interpretado por un magnífico Josep Maria Pou– pide a un aventurero que vaya a buscar a su hija a Shanghai. Esas primeras imágenes, con una textura retro y artesanal, no muestran el inicio de la historia de Cerrar los ojos, sino la primera secuencia de una película inventada e inacabada. Representa una referencia evidente al proyecto de adaptar la novela El Embrujo de Shanghai de Juan Marsé, que el realizador vasco no pudo concluir a mediados de los noventa.
En Cerrar los ojos, décadas después de que se hubiera grabado esa secuencia, su director Miguel Garay (un personaje que recuerda al mismo Erice y que encarna Manolo Soto) se ha convertido en un escritor sin pretensiones. Ni siquiera de publicar. No volvió a hacer ningún largometraje desde ese proyecto fallido. Quedó inacabado debido a la misteriosa desaparición de su actor y protagonista Julio Arenas (interpretado por José Coronado), el detective que debía ir a buscar a la hija a Shanghai.
¿Dónde está Julio? ¿Qué le sucedió? ¿Cómo pudo desaparecer sin dejar rastro? Este fantasma irresuelto vuelve a la vida de Garay a partir de una entrevista en un programa televisivo de misterio. Así empieza la búsqueda de su viejo amigo en un mundo en que personajes casi fantasmagóricos cohabitan con momentos de emoción y gran ternura. Una narración que supone, sobre todo, un elogio del cine. La defensa del séptimo arte como un testamento imborrable, cuya fuerza expresiva y poética aparece como una superación de los límites de lo racional.
El poder de la imagen
Cerrar los ojos está llena de autorreferencias, tanto a las anteriores obras del director vasco como a la cinematografía en general. Supone el retorno de Ana Torrent, 56 años, quien ya había protagonizado siendo una niña El espíritu de la colmena. Los diálogos evocan al cineasta expresionista danés Carl Theodor Dreyer. También el director casi retirado canta “My Rifle, My Pony and Me”, la famosa canción de Dean Martin y Ricky Nelson en el western Río Bravo de Howard Hawks.
Cerrar los ojos reivindica el séptimo arte y una concepción creativa alejada del frenesí de lanzamientos en las plataformas de streaming
Sin duda, los cinéfilos se deleitarán con estas referencias, regodeándose de sus conocimientos. Pero este no es el gran mérito de Cerrar los ojos, una obra de casi tres horas y con secuencias menos interesantes que le restan puntos. Su fuerza artística consiste en aquellos momentos de “verdad”. Escenas de pura emoción en que Erice, a partir de un estilo sencillo y más bien clásico, demuestra su maestría del poder de la imagen. Así sucede con la interpretación de “My Rifle, My Pony and Me”. Pero también en el inicio en la mansión perdida en Francia o en una secuencia memorable –no podía ser de otra manera– en una sala de cine.
Cerrar los ojos reivindica el séptimo arte y una concepción creativa alejada del frenesí de lanzamientos en las plataformas de streaming. Aunque con un registro distinto, un mensaje parecido es el que ofrece la última comedia del italiano Nanni Moretti, El sol del futuro, presentada también esta semana. La reivindicación del lenguaje cinematográfico moderno es, asimismo, una de las claves de Los delincuentes, un thriller existencial, pero sin pretensiones, del argentino Rodrigo Moreno. Compite en la categoría de ‘Una cierta mirada’ y ha sido una de las sorpresas del festival.
Sin caer en el esnobismo de menospreciar las series –formato por excelencia de representación y radiografía de las sociedades actuales–, el cine defiende su lugar. Un puesto preferente en las artes audiovisuales.
Planos con una duración calculada al milímetro, un uso casi artesanal del plano-contraplano y constantes referencias metacinematográficas. El cineasta vasco Víctor Erice, de 82 años, domina como nadie en España el lenguaje del séptimo arte. Eso resulta palpable en su última película Cerrar los ojos,...
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