EDUCACIÓN ECOSOCIAL
En el futuro diremos que ganamos
Cuando llegas al final del tobogán, ves que hay mucha gente que se atrevió a tirarse antes que tú, y que por eso tienes derecho a la educación pública, la sanidad o a descansar un par de días por semana
María González Reyes 24/05/2023
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Hace poco estuve en una charla en la que pusieron una foto donde salía una mujer perteneciente al movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan) con una camiseta que decía: “He estado en el futuro y ganamos”.
Me pareció muy sugerente y pensé que reflejaba una manera distinta de afrontar los retos que tienen los centros educativos frente a la crisis sistémica. Afrontarlos pensando que estamos en el futuro y que conseguimos superarlos. En realidad eso representa para mí la educación ecosocial y ecofeminista. Hacer prácticas educativas pensando que en el futuro diremos: “Ganamos”.
Pero ¿qué significa decir que ganamos?
Significa que conseguimos poner en el centro de nuestras prácticas educativas la pérdida de biodiversidad y el caos climático y que logramos capacitar a nuestro alumnado para que tuviera una vida buena. Que aprendieron a reconocerse como parte de una red formada por tierra, agua, plantas, animales y aire. Que asumieron que la vida solo es posible si alguien nos cuida, y que supieron que esas tareas las estaban asumiendo mayoritariamente, y no de forma libre, las mujeres. Que comprendieron que formamos parte de entramados ecosistémicos de los que requerimos toda una serie de funciones, como la fertilización del suelo, la depuración de aguas o la polinización, sin las cuales la vida no sería posible.
Significa que supimos que la educación ecosocial tenía muchos puntos de conexión con la educación popular. Que en ambos casos se trataba de hacer una construcción del conocimiento que tuviera en cuenta el contexto social. Una educación que trata de transformar realidades mediante la creación de pensamiento crítico anclada en procesos de participación y acción.
Significa que afrontamos los retos que teníamos por delante y los convertimos en acciones que transformaron los centros educativos y su entorno. Que ecologizamos el curriculum y trabajamos estos temas como eje central de nuestro día a día, y no como algo anecdótico que tratar en un momento concreto del curso. Que hicimos de las escuelas e institutos lugares donde la naturaleza estuviera presente (en los patios, en los huertos, en las aulas), donde las prácticas tuvieran en cuenta el contexto socioambiental (en la gestión de los residuos o de la energía, en lo que se comía, en los materiales que se compraban…). Que se posibilitó vivir experiencias de conexión con la naturaleza. Que se facilitó que el alumnado fuera un agente activo de cambio.
Que ganamos significa, también, que el profesorado entendió que tenía una tarea esencial seleccionando qué contenidos trabajar, con qué metodologías y cómo evaluar, porque sabían que marcaba un mundo radicalmente distinto si educaban para legitimar el modelo actual y posicionarse en él de la forma más ventajosa posible o educaban para que el alumnado comprendiera los grandes problemas que ya tenían por delante y que adquirieran valores, habilidades y conocimientos que les permitieran desarrollarse críticamente ante ellos.
Pero para que en el futuro podamos echar la vista atrás y decir que ganamos, hizo falta buscar el impulso.
Y el impulso lo sacamos de imaginar escenarios de futuro llenos de vidas dignas. Que nos convencimos de que el mundo por el que luchamos es un mundo en el que merece la pena vivir.
De saber que improbable e imposible son dos términos distintos. Que el éxito no está asegurado pero el fracaso tampoco.
Muchas personas no se organizan porque no hemos creado estructuras para hacerlo
De asumir la responsabilidad de contribuir a cambiar el mundo. Una responsabilidad que surge de la asunción de los privilegios que tenemos muchas personas. Las que no pasamos hambre y tenemos la posibilidad de saciar, no sólo la necesidad de pan, sino también la de rosas.
De comprender que a la gente no le da igual todo. Que muchas personas no se organizan porque no hemos creado estructuras para hacerlo, porque hay que levantarse demasiado temprano para ir a trabajar y luego el cuerpo está demasiado cansado.
De saber que estar informadas y conocer las caras de las personas que deciden las reglas del juego es un privilegio de quienes no vivimos en el borde. Que hay muchas personas que no actúan porque tienen vidas complejas y cuando todo parece estar a punto de romperse es difícil intervenir para cambiar las reglas.
El impulso lo sacamos también de asumir que confrontar el poder iba intrínsecamente ligado a tener conflictos, y que comprendimos que la única forma de hacerles frente era en colectivo.
Ganamos porque ante la incertidumbre buscamos en la acción y la organización, algo a lo que agarrarnos.
Ganamos porque sacamos la fuerza y el impulso de la naturaleza, de las mujeres, de las comunidades indígenas, de las campesinas y campesinos, de la certeza de no querer seguir viendo sufrir a muchas personas y a otros seres vivos.
Ganamos porque conseguimos coger impulso para revertir situaciones injustas y poner de manifiesto que las desigualdades, la precariedad y las guerras se conectan de forma íntima con el deterioro ecológico.
Ganamos porque supimos preparar al alumnado para el futuro que tenían por delante y dotarlos de estrategias que les ayudaron a diferenciar los procesos que sostienen la vida de aquellos que la destruyen.
Y lo hicimos permitiendo y fomentando que se hicieran preguntas relevantes.
Que cuestionasen si los desequilibrios y desigualdades y deterioro ambiental tenían que ser admitidos como el orden normal de las cosas.
Si tenían que ver como normal que los derechos de las personas dependan del lugar en el que nacieron y no de su condición de seres humanos.
Si tenían que resignarse a que lo normal sea que las mujeres tengamos miedo cuando volvemos solas a casa de noche. A que un silencio sea entendido como un sí.
Si tenían que convencerse de que lo que nos protege son las rejas en las ventanas y los ejércitos y no los vínculos de comunidad.
Si tenían que creer que es posible construir la paz desde los relatos securitarios que refuerzan las lógicas autoritarias y de militarización.
Si lo normal es que la propiedad privada sea más sagrada que lo comunitario. Si lo normal es que solo tenga valor lo que tiene un precio.
Si hay que valorar si por delante del derecho a migrar tendría que estar el de no verte obligada a hacerlo porque los buques europeos se llevaron todos los peces o porque la tierra se secó como consecuencia de la contaminación.
Si es necesario cuestionar el reparto de los recursos limitados y señalar a quiénes salen perdiendo y quiénes ganando.
Si tiene sentido seguir creyendo que la tecnología resolverá la extinción de especies y que no llueva.
Que fueran capaces de preguntarse cómo se decide el tamaño de la riqueza, cuándo una persona es, oficialmente, rica. Cuántos bienes naturales tiene que acumular, cuánto poder, qué tipo de conocimientos acapara.
La evolución favorece modos de vida basados en la cooperación entre especies. En saber que en el bosque todo está plagado de sentido
O el tamaño de la pobreza. Cuando una persona es, oficialmente, pobre. Si basta con no tener dinero o es necesario que te hayan desposeído también de la posibilidad de soñarte diferente. Si basta con no tener un plato de comida o lo que te cose a la pobreza es no tener acceso a los recursos que permiten vivir. Al agua, a la tierra, al viento.
Es cuestionar si lo normal es que una especie ponga en jaque la vida de todas las demás.
Es saber que, en el silencio del bosque, se puede escuchar que cuando los recursos comienzan a escasear, la evolución favorece modos de vida basados en la cooperación entre especies. En saber que en el bosque todo está plagado de sentido.
Y cuando miramos este presente desde el futuro vemos que cuestionar y hacer preguntas relevantes nos permitió reflexionar sobre las consecuencias que tiene conformarnos con que nos parezca normal que el mundo esté así.
Permitió cuestionarnos si este orden de las cosas tenía que ser admitido, si teníamos que rendirnos al abuso de poder y la destrucción de la naturaleza sin que nada estallase.
Y porque lo pensaron y lo sintieron muchas personas de las comunidades educativas comenzaron a disentir y desobedecer.
Y eso permitió colocar en primer plano la crisis climática, con todos sus datos e informes. Con todas las implicaciones que conlleva para la vida de muchas personas y del resto de seres vivos con los que compartimos el planeta.
Permitió construir un mundo en el que las oportunidades educativas no dependían de haber nacido en una casa con un único baño a compartir entre varias familias o en una con un baño propio para cada miembro. En el que el alumnado sabía sembrar.
Y disintieron y se rebelaron de muchas maneras, asumiendo que vivimos en un planeta finito y que quien acaparaba los bienes naturales no los iba a repartir sin conflicto.
Y en ese escenario se miró hacia atrás, y se recordó la importancia de que el alumnado supiera qué significa “No pasarán”.
La memoria genera lo que somos, nuestra identidad
Porque la memoria genera lo que somos, nuestra identidad. Y desde ese futuro recordaremos que la identidad y la memoria de las comunidades educativas se construyó tejiendo redes y dando oportunidades educativas a quien más las necesitaba. Una identidad que se basaba en conseguir que todo el alumnado tuviera derecho a la palabra futuro.
Y la memoria se generó, también, construyendo esperanza.
Porque tener esperanza en el futuro es distinto a ese optimismo que dice que todo irá bien pase lo que pase. Es fijarse en que cuando esta normalidad se rompe la gente da un paso al frente, no toda, pero sí la mayoría, para cooperar y ayudar.
Los centros educativos se atrevieron a soñar lo que parecía imposible, pero que en realidad era solo improbable y esto permitió crear un cambio de imaginarios. Un cambio que partió de muchas personas de distintas procedencias, clases sociales y formas de ver el mundo que se juntan de manera natural en los centros educativos.
Lo que creemos importa. Si creemos que seremos capaces de producir cambios profundos es más probable que lo consigamos.
Lo que creemos da forma al mundo. Por eso es esencial que las y los docentes pensemos, no solo que somos capaces de contribuir al cambio, sino que ese cambio es posible.
Una identidad que se basaba en conseguir que todo el alumnado tuviera derecho a la palabra futuro
A veces pienso que imaginar futuros peores en este escenario de incertidumbre nos ha quitado la capacidad de pensar en mundos mejores. Pero entonces llega alguien y te empuja, como la primera vez que me tiré sola por un tobogán. Era pequeña y tenía miedo, pensaba que si no había alguien para frenarme en la parte de abajo el impulso me haría salir volando. Detrás de mí había un niño que no entendía qué hacía yo ahí subida, quieta, sin tirarme. Y me dio vergüenza y me lancé, por primera vez, sin que hubiera alguien abajo para frenarme.
A veces pasa esto, alguien te empuja a lanzarte por donde no pensaste que lo harías. Te empuja quizás sin saber que te está empujando. O sí, pero en realidad da igual, porque te das cuenta de que hay cosas que deberían dar más vergüenza que miedo.
Y buscas una tregua para deshacer tus nudos. Pero te das cuenta de que si deshaces solo tus nudos no es suficiente, porque hay un entramado de nudos que no son tuyos. Porque sabes que la alegría solo permanece en los lugares donde hay justicia.
Y te tiras. Y cuando llegas al final del tobogán, con todo tu impulso, ves que hay mucha gente que se atrevió a tirarse antes que tú, y que por eso tienes derecho a la educación pública o sanidad pública o a descansar un par de días por semana. Y sales a la calle. Y te juntas con todas las personas que se lanzaron antes que tú.
Ganamos porque ahora, justo ahora que está pasando lo que está pasando.
Ahora que parece que tantas cosas se vienen abajo y aplastan.
Y hacen tener ganas de cerrar los ojos.
Ahora. Justo ahora. Es cuando puede ocurrir algo.
Eso que pensábamos que era imposible pero que, en realidad, era solo improbable.
Porque, a veces, cuando pasa lo que está pasando, ocurre también lo que nunca pensamos que podría pasar.
Y, entonces, todo cambia.
Hace poco estuve en una charla en la que pusieron una foto donde salía una mujer perteneciente al movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan) con una camiseta que decía: “He estado en el futuro y ganamos”.
Me pareció muy sugerente y pensé que reflejaba una manera distinta de afrontar los...
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María González Reyes
Es escritora, activista de Ecologistas en Acción y profesora de Educación Secundaria.
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