En el sur tenemos el músculo esternocleidomastoideo, ese que permite girar el cuello y mirar al cielo, más desarrollado de lo habitual. Es normal tras cuatro años de sequía que nos empiezan a recordar demasiado a aquella Andalucía postExpo’92, en la que el grifo dejó de funcionar tras juntarse la falta de lluvia con las ganas de derroche universal. Hay pocas cosas que inquieten más en las sociedades del bienestar que un grifo que no hace lo que tiene que hacer. Muchos crecimos con aquel trauma. Hace un par de días por fin llovió en Sevilla en lo que, se espera, sea el principio de una semana de agua. “Está lloviendo” fue trending topic en España gracias a miles de usuarios sevillanos que, como si narrasen la aparición de un platillo volante, consiguieron lo nunca visto: deslocalizar a la Gran Vía de Madrid como kilómetro cero de la meteorología nacional.

Un gallego no lo valora, pero qué escena es ver agua cayendo del cielo. Los pantanos que alimentan mi ciudad se encuentran actualmente a un nivel de capacidad del agobio por ciento. Por eso, ver caer esas gotas es respirar algo de alivio. Asomado a la ventana me encuentro a la señora de enfrente y me saluda en plan menos mal. Mi novia, práctica como una llave inglesa, se une al espectáculo del ventanal durante unos segundos y se aleja diciendo algo que me arranca del momento ilusión como se arranca al niño que destapa la trama de los reyes magos: qué pena de agua tirada, espero que también esté cayendo en los embalses. Tiene razón. La lluvia que vemos no es la lluvia que necesitamos.

Cómo hablar de vivienda si acabamos de descubrir que al frente del país hay un comando terrorista

Dejo la lluvia y vuelvo al trabajo. Me toca leer datos sobre esta campaña electoral en la que andamos empapados. Como pasa con la lluvia al otro lado de la ventana, la tromba de información que consumimos no riega nuestras ciudades, pueblos, comunidades autónomas. Al contrario. Los anega. Cae aquí, pero es una tromba madrileña. Este fin de semana el Diario de Sevilla habla en páginas centrales de ETA. Este fin de semana Isabel Díaz Ayuso está en Euskadi explicándoles a los vascos cómo funciona el txirimiri. Hay que ilegalizar a Bildu porque Bildu, ella lo sabe mejor que nadie, es ETA. La tromba madrileña no cesa. Destroza cualquier intento de cultivo. Cómo hablar de vivienda si acabamos de descubrir que al frente del país hay un comando terrorista. Cómo hablar de sanidad si ETA ha vuelto.

No creo que el PP vaya a sacar rédito electoral empeñándose en hablar de ETA 12 años después de su desaparición, comenta un analista por la radio. Se equivoca. Al PP no le irá mejor por hablar de ETA. Pero hacer de la política una poza de agua estancada con la ayuda de los grandes medios sí conseguirá que mucha gente decente se aleje de la política insalubre. El éxito electoral de la derecha depende históricamente del porcentaje de gente decente a la que consigue dejar en casa muerta del asco. La tromba constante no tiene otra función: destrozar cualquier intento de cultivo sin que las consecuencias importen demasiado. Si el Colectivo de Víctimas del Terrorismo denuncia públicamente lo que el PP está haciendo, no es problema. Un titular de víctimas del terrorismo, aunque sea criticando al PP, no es un titular sobre sanidad o vivienda. Es un titular sobre la degeneración de la política. Es decir, es un titular que a la derecha le sirve. Que la propuesta de ETA como tema central de debate para las elecciones de La Rioja y Canarias haya sido comprada por los medios de comunicación supone, de facto, la suspensión de una campaña electoral. Algo grave que, como la sequía o el trumpismo, acabará teniendo difícil arreglo. A propósito, qué bien nos vendría un gigantesco muro que aislase a España de la prensa de Madrid.