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En primera persona

Diario de Feria

Una feria del libro cualquiera (la de Granada) vista por un librero

Javier Ruiz Barquín 12/06/2023

<p>La caseta de la librería Praga en la Feria del Libro de Granada, escenario de este relato.</p>

La caseta de la librería Praga en la Feria del Libro de Granada, escenario de este relato.

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Es jueves, 20 de abril, hace calor y llego con el Pequeño a la Fuente de las Batallas. Recojo la llave de la caseta y saludo a Paco Cara. Como a tanta gente de la organización lo conozco, no sé de qué, desde hace muchos años. Llegamos a la caseta, me ha tocado la parte que tiene la puerta detrás del mostrador, lo que implica no tener esquina: unos tres metros menos de estantes para poner libros. Además, hay que dar una pequeña vuelta para llegar a la puerta desde la parte frontal y está mucho más lejos de la plaza de lo que me gustaría. En el sorteo de las casetas tuve la tremenda suerte de verme agraciado con el último sitio. Y por algo es el último. Llamo a Pepe. Pepe es mi comercial, mi enlace con el distribuidor –Azeta– en la feria. Es un señor amable con bigote que está a punto de jubilarse y al que voy a echar muchísimo de menos cuando lo haga. En un rato llegan los libros. Aparece al poco, con dos señores más que llevan un carro con un palé lleno de cajas de libros. Treinta y seis cajas. Lo dejan en el frontal de la caseta. El Pequeño se está recuperando de una rotura en el radio, pero coge cajas porque es valiente y le digo que no lo haga. Papá, te va a doler la espalda. Da igual. Me ayuda también Alex de Nazarí, con quien comparto módulo. En un rato están dentro. Sólo falta colocar los libros como para abrir a las once la mañana del viernes. La mitad de la caseta es del grupo Contexto; la otra mitad, una selección de la librería. 

Pequeño me ayuda a colocar los libros de la mitad derecha, del grupo Contexto, que van planos y es más fácil. Elegir qué libros van en la primera fila es lo más importante. Durante la feria ves qué funciona y qué no y vas cambiando, pero no puedes pinchar ningún sábado, ningún domingo, porque no tiene remedio. En mi caso, mezclo novedades con clásicos de nuestra librería. como La desbandá o La revolución de una brizna de paja y concesiones comerciales como las ediciones en bolsillo –recién salidas– de El infinito en un junco y Sapiens. Este año puse a Mary Oliver sabiendo que apenas iba a venderse, pero que iba a servir para explicar que nuestro puesto era diferente. Y Annie Ernaux, si antes ya vendíamos bien a Annie, ahora más. Decido colocar los libros de pie en buena parte de la mesa, se ven menos pero puedes poner muchos más y confiar en que la gente se pare y les guste la selección. En la librería podemos tener unos veinte mil títulos usados y cerca de mil nuevos. Aquí hay poco más de quinientos, quizás veinte o treinta en la primera fila. Tienes que acertar. Una librería es un negocio. Trabajamos para sobrevivir, pagar la hipoteca, criar a nuestros niños y comprar pienso de gato. Prefiero vender libros de Zambra y Petterson y creo que es la mejor forma de sobrevivir pero no soy del Barcelona: entre jugar bien y ganar (y ganar aquí es lograr un sueldo digno), prefiero ganar. Objetivo de un jueves de feria: saber dónde está cada libro por si quieres ponerlo en la mesa o alguien pregunta. Objetivo todavía más importante: abrir el viernes y que el puesto parezca que lo ha montado alguien cuerdo. Diez de la noche, aprobado raspado en ambos objetivos. Nos vamos. Ya me duelen los pies. 

Una librería es un negocio. Trabajamos para sobrevivir, pagar la hipoteca, criar a los niños y comprar pienso de gato

Viernes por la mañana. Acabo de colocar los libros y me gustan muchos. Me llevaba medio puesto si tuviera dinero y tiempo para leerlos. Pongo un tuit: ya estamos. Usaré indistintamente las cuentas de la librería y la mía durante la feria. Nadie más se ha dado cuenta de que la feria del libro ha abierto. No hay gente y los que pasan por la Carrera nos miran asombrados. ¿Qué he hecho mal? No debería de haber venido a la feria con estos libros. Debería de haber pensado, planeado, planificado mejor el fondo, la decoración. ¿Qué camiseta me he puesto? Lo he organizado mal. Las primeras ventas: Mary Oliver, Pedro Lemebel y Octavia Butler. No se vende nada. He puesto el cartel de #ecoansiedad. Me tranquiliza verlo ahí. Brenda Navarro y May Sarton en la primera fila. Por la tarde, se vende algo más. Faltan algunos libros que he pedido y no han llegado y sé que podrían funcionar bien. La sorpresa del primer día es La desbandá que, pese a no ser novedad, se sigue vendiendo más de lo que esperaba. El ambiente en la feria es muy agradable. Hay muchísima gente viendo libros con interés y comprando cosas bonitas. Mi alergia es feliz rodeada de polen y plátanos de sombra. Por la noche, a las nueve menos cuarto, llegan cientos de mosquitos. Lo bueno: no me pican. Cuando creo que ya nos vamos, me dice Alex que cerramos a las diez. Media hora más. Un sintecho arrastra su pena en el banco que hay enfrente de las casetas mientras bajamos las chapas y apagamos las luces.

No me he comprado ningún libro. Todavía.

Sábado. Por la caseta pasan amigos del pasado, del presente y del futuro. Siento mucha alegría con alguna gente, con vender y recomendar libros para personas que quieres y aprecias. También, la lucidez de saber que hay otros infiernos posibles que asustan más que el propio, que esta forma estrambótica de vivir que elegí sin darme cuenta, con un oficio mal pagado y con muchos libros, es más interesante que tantas otras cosas, que tantas otras vidas. La cultura aísla, en cierto sentido, a los que venimos de entornos obreros, pero aprendí a sonreír y a ser profesional y amable. No da tiempo a nada. Nada. La feria ocupa todo el día, todo el tiempo en la caseta y el poco tiempo libre para descansar se llena pensando en lo que falta, en lo que se necesita, en qué se podría mejorar y, también, en hacer las labores mínimas de la casa. Es como cuando haces un viaje larguísimo y pasas horas y horas en autobuses, aeropuertos, aviones y acabas acomodando el pensamiento para no pensar, para dejarte llevar, para no sentir. Cerramos a las doce de la noche. Es la noche en blanco en Granada. En principio estoy de acuerdo. Ya puestos, hay que aprovechar. Hay mucha gente todo el día, se sigue vendiendo La desbandá y me sigo sorprendiendo de que se vendan tantos libros buenísimos. Me sorprende que una caseta sin apenas Random House ni Planeta ni bestsellers logre unas cifras decentes. Me gustaría saber cuánto están vendiendo los demás y me siento mezquino por pensarlo. Por la tarde, en un momento libre cojo el libro nuevo de Pia Pera y empiezo a leerlo. Creo que no es el momento ahora, no así, no en la feria. Descubro con tristeza que no se puede leer estando solo en el puesto porque hay que estar pendiente y no te puedes abstraer lo necesario para entrar en la lectura. A partir de las diez apenas hay gente. Cerramos furtivamente a las once. 

Ernaux es un lugar de encuentro para las mujeres entre 15 y 30 años. Su gran autora generacional

Domingo. Llego a la caseta y decido arreglar la mesa confiando en que no va a haber gente. De repente, levanto la cabeza y hay casi doble fila esperando a ver los libros. Media mesa está mal colocada. En otros sitios hay huecos. Ya no hay vuelta atrás. Es el Día del Libro y no lo he tenido en cuenta. La feria se llena desde muy pronto. Atiendo, coloco libros, atiendo, coloco libros. Y logro –más o menos– que todo fluya: he atendido, cobrado, aconsejado y sonreído mientras colocaba toda la mesa. Dejo planos algunos libros de nature writing: no se venden, o no tanto como debieran, pero la gente se para a verlos y a mí me gustan. No paro en todo el día y se me hace larguísimo. A veces, me oigo repetir una frase sobre un libro que ya he dicho dos, cinco, diez veces y me parezco aburrido, repetitivo. Es mi trabajo. Carmen me pide una recomendación para una casa que acaba de comprar con un patio: Jardines de Umberto Pasti. Me da envidia que lo vaya a leer por primera vez. Me doy cuenta de que se están agotando los libros de Zambra y no me traen reposición hasta el lunes. Zambra, dame comisión. Por la noche viene una autora. No la reconozco. Pregunta por libros de autoficción. Le recomiendo a May Sarton: no es eso lo que busca. Al final se lleva a Vivian Gornick y Brenda Navarro. Le cuento que me pareció brillante como Brenda utiliza la voz de la protagonista en Ceniza en la boca. Durante todo el día se han vendido libros muy buenos. Me alegra ver que funciona la selección de títulos que he hecho, tan distinta de lo “normal”. Virginia Woolf es la misma todos los años pero la literatura es la que es y no está sujeta a la estupidez del mercado. Annie Ernaux es un lugar de encuentro para las mujeres entre 15 y 30 años. Es su gran autora generacional y me parece genial. Miremos a quién molesta su Nobel y saquemos conclusiones. Son las nueve y llegan los mosquitos. El Granada pierde en El Sardinero el partido que más me hubiera gustado ver en el campo de todo el año. Cerramos a las diez. 

Lunes. Estoy muy cansado física y psicológicamente. Me despierta una de las gatas a las 6:30 para entrar desde la calle y el cansancio no me deja dormir más. 

Twitter: “Me he hecho una foto para Instagram porque no voy a ser guay en la puta vida. Ni voy a tener sofá en la librería. Así no hay quién pueda.” 

Me hago la foto y la subo a redes. Me veo con cara de desconfianza y cansado. Hay poca gente en la feria. Vienen mis hermanas y busco libros que les puedan gustar aunque no sé muy bien que venderles de lo que tengo aquí. Hélène Gestern es una buena solución en esta y otras muchas tesituras. Propongo en Twitter hacer un hilo sobre la feria. No hay muchos “me gustas” –28– pero lo hago. Lo lee Gonzálo Torné y me propone escribir este artículo. Me hace mucha ilusión y me anima el día. Jesús Lens me recuerda que no he hecho ningún directo por Instagram como los de la feria pasada, pero es que estoy más cómodo en Twitter y, al estar solo este año, tengo menos tiempo para redes. Empiezo el hilo y pienso en lo que llevamos de feria: se venden los libros de Maggie O’Farrell, pero más Hamnet que el último. Hay muchísima gente joven, entre quince y treinta años –hombres y mujeres– que sabe qué compra y que lee libros estupendos. Hemos vendido ensayos de Caja Negra, libros sobre feminismo marxista, los libros de naturaleza de Errata y clásicos de la literatura. Virginia Woolf y Silvia Plath, Austen y Orwell, molan. Y se siguen vendiendo. Por muchos tirantes y barba y gafas redondas que tengas, no le expliques a las demás lo que tienen que leer. No te han preguntado. Y no eres librero. Y si eres librero, tampoco lo hagas salvo que te pregunten. Por mucha pinta hippie y por muchas gafas de johnlennon que tengas, si llevas 25 años yendo a librerías sin comprar ni un libro, lo mismo es que no te gustan los libros ni las librerías. Tengo chuches para los perros, como el año pasado, como en la librería. Viene mi favorito: un beagle que se llama Indi. Me caen bien los perros. Al final de la tarde, se animan las ventas. Me doy cuenta de que no ha habido ningún día flojo. Me extraña muchísimo, no es lo normal en una ciudad eternamente difícil y deprimida como Granada. Llegan los mosquitos. La música ambiente es el mal. Añoro el silencio. Hace calor de junio. Vendo un libro de Kundera. Me falta vender Guerra y paz.

Twitter: “Cuando hay cultura en la calle y cómoda y cercana, la gente responde. Lo de que ya no se lee igual os sirve en la tertulia del bar de Paco, pero no tiene ningún fundamento. No leéis vosotros, que estáis mayores y tampoco leíais tanto antes.”

Martes. Me he levantado y no sabía dónde estaba ni quién era. Pero he llegado a la feria. Primeras ventas: La desbandá, la maravillosa Salir a robar caballos (que no me llegó el viernes para abrir y fue el drama y me la trajo Pepe el sábado y menos mal) y Realismo capitalista. La mañana es tranquila, leo un artículo sobre Mark Fisher en El País y me da pena que él y Graeber no estén, que hayan muerto antes de tiempo. Un jubilado le explica el kit completo de sentido común a mi compañera de caseta. Es mujer y joven. Los jóvenes ya no leen, ya nadie lee porque internet, se publican demasiados libros, no hay quién conozca a los autores de los libros, etc… Lo espero con una mezcla extraña de ganas de responderle y pereza. Pasa de largo. Me pregunta Bettie en Twitter qué libros de poesía he traído a la caseta: pocos, Sharon Olds, Juan F. Rivero (que viene a presentar su fantástico Las hogueras azules), Rosa Berbel, Ángeles Mora, Simic, Olalla Castro, Cummings. Se venderán algunos y consuela tener un rincón para estas cosas. La otra cara, el otro mundo jubilado. Llega un señor que fue comercial de Salvat durante 25 años. Ahora estamos mejor –me dice–, mi juventud no fue juventud. La gente está más preparada hoy en día. (Me ha enumerado todas las enciclopedias que –todavía– se vendían cuando yo abrí la tienda y me ha echado diez años de más, no, no voy a jubilarme pronto, ya me gustaría). Llegan cinco cajas de libros para reponer lo más vendido y para cubrir las faltas y los olvidos. Es fundamental acertar con las reposiciones de diario. La distribuidora funciona bien este año y es un alivio tremendo. Coloco las cajas: no me caben los libros. No se vende apenas por la mañana. Por la tarde se anima. Zambra, dame comisión. 

Vendo bien a May Sarton porque –creo– la explico bien

Twitter: “Las mujeres que hablan del Nobel no han leído a Annie; las que la conocen, no mencionan el Nobel.”

Vendo bien a May Sarton porque –creo– la explico bien. Pero acabo vendiendo más ejemplares de Anhelo de raíces. No importa: si lo lees, es más que probable que vengas a por los dos siguientes. Mi preferido, aún siendo el más oscuro, es Diario de una soledad. Llega la alergia. Me da un ataque de tos. Ventolín. Me encargo para mí mismo dos libros: otro de Per Petterson y el último que escribió Mark Fisher. De paso, los pondré en el puesto. que no entraron en la primera selección. Unas mujeres muy jóvenes, menos de 20 años, muy contentas viendo libros y comentándolos. Hojean Agua y jabón de Marta Riezu. Se llevan Amor y pan de Paula Melchor, que es una de las sorpresas de la feria. Conocen a Pasti. Últimas ventas del día –que ha sido flojo, pero no malo del todo– May Sarton, Mary Oliver y Rachel Carson. 

Miércoles. Mitad de feria. Estoy muy cansado ya, aunque conforme pasa el día entras en calor y no lo notas. Oigo Septiembre de los Enemigos en el coche mientras voy a la feria. Vendo un libro de Olalla Castro y otro de Joseph Roth. Nos visitan los Testigos de Jehová. Voy a intentar leer.

Twitter: “La MEJOR frase de la feria: “Me estoy gastando el dinero de las fiestas en libros”. Cumbres borrascosas de @Albaeditorial, además”.

Las mañanas son cortas: tres horas. Hay poca gente y pasan rápido. Las tardes son más largas: cuatro horas y media o cinco, hay mucha gente y se hacen muy largas. Vendo las memorias de Concha Méndez antes de cerrar. Por la tarde hace calor de julio. La calor. Vendo otro Realismo capitalista de Fisher. Viene Juan Codorniu, de Lagartija Nick, que es uno de los músicos más simpáticos y cultos de Granada. Se lleva la edición de Impedimenta de Solaris

Twitter: “No he vendido ningún libro de Armas Marcelo. Nadie me ha preguntado por él. #bisontas”

Hablo con un cliente de la librería sobre el Tiempo de magos de Eilenberger, me dice que está bien y me fio de su criterio. Nos quejamos de que este tipo de libros (como los de Graeber, por ejemplo o tantos otros ensayos), no tengan edición en bolsillo. Cuando se va, lo miro y sale en junio en Debolsillo. Me lo compro. Llegan los mosquitos y, al poco, cerramos.

Jueves. Me obligo a escribir un rato en el diario cada día antes de ir a trabajar. Porque la vida tiene que ser bonita aunque estés de feria y escribir es un refugio. Salgo de casa y el naranjo amargo tiene todas las hojas caídas, se había obturado el gotero. La feria no da tiempo a mirar el patio, no da tiempo a nada que no sea imprescindible. Lo riego, se recuperará. Estoy tan harto de la feria que he respondido a las solicitudes de amistad de Facebook al llegar a la caseta. Primera venta de la mañana: Annie Ernaux. Pasan unos niños de un colegio privado pidiendo marcapáginas. Les doy. No me dan las gracias. Su profesora no me mira. Llegan otros dos, un crío y una cría, les doy también. Ella sonríe. Aparece otro profesor para decirles dónde tienen que ir. Tampoco me mira. Nunca sabemos realmente qué hay detrás de estas escenas y los chispazos que nos provocan. ¿Habían tenido una bronca esos profesores en el departamento? ¿habían podido dormir? ¿son pareja y discutieron porque el amor es así? Cuando tuiteo sobre escenas en las que hay una acción paradójica, siempre tengo la duda de qué pasó antes y qué pasó después. Qué nos lleva a comportarnos así. Un tuit de Greenpeace da consejos para la ola de calor. Esta tarde hace calor de finales de julio. Esther dice que estamos en abril, le recuerdo El Ministerio del Futuro. Le da miedo leerlo. Otro hombre nos cuenta que le cuesta leerlo. Es un libro más guay que buena novela. La primera venta de la tarde es La educación física de Rosario Villajós. Lo pedí tarde y sólo me ha llegado uno, hubiera vendido más. 

Twitter: “La libertad buena es la cantidad de parejas LGTBIQ+ que se ven de la mano en la feria. Esa libertad es la que mola y no la de Calamaro y Bustos.”

Pondría a jóvenes médicos, jueces, abogados de éxito, economistas de consultorías, a trabajar en la cafetería de sus facultades

Debería encenderse una bombilla roja en las casetas con un letrero que pusiera: ALERTA, SEÑOR EXPLICANDO LIBROS. En realidad, sólo vi unos pocos casos, pero rechina. No encuentro el monedero del cambio. No llevaba un dineral, pero soy un librero de una pequeña librería andaluza y cualquier pérdida es una tragedia. No había nadie en la feria hasta que me he dado cuenta de que no estaba el monedero y ha llegado todo el mundo y no lo encontraba y tenía que atender y dónde habré perdido el dinero y al final me llaman desde casa: está allí. Se han acabado los ejemplares de Pura pasión de Annie. Tranquilidad, mañana me traen más. Leo que hoy ha sido la segunda temperatura máxima histórica de abril en Granada. Me visitan autores a última hora: me recuerdan –con sus gestos, con sus silencios, con su desprecio– que las clases sociales existen. No lo olvidemos, que ellos nunca se olvidan. Después, una familia de clase media: dile gracias a este señor. Los trabajadores lo tenemos claro. Pondría a jóvenes médicos, jueces, abogados de éxito, economistas de consultorías, a trabajar en la barra de un chiringuito o en la cafetería de sus facultades. Como la mili, pero laica. 

Viernes. Sueño con el lunes. Tengo un tebeo de Reckless pendiente. Voy a descansar. Pregunto en Twitter si alguien puede llamar a la feria y decir que me he desmayado. Último fin de semana. Se está vendiendo y los objetivos están casi cumplidos. Primera venta: Sylvia Plath. Por la mañana no hay gente apenas y hablo con clientes y amigos –me gusta esa expresión– de destruir presas, naturalizar ríos y hago fotos de la caseta. Subo a Twitter fotos de la mesa. Mary Oliver, Juarma (que se vende menos de lo que debiera, pero es que soy muy fan), May Sarton y Annie Ernaux, los de grupo Contexto, con mi favorito Per Petterson al lado de Hélène Gestern, Marta Jiménez Serrano, Vivian Gornick y Brenda Navarro. Detrás: Lem y Tibuleac. Ya no los voy a cambiar más, el último fin de semana ya no hay reposiciones y toca ir cuadrando las mesas con lo más vendible y bonito de lo que nos queda. 

Twitter: “Entrevista para unos chavales de un insti: 

– ¿Cree que el libro impreso va a sobrevivir? 

– Sí. 

– Pero si los jóvenes no leen... 

– Los jóvenes sí leen, además, aquí no se ha leído nunca, que venimos de una dictadura fascista de 40 años.”

Voy a leer. El “voy a leer” en la feria es como el cigarrillo que encendíamos esperando el bus en los tiempos en los que se fumaba: llegaba el bus. No se vende. Hablo en Twitter de la calor y de Doñana y del libro de Michel Nieva que me recomiendan y de Bonsái de Zambra. Zambra, dame comisión. Por la tarde hay muchísima gente. Última venta: Kallifatides, Madres e hijos, que no lo he leído. Todavía. 

El “voy a leer” en la feria es como el cigarrillo que encendíamos esperando el bus en los tiempos en los que se fumaba: llegaba el bus

Sábado. Un café encima de Zoocities (no vendí ni uno, con lo bonito que es). “Camaradas, que el café os acompañe”, como tuit de consuelo, como agarre para aguantar los dos días que quedan. No es para tanto. O sí, no sé. La vida de librería no es tan agotadora ni física ni psíquicamente. No estamos expuestos a la gente como aquí. No hay que hablar, sonreír, ser amable continuamente. Dos días y se acabó. Hablo de bonsáis y recomiendo la colección de Larousse de huerto y jardinería. 

Al llegar, en Twitter: “Hay mucha más gente paseando que viendo libros. Al llegar, por el camino, grupos de airbianbis muy ciegos dando mucha lastimasco. Se me ha acabado el primero de @_Juarma_. En el fondo, que me falten algunos de Ernaux, Zambra, Sara Mesa o Petterson es un éxito. Pero me faltan.”

Ya no hay reposiciones, ya no se puede pedir nada. Colocar bien lo que queda y devolver todo mañana por la noche. De repente mucho ruido. Una batucada. Es casi mediodía y hace calor. ¿Qué necesidad tenemos de que haya una banda? ¡Viva el silencio! Una banda. Pasan por la acera de enfrente. No tengo humor. Y no entiendo la necesidad. Graniza durante unos minutos al salir de la feria. Se limpia el coche. 

Vuelvo a la feria oyendo en el coche unos minutos del Kind of blue. Lo siento como un abrazo. Ventas de la tarde (hasta ahora): señoras, La desbandá y Mark Fisher. Si es que tengo el mejor público. Ofrezco acelgas a cambio de unos limones que regalan en Twitter. Me los regalan. 

Twitter: “Hoy y mañana son como cuando vuelves de un viaje largo y ya sólo quieres llegar. Ya no miras, no ves, no entiendes. Pero hay que sacarlos adelante.”

Hojeo Una escritora en la cocina. Me gusta el punto pedante y antisocial y la mezcla de cocina, literatura y cotidianidad. Me lo quedo. En general, y es una regla que todavía no tiene excepciones, me gusta la gente que compra los libros de May Sarton. 

Twitter: “–Hay película de las tres, no te preocupes.

(A su hija, sobre las novelas de Jane Austen y Cumbres borrascosas)”

El peligro de las conversaciones cortadas, de juzgar a alguien por treinta segundos de conversación privada que captas al vuelo. ¿Estaban de broma? ¿troleaba el padre a la hija por una conversación previa? ¿cómo serán esas vidas, esa familia, esas lecturas? 

Domingo. Último día. Gracias a dios. Me saca Jesús Lens en Ideal contando que: “Este año hay una extraña alegría en la feria que se traduce en ventas”. Y que: “No sé si es el Apocalipsis climático o que las medidas sociales del Gobierno, sobre todo la subida del SMI, le han dado a muchas familias y jóvenes un respiro grande. Estoy seguro de que eso influye”. Creo que sí, que algo de eso hubo en la feria. Mucha gente de muy diverso tipo comprando libros bonitos con alegría. Me gusta ese ambiente. Queda el domingo. 

Twitter: “–¿Tenéis algo de Pérez-Reverte?

–Aquí no, pero en la librería tenemos casi toda su obra de segunda mano.”

Y es verdad y no hay ironía. En la librería tenemos libros usados para todo el mundo, de todo tipo, desde lo más popular a lo más selecto. De libro nuevo no, porque lo usamos para complementar lo usado y para tener en tienda lo que nos gusta a los que trabajamos allí. Primera venta: La revolución de una brizna de paja de Fukuoka. Vendo el último Infinito en un junco y también el último Herbario de plantas silvestres de Larousse. Una despedida de solteras y la banda de música, que ha vuelto. Se me hace larguísima la última media hora de la mañana.

Tarde. Empiezan a pasar aficionados que van hacia Los Cármenes con las camisetas rojiblancas. Jugamos contra el Eibar. No ganamos. Pero no es grave, como el último domingo del año pasado, que tampoco pude ir porque estaba en la feria, y descendimos a segunda y la gente pasaba por la noche con cara de funeral. Pongo el fútbol en el portátil de trabajar, pero no puedo verlo, obviamente. No he vendido ningún Guerra y paz. No todo iban a ser victorias. Vienen un amigo –Hola, Maeso– y Pequeño a ayudarme a desmontar. Empezamos pronto, sobre las ocho y media. No deberíamos, pero no tiene sentido esperar hasta las diez. Todo el mundo sabe que esto se ha acabado. Cajas. Y cajas y cajas. Con cuidado de que no se doblen las esquinas, de que no sufran los lomos. Muchas cajas. Con el miedo de que alguna caja se pierda, de que no cuadren las cuentas, de que la devolución y el pedido y las ventas no se correspondan. La caseta, que ha sido como una extensión de la tienda, con las mismas ideas y manías, se queda vacía, prefabricada. Entre los tres lo hemos resuelto muy rápido. Hace buena noche en Granada. Me reconforta que a mi hijo no le importe ayudarme, que lo haga de buena gana. Pienso en cerrar mis redes personales y descansar pero no puedo: el hilo sobre la feria ha tenido muchísimas visitas. Es absurdo desaprovechar ese tirón. El lunes pondré un último tuit pidiendo que la gente compre en librerías independientes y con información sobre la librería. Hoy también se ha vendido. Y ayer. La feria ha sido un éxito. Como si fuera fácil vender libros. 

Es jueves, 20 de abril, hace calor y llego con el Pequeño a la Fuente de las Batallas. Recojo la llave de la caseta y saludo a Paco Cara. Como a tanta gente de la organización lo conozco, no sé de qué, desde hace muchos años. Llegamos a la caseta, me ha tocado la parte que tiene la puerta detrás del mostrador, lo...

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Autor >

Javier Ruiz Barquín

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