In memoriam
La lucidez como horizonte
Homenaje a Valeriano Bozal, el historiador del arte que nos enseñó a mirar
Aurora Fernández Polanco 3/07/2023
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“Con vuelta”, me dijo hace algo más de un año cuando me llevé prestados de su casa unos libros de la mítica editorial Comunicación, que había sido tan ilusionante proyecto desde 1972. El título de uno de ellos, Alienación e ideología. Metodología y dialéctica en los Grundrisse, bastará para justificar su asombro ante mi demanda: “¿Pero tú para qué quieres eso?”. “El marxismo está de moda, Valeriano”. Risas, con cierto regocijo, ante mi insistencia. Me volvió a recordar la deuda la tarde en que asistimos a su emocionante Biografía intelectual, una conversación con su gran amiga y discípula inquebrantable Paca Carreño.
Cuando Valeriano Bozal llegó al Departamento de Historia del Arte de la Complutense, le acompañaba todavía el aura roja que tuvo para mí su obra desde los tiempos de estudiante: los trabajos sobre el Realismo en la España de principios de siglo, la estampa popular, España. Vanguardia artística y realidad social. 1936-1976, por citar solo algunos ejemplos. Tuve el atrevimiento, entre naif y orgulloso, de enseñarle un ejemplar de Nuestra Bandera, la revista vinculada al Partido Comunista de España, firmado en dedicatoria por Dolores Ibárruri. Era la forma de decirle: “Soy de los vuestros”. A destiempo, porque estábamos en 1990 y Valeriano Bozal había emprendido nuevos caminos. Recuerdo que llevaba en la mano un ejemplar de la Dialéctica negativa de Adorno. La Escuela de Frankfurt fue una de las referencias centrales en la revista fundada en 1987, La Balsa de la Medusa, que había acogido a un grupo de amigos y amigas para pensar juntos asuntos sobre sobre ética, filosofía política o del lenguaje, música, poesía y arte contemporáneo. En muchos de estos trabajos asomaban claramente aproximaciones feministas. En la colección “El Arte y sus creadores”, que dirigió desde 1993, supo hallar un número propio para Artemisia Gentileschi, algo inusual por entonces en la historia del arte de nuestro país. Estos dos ejemplos ponen de relieve su generosidad y entusiasmo, su entrega incesante a proyectos intelectuales colectivos. No hay saber que no sea compartido. Por aquellos años era una de las formas de resistir a las herencias de cierto poder.
Valeriano tuvo su particular manera de romper con determinada historia del arte
Valeriano tuvo su particular manera de romper con determinada historia del arte. Esa lúcida mirada que tuvo sobre la larga y variada carrera de Goya fue sin duda la piedra filosofal de toda la alquimia necesaria para la transmutación de la “historia de los estilos” en “historia del gusto”. En las últimas décadas del siglo XX, corrían por nuestras clases lo que él denominaba “formas de mirar” o “categorías de la sensibilidad”, como “lo pintoresco”, “lo grotesco”, “lo patético”, “lo sublime”. Para iniciarnos en esta última, propuso la maravillosa frase de Pascal, quien, junto a Montaigne, fueron autores que siempre le anclaron a la vida. La cito ahora de memoria, y no puedo menos que pensarla a su través desde estos momentos dolorosos: “Soy una caña, pero una caña que piensa”. En Necesidad de la ironía (Antonio Machado, 1999) hay un capítulo soberbio en el que Valeriano relee de otro modo la categoría de lo sublime y advierte sobre la conversión de la historia en naturaleza sublime: “Tierra, sangre y raza miran a la naturaleza”. Lo rescato ahora, con su permiso o, quizá, bajo su mandato implícito, en estos días previos a la campaña electoral, en donde tanto riesgo tienen esas palabras: ¡Cuidado, porque sublime es también “el ámbito en el que, en el sujeto, voluntad y razón, queda secuestrado”!
Fueron muchas las ideas estéticas y las teorías del arte que él revisó y compiló en publicaciones imprescindibles y siempre corales, pero serán inolvidables sus modos de ver (y hacernos ver) a Brueghel, a Goya, a Paul Klee. Hoy, tras su larga enfermedad, no es tanto (que también) el “aún aprendo”, ese maravilloso y tardío dibujo de Goya, al que acudo, sino el “aún persisto”, “como el pajarito en la rama” (decía). Hay algo de perseverancia en una de sus tríadas favoritas (Piero della Francesca, Vermeer, Cézanne), una combinación de presencia y silencio en todos ellos que viene directamente de la materia: las pinturas como formas que piensan.
A veces comentábamos entre amigos que, tras los años “duros” de los setenta, Valeriano había dado un giro que pivotaba entre Aristóteles y Kant. De este último tomó sabiamente el como si para aplicarlo a la existencia. Recuerdo vivamente que un día nos dijo: “La vida hay que encararla de manera acorde al como si kantiano. Actuar como si no supiéramos el final inevitable”.
¡Hasta siempre, Valerio!
“Con vuelta”, me dijo hace algo más de un año cuando me llevé prestados de su casa unos libros de la mítica editorial Comunicación, que había sido tan ilusionante proyecto desde 1972. El título de uno de ellos, Alienación e ideología. Metodología y dialéctica en los Grundrisse, bastará para justificar su...
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Aurora Fernández Polanco
Es catedrática de Arte Contemporáneo en la UCM y editora de la revista académica Re-visiones.
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