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Divide y vencerás

La brecha entre los movimientos ecologistas y pacifistas, agrandada por la guerra, sólo beneficia a quienes quieren mantener el ruinoso orden mundial.

Fabian Scheidler 10/07/2023

<p>Joschka Fischer, exministro de Asuntos Exteriores de los Verdes, durante una conferencia, el 21 de marzo de 2014.<strong> / Stephan Röhl</strong></p>

Joschka Fischer, exministro de Asuntos Exteriores de los Verdes, durante una conferencia, el 21 de marzo de 2014. / Stephan Röhl

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Actualmente los movimientos ecologistas y pacifistas están profundamente divididos en muchos países. La crisis de la covid y la guerra de Ucrania han intensificado aún más esas divisiones. Desde la invasión rusa de Ucrania, muchos partidos verdes, especialmente en Alemania, han abogado cada vez más por el rearme y la militarización de la política exterior. 

Sin embargo, los movimientos ecologistas y pacifistas estuvieron muy vinculados décadas atrás. Greenpeace, por ejemplo, surgió del movimiento pacifista; se fundó en 1971 en contra de las pruebas de bombas nucleares estadounidenses en Alaska. Posteriormente, se preocupó por salvar a las ballenas y resistirse a la militarización. 

La fundación del Partido Verde en Alemania a finales de la década de 1970 hermanó a estos movimientos y los vinculó a una transformación social postcapitalista. El manifiesto de 1980 declaraba: “La política exterior ecológica es una política no violenta. (...) La no violencia no significa capitulación, sino asegurar la paz y la vida por la vía política en lugar de la militar. (...) El desarrollo de un poder civil fundado en el valor que rige la paz debe ir de la mano de la disolución inmediata de los bloques militares, sobre todo de la OTAN y el Pacto de Varsovia”. El manifiesto también exigía el “desmantelamiento de la industria armamentística alemana y su reconversión a la producción pacífica, por ejemplo, a nuevos sistemas energéticos y a una fabricación que protegiera el medio ambiente”. Respecto al sistema económico alemán, afirmaba: “Es preciso desenmarañar las grandes corporaciones para transformarlas en empresas manejables que sean autogobernadas de un modo democrático por las personas que trabajan en ellas”. Y por último: “Condenamos la presunción de los países industrializados de imponer su civilización técnico-materialista uniforme a todos los pueblos en función de los intereses económicos”.

El Partido Verde apenas tiene puntos de encuentro con lo que una vez fue; hoy no defiende ni la paz ni los DDHH ni una protección del medioambiente

El modo en que el Partido Verde dio un giro de 180 grados

¿Y hoy? El partido con nombre verde está haciendo exactamente lo contrario de lo que antes defendía en prácticamente todos los ámbitos. Ya en 1999, durante la guerra de Yugoslavia, el ministro de Asuntos Exteriores de los Verdes, Joschka Fischer, ayudó a impulsar el bombardeo de Serbia junto a Estados Unidos violando el derecho internacional: la primera guerra de agresión desde suelo alemán desde 1945. Para la actual ministra de Asuntos Exteriores y jefa diplomática de los Verdes, Annalena Baerbock, la diplomacia en la guerra de Ucrania es tabú. De este modo, adopta incondicionalmente las posiciones de los halcones neoconservadores del Departamento de Estado estadounidense. Su modelo a seguir, según sus propias declaraciones, es Madeleine Albright, que, como es sabido, manifestó que la muerte de unos 500.000 niños como consecuencia de las sanciones contra Irak lideradas por Estados Unidos “había merecido la pena”. Baerbock, como muchos compañeros de partido, había participado durante mucho tiempo en redes transatlánticas, por ejemplo como miembro del German Marshall Fund. Muchos dirigentes del Partido Verde, como Claudia Roth, Cem Özdemir y Karin Göring-Eckhardt, fueron miembros del Atlantic Bridge, una red de banqueros, estrategas militares, expertos de los medios de comunicación y políticos cuyo objetivo es someter aún más a Alemania a los intereses económicos y militares de Estados Unidos. El actual presidente del partido, Omid Nouripour, incluso forma parte de la junta directiva de la organización. La cooptación ha dado sus frutos: el partido defiende el rearme, la expansión de la OTAN y la militarización de la política exterior con más vehemencia que ningún otro. Los Verdes son también los acólitos más leales de los halcones estadounidenses en la confrontación contra China. 

En materia de política medioambiental, el partido también ha dado un giro de 180 grados. Para sustituir el gas natural ruso, el ministro de Economía Verde, Robert Habeck, está impulsando la construcción por la vía rápida de terminales de GNL en reservas naturales sensibles. De este modo, se está importando a gran escala una de las fuentes de energía más perjudiciales para el clima del mundo: el gas extraído por fracturación hidráulica procedente de Estados Unidos. En primavera, el ministro verde del Interior del Estado alemán de Renania del Norte-Westfalia utilizó la intervención masiva de las fuerzas policiales para desalojar los campamentos de miles de activistas climáticos que protestaban contra la expansión de la minería de lignito a cielo abierto. Previamente, la dirección del partido federal había acordado la destrucción de más poblaciones para la mayor fuente de CO2 de Europa. El devastador impacto medioambiental y climático de la nueva carrera armamentística tampoco supone un problema para el Partido Verde, por no hablar de la reconversión de la industria armamentística en tecnología verde, como se pidió en su día.

Entretanto, en el ámbito de los derechos humanos, cuya defensa proclaman a bombo y platillo los políticos Verdes, el partido ha traicionado casi todo lo que antaño figuraba en su programa. En el caso de Julian Assange, los líderes Verdes habían pedido la liberación del periodista antes de las últimas elecciones federales. Sin embargo, desde que el partido está en el Gobierno, casi no se ha oído hablar del caso. Y ello a pesar de que la extradición de Assange podría ser ahora inminente e incluso el primer ministro australiano pide que se archive el caso. El servilismo del Partido Verde a los intereses estadounidenses ya no tiene fisuras. Recientemente, el partido también acordó endurecer aún más las leyes de asilo de la Unión Europea. Decenas de miles de inmigrantes ya han muerto en la militarizada frontera exterior de la UE, y es probable que las nuevas normas aumenten esa cifra.

Las profundas desavenencias entre los movimientos por el clima y por la paz

El Partido Verde apenas tiene puntos de encuentro con lo que una vez fue; hoy no defiende ni la paz ni los derechos humanos ni una protección creíble del medio ambiente y el clima. Pero ¿y los movimientos? El movimiento por el clima ha galvanizado y movilizado a millones de personas por su causa y ha desafiado con éxito al núcleo fósil del complejo militar-industrial, a menudo en contra de las políticas del Partido Verde. Pero no quiere tener nada que ver con el nuevo movimiento pacifista. En Alemania, los partidarios de la diputada del partido de izquierdas Sahra Wagenknecht y de la feminista Alice Schwarzer, por ejemplo, que fueron capaces de movilizar a 50.000 personas para una manifestación por la paz en Berlín en febrero, son considerados por muchos activistas climáticos demasiado blandos con Rusia, cuando no títeres camuflados de Putin. Por el contrario, muchos de los que hoy abogan por una solución negociada en Ucrania piden al mismo tiempo combustibles fósiles baratos, algunos ven la protección del clima como una amenaza a su modelo de prosperidad. Las desavenencias son profundas.  

La creciente polarización y división únicamente beneficia a quienes quieren mantener el ruinoso orden mundial actual 

Sin embargo, incluso hoy, paz, ecología, clima y justicia social son inseparables. El nuevo enfrentamiento en bloque con China y Rusia significa que cientos de miles de millones de dólares y euros fluyen hacia la industria más destructiva del planeta –la militar– y dejan de estar disponibles para una transformación socioecológica. La nueva guerra fría también bloquea acuerdos internacionales urgentemente necesarios para mantener los combustibles fósiles bajo tierra. La diplomacia y la distensión, por difíciles que sean hoy, son por tanto indispensables para preservar nuestros medios de vida.  

Por el contrario, la paz y la justicia no pueden conseguirse sin una protección ambiciosa del clima y la biodiversidad. Nos enfrentamos a peligrosos puntos de inflexión en el sistema terrestre, ya sea en la selva amazónica, en los suelos de permafrost de Siberia o en las masas de hielo de Groenlandia y la Antártida Occidental. Si se sobrepasan, la Tierra amenaza con entrar en un estado completamente nuevo, la “Tierra invernadero”, zonas del sur de Asia, Oriente Medio y África podrían volverse inhabitables. Las ya devastadoras sequías en Europa podrían convertirse en emergencias hídricas que amenazarán nuestra propia existencia.  

Abandonados a su suerte, todos los movimientos individuales, ya sean por el clima, la paz o la justicia social, están condenados al fracaso. Un movimiento pacifista aislado tiene pocas posibilidades frente a un nuevo militarismo interpartidista; un movimiento por el clima que únicamente se centre en su propia cuestión de fondo y no forme alianzas amplias no podrá ganar suficiente fuerza ni aceptación social. La creciente polarización y división únicamente beneficia a quienes quieren mantener el ruinoso orden mundial actual el mayor tiempo posible. 

El gobierno de EEUU estaba tan preocupado que encargó al FBI operaciones para “desacreditar, desestabilizar y desmoralizar” a los movimientos

Por estas razones es crucial intentar salvar las distancias. Sin duda, se trata de todo un reto. Porque sería necesario analizar qué ha provocado que las fisuras sean tan profundas. Esto no se aplica únicamente a la guerra de Ucrania y a la política energética. También es clave realizar una revisión seria de la era del coronavirus, que ha dejado muchas heridas. Significaría superar las barreras sociales e ideológicas y reanudar las conversaciones entre nosotros, allí donde el diálogo se ha roto. Puede que estar por ahí en la burbuja de Twitter de cada uno y ocupar paneles con los amigos políticos alimente nuestros egos, pero de poco sirve en la actual situación global.  

“Solo, te desgastarán”, cantaba en su día la legendaria banda alemana Ton Steine Scherben. La historia de los movimientos sociales les da la razón. Únicamente cuando los movimientos de diferentes ámbitos y empeños unen sus fuerzas, las cosas se vuelven incómodas para las élites políticas y económicas. En las décadas de 1960 y 1970, fue la confluencia del movimiento por los derechos civiles de los negros junto con la resistencia a la guerra de Vietnam, los movimientos indígenas, el movimiento feminista y, por último, el emergente movimiento ecologista, lo que sacudió la estructura de poder de la posguerra. El gobierno estadounidense estaba tan preocupado por esta cooperación que sacudía el sistema que encargó al FBI amplias operaciones clandestinas diseñadas para “desacreditar, desestabilizar y desmoralizar” a los movimientos. Este programa, conocido como COINTELPRO por el gran público gracias a las filtraciones de 1971, sembró el espíritu de división con la ayuda de agentes provocadores, entre otros, que lanzaban posturas sectarias. La izquierda siempre ha sido muy buena desmontándose y dividiéndose a sí misma; no necesita al FBI para hacerlo. Pero hay algo que podemos aprender de la historia: nada asusta tanto a la gente en el poder como la cooperación entre movimientos ecologistas, pacifistas y de justicia social. Y nada les facilita tanto el gobierno como dividirlos.

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Fabian Scheidler es autor del libro The End of the Megamachine. A Brief History of a Failing Civilization, que ha sido traducido a varios idiomas. Su último libro es The Stuff We Are Made Of. Rethinking Nature and Society. Es periodista freelance y ha escrito para Berliner Zeitung, Frankfurter Rundschau, Wiener Zeitung, Taz, Blätter für deutsche und internationale Politik y Radio France, entre otros medios. En 2009 obtuvo el Premio de Periodismo Crítico Otto Brenner. www.fabianscheidler.com 

Traducción de Paloma Farré.

Actualmente los movimientos ecologistas y pacifistas están profundamente divididos en muchos países. La crisis de la covid y la guerra de Ucrania han intensificado aún más esas divisiones. Desde la invasión rusa de Ucrania, muchos partidos verdes, especialmente en Alemania, han abogado cada vez más por el rearme...

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Fabian Scheidler

Fabian Scheidler es escritor autónomo y trabaja para Berliner Zeitung, Le Monde diplomatique, Taz Die Tageszeitung, Blätter für deutsche und internationale Politik entre otros medios. En 2009 obtuvo el Premio de Periodismo Crítico Otto Brenner.

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