Madrí, zona de obras
Cruzando el río
Madrid tiene lo que tiene: la Colonia Manzanares. Menos da una piedra. Dos alcaldes marcaron la diferencia, uno fue el faraón Gallardón y la otra la abuelita Carmena
Ricardo Aguilera 13/08/2023
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Roma tiene el Trastevere, con sus placitas de encanto; Nueva York, Brooklyn, con sus cinematográficas estampas del puente; Sevilla, Triana, con su arte que no se pué aguantá… Madrid tiene lo que tiene: la Colonia Manzanares. Menos da una piedra.
El río siempre marca una raya de agua en la ciudad. La raya de Madrid está trazada con BIC punta fina: nuestro río no da para más. El Manzanares, arroyo serrano alegre en su nacimiento, llega a Madrid espeso y turbio. Nadie pasa por los predios de El Pardo y su insoportable peste a franquismo sin dejarse pelos en la gatera. Durante décadas de ahogo, el río se mostró estancado y recrecido por presas absurdas. La idea era engrosarlo para que no diera vergüenza la comparación de su escaso cauce con el de los ríos continentales: Támesis, Sena, Rin… España y sus complejos. Madrid y sus brotes psicóticos. Con el Manzanares de puntillas sobre sí mismo, sus riberas eran hediondas, plenas de mosquitos, insufribles. Allí vivían los que no podían pagarse algo más apañado.
Todo ha cambiado. A mejor. Dos alcaldes marcaron la diferencia. Uno fue el faraón Gallardón, especialista en reformas monumentales. Su obra más lograda fue Madrid Río: soterramiento de la M30, ajardinamiento de las riberas, construcción de un sendero kilométrico para viandantes, ciclistas, señores con perro, jóvenes en patinetes con o sin manillar y la obligada legión de turistas. Lo único malo fueron las cuentas: nada cuadraba. Los millones se disolvieron inadvertidamente en los bolsillos más cercanos a la alcaldía. Toda la tierra que se sacó para meter la M30 bajo el río se empleó para tapar escándalos. Todavía no han aflorado.
La siguiente alcaldía que se miró en el río fue la de la abuelita Carmena. Sus asesores le propusieron un plan que no podía rechazar. No es que la amenazaran de muerte, sino que le pusieron delante un papel en blanco: la factura. Una revolución de la ciudad gratis total. Sería de locos resistirse. La cosa era sencilla: abrir las presas y dejar que la naturaleza siguiera su curso. Y lo siguió: la alcaldesa el plan y la naturaleza su curso. El Manzanares volvió a su condición de arroyo, aguas someras pero divertidas, flujo escaso pero bello. Crecieron islas naturales, la vegetación silvestre se dio un atracón y llegaron patos, fochas, cormoranes, pollas de agua, golondrinas, gansos del Nilo, milanos y alguna nutria. Pasear por allí es un alivio… de momento.
El Manzanares volvió a su condición de arroyo, aguas someras pero divertidas, flujo escaso pero bello
Los barrios del Trasmanzanares son menesterosos: Puerta del Ángel, Carabanchel, Usera, Orcasitas… Si no fuera por el dineral que ganaron los de siempre, nadie le habría hecho un favor así a los necesitados. Ya saben cuál es su consigna para los pobres: ¡que se jodan! Sin embargo, la acción combinada de las alcaldías del faraón y la abuelita ha tenido como efecto colateral la dignificación de la vida de unos cuantos miles de familias. Los precios de las casas que antaño miraban al río de coches de la circunvalación y al río de mierda que arrastraba el Manzanares, han subido como la espuma amarillenta que se filtraba de las presas. Negocio.
De todos los arrabales manzaneros, el que tiene más sabor es el de la colonia. Se construyó en 1928 para los trabajadores del Palacio Real. Entonces se llamaba Colonia de los Infantes. Arranca en el puente de los Franceses y llega poco más allá. Chalecitos unifamiliares de bajo coste, calles en curva alrededor de la plaza de la Meseta, jardines minúsculos con gatos, patios traseros con más gatos y ambiente de pueblo en medio de la ciudad. Un remanso. Tras la colonia, una hilera de edificios del auxilio social franquista: techos bajos, ladrillo endeble, tabiques milimétricos, mala construcción y una garrapata en el portal para hacer saber a sus vecinos que debían agradecer seguir vivos al yugo que les habían puesto y a las flechas que les apuntaban. Hoy, incluso esos pisos infames se han revalorizado. Los vecinos han puesto ascensores exteriores, se cuida la vegetación y el barrio es agradable. Contiene la plaza de San Pol de Mar, con bares de los de siempre y terrazas agradables. Allí permanece intacto el edificio del cine San Pol: hoy hacen teatro infantil. En su momento fue el Cinestudio Griffith, donde el menda cortaba entradas y enredaba con los rollos de película. ¡Qué momentos!
De San Pol sale el puente de la Reina Victoria: bonito y breve. Nada más cruzarlo, un puesto de melones que nos retrotrae al Madrid de antaño. Al otro lado, la ermita de San Antonio de la Florida, con sus frescos de Goya. El propio Goya, sentado pincel en ristre, observa la ermita desde su monumento, una estatua en bronce obra de José Llaneces en 1986. Justo al lado, Casa Mingo: pollos asados, chorizo a la sidra y queso de Cabrales. Buen provecho. Cuando entonces, estos predios de la Avenida de Valladolid eran puro descampado. Por allí aparcaban sus carretas y levantaban sus carpas gentes de circos sin más glamour que el sudor de sus brincos. El vecindario les llamaba “los húngaros”, y se avisaba a los niños que tuviesen cuidado con ellos: el escalón más bajo del mundo de la farándula.Pero no nos perdamos por la otra orilla y volvamos al puente. Hoy mismo lo he visitado. El horror. El gnomo arboricida ha mandado a sus huestes a pelar el Manzanares. Han dejado las isletas naturales al cero. Fuera vegetación. Y fuera patos, fochas, cormoranes, pollas de agua, gansos del Nilo y todo lo que haga cuá-cuá. Al desahucio vegetal y animal se ha sumado el humano. Hace años que un Carpanta de la vida real se instaló en uno de los ojos del puente. Allí construyó su solución habitacional con palés, puertas desechadas, macetas y buen gusto para lo precario. Lo han echado. En su lugar, vallas metálicas y avisos municipales: que no se le vuelva a ocurrir. La maldad. Eso es lo que el pueblo soberano de Madrid ha votado por mayoría absoluta. En esas estamos.
Roma tiene el Trastevere, con sus placitas de encanto; Nueva York, Brooklyn, con sus cinematográficas estampas del puente; Sevilla, Triana, con su arte que no se pué aguantá… Madrid tiene lo que tiene: la Colonia Manzanares. Menos da una piedra.
El río siempre marca una raya de agua...
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Ricardo Aguilera
Iba para biólogo pero las cosas se torcieron y devine en periodista. Por favor, no se lo digan a mi madre.
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