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Creo que era Churchill el que decía que las actitudes son mucho más importantes que las aptitudes. Una obviedad que el Atleti debería conocer a estas alturas. Un equipo que ha hecho del corazón su forma de ser, que ha cimentado su gloria supliendo las carencias a base de correr más que los demás nunca debería olvidar algo así. No era la primera vez que la plantilla de Miguel Ángel Gil, la que dirige Simeone, saltaba a un terreno de juego con la actitud de un noble malcriado y las ganas de alguien que no quería estar donde estaba. Por desgracia empieza a ser más habitual de lo que a un servidor le gustaría. Sin embargo, no recordaba una ocasión en la que el equipo saliera del campo como ha salido hoy de Mestalla. Como un señorito decadente y desaliñado. Como un hidalgo que llevara el traje lleno de lamparones y cuya altivez pareciese una estúpida mueca a ojos de cualquier ser humano con los pies en el suelo. Sin personalidad de ningún tipo, que es lo único que no se puede perder cuando se es del Atleti. Habrá quien crea que exagero y seguramente tenga razón. Para bien o para mal, el que escribe es incapaz de tomarse la vida con la frialdad y el desapego con la que se la han tomado los once jugadores que hoy vestían la camiseta del Atlético de Madrid. Es solo un partido, dirán otros. Y también tendrán toda la razón. De hecho, esa es la mejor noticia.
Los encuentros posteriores a cualquier parón de selecciones suelen ser complicados para los equipos con muchos internacionales. El equipo entrena poco y los jugadores acostumbran a venir tocados y con sueño. Pues bien, ni eso justifica el esperpéntico partido del Atleti en Valencia. Un encuentro en el que los de Simeone ofrecieron una imagen muy difícil de digerir para cualquier seguidor colchonero. Plano, vacío e incapaz. Sin ganas, sin fútbol y sin espíritu, que es lo peor.
El Atleti saltaba al campo con su tercera equipación, una especie de verde menta que se confundía con el césped. Genios. La anécdota, por suerte para el equipo de marketing, se perdió en la realidad que apareció a continuación. El equipo tenía la misma intensidad que un bostezo en plena ola de calor. Ninguna intensidad, para que me entiendan. Indolencia, dejadez, pasotismo… No sé. Todos los adjetivos se me quedan cortos. Aunque desgraciadamente, como digo, esto no es nuevo. Tampoco es nuevo presentarse con una alineación construida a base de retales, gracias al cúmulo de lesiones (otra vez) y a esa terrorífica gestión deportiva de los dirigentes colchoneros. Al Valencia, un equipo jovencísimo y con muchas más dificultades que el Atleti, un equipo que a pesar de todo transmite unas sensaciones fantásticas, le bastó echarle ganas y encarar a su rival con intención de hacerlo. Cinco minutos tardó en marcar. Una jugada por la izquierda, no muy bien defendida por Azpilicueta, que acabó en un pase al centro del área. Savic que la toca, Witsel que demuestra que no es central y Hugo Duro, el único de los tres que disputaba el partido, que mete el balón en la red.
Lejos de reaccionar, el equipo rojiblanco se escondió detrás de esa mediocridad desesperante que, como la Nada en el país de Fantasía, se apodera poco a poco de todas las esquinas del Club. Ritmo lento, espesura, imprecisiones e incapacidad absoluta para dar dos pases seguidos. El equipo levantino, sin necesidad de desplegar un fútbol particularmente brillante, era el dueño absoluto del encuentro. Sin peros. Y ya avisó varias veces a Oblak antes de hacer el segundo tanto. Una jugada que define a este Atleti en horas bajas. Lemar, otra vez intrascendente, falla un pase en zona crítica iniciando el contraataque rival. Barrios no llega, Hermoso que entra al balón como si estuviese grabándose un video de TikTok, Witsel que vuelve a mostrar lo lento que es y Savic que no llega, seguramente por la misma razón. Hugo Duro, otra vez, es el que acaba encarando la portería y anotando el segundo.
De ahí hasta el descanso, además de una aparatosa lesión de Lemar que pinta muy mal, más de lo mismo. Azpilicueta tuvo incluso que solventar un nuevo contraataque en el que Savic volvía a quedar retratado. ¿Y los demás jugadores? No quieran saberlo. Los delanteros desconectados, Llorente girando sobre sí mismo, Barrios intentándolo, pero no consiguiéndolo y Riquelme exactamente igual que si estuviese sentado conmigo mientras los dos vemos el partido.
En el descanso Simeone trató de arreglar una alineación que era ya muy difícil de entender desde el principio. Dio exactamente igual. La entrada de Correa animó algo el ataque colchonero con esa tendencia al caos, tan suya, y con una actitud bastante más potable que la de sus compañeros. Galán, que había salido en la primera parte por Lemar y que debutaba con el equipo, también intentó cambiar el ambiente, aunque con más intención que destreza. Un pase suyo fue rematado por Llorente y eso hizo que Mamardashvili pudiese participar de la fiesta de su equipo. Morata cabeceó poco después, en lo que parecía el inicio de una resurrección. Nada. Una jugada necesitó el equipo de Baraja para cerrar el encuentro. El enésimo balón que se llevaron simplemente por pelear más que sus compañeros acabó en los pies de Javi Guerra, que disparó desde la frontal del área para hacer el tercero. El canterano valenciano tiene una pinta estupenda, pero pocas veces podrá ponerse a caracolear en esa posición del campo con un rival haciéndole likes. Sí, porque Hermoso parecía más pendiente de lo bien que le quedaba la camiseta que de quitarle el balón al rival.
Y permítanme que me ahorre el resto del partido porque no hubo mucho más. Un equipo de marca blanca arrastrándose por el terreno de juego frente a otro que se sabía justamente ganador y que se permitía incluso el lujo de celebrarlo con su graderío.
Simplemente una cosa más: el martes toca Champions.
Solamente una cosa más: el martes toca Champions.
Creo que era Churchill el que decía que las actitudes son mucho más importantes que las aptitudes. Una obviedad que el Atleti debería conocer a estas alturas. Un equipo que ha hecho del corazón su forma de ser, que ha cimentado su gloria supliendo las carencias a base de correr más que los demás nunca debería...
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