Oswaldo Zavala / periodista y escritor mexicano
“La política antidrogas es una narrativa de ficción que se reescribe constantemente”
Liliana David 13/09/2023
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El 8 de enero de 2016 dio la vuelta al mundo una noticia que puso a México bajo los reflectores. Habían capturado a uno de los criminales más buscados: Joaquín “el Chapo” Guzmán, quien tras su detención era de pronto borrado de la lista de los delincuentes calificados como de alta peligrosidad. Con el transcurrir del tiempo, el acontecimiento ha dejado de tener aquella primera relevancia mediática, aunque algunos diarios todavía escriben sobre los tratos que recibe en la prisión estadounidense donde paga su condena.
De los días previos a su detención, quedó material suficiente para poder contar la historia de quien en 2013 había sido nombrado por los estadounidenses el enemigo público número uno, una declaración que no ocurría desde los tiempos de Al Capone. Aún hoy, circula un breve testimonio que fue difundido por la revista Rolling Stone; se trata de un video en el que durante 17 minutos, el Chapo aparece en algún lugar recóndito de la sierra mexicana, describiendo de manera escueta sus orígenes en la venta de la marihuana cuando tenía apenas 15 años. Posiblemente, el interrogatorio, al que accedió a modo de entrevista en exclusiva para el actor Sean Penn, haya bastado para escribir el guion que dio vida a una serie gringa con tres temporadas, El Chapo, estrenada en Netflix en 2017.
Series como esa abundan desde hace años en el cine y la televisión; best sellers como La Reina del Sur, Fariña o Balas de plata dejan réditos para las editoriales; mientras, los narcocorridos suenan a todo volumen para hacer más famosos a los “jefes de jefes” de los llamados cárteles. No hay, pues, producciones culturales en música, cine o literatura que actualmente no hayan retratado a estos personajes, contribuyendo así a la mitificación, la moda y la fascinación por un fenómeno conocido como “narcocultura”. Sin embargo, son quienes sostienen y promueven la gran industria del entretenimiento, que incluye también a los medios de comunicación, los que se han encargado de legitimar el discurso oficial construido por la Drug Enforcement Administration (DEA), el Federal Bureau of Investigation (FBI), la Central Intelligence Agency (CIA) o la Agencia Federal de Investigación de México (AFI), sin ejercer ningún tipo de crítica a sus narrativas acerca de lo que debemos entender cuando escuchamos hablar de cárteles o de narcotraficantes, esos sujetos que se han convertido en los peores enemigos y en un objetivo prioritario en la agenda de seguridad nacional compartida por los gobiernos mexicano y estadounidense. Estas son algunas de las claves en las que ahonda el periodista y escritor Oswaldo Zavala (México, 1975), autor de La guerra en las palabras. Una historia intelectual del “narco” en México (1975-2020, editado por Debate (2022) y Los cárteles no existen, cuya traducción al inglés (Drug Cartels Do Not Exist) fue publicada en 2022 por Vanderbilt University Press.
Desde su perspectiva, Zavala intenta llevar adelante una reflexión crítica en torno al lenguaje oficial con el que se ha edificado un discurso dominante sobre la imagen mítica, pero también acrítica, del crimen organizado. Su estudio se sirve de esa gran narrativa homogeneizada y reproducida por los medios de comunicación respecto a los llamados cárteles. El análisis del escritor ha generado una interesante discusión entre los lectores presentes en las ferias del libro en México, así como con el público asistente a sus presentaciones en el resto de Latinoamérica. De este modo, Zavala hace una invitación para desentrañar el significado de palabras como “narcotraficante”, “sicario”, “plaza”, “guerra” o “cártel”, y nos anima a reflexionar sobre cómo tales palabras aluden a un universo de violencia, corrupción y poder que se reproduce igual en las páginas de una novela que en las planas de un diario. He conversado con él para CTXT.
¿Por qué comienza su estudio haciendo una distinción entre la percepción de nuestro conocimiento sobre el narcotráfico, construida a través de las narrativas oficiales y los medios de comunicación, y su contraparte, es decir, lo que ocurre en realidad?
Para hablar de qué cosa es el narcotráfico, hay que pensar en lo que las instituciones están diciendo al respecto, eso es lo que fundamenta nuestro saber sobre el narco. Dicho de otro modo, todo lo que decimos y pensamos ha sido enunciado por instituciones oficiales, luego legitimado por los medios de comunicación, y termina recibiendo diferentes variaciones en los campos de producción cultural, pero en esencia se repite la misma narrativa. Es una narrativa promovida desde los años setenta, y el periodismo ha sido el filtro que conecta con la gente para que nos llegue lo que el Estado quiere decirnos. El Estado quiere constantemente expresar cosas y organizar lo social a partir de su propia idea de nación, comunidad: es el gran organizador. De manera que el periodismo funge como ese mediador hacia el lector común, pero, al hacerlo, muchos periodistas terminan reproduciendo, acríticamente y sin cuestionar nada, lo que está ocurriendo con los fenómenos; hacen un blanqueamiento de los datos, un lavado de información, sobre todo en el caso del crimen organizado.
Muchos periodistas hacen un blanqueamiento de los datos, sobre todo en el caso del crimen organizado
En ese sentido, menciona sobre todo a algunos periodistas mexicanos que han asumido ese discurso oficial, y señala también a quienes disienten o critican ese discurso, pero ¿cómo lo plantea tan nítidamente o bajo qué criterio lo sostiene?
Bueno, no sé si lo hago tan claramente, pero es mi lectura. Lo que digo es que cuando eres reportero, es muy difícil tener un contacto directo con las organizaciones de tráfico y, además, es peligroso. La mayoría de quienes reportean están en contacto con fuentes oficiales, con voceros de la policía, con agentes de la inteligencia, con los militares, y todas estas fuentes se conectan, hay un tramado en común. Y esto lo vemos, por ejemplo, con la configuración de la palabra “cártel”: el primer momento en que se usa esa palabra públicamente es en 1977, y es la DEA la que la propone. Sabemos ahora que la hicieron circular los estadounidenses para referirse a los traficantes de Colombia y México, y que los últimos en enterarse de que tal cosa existía fueron los propios traficantes. Tenemos los testimonios de Rafael Caro Quintero y de Miguel Ángel Félix Gallardo, que se enteraron de que la palabra cártel existía cuando ya estaban en la cárcel. Las fuentes oficiales, entonces, promueven ese discurso, y quienes le dan vigor son los medios de comunicación en general, con algunas excepciones, que han colaborado con su aceptación. Y, en efecto, me refiero a algunos de esos periodistas en mi libro porque son los que están refrendando esta narrativa, pues lo que hacen es manufacturar consenso con información repetida. Si lo dice la serie de televisión o una pieza de teatro pareciera que esa es la realidad. Sin embargo, la gente que percibe así las cosas, cuando les dices que “los cárteles no existen”, parece que les estás diciendo que “la realidad no existe”, y el primer reclamo que me hacen, sin leer el libro, es: “¡oye!, ¿cómo que los cárteles no existen?; ¿y la violencia, qué?”. Vemos que el nexo automático se construye entre la palabra cártel y la violencia; es el lenguaje operando a través de nosotros; y como no verificamos lo que nos llega, nos lo apropiamos como un producto hegemónico.
El análisis que desarrolla en Los cárteles no existen nos hace pensar en el descrédito de las instituciones oficiales y de algunos medios de comunicación, pero ¿no podríamos entender también esta situación como un caso de la llamada “posverdad”?
Es una forma de decirlo, claro, pero también me refiero a una simulación, es decir, no sólo a aquello que es falso, sino también a aquello que reemplaza lo verdadero, que toma el lugar de lo que puede constatarse. La simulación ya no se corrobora, sino que es la prueba misma de la realidad; lo que me parece que es muy importante es que la lógica de seguridad nacional es una lógica de simulación constante y de construcción de enemigos formidables, y esos enemigos son generalmente míticos: desde el comunismo, el terrorismo, la Mara Salvatrucha, el “bad hombre”, que decía Trump, etc. Todos estos enemigos que amenazan la seguridad siempre están completamente inflados, elevados por encima del suelo, y con esto no digo que no sean un problema serio, sino que el tratamiento que se da en la política pública generalmente se apoya en una narratología que exagera constantemente los grados de peligrosidad que implica a cada uno de estos personajes.
La lógica de seguridad nacional es una lógica de simulación constante y de construcción de enemigos formidables
Lo que hizo la revista Rolling Stone en 2016, al publicar la entrevista de Sean Penn con el Chapo, ¿fue una coincidencia o una demostración de cómo las instituciones de gobierno y los medios de comunicación se coordinan para imponer y legitimar una narrativa como verdad?
El que la entrevista en Rolling Stone haya salido casi en sintonía con la captura del Chapo, con apenas un día de diferencia, me sorprende que no escandalice a más gente, pero es sintomático y revelador de la gran coordinación que existe, y es parte de lo que nos falta: tener un poco más de malicia para entender que estas instituciones mediáticas, estos productores de ciertas formas de pensar la cultura, generalmente tienen mucha mediación por parte de las instituciones oficiales. El texto que escribe Sean Penn, lo que produce es una respuesta del mundo cultural, que valida y traduce cómo debemos entender la captura del Chapo Guzmán: como la caída del rey de la droga. Sin embargo, al cabo de unos meses, ese “rey” ya tiene un reemplazo en el cártel. Y es así como van pasando de una serie a otra, de un personaje a otro; es como una miniserie de televisión. De este modo, es fácil continuar con la política antidroga porque en esencia es una narrativa de ficción que se puede estar reescribiendo constantemente.
¿Cree, entonces, que no debemos desestimar las estrategias mediáticas si queremos entender cómo se intenta dar continuidad a la política exterior de los EUA y a su agenda securitaria e intervencionista en México y Latinoamérica?
Lo que creo que hay que entender en este caso es que las drogas son una excusa de la agenda securitaria, y eso lo sabemos porque históricamente no lo habían sido, sino que empezaron a serlo cuando la excusa en turno se agotó, cuando la Guerra Fría llegó a su fin, cuando la lucha contra el comunismo planetario ya no era justificable, porque ya no había comunismo tras la caída de la Unión Soviética; entonces se reposiciona el narcotráfico como la nueva amenaza de la seguridad, y eso costó mucho trabajo en lugares como México, sobre todo porque el crimen organizado aquí estaba subordinado por las estructuras del Estado. La agenda securitaria estadounidense es un arma, un instrumento, una forma de intervención política, geopolítica y geoestratégica. Y para que esa arma tenga efecto, tienes que tener un enemigo prominente que valide la necesidad del militarismo, de ceder ciertos derechos civiles y normalizar la violencia como algo cotidiano en un lugar como México, porque a ese grado de peligrosidad están operando los supuestos cárteles. Lo que yo creo es que el narcotráfico es un problema más secundario, menos relevante de lo que creemos. Muchas personas se sorprenderán de que diga esto, pero el imperio multimillonario del que se habla no es tal cosa, no existe una gran fortuna del narcotráfico; esas son invenciones estatales; y, por otro lado, la capacidad de violencia que puede generar el narco es cuestionable, sobre todo en un país tan militarizado como el nuestro, donde en realidad el territorio está en manos del ejército, no de los narcotraficantes.
La agenda securitaria estadounidense es una forma de intervención geopolítica y geoestratégica
Sin estos grandes enemigos, no se podrían justificar ni emprender acciones por parte de los gobiernos vecinos de México y EUA, que de otro modo resultarían ilegales e incluso inmorales; por ejemplo, la puesta en marcha de un sistema de terror para expulsar a poblaciones indígenas de territorios ricos en hidrocarburos, minerales, agua, etc.
La violencia ha repuntado cuando ha entrado el ejército a combatir al narcotráfico, y lo que vemos es que la guerra contra las drogas justifica una violencia sistémica que permite el avance de megaproyectos de infraestructura en zonas donde supuestamente más se está librando la guerra contra el narco, sin olvidar tampoco otras implicaciones de la militarización antidrogas, por la que han asesinado a activistas ambientalistas. Estos asesinatos han sido vinculados a agentes estatales, y no al narco. Entonces, es algo muy importante que digo en mi libro anterior, y en el nuevo también hago este llamado para que se piense conjuntamente la política antidrogas y la política energética en los países del sur global, porque lo que está en disputa en un país como México no es la ruta por el fentanilo, la cocaína, de las que habla la DEA, sino por todos los recursos naturales, el gas natural, el petróleo, la minería, la lucha territorial. Las drogas son un tema importante, que nos debe inquietar a todos, pero no es y nunca ha sido una amenaza a la seguridad nacional; eso es una retórica del lenguaje y la forma en que Estados Unidos moviliza su agenda intervencionista. Luego, las grandes fortunas que se les atribuyen a esos “grandes” enemigos, los narcos, son muy menores si las comparas con la economía planetaria. Actualmente, la mayor fortuna que se le atribuía al Chapo Guzmán era de mil millones de dólares. Si preguntas a cualquier economista serio, te dirá que no es gran cosa en el mundo actual y que hay dos mil personas que tienen esa cantidad y que entran en la lista de Forbes. Pero ese es el dinero visible, no el incontable que se esconde en grandes fortunas planetarias, como la de Elon Musk.
El 8 de enero de 2016 dio la vuelta al mundo una noticia que puso a México bajo los reflectores. Habían capturado a uno de los criminales más buscados: Joaquín “el Chapo” Guzmán, quien tras su detención era de pronto borrado de la lista de los delincuentes calificados como de alta peligrosidad. Con el transcurrir...
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Liliana David
Periodista Cultural y Doctora en Filosofía por la Universidad Michoacana (UMSNH), en México. Su interés actual se centra en el estudio de las relaciones entre la literatura y la filosofía, así como la divulgación del pensamiento a través del periodismo.
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