Madrí, zona de obras
¿Arde Ferraz?
A veces sucede que un lugar concreto se torna en símbolo. Mal asunto. Ese punto geográfico se convierte al instante en lugar de amores bobalicones y odios desenfrenados
Ricardo Aguilera 8/11/2023
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Los símbolos son cosa seria: nos hacen humanos. El pensamiento simbólico es un refinamiento que tenemos en exclusiva. Otra cosa es que lo sepamos emplear adecuadamente. Por ejemplo, si uno es lo suficientemente bestia, confunde el símbolo con lo simbolizado, igual que el memo mira el dedo que apunta a la Luna en vez del astro nocturno. Un ejemplo: las banderas simbolizan los países. Los países enteros, con sus montañas, estercoleros, playas, lodazales y gentes de todo tipo: buenas, malas y peores. Los tontos creen que el símbolo es lo que hay que adorar, no lo que simboliza, y así andan por ahí dando guantazos por la bandera a los mismos que están representados en ella, a saber, sus vecinos. Un desastre conceptual. A veces sucede que un lugar concreto se torna en símbolo. Mal asunto. Ese punto geográfico se convierte al instante en lugar de amores bobalicones y odios desenfrenados. Madrid anda sobrada de sitios de este tipo. Uno de ellos está que arde: la calle Ferraz.
A finales del XIX se empezó a perfilar la calle como eje oeste del barrio de Argüelles. Debe su nombre al general Valentín Ferraz, héroe de las guerras americanas, donde barbarizó a placer a los independentistas peruanos y argentinos. Como volvió a España con las botas de caballería pringadas de sangre hasta las rodillas, le hicieron homenajes de todo tipo y le buscaron un retiro amable: la alcaldía de Madrid. Y como Madrid es también muy de ponerles calles, plazas y avenidas a sus alcaldes, a éste le cayó la calle San Marcial, a la que robó el nombre. Veremos qué honores le promete el callejero madrileño al microbio prosionista. Hagamos una porra: yo propongo un cantón de basuras en el barrio de Salamanca. ¿Ah, que no hay de eso allí? Pues donde sea.
Ferraz arranca en la esquina noroeste de plaza de España, donde la Casa Gallardo se regodea con su modernismo rococó, pleno de perifollos pasteleros. Desde allí sube una cuesta donde deja a su izquierda los jardines del Templo de Debod, antes Cuartel de la Montaña. Como es sabido, el 19 de julio de 1936, se hizo fuerte allí el general Fanjul, que adelantándose a los acontecimientos, creía que ya estaba todo el pescado vendido y se lió a tiros con el personal. En Ferraz dejaron la vida un buen puñado de viandantes a mayor gloria de los golpistas. Hubo que esperar a que llegase la Guardia Civil, la Guardia de Asalto y las gentes de Madrid en armas para poner fin a aquel siniestro tiro al blanco. Fanjul fue detenido y fusilado. Antes se hacían estas cosas con los militares sublevados. Luego le pusieron una avenida allá por Aluche. Ya se la han quitado. Hoy es la Avenida de las Águilas.
La localización de este centro neurálgico del socialismo en medio de uno de los barrios más ultras de la capital ha sido siempre tomada como una afrenta
Volvamos a Ferraz. A la altura de su confluencia con Rosales, dominó el esquinazo durante décadas el bar Muñoz, más conocido como Los Lagartos. No es que la barra estuviera tomada por reptiles, sino que ese era el nombre que le daban a los “medios”, aquellos cubatas cortos que se popularizaron entre la estudiantina española, sedienta pero escasa de liquidez. Ya no existe: ahora hay una agencia de viajes. Un poco más adelante, aún encontramos Cuenllas, vinoteca de lujo y parné. Comenzó como ultramarinos, pero el abundante pijerío del barrio le cogió gusto a las delicatesen y acabó poniendo barra y mesas. Siguiendo camino, luce una placa que advierte que Giacomo Puccini habitó fugazmente por allí en 1892 con motivo del estreno de su ópera Edgar en el Teatro Real. Al lado, una entrada recoleta dirige al Centro de Danza Rafael de Córdova, bailaor de elegante estampa que rivalizó con el famoso Antonio en los años sesenta. Haciendo esquina con Rey Francisco, uno de los acomodados edificios de la zona acogió durante años al “sindicato” Manos Limpias, que afeaba la fachada de la finca con un despliegue de banderas insultantes. Otra vez los símbolos. Esta curiosa organización fue un incesante surtidor de denuncias a favor de todas las ultraderechas nacionales, que no son pocas. Estaba dirigido por el abogado Miguel Bernad, hoy condenado por extorsión, organización criminal y fraude. Y eso que lo hizo todo por la patria.
Llegados a la esquina con Quintana, hay un edificio que siempre me ha interesado. Hoy es una de las sedes de la Universidad Rey Juan Carlos. Antaño fue uno de los únicos edificios destinados a garaje que hubo en Madrid, con los coches subiendo a las plantas mediante rampas ad hoc. Lucía un estilazo moderno a la americana usanza. Hoy lo han destrozado las sucesivas remodelaciones. Una pena. Cruzando de acera y unos pasos más adelante, encontramos el motivo por el que Ferraz es hoy un símbolo: la sede del PSOE. Estamos en el número 70. Por fuera, la fachada de ladrillo anuncia un edificio modesto, de hecho allí murió Pablo Iglesias, que no era un potentado precisamente. Por dentro y por encima, todo tipo de artilugios de comunicación y seguridad avisan de que allí se cuece algo: el poder. La localización de este centro neurálgico del socialismo en medio de uno de los barrios más ultras de la capital ha sido siempre tomada como una afrenta. Las algaradas son de rigor. Ahora mismo la cosa está bien caliente a pie de calle. Tal parece que las gentes de bien de Madrid han logrado colegir que el PSOE es un partido de izquierdas. Un desatino grande, pero que da una idea del lugar del espectro político en que se puede concebir semejante dislate. El caso es que el Ferraz símbolo está permanentemente asediado por los símbolos nacionales, las banderas de los abanderados, que echan en cara a la policía que luzca la misma enseña en su uniforme y no les den la razón en vez de darles palos. Una vez más, el pensamiento simbólico por los suelos, vencido por el pensamiento irracional, que es mucho más llevadero y no requiere esfuerzo alguno.
Si continuamos Ferraz adelante, llegamos a Marqués de Urquijo, calle señorial plagada de edificios con pisos de 400 metros en adelante. En la esquina se levanta una iglesia fea a rabiar: la del Inmaculado Corazón de María. Allí se refugian los señoritos de la bandera cuando la poli arrecia. También es lugar que ofrece los servicios de inmigrantes sin papeles para las labores domésticas del pudiente vecindario. A dios rogando y con el mazo dando. El resto del camino por Ferraz transcurre plácidamente. Ya no hay apenas sobresaltos simbólicos: todo está escorado hacia el mismo lado. Encontramos el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, una mole ominosa de ladrillo ennegrecido, justo frente a un gastrobar llamado Mi Bandera. No es de extrañar. Allí arrancan calles como Romero Robledo o Francisco Lozano, remansos de paz cuartelera llenas de viviendas militares. La única nota discordante está a la altura del número 79: una placa que recuerda que en ese edificio vivió Tierno Galván, alcalde versado en latín y socialismo de postín. Haciendo esquina con la calle Lisboa, un coqueto palacete alberga la Procura de las Misiones Salesianas. Amén. Ferraz va a morir en el paseo de Moret, todo él fachada abierta al Parque del Oeste, donde todavía se encuentran proyectiles de mortero cuando la lluvia lava sus laderas. Por allí entraron los bárbaros.
***
A propósito de Txapote
La anécdota
Comida de compromiso. Familia política. Lugar: restaurante en un polígono industrial de Alcobendas. Especialidad en arroces. Tienen carpa para grupos grandes. Dentro arden leños artificiales disimulando los calefactores de gas. Las mesas forman hileras. Detrás de mi grupo toma asiento a voces una veintena de jóvenes. Solo hay cuatro chicas. Vestidos ajustados, uñas kilométricas y maquillaje innecesario para su corta edad. Ellos lucen cuerpos atléticos, festival de tatuajes y el pelo rapado por los lados. Parecen un equipo de fútbol. Tal vez lo sean. Llegados los postres empiezan los cánticos de rigor: cumpleaaaños feliz… Hasta ahí, lo previsible. Cuando acaba la nana onomástica, arremeten con fuerza la siguiente copla: “¡Que te vote Txapote!” La entonan con las notas de “Seven Nations Army”, de The White Stripes. Estupor.
El origen
La primera vez que escuché la infamia de Txapote salía de la boquita de piñón de Isabel Díaz, más conocida como la Ayuso. Soltó esa fresca en el ambiente mitinero de una de nuestras cuantiosas citas electorales. Lo dijo sin especial implicación emocional, con contundencia tontuna, ajena a su significado profundo, sólo atenta al beneficio inmediato, a colocar la frase que le han preparado. La osadía de la ignorancia, la barra libre de la falta de escrúpulos. La frase venía precocinada. En los fogones se hallaba Miguel Ángel Rodríguez, asesor para todo de Ayuso, hombre hecho a sí mismo a fuerza de puñaladas y estadísticas. Su trabajo consiste en dinamitar la convivencia, en avivar las pulsiones primarias, en construir discursos secos, cortos, palabras que solo apelen al cerebro reptiliano, conceptos que pueda berrear incluso un joven en cuya mente no haya más que fútbol, tatuajes y tías. Objetivo conseguido. Un gran profesional.
La reflexión
No creo que estemos midiendo bien lo peligrosa que es la buena gente que nos rodea. España es un país mayoritariamente ágrafo, plagado de personas acostumbradas a dejarse pastorear a fuerza de silbidos, eructos e imprecaciones. La derecha española no es tal, no tiene un armazón ideológico ni una propuesta económica. Solo tiene odio. Está dispuesta a todo. Es lo que enseña la historia. Preparan un golpe, no hay duda. Solo falta la primera gota de sangre. Después vendrán los ríos. Conviene no perderlo de vista.
Los símbolos son cosa seria: nos hacen humanos. El pensamiento simbólico es un refinamiento que tenemos en exclusiva. Otra cosa es que lo sepamos emplear adecuadamente. Por ejemplo, si uno es lo suficientemente bestia, confunde el símbolo con lo simbolizado, igual que el memo mira el dedo que apunta a la Luna en...
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Ricardo Aguilera
Iba para biólogo pero las cosas se torcieron y devine en periodista. Por favor, no se lo digan a mi madre.
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