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Los más veteranos del lugar recordarán que en las antiguas clasificaciones ligueras, junto a los puntos, los partidos ganados y la diferencia de goles, aparecían también los positivos. Se llamaban así, aunque podían ser negativos. Los positivos eran los puntos que se ganaban fuera de casa. Los negativos eran los que se perdían jugando en tu campo. La diferencia era lo que aparecía en la clasificación. Nunca lo entendí, ni sabía para qué servían. ¿Qué diferencia había entre jugar en casa o fuera, si los campos eran exactamente iguales en todos los sitios? Eso era lo que se preguntaba mi mente de niño. Hoy, bastante mayor ya, todavía no soy capaz de encontrar una respuesta. Pero debe haber diferencia, sí. En el caso del Atleti es evidente. En una de las temporadas que mejor juego está desplegando, en un año en el que está batiendo todos los récords de victorias en su propio feudo, la imagen que transmite una y otra vez fuera de Madrid es esperpéntica. De esas que te hace cuestionar todo en lo que habías creído cinco minutos antes. La derrota del Atleti en Bilbao es dolorosa, por lo que significa y por cómo se ha producido. Por eso y porque además es muy difícil de explicar.
Puede que las estadísticas digan otra cosas, pero mi sensación es que la actitud del Atleti al iniciarse el partido era distinta a la de otras veces. Parecía que intentaba tener el balón, igualar la intensidad del rival y plantar cara desde el fútbol. El problema es que quince minutos después, la sensación se había esfumado como si nunca hubiese existido. Siempre he pensado que esa capacidad del equipo de Simeone para desinflarse en las primeras partes de los partidos jugados lejos de casa respondía a una falta de actitud generalizada. Que estaba en la cabeza. Hoy empiezo a pensar que está en los pies. O en el cuerpo, que para el caso es lo mismo. Este equipo tiene serias dificultades para mantener un ritmo alto de juego durante mucho tiempo. Y no sé en qué porcentaje, pero esa carencia tiene su raíz en lo físico y en lo técnico. La duda, insisto, es cómo se reparte en uno u otro sitio, porque eso indicará si tiene o no solución. El Athletic tardó poco en ser ese equipo que llegaba antes a los cruces, que impedía la salida del balón y que cerraba cualquier desplazamiento en largo. Es decir, tardó poco en imponerse claramente a su rival. Corría más, apretaba más y también jugaba mejor.
A los cinco minutos de partido, Oblak ya tuvo que estirarse para parar un tiro de Guruzeta. Todavía podíamos achacar la ocasión a un efecto de las circunstancias puntuales. Cuando apenas diez minutos después Iñaki Williams tiraba un disparo al palo, estaba claro que el problema era otro. El Atleti era incapaz de seguir el ritmo de su rival. Cada vez que tenía el balón se mostraba además inútil para mantenerlo controlado con cierto criterio a más de treinta metros de su propia portería. La velocidad a la que se desenvolvía el equipo de Simeone era impropia de la élite futbolística. Algo que, desgraciadamente, empieza a ser recurrente. La pregunta es si esto ocurre de forma voluntaria o involuntaria. Empiezo a decantarme por lo segundo. Y eso me preocupa, porque tiene mucha peor solución.
El resto de la primera parte fue un acoso constante de un Athletic de Bilbao que se sentía superior y que además, lo era. Sacet remató al muñeco una jugada de Nico Williams desde la izquierda y el propio Nico se quedó delante de Oblak, tras el enésimo error en la salida de los colchoneros. Era un milagro que el marcador siguiese a cero, así que pareció de justicia que el árbitro pitase un claro penalti de Soyuncu. Un error del turco, al que se le vio muy impreciso todo el tiempo, que de forma inocente tocó a Williams dentro del área con el primer recorte. Contra pronóstico, Sancet lanzó el disparo por encima del larguero. El penalti fallido no cambió mucho el panorama. El Athletic siguió apretando, el Atleti defendiendo y Nahuel Molina haciendo el ridículo.
Soyuncu y Molina, lógicamente, se quedaron en el banquillo tras el descanso. Giménez y De Paul salieron para intentar hacer que el equipo compareciese en Bilbao, pero no tuvo un efecto inmediato. Todo lo contrario, de hecho. Como una especie de acertado epílogo de lo que había sido la primera parte, a los cinco minutos el Athletic se adelantó en el marcador después de una segunda jugada tras córner, mal defendida por el Atleti, que acabó en un balón colgado al segundo palo que aprovechó Guruzeta.
El Atleti trató tímidamente de quitarse la caraja, cosa que no consiguió. Simeone sentó a Griezmann (raro) y a Saúl para crear peligro con Correa y Memphis, pero era como intentar atracar un banco con pistolas de agua. Nada. El problema no era de jugadores, sino colectivo. Los cambios solamente sirvieron para que aparecieran más espacios en la zaga colchonera y que Nico Williams sentenciase el partido, clavando un golazo desde la esquina de área grande y por la escuadra de Oblak.
No es necesario que sigan leyendo. Desde el segundo gol de los bilbaínos no ocurrió nada verdaderamente reseñable. El partido se transformó en una especie de correcalles en el que el equipo de Valverde se sentía muy cómodo y el de Simeone se sentía aturdido, además de completamente superado. Y sí, tiraron algo de orgullo, me dirá alguno, consiguiendo algún acercamiento. Llorente tuyo un par de ellas. Especialmente clara fue la segunda, en el minuto 82, cuando estampó un disparo en el cuerpo de Simón. Lino había tenido otra pocos minutos antes, pero no. Nada. Las mismas ocasiones tuvo que para Oblak, el mejor del Atleti, para que el marcador no se moviera.
La derrota en San Mamés aleja al Atleti del sueño de la Liga, pero queda mucha tela que cortar y, si lo piensan, esto no son más que tres puntos. Es mucho peor pensar en las sensaciones que deja el partido y en las dudas que ha sembrado en la conciencia de los aficionados o de los rivales. Lo bueno es que dentro de cuatro días la rueda vuelve a girar. Bueno, lo bueno y lo malo.
Los más veteranos del lugar recordarán que en las antiguas clasificaciones ligueras, junto a los puntos, los partidos ganados y la diferencia de goles, aparecían también los positivos. Se llamaban así, aunque podían ser negativos. Los positivos eran los puntos que se ganaban fuera de casa. Los...
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