TIRANDO DEL HILO, XVII
Derivas lectoras
Me pasa mucho esto últimamente, llego a los libros medio confundida y tambaleante ante tanta crítica elogiosa y tantas buenas palabras y, luego, mis ojos lectores se chocan con el muro de la irrelevancia
Carmen G. de la Cueva 20/01/2024
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Como lectora, tengo un pequeño ritual para acabar y empezar el año. El último día, en Nochevieja, siempre termino un libro y esa primera madrugada nueva, cuando ya estoy en la cama, empiezo otro. No importa lo tarde que sea ni lo cansada que esté: debo, quiero, deseo empezar el año con una historia nueva entre las manos. Recuerdo con especial emoción una Nochevieja, allá por 2008, cuando empecé a leer Los detectives salvajes de Roberto Bolaño en la mítica edición de bolsillo roja de Anagrama. En tan solo un par de semanas, me iría a estudiar a Ciudad de México y me dejé poseer por el espíritu de Juan García Madero. No me acuerdo de con quién salí aquella noche, si lo pasé bien o no, tenía veintidós años y lo que más me apetecía era meterme en la cama con Bolaño. No siempre he podido cultivar este placer. A medida que una crece y la adultez la embarga, todo comienza a complicarse: exigencias propias y ajenas, expectativas, herencias, cualquier cosa antes que satisfacer el propio deseo de apartarse del mundo y encerrarse en la cama con un buen libro. La maternidad me ha permitido volver a este ritual. Poco después de las doce, cuando el fulgor de los fuegos artificiales se ha apagado en el cielo nocturno y el frío arrecia, vuelvo a casa con mi niño de la mano y, poco después, estamos los dos en la camita, él dormido profundamente y yo con la nariz en un libro.
El año pasado leí mucho, decenas y decenas de libros, la mayoría, no me gustaron, no me removieron
La tarde del 31 de diciembre, mientras mi hijo hacía un puzle, me acabé Intimidades de Katie Kitamura y la madrugada del día 1, me leí Magma de Thora Hjörleifsdottir, tan breve, tan poquita cosa, que lo acabé esa misma madrugada. No debí poner tantas expectativas quizá, pero, a veces, hasta yo, me dejo confundir por los blurbs: “En los primeros puestos de los libros más vendidos de Islandia”, “escogido en Estados Unidos como uno de los mejores libros traducidos”. Me pasa mucho esto últimamente, llego a los libros medio confundida y tambaleante ante tanta crítica elogiosa y tantas buenas palabras y, luego, mis ojos lectores se chocan con el muro de la irrelevancia. Luego me da la culpa y entro en un extraño bucle: ay, pobrecilla autora, es su primera novela, la historia tiene algo, hay frases buenas, quizá si hubiera sido un poco más larga, un poco más profunda… que no, que esto ya lo he leído antes y mejor escrito. La novela en cuestión trata sobre Lilja, una chica universitaria que comienza a salir con un compañero que resulta ser un maltratador psicológico y ella, como víctima, cae en una espiral de autodestrucción. Está sola, parece que no hay salida. Seguramente no sería la mejor elección para comenzar un año. Al final, ese primer día estuve rara, como si se me hubiera soltado alguna pieza interna. La lectura me había perturbado tanto que me quedé sin leer los siguientes tres días. La maldición de Magma cayó sobre mí. A veces ocurren esas cosas, ¿no? Que hay libros que no son para nosotras y libros que sí y esta historia me confundió y me dejó en un limbo de no leer. Y no soporto esos momentos cuando no estoy leyendo nada. Nada por placer, quiero decir, siempre estoy leyendo algo por trabajo, esos días andaba leyendo paralelamente Las niñas del naranjel de Gabriela Cabezón Cámara y La llamada: Un retrato de Leila Guerriero en galeradas.
El año pasado leí mucho, como siempre, decenas y decenas de libros, la mayoría, no me gustaron, no me removieron. Hubo novelas que me gustaron bastante como La mala costumbre de Alana S. Portero y Atractiva jugada perdedora de Ainhoa Rebolledo. Y también releí. Me pasa que, cuando me bloqueo con los libros nuevos –novedades editoriales, libros publicados hace algo más de tiempo que no he leído todavía–, releo. El año pasado releí a Deborah Levy dos veces, toda su obra, releí también la tetralogía de las Dos amigas de Elena Ferrante, Las crónicas de los Cazalet de Elizabeth Jane Howard, Poeta chileno de Alejandro Zambra, Un hombre enamorado de Karl Ove Knausgård, las tres novelas de Sally Rooney que las releo todos los veranos, La trama nupcial de Jeffrey Eugenides y todas las novelas de Margaret Drabble, menos Llega la negra crecida: lo empecé, me invadió el desánimo y lo dejé en la página 47. Y seguí leyendo a Carmen Martín Gaite que no se me acaba nunca. Visité con mi hijo su casa familiar en El Boalo y leí, releí y requeteleí un cuentito sobre ella y su hija y una ranita que se encontraron en el campo. Pero hubo cinco libros que me encantaron de 2023, cinco libros que me acompañarán por mucho tiempo y a los que volveré: La maestra y la bestia de Imma Monsó, Tasmania de Paolo Giordano, El libro de los niños de A. S. Byatt, Derivas de Kate Zambreno y Alison de Lizzy Steawart. Cuando un libro me gusta, me obsesiono, es así, no lo puedo evitar. Me obsesiono y lo recomiendo a todo el mundo y, si puedo, lo incluyo en mi club de lectura. Con La maestra y la bestia me pasó que, tal como llegué a la última página, volví a empezar por la primera. Sin duda, para mí Severina es uno de los mejores personajes de la narrativa contemporánea reciente. Ya le dediqué aquí un apasionado artículo.
Cuando pongo por escrito lo que he leído y lo comparto que es encontrar una pregunta que me lleve a seguir profundizando en mi vida interior
El año pasado se reeditó un maravilloso ensayo de Vivian Gornick que uso mucho en mis talleres de escritura. La edición que yo tenía llevaba por título Escribir narrativa personal, editado por Paidós en 2003, un librito en rústica, pequeñito y muy azul, y está traducido por Víctor Pozanco. Y la nueva reedición de Sexto Piso, con nueva traducción de Julia Osuna Aguilar, lleva otro título que se asemeja más al original –The Situation and the Story (2001)– La situación y la historia. El arte de la narrativa personal. A mí Gornick me fascina, desde siempre, lo primero que leí de ella fue, precisamente este librito, antes de que Sexto Piso comenzara a editar su obra y descubriéramos Apegos feroces (2017), un libro que considero casi fundacional para empezar a hablar sobre la relación conflictiva entre hijas y madres, un libro cajita-de-pandora. Me interesa la voz de Gornick, su lucidez, su soberbia incluso, la seguridad y la confianza que desprende cuando dice, por ejemplo, que “Cuando un libro meritorio recibe pésimas críticas al publicarse, o a uno de valía pasajera lo ponen por las nubes, no es que el libro, en ninguno de los casos, lo esté leyendo la persona equivocada o correcta, es que ha coincidido con el momento equivocado o correcto. Este libro, sea bueno o sea magnífico, se hunde como una piedra porque lo que tiene que decir no puede asimilarse en el momento; mientras que ese otro libro, claramente efímero, tiene buena acogida porque lo que aborda está vivo –ahora, en estos momentos– en la psique colectiva”. Me doy cuenta cuando pongo por escrito lo que he leído y lo comparto que, lo que más me importa a la hora de leer, es encontrar una pregunta, una pista que me lleve a seguir profundizando en mi vida interior. Egoístamente, como lectora, es lo único que me importa. La lectura, al igual que la escritura, es una mirada. Quiero volver a ser como aquella muchacha de veintidós años que leía a Bolaño en Nochevieja: buscar en los libros y en la vida la emoción, el fulgor y las preguntas.
Como lectora, tengo un pequeño ritual para acabar y empezar el año. El último día, en Nochevieja, siempre termino un libro y esa primera madrugada nueva, cuando ya estoy en la cama, empiezo otro. No importa lo tarde que sea ni lo cansada que esté: debo, quiero, deseo empezar el año con una historia nueva entre...
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Carmen G. de la Cueva
Periodista, escritora y editora. Ha publicado varios libros y fue directora de la editorial feminista La señora Dalloway.
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