Cartas desde Meryton
La muerte nos sienta fatal
La tierra se mueve bajo nuestros pies y no parece que tengamos un asidero firme. Pescando en este río turbio de gente asustada y pasmada se encuentran los Milei y las Ayuso alentando los instintos más primitivos
Silvia Cosio 29/01/2024
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– ¡Menudo siglo!
– Capitán, solo es 2024.
En esta montaña rusa que llamamos vida, llena de madrugones, atascos, metros abarrotados, prisas, jornadas laborales maratonianas, yincanas en busca de la marca blanca más barata, noches en vela pensando en si nos van a subir –más– el alquiler y adónde narices nos vamos a vivir si lo hacen, de temer abrir la factura de la luz, de no atreverse a poner la calefacción y de mirar para el techo en la cama pensando si has sacado la ropa de la lavadora, es normal que en cuanto tengamos un poco de tiempo libre busquemos anestesiarnos. Los fines de semana nos lanzamos como locos a los bares y terrazas a tragar y beber, o a las tiendas a comprar ropa barata que nos pondremos una vez y olvidaremos en el armario porque después de una puesta ya no nos hace sentir tan especiales. Tampoco es que las ciudades nos den muchas más alternativas, pues los ayuntamientos han ido privatizando poco a poco el espacio público. En verano buscamos refugio del ruido y del calor en otras ciudades que acabarán igual de atestadas y agobiantes que las que hemos dejado atrás, ciudades que con el tiempo se volverán tan incómodas para el turista como para los que las habitan y que se han visto expulsados del centro por los pisos turísticos y el ruido, ciudades clónicas con las mismas cadenas de tiendas, bares y programaciones veraniegas. Ciudades exprimidas y agotadas por un modelo económico suicida mientras los gobiernos locales y autonómicos aplauden y nos juran que aquí no va a pasar lo que ya ha pasado en otros lugares.
Pero es que fuera está frío y oscuro y necesitamos consuelo ante las guerras, los genocidios emitidos en directo, los precios desorbitados, los alquileres por las nubes, la mierda de salarios, los árboles que florecen en invierno y la eterna ola de calor en la que se han convertido los veranos. Y ahora nos dicen que tenemos que cambiar nuestros hábitos, que los combustibles fósiles se agotan, que nuestra forma de alimentarnos y vestirnos está acabando con el planeta, que las ciudades no pueden girar en torno al coche, que debemos replantearnos nuestra relación con los animales, que las realidades son diversas, que tenemos que cuidar nuestro lenguaje y nuestra forma de nombrar a los demás y que no tiene ni puta gracia reírse de alguien por su color de piel, su orientación sexual o su discapacidad –de hecho nunca tuvo puta gracia, se pongan los del Varon Dandy boca arriba o boca abajo–. La tierra se mueve bajo nuestros pies y no parece que tengamos un asidero firme en el que agarrarnos. Y hay mucha gente enfadada porque de repente todo lo que han sido y hecho ya no vale. Y claro, se aferran a la fantasía de que todo era mejor, de que todos éramos más libres y felices antes. ¿Qué antes? Pues el antes en el que éramos jóvenes, si no niños, y todo parecía mejor o parecía mejor para unos pocos, unos pocos que siguen empeñados en que todo siga igual porque a ellos les iba bien y todavía les va bien. Pero olvidan, adrede, que en este país en los setenta, ochenta y noventa, muchos se murieron con una aguja clavada en la vena, que había barrios en nuestras ciudades que eran poco más que poblados chabolistas, que la realidad de las personas LGTBI era el bullying, la burla y el rechazo, que perdimos todas las luchas sindicales, que la desindustrialización arrasó pueblos, ciudades y vidas, que la pegué porque era mía, que si vas provocando luego no te quejes si te violan, que un bofetón a tiempo es el mejor correctivo y que a los 14 años ya te decían que lo tuyo no eran los estudios y te mandaban al taller o a la peluquería a currar. Y no pasaría nada por aferrarse a esa fantasía –como yo me aferro a la ficción de que abro las puertas automáticas con mi poder de jedi– si no fuera porque están dispuestos a arrasar con todo antes que dar el brazo a torcer. Viven una permanente escalada de sobreactuación histriónica, de malismo de opereta que les lleva a preferir vivir en ciudades sofocadas por el humo de los tubos de escape, a palmar de un cáncer de pulmón, antes que tener que ceder ante la dictadura woke que pide ciudades limpias, pensadas para las personas y no para los coches. Pescando en este río turbio de gente asustada y pasmada, de narcisismo herido, de señores a la deriva, se encuentran los Milei y las Ayuso alentando los instintos más primitivos mientras los restos del capitalismo hacen caja y saquean las migajas del Estado de Bienestar ante el aplauso suicida de los asustaditos. Van de cabeza al desastre y nos quieren arrastrar al resto, pero es que, señores, tengan en cuenta que la muerte nos sienta fatal y que tampoco estamos por la labor porque con lo woke, aunque les joda, la mayoría de nosotros, vivimos mejor.
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En esta montaña rusa que llamamos vida, llena de madrugones, atascos, metros abarrotados, prisas, jornadas laborales maratonianas, yincanas en busca de la marca blanca más barata, noches en vela pensando en si...
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Silvia Cosio
Fundadora de Suburbia Ediciones. Creadora del podcast Punto Ciego. Todas las verdades de esta vida se encuentran en Parque Jurásico.
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