MADRÍ, ZONA DE OBRAS
Patios traseros
En otras partes los patios son un arte, se cuidan, se engalanan, se disfrutan. En Madrid nos encontramos basura, orines y recovecos oscuros. Nadie en su sano juicio querría eso allí
Ricardo Aguilera 21/01/2024
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Madrid no es ciudad para patios. En otras partes son un arte, se cuidan, se engalanan, se disfrutan. En Madrid no. Aquí los patios son sombríos, sucios, llenos de trastos. Un asco. El patio trasero como basurero ha trascendido a la esfera del urbanismo, y la ciudad está llena de enormes patios que ocultan las vergüenzas de sus calles más vistosas.
La Gran Vía fue, en buena medida, un capricho de Alfonso XIII, aquel reyezuelo eternamente acomplejado ante la pompa de las monarquías europeas. Consideraba el joven Alfonsito que Madrid no lucía en comparación con Londres, París o Viena, y no le faltaba razón. Por eso quería una gran vía central que refulgiera con el oropel de la arquitectura fina, las tiendas de lujo y los teatros chic. Pero, siguiendo la costumbre madrileña, tras el escenario se habilitaron una serie de patios a cual más horroroso. Y ahí siguen.
Para empezar por lo más ligero, hablemos de la plaza de Zerolo, Pedro Zerolo. Luego vamos con él, antes un poco de memoria. Hasta 2016, se llamaba plaza de Vázquez de Mella, y de hecho todavía conserva un busto con fuente dedicada a este prócer. Vázquez de Mella fue, según reza la inscripción de su homenaje, un “insigne apologista de la religión católica”. Nadie lo duda. Quizá por eso bajo su busto se “regordean” unos amorcillos carnosos y en cueros. Dejad que los niños se acerquen a mi. En los ochenta, la plaza era intransitable: suciedad a raudales, escasa iluminación, yonkis en estado terminal, miseria repulsiva. Una vez me quisieron atracar allí con la amenaza de una hipodérmica. Eran los tiempos del sida rampante. Le dije al famélico espectro que blandía la jeringa que se fuera a tomar por culo. Consideró que era una buena opción y se largó.
Vamos a por Zerolo. Ficha: nacido en Caracas, hijo de exiliado. Fue activista destacado del movimiento LGTB y miembro de la Ejecutiva Federal del PSOE. Murió en 2015: cáncer. No es casualidad que le dedicaran esta plaza, si no más bien causalidad: la comunidad de Chueca presenta sus respetos a quien hizo por los suyos. Y gracias al empoderamiento gay, la plaza hoy es habitable, algo menos sombría y con negocios de restauración al alza. Sin embargo, no deja de ser lo que siempre fue: una plaza dura, granito a gogó, poca verdura, y debajo el inevitable parking. Eso sí, a la entrada del subterráneo, un guiño: el lazo rojo de la lucha antisida hecho con vigas de acero, cortesía de la arquitecta Teresa Sapey.
Otro patio: la plaza de Santa María Soledad Torres Acosta, plaza de Luna para los amigos. Fea es poco. Estamos detrás de Callao. Lo que allí es un festín de arquitectura de estilo, aquí es la pesadilla gris representada por dos edificios de oficinas sin piedad con el orden estético. Eso sí, hay negocio de por medio. El Ayuntamiento los alquila a precio de risa a los colegas desde hace décadas. Los cines Luna que dieron nombre a la plaza también se las traen. Ya no existen, ahora hay allí un gimnasio, pero el edificio es el mismo, un cubo de cristal ahumado que no pega con nada, y menos con el edificio colindante, la iglesia de San Martín de Tours: ladrillo desnudo del siglo XVIII con portada churrigueresca. Ya me dirán. La iglesia se prolonga con claustro y jardín protegido por una tapia que encabeza la calle Desengaño. ¡Qué gran nombre! Por allí pululan todavía algunas lumis perdidas entre la gentrificación del entorno. Antaño enseñoreaban toda la zona, desde la plaza hasta la trasera de Telefónica, pasando por los Almacenes Riesgo (una joya de droguería en extinción: ¡visítenla!) y la sex shop Erotic Palace. Hoy están desapareciendo. Las calles que desembocan en Desengaño, Ballesta y Barco, son colmenas de pisos Airbnb. No es clientela para putas, sino para pizzerias y burgers. Otro comercio igual de asqueroso.
Seguimos en la Luna, que está de cuarto menguante. Se repite el esquema de plaza dura: granito a rabiar, escalones de cuidado, ausencia de vegetación y parking debajo. En la remodelación de 2007 inventaron unos chorros de agua para la chiquillería, aparatos de musculación, chirimbolos infantiles y un jardín vertical que se mustió según lo estaban poniendo. El resto es espacio libre para ferias navideñas, ferias medievales y terrazas: más negocio. La asociación de vecinos de la zona propuso una playa urbana: llenar de arena la plaza y poner sombrillas. Almas de cántaro roto. A un lado de la plaza, la calle Silva, donde encontramos un tesoro: la iglesia de la Buena Dicha (1914), obra de Francisco García Nava. Modernismo, gótico, neomudéjar, todo junto y bien ensamblado. Una monada. Al lado estaba Madrid Comic, tienda pionera del género. Cerró. Justo enfrente, el José Alfredo, estupendos cócteles en un edificio de racionalismo austero y bello. Y en la plaza, un detalle revelador. En 2019 pusieron una placa en homenaje a Arturo Ruíz, asesinado en 1977 por dos fascistas ligados a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Uno está huido. El otro cumplió una condena de meses. La placa, cómo no, está puesta en un respiradero del parking subterráneo. Plaza dura, realidad aún más dura.
Tercer patio: Mostenses. Está en obras semiperpetuas. No es raro: sufre remodelaciones constantes para convertirla en un espacio apto para seres humanos, pero nada. En realidad no es una plaza, sino un anillo circulatorio alrededor del Mercado de los Mostenses. El edificio es feote: ladrillo sin aspiraciones. En los bajos hay una tienda de caviar, “La perla negra del Caspio”, con latas gordas como de atún en escabeche. Cuestan los dos riñones y parte del hígado. El mercado lo levantaron en 1945, tras demoler el antiguo Edificio de Abastos. Por dentro encontramos un mercado vivo, tiendas llenas de género a buen precio y sorpresas como el restaurante Lily: comida chino/peruana muy económica. Por fuera hubo comercios interesantes, como el ultramarinos “El sol sale para todos”. Ya no existe, pero algún alma caritativa ha conservado el toldo con el nombre. Hoy no hay más que comercios asiáticos: almacenes de todo y nada, tiendas sorpresa y restaurantes chinos, indochinos y cochinchinos. Subiendo por la calle Antonio Grilo estaba el espacio Maravillas: un solar okupado con huertas urbanas, columpios, hamacas y serpentín de cerveza. El Ayuntamiento del pulgón tuvo a gala cerrarlo. Frente al mercado, el Edificio Parking. El nombre lo dice todo: el horror en color gris tubo de escape. Al lado, las escaleras que dan a la Travesía de la Parada. Temibles. Basura, orines y recovecos oscuros. Nadie en su sano juicio querría eso en su patio trasero. Madrid sí.
Madrid no es ciudad para patios. En otras partes son un arte, se cuidan, se engalanan, se disfrutan. En Madrid no. Aquí los patios son sombríos, sucios, llenos de trastos. Un asco. El patio trasero como basurero ha trascendido a la esfera del urbanismo, y la ciudad está llena de enormes patios que ocultan las...
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Ricardo Aguilera
Iba para biólogo pero las cosas se torcieron y devine en periodista. Por favor, no se lo digan a mi madre.
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