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Llevamos tanto tiempo teniendo que hablar en su idioma, utilizando su escala de medir, escuchando leyendas de gloria barata, conviviendo con esa supuesta grandeza radioactiva, que no deja crecer nada alrededor, admitiendo que el micrófono, o la cámara, tengan que ser siempre del mismo y para decir siempre lo mismo, teniendo que observar en silencio que la vida, incluso la nuestra, se analiza siempre desde un punto de vista que nada tiene que ver con nosotros, asumiendo que la injusticia putrefacta, por alguna razón, es la forma más saludable de que “todos” sigamos vivos, sufriendo el que solamente exista un tipo de verdad coloreada, ya que, por alguna razón, la realidad no vende… que no nos damos cuenta de que estamos viviendo bajo el agua. Sí, bajo el agua. David Foster Wallace se lo explicó muy bien a los alumnos de la universidad de Kenyon con un chiste. Un pez anciano se cruza con dos peces jóvenes que nadan en dirección contraria. “Cómo está hoy el agua, ¿eh?”, comenta el pez mayor. Al cabo de un rato, uno de los peces jóvenes le dice al otro: “Oye, ¿qué es el agua?” Llevamos tanto tiempo teniendo que vivir dentro de este fútbol que nos enseñan, que se nos olvida el fútbol de verdad. El nuestro. El que nos pertenece. Porque no, en este lado de la vida no sabemos respirar bajo el agua. Y tampoco debería hacer falta.
El equipo de Simeone salió frío al Bernabéu, esa octava maravilla del universo según los expertos de branquias poderosas. Quizá porque en esa alineación se insinuaban rotaciones (costaba entender la presencia de Savic, Saúl o Riquelme, por ejemplo). Quizá porque los jugadores eran conscientes de las semanas que les vienen. El caso es que el Real Madrid se quedó con el balón y dominó el partido. Un dominio estéril, todo sea dicho. Sí, porque, más allá de un arranque de Brahim por la derecha, no recuerdo ocasiones importantes en ese primer tramo del partido. De hecho, Morata tuvo la mejor, cuando no alcanzó a rematar con precisión un excelente pase de Griezmann al corazón del área.
Llegado el cuarto de hora, parecía que el Atleti conseguía estirarse algo y jugar en campo contrario. Desgraciadamente, el Karma estaba del lado del equipo blanco y se adelantaron en el marcador gracias a una jugada que los analistas de branquias poderosas dirán que llegó desde la excelencia futbolística y que a mí, pobre mortal con pulmones, me pareció el resultado de una mezcla explosiva de suerte y falta de contundencia del rival. Riquelme que despeja mal, el balón que rebota primero en Saúl y después en Koke, Brahim que se lo encuentra casi sin quererlo, y a pocos metros de Oblak consigue marcar a placer.
El Atleti acusó el gol y la presencia errática de Saúl lo hizo todavía más evidente. No entiendo el empeño por colocar a un jugador que es evidente que ahora mismo no está a la altura. Aun así, sin hacer muy buen fútbol, los rojiblancos tuvieron sus ocasiones. Witsel de cabeza, tras pase de Riquelme y Savic de cabeza también, a la salida de un córner. Pero nada. El Karma, supongo. El equipo estaba plano, en cualquier caso. Hay que reconocerlo. Quizá por eso Simeone cambió de sistema e improvisó un 4-4-2 con Hermoso de lateral y Riquelme cambiando de banda, que tampoco sirvió de mucho, más allá de que Saúl consiguiese tener otro remate de cabeza en el minuto 35, que salió desviado. A todo esto, lo más peligroso del Madrid fue un disparo de Rodrygo desde fuera del área.
Antes de irse al descanso, pudimos asistir a la función de todos los días: el árbitro sacó tarjeta amarilla a Saúl por NO hacer falta. Lo normal en estas profundidades marinas. Hermoso vio otra cartulina poco después, por parar una jugada. Algo difícil de entender cuando un puñetazo de Nacho a la cara de un rival, ejecutado treinta segundos después, no tuvo el mismo castigo. Ya sabemos que Nacho es un gran muchacho, eso sí. Supongo que será por eso.
Con todo, lo mejor estaba por llegar.
Nahuel Molina salió por Riquelme en el segundo tiempo y en un par de minutos el Atleti consiguió un córner. Griezmann lo ejecutó igual que en la primera parte y Savic acertó esta vez a la hora de meter el balón en la portería. Pero no. El señor colegiado, supongo en nombre de la gran cofradía, decidió anularlo por fuera de juego posicional de Saúl. Como lo oyen. En un córner. En un remate a dos metros de la línea de gol y con el portero dentro de su portería. ¿Error? No. Es difícil considerar esto como un error. Es algo TAN bochornoso, que no merece más comentarios. Ya se lo explicarán los reyes del mar.
El partido entró entonces en un tramo extraño. El juego era feo, espeso y lento por ambas partes. Los jugadores parecían como aturdidos. Como adultos disfrazados de romanos que no supiesen qué papel representar. Como si fuesen conscientes de que estaban recreando una pantomima. El monstruo mediático rebuscará penaltis clarísimos en este tramo del encuentro, no lo duden. Los servicios de limpieza suelen ser infalibles. El único que para mí podría serlo es ese torpe cruce de Savic que sirve para derribar a Bellingham y que seguramente, en otras circunstancias, hubiese acabado como pena máxima. Esto no justifica nada. Esto lo que prueba precisamente es el mecanismo con el que se mueve el estamento arbitral.
El juego se animó algo según corría el tiempo y se olvidaban de lo que había ocurrido. También ayudó el que Simeone fuese valiente y metiese en el campo a Lino, Barrios y Memphis. Eso hizo que el equipo se abriese demasiado, lo que generaba alguna contra peligrosa del Real Madrid. Rodrygo tuvo una ocasión clarísima en el minuto 65, desperdiciando un ataque en superioridad numérica y disparando al cuerpo de Oblak. Griezmann tuvo otra muy buena también, diez minutos después, con un disparo de tacón que sacó Lunin, después de un gran robo de Correa en la banda derecha.
El ritmo no era el de otros derbis y las sensaciones no eran tampoco demasiado evidentes. Ni el Real Madrid tenía controlado el encuentro, ni el Atleti tenía acorralado a su rival, aunque sí se jugaba todo en el entorno del área blanca. Y entonces, ya en el tiempo de descuento, apareció el Karma otra vez. Pero esta vez desde el lado colchonero, para desgracia de los comentaristas de Movistar. Un balón que cabecea Memphis dentro del área, Llorente que llega desde atrás para rematar y el gol que sube al marcador.
Empate. Déjenlo ahí. Intenten subir a la superficie, respiren todo el oxígeno que puedan y, si son capaces de hacerlo, olvídense de lo que ocurre bajo el agua. Nada bueno puede salir de ahí. Porque ustedes sí saben lo que es el agua, ¿verdad?
Llevamos tanto tiempo teniendo que hablar en su idioma, utilizando su escala de medir, escuchando leyendas de gloria barata, conviviendo con esa supuesta grandeza radioactiva, que no deja crecer nada alrededor, admitiendo que el micrófono, o la cámara, tengan que ser siempre del mismo y para decir siempre lo...
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