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SOÑAR LO OSCURO (Y 3)

Mujeres, magia, política

En los años cruciales que vivimos, es imprescindible tomar consciencia de la propia energía y aprender a concentrarla, a modelarla y dirigirla

Alba E. Nivas 2/03/2024

<p><em>Hechizo</em>, 2024. Óleo sobre tela. Lupe Ayala.</p>

Hechizo, 2024. Óleo sobre tela. Lupe Ayala.

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He vuelto al Louvre. Retomo las visitas semanales en el mismo lugar en que las dejé, la Grande Galerie. Me detengo a mirar el cuadro de Leonardo Da Vinci La Virgen y el niño con Santa Ana. Recuerdo haberme fijado en la cómplice ternura de ambas mujeres la última vez que vine. Estaba embarazada de seis meses, la barriga me pesaba y por el rabillo del ojo trataba de encontrar asiento en alguna parte. Por entonces el fondo de experiencia común desde el que aquellas mujeres miraban al niño me era ajeno, de modo que pasé de largo, vagamente saturada de tanta madonna de gracia inefable.

En la atmósfera hay una extraña luminosidad azul, las tres figuras parecen formar un solo bloque, una suerte de cascada de cuerpos en cuyo extremo se sitúa el cordero que el niño Jesús tiene atrapado por las orejas con esa peculiar mezcla infantil de saña y torpeza. Para ser la abuela de Jesús, santa Ana parece sorprendentemente joven, y tanto ella como la Virgen guardan un remoto parecido a la Gioconda. Tienen los mismos pies de estilo griego que mi madre. De pronto una emoción hace tambalear la admiración estética. Algo no me cuadra. El tejido vaporoso que cubre sus cuerpos resta toda verosimilitud a la escena pastoril. Son cortesanas disfrazadas, pienso. La serenidad bucólica de sus rostros no representa en modo alguno la realidad que vivían las mujeres campesinas de la época.

En el patio trasero de nuestro celebrado Renacimiento, mientras florecían el arte, la ciencia y el humanismo, la misoginia se extendía por Europa. Decenas de miles de curanderas, parteras y simples campesinas eran perseguidas y quemadas vivas en las plazas públicas a instancias de tribunales civiles y eclesiásticos, especialmente en el norte. Fue una época de verdadero terror para el género femenino, en particular para las mujeres pobres no sometidas a tutela masculina: delaciones, venganzas, torturas, ejecuciones colectivas. Paulatinamente, las mujeres se vieron excluidas de las instituciones de educación formal y apartadas de la nueva modalidad de trabajo. 

A lo largo de los siglos XVI y XVII, con las transformaciones productivas del incipiente capitalismo, se generalizó la expropiación de tierras comunales para explotación privada. La abolición paulatina de los derechos comunales terminó con el modo de subsistencia del campesinado y las capas más humildes de la sociedad. Se destruyeron saberes, prácticas y costumbres populares ligadas a la agricultura y silvicultura desde tiempos ancestrales. Paralelamente, con la revolución científica, la nueva visión mecanicista del mundo desplazó a las antiguas representaciones mágicas basadas en el principio de inmanencia. En aquella época de caos social, guerras religiosas y revueltas campesinas, la concepción animista de la naturaleza se asociaba al ateísmo y al radicalismo libertario.

Cuatro siglos más tarde y en pleno corazón del imperio capitalista –en la California de los años ochenta–, varios grupos de mujeres deciden rendir homenaje a aquellas víctimas olvidadas y reclamarse herederas de las tradiciones espirituales y terapéuticas de la Europa precristiana. Más que una reactivación del culto a la Gran Diosa, perdido en la noche de los tiempos, la suya es una recreación libre que cuestiona el sistema de pensamiento dominante. 

Magia es una palabra que incomoda a la mayoría de la gente

“Magia es una palabra que incomoda a la mayoría de la gente, la utilizo deliberadamente, pues las palabras con las que nos sentimos cómodos, las palabras que suenan aceptables, científicas e intelectualmente fiables lo son, precisamente, porque pertenecen a la lengua de la distanciación”, afirma Starhawk1.

Supuestamente objetiva y neutral, la lengua de la distanciación justifica desde hace siglos la explotación de los seres humanos y legitima la destrucción de la Naturaleza. Jerarquiza, separa, aísla. Es la lengua del “poder sobre”, la lengua de la dominación. Ubicua. Asfixiante como una película de grasa fría alrededor del cerebro que nos hace sentir solos e insignificantes. 

Frente al poder que nos incita a vivir macerados en el miedo comiéndonos el hígado nuestro de cada día, Starhawk nos invita a reconectar con otro tipo de poder, el poder interior, al que llama indistintamente poder de la Diosa o poder de la inmanencia. Un poder que –por si hubiera alguna duda– no es ni masculino ni femenino, se nutre del juego y la tensión entre las polaridades. En Occidente empleamos el término algo vago de energía; el prana del hinduismo o el Ch'i del taoísmo designan mejor la sutileza de la fuerza cósmica que sustenta y cohesiona la materia. No pocas disciplinas orientales, como el yoga y el chi kung, se basan en la circulación de esa energía. Al aprendiz de brujo Oppenheimer se le ocurrieron otras aplicaciones.

“La magia es la transformación de la conciencia a voluntad”, dice Starhawk en Soñar lo oscuro, un singular artefacto literario escrito a partir de la experiencia de un bloqueo de varios meses contra la construcción de la central nuclear Diablo Canyon, cerca de una falla geológica junto a la costa Pacífica. Promovida en el mundo francófono por alguien tan poco sospechoso de esoterismo como la filósofa Isabelle Stengers, la obra de Starhawk hace converger magia y política de un modo inspirador y vivificante. “La cuestión no es adherirse a sus planteamientos”, escribe Stengers, “sino sentirlos”, “y la experiencia puede ser tan penosa, insensata y dolorosa como la de las mujeres chinas de antaño cuya sangre volvía a fluir por sus pies atrofiados”. Efectivamente, el libro sangra; atraviesa todas nuestras vendas, todos nuestros filtros. 

La magia no trasciende, desciende. Como las raíces, busca la grieta. Los primeros rituales neopaganos nacieron durante los sombríos años ochenta, ante la amenaza de la guerra nuclear que entonces amedrentaba a buena parte de la población. En el seno de las movilizaciones antinucleares empezaron a crearse espacios para “nombrar lo oscuro”; expresar públicamente el miedo y la desesperanza era una buena manera de no dejarse devorar por las emociones y transformarlas en acción política colectiva. Influenciados a su vez por prácticas feministas de empowerment y técnicas de organización horizontal anarquistas, los rituales neopaganos consiguen descender la conciencia de la cabeza a las tripas y liberar la energía emocional a través de la sonoridad del lenguaje. Primero se expresan la angustia y la impotencia, todo lo que oprime el corazón y el ánimo, después, aquello que permite reconectarse con el amor, la belleza y el placer, atributos de la Diosa. Así, la eficacia mágica es una afirmación de la inmanencia; actúa en el corazón de la paradoja “la conciencia da forma a la realidad y la realidad da forma a la conciencia”. Rendir culto a la Diosa implica comprometerse a defender y respetar tanto las propias capacidades como las del resto de los seres vivos. La magia de estas mujeres tiene poco de sobrenatural. Opera a través del cuerpo; el sonido, la respiración, el movimiento. El rito –que a menudo surge espontáneamente– contribuye a concentrar y modelar la energía colectiva del grupo para tratar de invertir la situación.

En uno de los pasajes más memorables del libro, Starhawk relata que, tras la detención de centenares de mujeres durante el bloqueo, las autoridades deciden confinarlas preventivamente en el gimnasio de una antigua colonia penitenciaria. Allí duermen hacinadas en colchonetas, sin vestuarios para cambiarse ni apenas mantas, constantemente vigiladas por los guardianes que les dispensan un trato deliberadamente humillante. El ambiente es deprimente; hay tensiones, cansancio, pudor. Una mañana, en el patio, varias mujeres se quitan las camisetas para calentarse al sol en topless. Para la sorpresa –y es de suponer– deleite voyeur de los vigilantes, muchas otras se animan a hacer lo mismo. A algunas les parece poco serio, creen que no ayuda a la causa. La cuestión es que el ánimo de las prisioneras empieza a transformarse; el humor aflora. Se sienten interconectadas y dejan de tener vergüenza. Por la noche improvisan una fiesta; algunas se pintan con hollín y se disfrazan con periódicos viejos. Terminan todas bailando desnudas, cantando a voz en grito Jailhouse Rock al ritmo de una sola guitarra, golpeando latas de conserva contra las vigas de hierro a modo de tambores. Los roles se han invertido; los vigilantes están confusos, no saben cómo actuar. Eros ha transformado la situación. La mayoría son negros y latinos, de clase obrera; están ahí porque no tienen otra opción, también son prisioneros del sistema. Muchos de ellos bajan la guardia y simpatizan.

El primer rito colectivo para resistir a la desesperanza tuvo lugar en 1981

El primer rito colectivo para resistir a la desesperanza tuvo lugar en 1981, tras la elección de Ronald Reagan, que marcó un hito en la intrahistoria de las brujas neopaganas. A lo largo de toda la década se sucedieron importantes movilizaciones antinucleares y antimilitaristas principalmente protagonizadas por mujeres muy influenciadas por sus rituales. Aleccionada por las consecuencias que tuviera el eco mediático de las protestas contra la guerra de Vietnam, la prensa estadounidense mantuvo una estrategia de silencio al respecto. En Europa no se supo nada. Tras el largo invierno de los noventa, los rizomas de la contestación dejaron asomar los brotes de la lucha antiglobalización en Seattle. Emergieron también en Quebec, Gènes y se han ido ramificando en el movimiento por la justicia climática y otras luchas sociales y ecologistas por todo el mundo.

En compañía de otras brujas y compañeros, Starhawk se implicó en la organización de muchas de estas movilizaciones. A partir de dicha experiencia ha desarrollado un interesante subgénero de literatura activista sobre el terreno en la que se alternan la crónica y las reflexiones sobre la desobediencia civil y la resistencia no violenta2. Inspiradas por la intensa emoción que suscita “integrar la transformación de la propia conciencia en la transformación de la realidad”, sus crónicas proponen también reflexiones y consejos para resolver conflictos identitarios entre la militancia y evitar la deriva terrorista. Sorprenden por su empatía y creatividad, relatando, por ejemplo, cómo la formación de una espiral humana permite desplegar la energía de grupo y mantener la presencia de ánimo en medio de los disturbios y la violencia policial.

El relato del aprendizaje colectivo de estas mujeres a lo largo de dos décadas resulta insólito

En el clima de depresión fría que vivimos, el relato del aprendizaje colectivo de estas mujeres a lo largo de dos décadas resulta insólito. La espontaneidad de sus acciones, la alegría, el amor y el valor que demuestran son edificantes y estimulantes. Abandonar la tierra firme de las certidumbres y el pesimismo cínico para lanzarse a inventar colectivamente nuevas maneras de resistir y “fabricar esperanza al borde del abismo” no es poca cosa. Dejar de disimular la tristeza, la rabia y la impotencia que nos causa vivir en un mundo violento, injusto, peligroso y contaminado, acaso sea el primer paso de un viaje imprescindible. Soslayar –o medicalizar– esas emociones es servírselas en bandeja a los nuevos prohombres (o promujeres) y las viejas recetas. En estos días de protestas de los agricultores en muchos países de Europa da escalofríos escuchar los discursos de los negacionistas del cambio climático y la desinformación para manipular el descontento.

Me aproximo al cuadro de Leonardo intrigada por ese efecto de cuerpos en cascada. Deduzco que lo que consigue esa apariencia de unidad y movimiento es la técnica del esfumado. La transición entre los cuerpos no está claramente definida; parecen ensartados en una sola figura. Están quietos pero a la vez se mueven, la sucesión de los tres cuerpos parece brotar de la pálida luminosidad azul que baña la escena. Me acerco más todavía. Quiero ver lo negro. Por el rabillo del ojo veo que uno de los vigilantes se pone de pie. Casi toco el cuadro con la nariz. La oscuridad brilla. Seguramente sea por efecto del óleo, pero es una oscuridad luminosa. Ese es el espacio en el que actúa la magia, pienso, ahí donde es posible intercambiar las valencias y subvertir los símbolos. 

Sustituyamos la autocensura por la confianza

Imaginemos por un momento que Adán y Eva adoptan a la serpiente como animal doméstico, se dedican a cultivar manzanas y expulsan del paraíso al perrito faldero de la culpa. Seamos originarios. Atravesemos el espejo. Sustituyamos la autocensura por la confianza. Al poder de la destrucción, opongamos el poder de la vida. El poder sutil que fluye a través de los nervios, en las tinieblas de la sangre. El poder genérico y común a la estrella, el helecho, la rana. El poder que reúne, regenera, sana.

A medida que nos adentramos en el nuevo régimen climático y se hace evidente la imposibilidad material de continuar con la civilización que conocemos, las estrategias de control y distracción se refuerzan y multiplican. Paradójicamente, el poder interior que nos anima e interconecta también se intensifica. Nos acecha. Nunca ha sido tan accesible, especialmente para las nuevas generaciones, menos binarias y propensas a los corsés ideológicos que las precedentes.

En los años cruciales que vivimos, es imprescindible tomar consciencia de la propia energía y aprender a concentrarla, a modelarla y dirigirla. Si el poder interior es invisible a los ojos, la magia es sumamente práctica. Echa raíces. Se multiplica. Convierte la potencia en actos en defensa de la vida.

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1. Starhawk, Rêver l'obscur. Femmes, magie et politique, París, Éditions Cambourakis, 2015.

2. Starhawk, Croniques altermondialistes. Tisser la toile du soulevement global, París, Éditions Cambourakis, 2019. 

He vuelto al Louvre. Retomo las visitas semanales en el mismo lugar en que las dejé, la Grande Galerie. Me detengo a mirar el cuadro de Leonardo Da Vinci La Virgen y el niño con Santa Ana. Recuerdo haberme fijado en la cómplice ternura de ambas mujeres la última vez que vine. Estaba embarazada...

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Autora >

Alba E. Nivas

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