MÚSICA
Un mapa bilingüe para leer y escuchar a Anari
He pensado que estaría bien traducirme los discos de Anari a mi aire, y así al menos tener presente su espíritu cuando los pongo
Rubén A. Arribas 9/03/2024
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La primera vez que supe de Anari fue por su disco Epilogo bat. La caja del cedé estaba encima de la tapa del tocadiscos de unos amigos que viven en Getxo. Ellos se habían ido de vacaciones y nos habían prestado su casa para que pudiésemos teletrabajar a salvo del calor infernal que emanaba del asfalto y del hormigón madrileños en pleno agosto. En aquel verano de 2017, las temperaturas llegaban con facilidad a los 40 ºC y las alertas por calima eran tan frecuentes como las noches sin dormir.
El salón de nuestros amigos ejercía como templo musical. Además de una guitarra española y un buen equipo, había cientos de cedés y de vinilos ordenados alfabéticamente; allí estaban, entre otras, las discografías completas de The Band, Jefferson Airplane, Neil Young o Van Morrison. En ese goloso contexto anglosajón, rockero y algo setentero, al segundo o tercer día, me di cuenta de la existencia de ese solitario cedé. Me llamó la atención la carátula: una mancha roja que parecía un animal descabezado, pero con cuatro patas y cola. Abrí la caja y estaba vacía; ni siquiera había un libreto que me aclarase si Anari era el título del disco y Epilogo bat el nombre de la banda, o al revés. El cedé debía de estar en el reproductor, así que encendí el equipo y pulsé play.
El primer tema era instrumental y, como me recordó vagamente a alguno de Nacho Vegas, lo dejé. Después el segundo arrancó con una voz femenina que cantaba en euskera por encima de un suave arpegio de guitarra. Aunque no entendía lo que decía, la textura de la voz, entre melancólica y rota, poderosa en cualquier caso, me hizo subir el volumen para captar mejor los matices. Como me gustó, aplacé el plan inicial de poner un disco de Nick Cave, PJ Harvey o Patti Smith mientras preparábamos la comida.
Antes de que acabase el tema, mi esposa se asomó al salón para preguntarme qué música era aquella. Le enseñé la caja vacía y le dije que no tenía ni idea, pero que era lo que estaban escuchando nuestros amigos antes de irse. Resultó ser un disco tan magnético como corto –menos de media hora–, así que lo pusimos una segunda vez. Pese a que prestamos la misma atención que los satanistas cuando buscan mensajes ocultos en las canciones de Led Zeppelin escuchándolas al revés, excepto alguna palabra suelta, no entendimos nada.
El asustado animal que nos habita
En la introducción del libro-disco Nueva Etiopía (1996), Bernardo Atxaga cuenta que su generación disfrutaba mucho con las bandas inglesas porque, como la gente no entendía las letras, las asociaban a las ensoñaciones propias de la adolescencia. De hecho, él comenzó a tocar la batería y a escribir poemas para emular “las mismas vibraciones” que le producían “aquellas incomprensibles letras de los Beatles o los Animals”. Antes de dejar la batería por Dylan Thomas –su primer modelo literario–, pasó muchas horas sumergido en el pop británico, que le resultaba casi ininteligible.
En nuestro caso, con Anari, la cosa fue más modesta y asociamos su música con lo mucho que nos gusta viajar a Euskadi, con los afectos que hemos ido construyendo allí con el paso de los años, con el gesto de hospitalidad que significa que alguien te preste su hogar. Quizá por esa razón Epilogo bat nos recuerda el dinosaurio que los hijos de nuestros amigos nos habían dejado en la entrada, y que portaba un cartel que decía: “Ongi etorri”. Era su manera de decirnos: nuestra casa es vuestra casa.
Esa mínima búsqueda me alcanzó para darme cuenta de que valían pena
De regreso a Madrid, escuchamos otros discos que encontramos en Spotify. El botín letrístico fue el mismo que con Epilogo bat: palabras sueltas, poco más (con nuestro euskera de bolsillo –no va más allá de cincuenta palabras y alguna frase sencilla–, era todo lo que podíamos hacer). Si bien busqué en internet la letra de algunas canciones, me duró poco el propósito de copiarlas en un fichero y hacerme un librito con unas cuantas. Eso sí, esa mínima búsqueda me alcanzó para darme cuenta de que valían pena.
Entre otras, recuerdo haber buscado la letra de Orfidentalak –Orfidental–, la segunda canción de Zure Aurrekari Penalak (2015) –Tus antecedentes penales–, una de mis favoritas desde entonces. No conservo lo que me dijo la consabida web llena de anuncios o el traductor automático alimentado por una inteligencia artificial, pero ese detalle carece de importancia ya, pues existe Demoliciones controladas (Pepitas de Calabaza, 2023). Este cancionero bilingüe recoge la letra de las canciones compuestas desde 1997 por Anari Alberdi –ese es el nombre civil de esta cantautora–, traducidas por ella misma y supervisadas por la traductora Asun Garikano.
En el caso concreto de esta canción, Anari ha adaptado así el inicio: “Ese asustado animal que te habita / cruza el mundo / bajo un cielo rojizo. // Solo le crecen las uñas, / el pelo y los miedos. / Ese animal lleva / escritos en la espalda, / con caricias y arañazos, / los nombres de las sombras: / nombres de mujeres y hombres, / de lugares y de días, / todos ellos dolorosos y bellos”. Ahora sé, además, que estas dos estrofas son clave para entender sus discos.
Un cancionero con referencias literarias
Gracias a la lectura de Demoliciones controladas –regalo de nuestros amigos, claro–, he podido acercarme a la música de Anari pertrechado de una información que, de otro modo, me hubiera sido muy engorroso o casi imposible de reunir por mi cuenta. Por ejemplo, ahora sé que las primeras palabras de Epilogo bat eran estas: “Sasiak erabat jana zinen ordurako / itzalak, zuhaitza aspaldi erauzi arren, / han luze zirauelako”. Unos versos que, en su versión española, dicen así: “Para entonces no eras más que maleza / porque la sombra duraba más que el árbol / arrancado hace un tiempo”.
Y ahora también sé que la canción habla de una metamorfosis, de ahí que su título sea Laugarren azalberritzea, que es su último verso: “mudar de piel por cuarta vez”. Como en otras canciones de esta cantautora, el yo lírico es una voz en segunda persona del singular que dialoga consigo misma. Aquí la voz se pide perdón por cosas de las que se acusa, pero que ni siquiera ha hecho, y a la vez se reclama olvidar aquellas otras –acaso poco edificantes– que sí hizo. En ese proceso de transformación personal, las ropas del yo viejo quedan abandonadas en “un bosque quemado por el tiempo”; mientras tanto, el nuevo yo repta por la piel dejando atrás su pasado y se regala a sí mismo una nueva primera vez. Esta bella complejidad emocional era lo que me estaba perdiendo por no saber euskera.
Cuando leo las letras sí puedo disfrutar de ese efecto de recurrencia y acumulación
Otra cosa que aprendí mientras leía Demoliciones controladas es que algunas canciones interaccionan entre sí. Así, Gu –Nosotros–, que cierra el disco Zebra (2005), funciona como un recuento y recoge algunas imágenes que han ido apareciendo en las canciones anteriores, como el muro que abraza, los árboles nómadas que vagan bajo el mar, los pájaros que habitan el nido equivocado, las raíces en carne viva o los peces que, al morir, emergen hacia la superficie. Musicalmente no soy capaz de apreciarlo; pero, al menos cuando leo las letras, sí puedo disfrutar de ese efecto de recurrencia y acumulación.
Esto de conectar canciones no es una estrategia aislada en Anari. Por ejemplo, en el disco Irla Izan (2009) –Ser una isla, hay dos canciones, una a continuación de la otra, vinculadas entre sí por una ballena, un animal que asoma cada tanto en sus letras. Así, Isla termina con esta metáfora: “Una ballena varada / es una especie de isla”; mientras que la siguiente canción, Bidea eta denbora –su traducción está en el segundo verso–, comienza con este símil: “En el instante en que / el tiempo y el camino se cruzan / en las aguas estancadas de la rutina / encallo como esa ballena herida”.
Hablar de Anari es hacerlo de canciones y de libros
Por lo demás, me llamó la atención toparme con algunos guiños literarios. Más allá de lo evidente, como la canción que lleva por título Desnúdame, desdúdame, que remite a Eduardo Galeno, me encontré con otra, cuya traducción es El amigo congelado, inspirada en el último capítulo de la novela Lagun izoztua, de Joseba Sarrionandia. Intuyo que habrá más referencias, pues, Anari trabaja como profesora de Lengua y Literatura Hispánica y ha publicado la novela Gari eta goroldiozko (Susa, 2022), que tiene en proceso de autotraducción. Además, en un par de entrevistas la escuché hablar con admiración de la literatura de Rafael Chirbes y Alejandro Zambra, o la letra de las canciones de Xabier Montoia. En fin, hablar de Anari es hacerlo de canciones y de libros.
La autotraducción, esa hermana de la creatividad
En las entrevistas que acabo de mencionar, escuché también que Anari valoró dejar la traducción en manos de alguien profesional; sin embargo, al final, optó por encargarse ella. Por un lado, porque quiso asumir el reto de lidiar con letras escritas hace más de 20 años, y de las que hoy se siente alejada emocionalmente. Por otro, porque sus textos son dinámicos y siempre están sujetos a ligeras variaciones entre la grabación del disco, cada actuación en directo y, ahora, la versión escrita. La suya es, por así decirlo, una literatura inestable.
Además, si nos guiamos por lo que sostiene Iban Zaldua en uno de los ensayos incluidos en Panfletario (Pepitas de Calabaza, 2021), la autotraducción no solo permite seguir trabajando de una manera creativa con el material propio, sino que “es un método efectivo para ahorrarse notas a pie de página”. Nadie como el autor o autora, subraya el escritor donostiarra, para emplear las perífrasis adecuadas, sustituir o insertar frases enteras al pasar de un idioma a otro. De ahí que la autotraducción haya sido la opción lógica para Anari, que vive con naturalidad que sus canciones muten.
He llevado mi papel de lector de Demoliciones controladas un poco más allá
Agarrándome de esa condición inestable del texto y de la autotraducción como hermana de la creatividad, he llevado mi papel de lector de Demoliciones controladas un poco más allá. Como no soy capaz de recordar la letra de cada canción mientras la escucho, he pensado que estaría bien traducirme los discos a mi aire, y así al menos tener presente su espíritu cuando los pongo. A tal fin, he tomado versos, imágenes y frases de la versión en español, y las he combinado libremente para formar la letra de tres poemas en prosa (bah, una especie de centón o collage). Lo he mezclado todo, sin respetar orden discográfico alguno.
Muchas de las citas son textuales, pero a veces me he permitido ligeras variaciones y alguna mínima licencia lírica. Escribir estos textos es una manera de apropiarme de un mundo musical, el de Anari, encriptado para mí tras “esa lengua extraña” nacida en la época de los megalitos y con vocación de erizo de la que hablaba Atxaga en el poema que abría Nueva Etiopía. Ahora, cuando escuche las canciones de Anari, además de pensar en la amistad o en los viajes, estaré un paso más cerca de entender qué dicen.
I | Mientras dormías, te abrí los ojos y vi en ellos un mar seco y, en medio, una gran roca con un pez dentro. Lo que ayer era un gran bloque de hielo, ahora es solo agua fría. El único rastro de que un día estuviste aquí, de que un día aquello fue mar, son un esqueleto de ballena en el medio del desierto o una caracola en lo alto de la montaña. Recordarte es el plomo que me hunde; soñarte, el ancla que me eleva. Soy un pez solitario y errante que surca el océano al calor de la luna, un árbol nómada que vaga bajo el mar, pero también una ballena varada, una isla, estos labios secos con que beso el mundo. A veces lo olvido, otras lo recuerdo: el mar no siempre trae de vuelta lo que se lleva, no siempre se lleva lo que trae.
II | Hay preguntas que nos empujan hasta el precipicio, que nos parten en dos. Son preguntas que, si las inviertes, son un anzuelo clavado en el cuello y que revelan lo que tratamos de tapar. ¿Los pájaros, al morir, se caen o se suicidan? Vives entre los paréntesis dibujados por heridas que ya no duelen, atrapada entre lo que persigues y eso de lo que huyes, igual que los ciervos que habitan en las señales de la carretera, atrapados también en el gesto de escapar de sus vidas. Mientras duermes a mi lado, imagino qué animales seríamos, si tú me acecharías a mí o yo a ti, qué seríamos de no ser animales de compañía. Menos mal que te dejas desnudar y comer... De lo contrario, seguiríamos cada una en su propio desierto, dentro de su propia roca.
III | Hubo víctimas entre quienes se tumbaron en tus grietas para amarte. Daños colaterales por dormir a tu lado. Desconocías entonces que una vida entera cabe en tres bolsas grandes de basura. Ayer, en el macrojuicio íntimo contra ti misma, dijiste que eras un mapa viejo, un bosque quemado por el tiempo donde los ciervos huyen entre las luces de los coches. “No es que necesite a alguien; es que me sobro a mí misma”, declaraste. Y, a continuación, desafiante y dolida como las flores que nacen en las rocas, agregaste: “Será mejor que me dejes sola un momento: debo reducir mis sueños a escombros antes de subir, en esta hermosa mañana de cielo rojizo, a lo alto de mí misma y arrojarme a una nueva vida”. En tu defensa, y como único alegato, hablaste de tus bellas y heridas canciones (en cuyos paréntesis guardas lo que solo tú conoces).
La primera vez que supe de Anari fue por su disco Epilogo bat. La caja del cedé estaba encima de la tapa del tocadiscos de unos amigos que viven en Getxo. Ellos se habían ido de vacaciones y nos habían prestado su casa para que pudiésemos teletrabajar a salvo del calor infernal que emanaba del asfalto y...
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Rubén A. Arribas
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