El salón eléctrico
Quo Vadis, carca?
Los reaccionarios de siempre han declarado la guerra a la democracia y rezan rosarios para que fallezca cuanto antes
Pilar Ruiz 17/03/2024
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“Los que han emprendido la guerra en obediencia al mandato divino, o de conformidad con sus leyes, han representado en sus personas la justicia pública o la sabiduría del gobierno, y en esta capacidad han dado muerte a hombres malvados; tales personas de ninguna manera han violado el mandamiento ‘No matarás’”
La Ciudad de Dios contra los paganos
(Agustín de Hipona, 426)
“La sacristía de La Vendée: tertulia sacerdotal contrarrevolucionaria”. Con una cursi cita histórica se presentaban los youtubers sacerdotales que han sufrido la censura woke del Arzobispado de Toledo. Y todo por la nadería de desear la muerte al Papa y hasta poner una bomba en el Vaticano –¿delito de terrorismo?–, no por loar a Franco y justificar sus ejecuciones, reivindicar la Inquisición y a negacionistas del Holocausto, como llevaban haciendo desde hace años. Han caído víctimas de la cruenta guerra interna entre los centristas vaticanistas y los reaccionarios preconciliares que comenzó mucho antes del ascenso de Bergoglio. Ya en tiempos de Ratzinger, un topo –progre– del Vaticano nos contaba de ese conflicto bélico en Roma, a la sombra del “Cupolone”. Obligados a chapar el chiringuito, estos Rubius de la fachocuraesfera afirman haber perdido una batalla, pero no la guerra (sic). ¿Qué era aquello de poner la otra mejilla? ¿Hay religiones más bélicas que otras? Por si alguien duda, véase la cita de arriba del argelino Agustín de Hipona, perseguidor de herejes y héroe incel: “Las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas en forma alguna. De hecho, deberían ser segregadas, ya que son causa de insidiosas e involuntarias erecciones en los santos varones”. Un santo el tío, como Tomás de Aquino: “La mujer es defectuosa y mal nacida, porque el poder activo de la semilla masculina tiende a la producción de un perfecto parecido en el sexo masculino, mientras que la producción de una mujer proviene de una falta del poder activo”.
Si los padres de la Iglesia lucen estos pelos, ¿cómo extrañarse de la carcundia del clero español y sus seguidores acérrimos? Los reaccionarios de siempre han declarado la guerra a la democracia –otra costumbre inveterada– y rezan rosarios para que fallezca cuanto antes. Luego dirán que son infundios de los anticlericales como don Benito Pérez Galdós, y que nada tiene que ver con la larga tradición de los curas Merino –por partida doble–, Sor Patrocinio o Torquemada.
Manifestación anticlerical en Madrid (1910) y Galdós en la cabecera
El mejor retrato literario de ese tipo de cura vampírico, corrupto, reprimido y manipulador es don Fermín de Pas, el Magistral de La Regenta de Clarín. La obra cumbre de nuestra novela decimonónica tenía que ser prohibida por el régimen franquista, por supuesto. “Clarín parece que tiene una cuestión personal con el clero. Las Dignidades eclesiásticas lo ponen fuera de sí. La obra, meritoria en diversos aspectos, es, en general, peligrosa para personas que no estén suficientemente formadas en el orden moral y religioso [...] en ocasiones roza la herejía”, escribía un censor allá por los años 40, tan añorados por quienes rezan rosarios en Ferraz. Toda esta impía tradición literaria tenía que converger en la pantalla, véase el Magistral del ídem Carmelo Gómez en la serie de TVE La Regenta (Méndez Leite, 1998).
Víctima y vampiroEl grandísimo Agustín González tiene en su larga carrera tres interpretaciones que explican de esta gente más que cien homilías: el trabucaire de La escopeta nacional (Berlanga, 1978) –y siguientes “nacionales”– el censor de La corte del faraón (García Sánchez, 1985) y el unamuniano suicida de Belle Époque (Trueba, 1992). Todos escritos por Azcona, ese pedazo de herejote.
También es muy español y mucho español el cura alucinado, como el padre Berriatúa de El día de la bestia (De la Iglesia, 1995). La sombra de los jesuitas vascos es alargada, droga dura: el mismo tipo de personaje protagoniza sus últimas 30 monedas (HBO, 2020), pero con Eduard Fernández hipermusculado. Lo sobrenatural, digámoslo ya, es la razón de ser de estos personajes, dentro y fuera de la pantalla. Y lo de meter miedo se les da muy bien. Sí; claro que han pensado en El exorcista (Friedkin, 1973). Todavía aterra, no como esa caricatura de El exorcista del Papa (Avery, 2023) donde lo único maligno sea subir a Crowe en una vespa. Aunque para diabólico, el Opus de Dan Brown y sus prescindibles versiones cinematográficas de El código da Vinci.
¿Hay mucho Opus?
La obsesión con la existencia del diablo es un tanto patológica si tenemos en cuenta que en los Evangelios solo posee a un señor, Cristo le exorciza metiendo al demonio en un cerdo y lo despeña por un barranco –¿propaganda vegana?–. Unas páginas antes, en el Antiguo Testamento, se curte el lomo a egipcios, heteos, amorreos, cananeos, ferezeos, heveos, filisteos, jebuseos, sodomitas y gomorritas, sin contar el diluvio universal, donde ese dios de los judíos no hizo distingos. Algunos seguidores del mismo asesino en masa siguen haciendo genocidios en los mismos lugares por donde discurre el famoso best-seller. Que no todos serán fanáticos y asesinos como los de Ágora (Amenábar, 2009) y claro que hay curas buenos, como Fernandel en Don Camilo –ay, ¿qué fue del PCI de Peppone?– pero es difícil retratarlos mientras tanto obispo y clérigo jura y perjura que hemos vuelto a los tiempos del Nerón de Peter Ustinov en Quo Vadis? Estas pobres víctimas de leones de película echan de menos el nacionalcatolicismo de Balarrasa (Nieves Conde, 1951) y los martirios –cómo les va la marcha– de santos según el santoral pergeñado por Fray Justo Pérez de Urbel, el confesor de Franco.
Pero nada hay que les moleste más que todas esas películas y series plagaditas de agresores, depredadores y violadores de niños y niñas en casos bien documentados, de los que se hacen eco los medios de comunicación que no les pertenecen. Y el cine. Spotlight (McCarthy, 2015), The Keepers (Netflix, 2017), La duda (Stanley, 2008), El club (Larraín, 2015), Los chicos de San Vicente (Smith, 1992), La mala educación (Almodóvar, 2004), Las hermanas de la Magdalena (Mullan, 2002), Gracias a Dios (Ozon, 2018) o Ainsi Soient-Ils (The churchmen) (ARTE, 2012). El sistema de tolerancia y ocultación de estos delitos por parte de la Iglesia Católica ha destrozado a cientos de miles de personas en todo el planeta; una humanidad torturada por la violencia, arrasada por el miedo, aplastada por el monstruo disfrazado de enviado divino.
El ejército sacerdotal también está integrado por soldados rasos a los que se les exige sacrificios divinos mientras se les niegan anhelos humanos del montón, como enamorarse y formar una familia. Ese conflicto antinatura brilla en el subgénero “curita cañón”, tan exitoso como el famoso calendario de guapos con sotana, el souvenir romano más vendido desde que saliera en 2004 y objeto de culto gay en todo el mundo, vaya usted a saber por qué.
Con faldas y a lo loco
La cosa viene de largo, porque antes del rubio Richard Chamberlain en la serie de TV El pájaro espino (1983) ya estuvo Montgomery Clift en Yo confieso (Hitchcock, 1953). La última adquisición del panteón es esa joya de hombre llamado Andrew Scott y su párroco de Fleabag (BBC, 2016), versión siglo XXI; es decir, con humor cachondón y feminista.
Por ahí también anda Jude Law como imposible papa en The young pope (HBO, 2016) y Grantchester (ITV, 2014) con papista pelirrojo y pecador de la pradera.
“Bendisiones”
La palma se la lleva Antonio Banderas en una cosa risible llamada El cuerpo (McCord, 2001), ya que para cuerpo serrano, el de Antonio: sale casi tan arrebatador como en El guerrero nº13 (1999), joya de la acción y aventuras made in McTiernan –recomendación porque sí–. Y qué decir de los guapos franciscanos de Silencio (2016), torturados por malvados japos en plan El puente sobre el río Kwai y con Scorsese caído del caballo al BDSM más soporífero. Aquí hicimos La señora (TVE, 2008), y los amores prohibidos entre un cura y una mujer molestaron muchísimo a la curia madrileña, que dificultó todo lo posible la grabación en la capital y alrededores: estaban deseando censurar a Clarín, pero tuvieron que conformarse con los peliculeros.
Que no se entere Rouco
En el país donde las iglesias están vacías y la BBC católica –bodas, bautizos y comuniones– cae en picado en audiencia, sigue existiendo la misa televisada, el concordato anticonstitucional, la anomalía de la educación concertada, los IBIS y terrenos públicos regalados, las inmatriculaciones alevosas, las subvenciones jugosas. La COPE y 13TV ladran a diario consignas políticas carcas y fóbicas. Desde esos púlpitos nunca denunciaron la violencia pederasta ni los asesinatos machistas, pero sí lanzan denuestos criticando los informes sobre pederastia o la ideología de género y acusando de adoctrinar –risa enlatada– a todo Cristo, mientras no se les oye ni un ay cuando la guerra mata niños sirios o palestinos. Quizá esa guerra interna que se libra entre mármoles de Carrara y columnas de Bernini no tenga que ver tanto con disputas doctrinales, ni mucho menos ideológicas, sino con la simple y llana supervivencia. Y si la estrategia para ello es emular a otras sectas más ultras que les comen la tostada en medio mundo, como los evangélicos que auparon a Bolsonaro o los cienciólogos que pagan las multas de Trump, doctores tiene la Iglesia. Veremos quién gana la guerra.
“Los que han emprendido la guerra en obediencia al mandato divino, o de conformidad con sus leyes, han representado en sus personas la justicia pública o la sabiduría del gobierno, y en esta capacidad han dado muerte a hombres malvados; tales personas de ninguna manera...
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Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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