EL SALÓN ELÉCTRICO
Narcos: el precio de la guerra
El dinero que produce la droga es el clásico tesoro y su búsqueda, una de las llamadas “tramas maestras” que se repiten en la ficción
Pilar Ruiz 15/02/2024

El precio del poder (De Palma, 1983).
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
En medio de la noche, sobre el mar, una lancha rápida vira, acelera y embiste la pequeña embarcación de sus perseguidores, arrollándoles. Podría ser una escena de película, pero no lo es: han muerto dos guardias civiles. Las imágenes han desatado una indignación comprensible. Pero el desgraciado suceso ha mutado en una de esas polémicas sin precedentes, como viene ocurriendo ya con cualquier suceso, sea terrible, como este, o no. Los acusadores habituales atizan de nuevo al Gobierno y al ministro Marlaska-Tarajal de estar en connivencia con los narcos asesinos, al escatimar los medios con que las fuerzas del orden ejercen su trabajo. El caos nos engulle cuando no gobiernan los suyos, dicen. Cuando está quien Dios manda a los mandos, ellos, legítimos garantes de la paz y el orden, desaparece el trapicheo criminal y hasta la noche que todo lo confunde deviene en amanecer radiante con el sol de cara y discotecas, baretos, puticlús y demás puntos de venta de drogaína, chapan por falta de oferta y demanda. Estas afirmaciones que, a priori, pueden parecer erráticas u obnubiladas por la ingesta de alguna sustancia psicotrópica, vienen acompañadas de un razonamiento aplastante: el sanchismo favorece a los asesinos porque… (pueden rellenar la línea de puntos con los siguientes ítems): Cataluña, terrorismo, golpismo, inconstitucional, Bilduetarra, comunismo, degeneración de la raza y/o maldad intrínseca. Polémicas aparte, el consumo y tráfico de drogas, incluso la subcultura del narco y sus avatares, parecen socialmente instaladas, incluso normalizadas, como una lacra inevitable. También está asumida la guerra contra la droga, con gasto de ingente dinero público: desde 2018, solo en el plan especial de Seguridad para el Campo de Gibraltar, se han invertido 79,3 millones de euros (datos del Ministerio del Interior). Una carísima guerra, porque llevamos perdiéndola desde la Guerra del Opio. Curiosidad: para administrar las ganancias generadas por el monopolio británico del comercio de opio, en 1865 se crea el banco HSBC, condenado en fechas recientes por blanqueo del narcotráfico y fraude fiscal. Esta multinacional de servicios financieros es el octavo banco más grande del mundo. Todo bien.
Fumadero de opio en Nueva York (1925).
Que el ser humano lleva colocándose desde que unos chamanes abrieron chiringuito en Altamira es cosa comprobada por antropólogos sesudísimos, pero el origen y contexto cultural del asunto no le importa a nadie. Lo único importante es diferenciar entre drogas buenas y malas. No duras o blandas, no se confundan. Las buenas son las legales, como el gin tonic, el tintorro y la birra. ¿El alcohol una droga dura? Sí, aunque la publiciten instancias políticas camellas al grito de “¡Viva el vino!”. Como buenas son las que dejan pingües beneficios a las farmacéuticas –véase fentanilo– o suculentas ganancias en forma de impuestos, como el tabaco. Tales drogas, aunque muy adictivas, no llegan en lancha y no matan a nadie. Bueno, sí; pero de manera más discreta, es lo bueno que tiene la legalidad. Y luego están las malas, es decir, las ilegales. Ligada a la atracción de lo prohibido, la narrativa vinculada a ellas es casi tan adictiva como la droga misma y por eso lleva contándose desde el cine mudo, incluso Chaplin se puso fino de coca en Tiempos Modernos (1936).
Lo único importante es diferenciar entre drogas buenas y malas. No duras o blandas, no se confundan
Echen un vistazo a la primera plataforma que tengan a mano, esa que comparte con su cuñada –alegalidad– o que piratean –ilegalidad–, busquen en el apartado thriller/policíaco y aparecerá un verdadero alijo: desde los idealizados padrinos de los setenta y la poética “sopranista” a la más adusta del cine quinqui y sus yonquis, como el hijo del guardia civil de El pico (Eloy de la Iglesia, 1983), los chavales sin rumbo de 27 horas (Armendáriz, 1986) o el solitario Drugstore cowboy (Van Sant, 1989). Una temática reflejada desde todos los puntos de vista, acentos, sabores y colores: con narcolanchas del Estrecho (El niño, Monzón, 2014), en clave de comedia negra mexicana (El infierno, Estrada, 2010), en película y serie italiana por partida doble (Gomorra, Garrone, 2008), con black power (American Gangster, Scott, 2003), con cubano balsero entre montañas de coca (El precio del poder, De Palma, 1983) o poli yonqui redimiéndose a base de plomo (Teniente corrupto, Ferrara, 1992). Las mujeres, poco a poco, han dejado de representar el personaje secundario de novia buenorra del capo para convertirse en camellas. Alternativas, subversivas y francesas como Isabelle Huppert en Mama María (Salomé, 2020) o “narca” empoderada y biográfica en Griselda (Netflix, 2024). Esta última con polémica publicitaria incluida: un bus armado con un inmenso turulo, aspiraba rayas blancas por las calles de París. La campaña fue retirada, pero dejó una evidencia tamaño XXL: el consumo, lejos de ser un tabú, está normalizado.
Griselda Blanco y Sofía Vergara, jefaza mala, jefaza buena.
¿Será que los currantes de la ficción somos unos adictos propagandistas? –además de “señoritos”, según un invitado a los Goya que fue allí a insultar a quienes le habían invitado–. Pues lo cierto es que sí y tiene mucho sentido, narrativo, por supuesto. El dinero que produce la droga es el clásico tesoro, y su búsqueda, una de las llamadas “tramas maestras” o recurrentes en las historias y cuentos desde antes de que Jasón y los Argonautas fueran a robar el Vellocino de Oro.
Make a deal, Jason.
El tráfico de drogas es un negocio de proporciones homéricas, un tesoro incalculable, mítico como El Dorado. Y la violencia lo alimenta, eso también lo sabemos gracias al cine, donde el tema se ha manoseado, adulterado y cortado hasta convertirse en un cliché propio del escritor-guionista novato o, directamente, holgazán. Pero hay que echarle la culpa al público, por adicto: gustan estas historias, si no, no se harían. Es el mercado, amigo, y la droga es puro capital. Nada mejor que volver a leer la biblia del Dios Droga, o sea The wire (HBO, 2002), para comprobarlo. En ese Baltimore que es el mundo entero, un policía harto de tiros y muertos crea Hamsterdam, una zona franca donde se puede trapichear de forma controlada. Por supuesto, fracasa, porque eso de solucionar problemas, aunque sea de forma mínima, está muy mal visto. El zurdo David Simon nos guiña el ojo desde el otro lado de la pantalla. En qué andará ahora, después de que le rechazaran sus series sobre las brigadas internacionales en la Guerra Civil y la invasión israelí de Cisjordania.
El amo. O sea, David Simon.
¿Se acuerdan de la Ley Seca? Seguro que han visto decenas de películas ambientadas en los años dorados del gansterismo, desde la década de 1930 en adelante. Pues cambien alcohol por jaco, costo, pastis, coca y ahí lo tienen. La estrategia punitiva ha fallado y se demuestra con datos. Desde hace años, muchos líderes de los países latinoamericanos más afectados por la violencia del narco han intentado trasladar a las organizaciones mundiales la necesidad de aceptar la legalización como única vía de solución para el problema de violencia y corrupción que destruye Estados, además de la vida de sus ciudadanos. Portugal despenalizó la posesión para uso personal de todas las drogas en 2001 considerándolo un problema de salud pública, con un extenso programa social de apoyo a los adictos. Resultado: el consumo ha bajado y también el número de infectados por VIH.
La estrategia punitiva ha fallado y se demuestra con datos
En el otro lado, sin tiroteos, sin capos carismáticos, sin pizca de épica, está Dopesick (Star+, 2021). Brillantísima, brutal y aterradora, esta miniserie cuenta, de manera ficcionada pero con nombres y apellidos, el escándalo de la oxicodona, un opiáceo que creó una epidemia de adictos en Estados Unidos a causa de las mentiras de la farmacéutica Purdue Pharma y sus dueños, la familia Sackler. Durante años ganaron millones destruyendo a miles de personas, creando un problema social y policial –se dispararon los delitos de robos y atracos– mientras se blanqueaban como mecenas en decenas de instituciones sanitarias y culturales, del Louvre a Harvard. Unos capos asesinos y codiciosos –blindados política y judicialmente– que no se juegan la vida ni se manchan las manos, pero dejan en mantillas al cártel de Medellín. Pillados por fin, los Sackler retiraron el fármaco y acordaron pagar 4.500 millones de dólares durante nueve años para el tratamiento de adicciones. Siguen siendo multimillonarios, por supuesto.
Estas cosillas pasan cuando se deja la responsabilidad social en manos de lo que algunos llaman “iniciativa empresarial” y sueltan el mantra de “el mercado se regula solo”, que han puesto de moda los Trump, Bolsonaro, Milei y sus fans patrios. Y este es el verdadero reverso tenebroso de la legalización de las drogas, no el miedo a que pasado mañana estemos todos chutándonos en un descampado. Porque el inmenso negocio de hacer adictos dejará fuera a los pabloescobares y su plata o plomo, las narcolanchas y hasta los asesinatos de guardias civiles. Solo será cuestión de bísnes. Y del Ibex.
En medio de la noche, sobre el mar, una lancha rápida vira, acelera y embiste la pequeña embarcación de sus perseguidores, arrollándoles. Podría ser una escena de película, pero no lo es: han muerto dos guardias civiles. Las imágenes han desatado una indignación comprensible. Pero el desgraciado suceso ha mutado...
Autora >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es El cazador del mar (Roca, 2025).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí