RACISMO
Siempre son los otros
Las fallas y el arte reivindicativo: de lo grotesco a la censura institucional
Mireia Pérez 28/03/2024
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En marzo de 2015 el artista urbano Escif irrumpió en la historia de las fallas con una escena transgresora: varios vehículos y un contenedor ardieron en aquella cremá icónica que marcó un antes y un después, también en su relación artística y personal, en el medio fallero. Desde ese momento, su carrera ha quedado rápidamente vinculada a las fiestas de la ciudad de Valencia hasta el punto de haberse encargado del diseño de la falla del Ayuntamiento, la falla de todas las fallas, durante los últimos cuatro años.
En 2019, la figura principal de la falla “Açó també pasará” volvió a trascender el alcance habitual de estos monumentos y se convirtió en símbolo de resistencia al quedar plantada a la intemperie durante varias semanas después de la suspensión de las fiestas debido a la pandemia. Estaba previsto que le acompañaran otras escenas que nunca llegaron a salir de los talleres. Una de ellas era la de un grupo de hombres negros encaramados a lo alto de una valla. La misma escena estuvo pintada en un mural en Rivas Vaciamadrid dentro del Madrid Street Art Project, tres años antes de la tragedia de la valla de Melilla.
El artista decidió rescatarla y situarla junto al monumento de este año: una alegoría de la guerra en cuya escena grande dos palomas se pelean por una única rama de la paz. Sin embargo los ninots de los migrantes no estaban a los pies de la figura principal como el resto, sino que se les colocó a cierta distancia, mirando hacia el público sobre la valla de seis metros de altura que separa a los asistentes de la mascletá.
La deslocalización de elementos es uno de los rasgos habituales de Escif, así como el tratamiento de la guerra y de sus víctimas. Con esto trata de hacer visible aquello que no deberíamos estar viendo. Trabaja con lo siniestro, pero huye de la caricatura. Con un estilo delicado de línea tenue y colores suaves fragiliza a sus personajes y los anonimiza. Sus piezas de arte urbano se acercan más a la ilustración que a los grafitis y a través de las fallas ha empezado a explorar con éxito la dimensión escultórica. Su objetivo en este terreno es también el de recuperar la crítica social fallera, que en los últimos años se ha ido diluyendo.
A pesar de la importancia que se concede a los premios, el hecho es que no existen muchos límites formales para lo que debe o no debe ser una falla
La historia de las fallas es escurridiza. No se sabe muy bien cuándo aparecieron los primeros ninots en las hogueras que invadían las calles antes de la llegada de la primavera. El carnaval, la popularización de la prensa escrita y el nacimiento de la caricatura se vinculan con este proceso artístico hasta donde podemos rastrear, pero también lo hacen la búsqueda de la proeza monumental y de un equilibrio exagerado que magnifique las hogueras, así como la artesanía y la dedicación ornamental. Estas técnicas han ido evolucionando hasta el virtuosismo y la especialización industrial, alejándose de aquella idea de la creación fallera como algo comunitario. Hoy en día el gremio fallero sufre de una grave precarización, consecuencia de unos estándares exigidos por una industria turística que explota también a la ciudad y a sus habitantes, y la culminación de su proceso, la hoguera, se ha ido distanciando del significado simbólico de la quema de lo viejo, de lo que ya no es deseado o de nuestros propios demonios, para convertirse en una parte más del espectáculo.
Pero aunque el arte fallero mantiene sus códigos, estos no son inmutables. Más allá de lo que se espera de él, el ingenio se abre camino. En las fallas artísticas, tal y como las conocemos desde finales del siglo XIX, ha habido siempre patrocinio e intereses, pero también experimentación y transversalidad.
A pesar de la importancia que se concede hoy a los premios, el hecho es que no existen muchos límites formales para lo que debe o no debe ser una falla. Sin embargo, podemos rescatar tres rasgos que son inevitables: la monumentalidad, lo efímero y lo grotesco.
El espacio para la izquierda reivindicativa en las fallas se ha ido estrechando y, cuando asoma, es castigado con contundencia
Una falla siempre resulta grotesca para alguien, aunque no lo pretenda. Aparecen en medio de la calle, interrumpiendo la circulación. Son molestas, brutales e incómodas. Tradicionalmente han sido feas a la vista, con personajes con el gesto y las proporciones exageradas. Los ninots, con sus cuerpos deformes, no suelen invitar a la mímesis, sino más bien a todo lo contrario. El de la falla no puedes ser tú, siempre es otro, un otro retratado en una situación incómoda de la que sacar conclusiones o carcajadas. Un otro carnavalesco que, al fin y al cabo, será quemado. El virtuosismo las ha llevado hacia la fantasía y la disneyficación, y ellas solas han transitado y siguen transitando habitualmente la apología de todas las formas de discriminación posibles. Cuando nos preguntamos cómo es el arte de derechas, a menudo la respuesta se puede obtener dando un paseo por Valencia en fallas.
Desde que hay fallas, hay fallas pobres, fallas ricas, fallas experimentales y fallas convencionales. Sin embargo, sacarlas de los clichés o aproximarlas al arte contemporáneo siempre ha traído reacciones más o menos airadas, hasta el punto de llegar a ser vandalizadas. Curiosamente, las comisiones que apuestan por recuperar su capacidad de cohesión social y por la experimentación suelen ser las mismas. El espacio para la izquierda reivindicativa en las fallas se ha ido estrechando y, cuando asoma, es castigado con contundencia y desde todas direcciones, porque a la derecha se le presupone libre para ser misógina y xenófoba, pero a la izquierda no.
El mensaje de la falla del Ayuntamiento, tratándose de una obra ganadora de un concurso público, tiene diferentes emisores y queda sujeto a cuestiones institucionales. La respuesta a la plantá de los ninots de la valla de este año no se hizo esperar. A las pocas horas obtuvo su trascendencia en forma de polémica en redes sociales, incluso se tuvo que llegar a desmentir que se tratase de personas reales. Pero la radical y poco común aproximación a la mímesis de la escena tuvo también un efecto inesperado: varios colectivos antirracistas denunciaron la representación y un grupo de migrantes se concentró para protestar a sus pies. Se movilizaron antidisturbios y la prensa local trató los hechos de manera paternalista y sesgada.
Llegados a este punto, conviene recordar que la comunicación entre la falla y el espectador no se limita a presenciar las figuras que la conforman. Los textos forman parte del mensaje y en ellos se profundiza en la intención del artista. Los carteles, el llibret faller y la crónica periodística siguen existiendo, y a ellos se suman hoy los relatos en primera persona en redes sociales. Escif, con más de 50.000 seguidores en Instagram, lanzó un extenso comunicado aludiendo a la protesta y disculpándose, pero también defendiendo su obra. El comunicado fue compartido íntegramente en prensa y difundido masivamente. El debate estaba servido: las muestras de rechazo y de apoyo al artista se elevaron mientras la Administración se mantenía en silencio. Gran parte del público local, sorprendido de la ignorancia ante el arte fallero, aplaudió el comunicado del artista y criticó la protesta creando un nuevo otro dentro de esta historia. Un otro al que ridiculizar: el otro ofendido.
PP y Vox ordenaron retirar el llibret de la falla municipal, que incluye textos sobre la relación de las fallas con la crítica antibelicista
Tres colectivos antirracistas recogieron el testigo de la protesta y, respondiendo al comunicado del artista, publicaron el suyo propio, que en ningún caso tuvo el alcance del primero. Este comunicado evidencia la distancia entre las fallas y el público actual y la falta de comprensión ante todo lo anteriormente mencionado sobre su origen, características e intenciones. Pero en él se plantean también cuestiones legítimas que forman parte del diálogo con un arte vivo puesto en marcha. Escif, que es quien más puede nutrirse de este intercambio, ya que su obra precisa de la comprensión de la otredad, decidió solicitar el indulto del fuego para los ninots, figuras que, por otra parte, de verlas arder, no habrían resultado el artefacto potente de algunas de sus obras precedentes, ni a los pies de la falla con el resto de escenas ni, desde luego, sobre la valla. Ver arder los ninots realistas habría resultado paradójico, con protesta o sin ella.
En los comentarios al manifiesto de los indignados, pero también en artículos de opinión en diferentes medios, se sigue acusando hoy a los tres colectivos antirracistas de ignorantes, de buscar protagonismo, de arrojar a los leones los logros consumados de la izquierda, de avivar el odio o de tirar piedras sobre su propio tejado. Al artista también se le acusa de autocensura al haber incorporado la protesta al relato y por no haber quemado las figuras.
La falla ya no está, los ninots del diálogo no volverán y mientras escribo estas líneas nos enteramos de que, al tiempo que todo esto pasaba, PP y Vox ordenaron retirar el llibret de la falla municipal, que incluye textos sobre la relación de las fallas con la crítica antibelicista, el mismo día que comenzaron las fiestas. Lo establecido pugna por seguir borrando la parte de la historia que no le interesa, pero si queréis leerlo está aquí. Hacedlo, porque es historia.
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Mireia Pérez (Valencia, 1984) es artista, sexóloga e investigadora. Forma parte de la organización del encuentro GRAF para el cómic independiente y la autoedición y del equipo del Festival Internacional Cinema Jove de Valencia.
En marzo de 2015 el artista urbano Escif irrumpió en la historia de las fallas con una escena transgresora: varios vehículos y un contenedor ardieron en aquella cremá icónica que marcó un antes y un después, también en su relación artística y personal, en el medio fallero. Desde ese momento,...
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Mireia Pérez
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