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Alma colchonera

Ventrílocuos

Borussia Dortmund 4 - Atlético 2

Ennio Sotanaz 17/04/2024

<p>Correa marcó el gol que igualó brevemente el partido. / <strong>Ángel Gutiérrez (Club Atlético de Madrid)</strong></p>

Correa marcó el gol que igualó brevemente el partido. / Ángel Gutiérrez (Club Atlético de Madrid)

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El Atlético de Madrid es hoy Charles Chaplin retirándose el maquillaje de la cara en una escena de Candilejas. Es un señor triste y aturdido que se despierta en un hotel de Las Vegas dándose cuenta de que lo que había pasado durante la noche no era amor, sino otra cosa. Es ese tipo que tiene que asimilar a toda prisa que los lujosos puentes de Venecia sobre los que caminaba de madrugada son de cartón piedra a la luz del día. Es un noble que no puede disponer de su dinero y que tiene un único traje. Uno que ya no puede disimular que está gastado. Es el juguete roto de un par de ventrílocuos fríos, mediocres y crueles, para los que el sentimiento no es más que un rentable eslogan publicitario.

El Atlético de Madrid ha caído eliminado en la Champions League de la peor forma que puede caer el Atlético de Madrid. Sin honor, sin orgullo y sin gracia. Mostrando todas las carencias de una plantilla mal hecha, y las consecuencias, cada vez más difíciles de ocultar, de una gestión económica basada exclusivamente en el insaciable lucro personal. Ha caído siendo incapaz de tapar los huecos con carácter y las carencias con imaginación. Sin fe. Mereciéndolo sin realmente tener que merecerlo, cuando uno atiende al poderío del rival. O sí, porque las casas de apuestas, los análisis estadísticos o las previsiones más serias situaban al equipo colchonero como aquel con menos posibilidades de alcanzar las semifinales de entre los ocho que lo disputaban. Lo mismo tenían razón. En noches así me resulta imposible separar la pluma del corazón. Me cuesta mucho hablar de fútbol cerca de la cordura o de esa quimera llamada objetividad. Pero habrá que intentarlo.

Aun a riesgo de salir fusilado por los francotiradores habituales, me van a permitir decir que creo que el equipo encaró bien el partido. Al menos, en esos primeros minutos, que seguramente fueron los únicos en los que vimos la idea original. Lo digo a pesar de que Azpilicueta jugase de carrilero izquierdo y tuviese que meter la pierna para salvar un gol a los tres minutos de empezar. Creo que en ese primer cuarto de hora el equipo equilibró bien al rival, tuvo el balón, lo circuló con criterio y lo quiso jugar. Es más, tuvo la ocasión de sentenciar la eliminatoria. No habíamos llegado a los cinco minutos cuando Morata se plantó delante del portero para resolver como el madrileño acostumbra a resolver ese tipo de situaciones. Mal. O muy mal, siendo justos. Tirándola fuera en una posición inmejorable, que es seguramente una de las especialidades de la casa.

El Atleti es un equipo excesivamente complaciente y con muy poca personalidad

A partir de ahí, empezamos a ver el resto de las arrugas. Esas que siempre han estado en el mismo sitio. El Atleti acusó el golpe y volvió al clásico trote cochinero (gracias a que sus centrocampistas comenzaron a “regular fuerzas”), alardeó de su alergia al gol (nadie es capaz en esa plantilla de pensar en meter uno), rechazó el balón (porque es imposible jugarlo a la velocidad de un puñado de jubilados jugando en verano el dominó) y confió en defender, olvidándose de que su sistema defensivo, hoy por hoy, es pésimo. ¿Era ese el plan? No lo creo. Lo que creo es que el plan era el del principio, pero que el equipo, física, técnica y anímicamente, no da para más. Y claro, el BVB se adueñó del partido. Y claro, llegaron las ocasiones (disparo de Brandt, disparo de Adeyemi…). Y claro, llegaron los goles. Primero con un tiro de ese mismo Brandt, tras un excelente pase al área de Hummels, mal defendido, que Oblak no fue capaz de parar. No, tampoco estuvo bien nuestro portero. Después, con Maatsen aprovechándose de la dolorosa mediocridad de Nahuel para entrar tranquilamente por la izquierda y volver a batir al portero esloveno.

Por resumir, el Atleti era un completo desastre. Pero es que quizá el Atleti es eso. Especialmente, cuando lo expones a momentos exigentes. Un equipo aturdido e incapaz. Un equipo excesivamente complaciente y con muy poca personalidad. Resulta imposible competir en Europa con delanteros que no meten goles, con defensas malos que no tienen sustitutos, con un equipo que juega andando porque físicamente no da para otra cosa, que camina sobre el césped más preocupado de gestionar los esfuerzos que de gestionar el balón, y que, sobre todo, recibe un gol cada vez que el rival llega al área.

Correa, ángel y demonio tantas veces, es de los pocos jugadores que conservan vestigios de la antigua grandeza

Simeone movió el banquillo al descanso. Correa, Riquelme y Barrios sustituyeron a un desesperante Morata, un lamentable Nahuel y un sacrificado Azpilicueta. Los dos primeros no deberían haber salido de inicio, pero es que, gracias seguramente al criterio de uno de los millonarios de la lista Forbes, no tienen sustituto. De los tres nuevos solamente Correa aportó algo de ilusión. El argentino, ángel y demonio tantas veces, es de los pocos jugadores que conservan vestigios de la antigua grandeza. Con sus aciertos y sus muchos errores. Sus movimientos, eléctricos e imprevistos, provocaron que empezasen a pasar cosas. Y muy poco después, tras la salida de un córner, Hermoso remataba de cabeza para que el balón diese en la pierna de un rival y se metiese en la portería. Había partido. Correa desaprovechó otra clara ocasión tirando fuera un gran pase de Koke. El Atleti estaba mejor y terminó por aprovechar el momento empatando el partido, tras una buena jugada colectiva que resolvió, cómo no, el propio Correa.

Todo pintaba de maravilla, ¿verdad? Pues no. Todo se desmoronó en menos de diez minutos. ¿Por qué? Pues porque unos no podían más, otros no querían poder y el resto no dieron la talla. Dolía ver a Griezmann sesteando por el césped, como si estuviese disputando un partido de exhibición. Dolía ver a De Paul haciendo todo mal, sin que diese la sensación de que le estuviese importando mucho. Dolía ver a Koke jugando a la velocidad de las películas de Kieślowski. Dolía ver a Barrios y a Riquelme demostrando que quizá todo esto les viene todavía grande. Dolía ver a Llorente sacrificado en defensa por la negligencia de la dirección deportiva. Dolía mirar al banquillo y ver que la solución era… Saúl. En fin, dolía ver al Atleti.

Y claro, en la siguiente llegada, los alemanes hicieron gol. Un balón colgado al área desde la izquierda fue rematado con maestría por Fullkrug, que se adelantó a Giménez y que metió el balón por la escuadra. Un par de minutos después fue Sabitzer el que hacía el cuarto disparando desde la frontal del área, en otra jugada desafortunada y muy mal defendida. Cada llegada era un gol. Otra vez.

Quedaba tiempo todavía para solucionar el partido. Lo que no quedaba era Atlético de Madrid. Los últimos veinte minutos de la eliminatoria fueron una oda a la mediocridad. Puede que incluso a la decadencia. El equipo de Simeone no es que fuese incapaz de tener una sola ocasión, es que fue incapaz de mover el balón con algo de dignidad. Lento, espeso y carente absolutamente de ideas o de honor. En uno de esos partidos en los que los futbolistas de élite tienen que demostrar lo que son, muchos futbolistas del Atleti demostraron otra cosa.

La lógica dice que la derrota de Dortmund debería ser un punto de inflexión. Que ha quedado claro que la fórmula de los jugadores gratis, las oportunidades de mercado, las plantillas reducidas, los sueldos inflados y el confiarlo todo a la magia (cada vez menos efectiva) de Simeone hace tiempo que no funciona. La realidad nos dice que la gerencia está hoy de celebración. Su “empresa”, esa que, por lo que sea, les salió gratis, se ha clasificado para una cosa llamada Mundialito, lo que significa un nuevo puñado de millones de euros a repartir entre los ventrílocuos. A ellos no les duele el Atleti como a ustedes. Para nada. Ellos no son hoy ese Charles Chaplin quitándose el maquillaje en Candilejas. Si guardan sus fusiles y prestan atención, les escucharán brindar y sonreír. 

El Atlético de Madrid es hoy Charles Chaplin retirándose el maquillaje de la cara en una escena de Candilejas. Es un señor triste y aturdido que se despierta en un hotel de Las Vegas dándose cuenta de que lo que había pasado durante la noche no era amor, sino otra cosa. Es ese tipo que tiene que asimilar a toda...

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