TEBEOS
Sobre el didactismo
Por un cómic que no nos lo ponga fácil
Gerardo Vilches 19/05/2024
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Vivimos una época en la que el cómic parece ya normalizado como medio artístico y en la que, salvo cuatro arcaicos formidables que tocan a rebato de vez en cuando, todo hijo de vecino en la cosa cultural parece enterado de que el cómic es un lenguaje más, que permite contar cualquier cosa, desde cualquier enfoque. Se puede dirigir a cualquier público, utilizar cualquier tono, cualquier estilo de dibujo, cualquier formato. Puede albergar obras blancas y familiares, radicales, escatológicas, progresistas o reaccionarias. Vaya revelación a estas alturas, diréis; y diréis bien. Tendría su miga que ahora viniera yo, que no hago otra cosa que escribir sobre cómics, a decir lo contrario en esta tribuna. Obviamente no voy a hacerlo, pero sí voy a darle un par de vueltas a ciertas cuestiones relacionadas con ello.
Se insiste mucho en la capacidad comunicativa del cómic, en su potencial para expresar de un modo muy eficaz y directo la información, con vocación divulgativa. Por ejemplo, la corriente de títulos relacionados con el ámbito sanitario y las enfermedades, denominada “medicina gráfica”, lo asume como su premisa de partida. Pero no hay que irse tan lejos: muchos autores explican sus obras desde la voluntad de difundir determinados hechos, valores o conocimientos, de hacer más accesible el tema de sus cómics, de llegar a un público diferente aprovechando que puede ser un medio más atractivo y amigable. Y, así, el mercado está lleno de títulos con un claro objetivo didáctico, que se plasma de muchas formas: cómics que proponen un programa ideológico y unos valores de forma directa, literal e inequívoca, o que exponen hechos históricos, o que adaptan novelas, o que trazan biografías de personajes célebres.
Llegado a este punto, tengo que decir que el didactismo no me parece mal. Soy docente, estoy convencido del potencial del cómic en este ámbito, lo explico en mis clases y he dado cursos de formación a mis colegas –que me conocen como “el de los cómics”–. Creo que es totalmente cierto que el lenguaje de este medio lo hace especialmente adecuado para la exposición y el enfoque pedagógico. El dibujo no solo es llamativo, sino que también permite comunicar de una forma universal, emocional e intuitiva, mientras que el texto permite concretar, precisar y ampliar la información. Es una combinación ganadora. Hay muchos y buenos cómics que recomendaría a alguien que quisiera tener un primer contacto o una visión general de un tema. Pero también creo que esa gran baza puede acabar siendo su mayor limitación, porque se corre el riesgo de interiorizar que el cómic es solo una lectura fácil, una forma de simplificar. Quizás tiene que ver con su pasado como medio casi exclusivamente infantil y juvenil, o con la necesidad de reivindicarlo desde la utilidad, de justificar su lectura, en los tiempos en los que se veía con malos ojos, únicamente por aquello que se puede aprender a través de ella. Hoy ya no parece necesario recurrir a este argumento, pero algo debe de quedar cuando vemos tantísimos cómics que toman esta vía. Cuando escucho a un autor o a un crítico explicar la necesidad de una obra porque será leída por gente que nunca se acercaría a un tocho de quinientas páginas de texto sobre el mismo tema, no puedo evitar pensar que esto es peliagudo. Porque, aunque no se tenga intención de ello, lo que se está diciendo, en el fondo, es que, como el cómic tiene dibujos y menos texto, es una lectura más ligera y sencilla. Insisto: no está mal que estos cómics existan. Hay gente que tiene una intención claramente didáctica en su trabajo y lo hace maravillosamente bien. Pero, cuando eso sucede, casi siempre tiene que ver con un aporte adicional, con una conciencia de que lo visual es el factor diferencial. Por eso reconozco que no encuentro mucho interés a determinados cómics con afán expositivo, que toman un tema y lo desarrollan superficialmente, de una manera plana, con dibujos puramente ilustrativos, y que no suponen sino una simplificación que puede acabar enviando el mensaje de que el cómic es un medio auxiliar. Lo mismo puede decirse de muchas biografías, o de las adaptaciones literarias que son el equivalente de los resúmenes del Reader’s Digest, sin más intención que la de prolongar la explotación comercial de la novela que toque. Me parece un enfoque francamente pobre, tengo que confesarlo.
No se trata de comprimir la información, sino de contarla de otra forma, de añadir capas de significado
Huelga decir que la biografía y la adaptación son lícitas y pueden dar interesantes frutos. Aunque creo que casi todas las que me gustan lo hacen porque son proyectos personales, en los que los autores asumen que están haciendo un cómic, y no simplemente resumiendo un texto en prosa. Y, por tanto, no se trata de comprimir la información, sino de contarla de otra forma, de añadir capas de significado en lugar de quitarlas, de hacer que el dibujo cuente lo que no puede contar el texto, que es lo mismo que dotar de sentido a la decisión de hacer un cómic y no cualquier otra cosa. En el campo de las adaptaciones, pienso en la personalísima interpretación que hizo Nicolas Mahler de Maestros antiguos (2013) de Thomas Bernhard, o en Nela (2015), de Rayco Pulido, en la que el dibujante saca oro de una novela menor de un joven Benito Pérez Galdós, haciendo una obra propia, que cuenta lo mismo pero, al mismo tiempo, cuenta otra cosa. Incluso la vía de la literalidad puede ser interesante, como demuestran Marcos Prior y Gustavo Rico en su adaptación del shakespeariano Tito Andrónico (2021), que es al mismo tiempo fiel al texto teatral y una desviación total de su significado. La clave, creo, está en abordar la obra desde el cómic, desde su lenguaje, sin complejos y con sus debilidades y fortalezas: es evidente que en un cómic no cabe la misma información textual que podemos encontrar en una biografía o en un ensayo de cierta envergadura. Pero más interesante que resumir –también mucho más difícil– es dotar a las imágenes de sentido y significado.
Otra cuestión distinta, aunque relacionada, es la tendencia expositiva de muchos cómics de temática histórica. No hablo del enfoque o la documentación, hay de todo, pero me interesa aquí comprobar que incluso autores que teóricamente se dirigen a un público adulto, y están contando la historia de forma matizada y compleja, ceden al impulso explicativo. Pienso en Regreso al Edén (2020) de Paco Roca, un cómic excelente, que aborda como ningún otro el valor de la imagen fotográfica, en el que el dibujante sintió la necesidad de incluir exposiciones de corte didáctico acerca de aspectos del franquismo como el estraperlo. Sí, lo hace con maestría, empleando recursos visuales, esquemas y metáforas, pero me resulta llamativo.
Siguiendo mi ejemplo, alguien podría decirme: “Pero hay gente que no sabe qué fue el estraperlo y en algún sitio tiene que leerlo por primera vez”. Y tendrá razón. La cuestión entonces estaría, en el “cómo”, en las maneras en las que parece estar asumido por muchos que hay que transmitir la información. Y es verdad que, en este punto, el cómic no es un caso aislado: la literalidad parece haberse convertido en la vacuna contra la mala interpretación del público. Dejemos todo claro, expongamos las tesis bien nítidas, que nadie se líe. Puede que haya algo de esto en muchos de los cómics que tratan temáticas sociales o identitarias, por ejemplo, en los que se tiende a subrayar el mensaje de la obra –este concepto, el de mensaje, también daría para otro artículo–, no tanto por decirle al lector lo que debe pensar, sino por dejar claro qué es lo que piensa el autor. Si la obra no es narrativa puede recurrir a un avatar dibujado que vaya poniendo los puntos sobre las íes, un recurso que, casi siempre, solo se redime mediante el humor.
Quiero reivindicar la necesidad de que haya cómics que en lugar de acercar los temas, los alejen
Yo quiero reivindicar la necesidad de que haya también obras de otro tipo. Cómics que en lugar de acercar los temas, los alejen. Que, lejos de simplificar, vuelvan las cosas más complejas. Que no pongan las cosas fáciles, sino que reten a los lectores. Que no solo tengan en cuenta el potencial expositivo de los cómics y su accesibilidad, sino que también asuman que las imágenes pueden ser oscuras y esconder múltiples significados. Y que a un público adulto no es bueno dárselo todo hecho siempre. Me gustan los cómics que primero son una experiencia estética y luego otras cosas. Hay un ejemplo reciente, un cómic del que ya se ha escrito en CTXT: El nido. El último banquete de Hitler (2024) de Marco Galli, quien no se ve en la obligación de decirle a sus lectores que Hitler fue muy malo, ni tampoco quiere contarnos qué fue el nazismo, o qué acontecimientos se sucedieron en la época final del III Reich. Hay, en definitiva, una intención artística, que se despreocupa de que se entienda todo, y que no podría estar más alejada de la intención de que el lector aprenda. En otra órbita, siempre me ha parecido muy destacable el enfoque de Fummettibrutti en P. Mi adolescencia trans (2020), una obra agresiva, ya desde su poco complaciente estilo de dibujo, que contrasta con el tono positive que suelen tener los cómics sobre transexualidad. Fummettibrutti está contando experiencias propias, sin voz narradora que contextualice, sin decir qué estuvo bien y qué estuvo mal, con una sinceridad hiriente y un espíritu punk.
Pero no todo pasa por incomodar, por supuesto. En el campo del ensayo gráfico, me parece necesario asumir como punto de partida la renuncia al tipo de densidad del texto en prosa y plantear la obra desde otras estrategias, intentando que sean las imágenes las que problematicen los asuntos con sus propias herramientas. En este sentido, me parecen modélicos los libros de Ana Penyas, especialmente Todo bajo el sol (2021), un cómic sobre la gentrificación, la turistificación y la transformación urbanística de la costa levantina que no contiene textos explicativos, pero que a través de los diálogos y, sobre todo, los dibujos y fotografías transferidas, resulta tremendamente elocuente, y es capaz de transmitir la magnitud del asunto sin necesidad de énfasis obvios, y sin caer en la tentación de ofrecer datos y explicaciones que se pueden encontrar en otras fuentes. Es decir: sabiendo dónde está el potencial del cómic y por dónde no se llega a un callejón sin salida. En este mismo campo del ensayo gráfico, también me ha parecido muy interesante un descubrimiento reciente: Lux Meteora, nombre de guerra de una fanzinera que en títulos como Chasquido y siseo (2022) y Agua y arena (2023) también tiene muy en cuenta la capacidad de la imagen y, más concretamente, el color, para transmitir información de todo tipo, en este caso en el campo de los estudios medioambientales.
Para terminar, volvamos al principio: lo grande del cómic es que caben obras de todo tipo, enfoques variados y voces infinitas. Pero es necesario que las inercias del mercado no nos hagan olvidarlo, que no se margine esa variedad en pro de lo comercial, que lo expositivo y didáctico no sea la única forma en la que se aborden las cosas. En lugar de cansarnos de decir que el cómic es un medio adulto como cualquier otro, que se demuestre por la vía de los hechos.
Vivimos una época en la que el cómic parece ya normalizado como medio artístico y en la que, salvo cuatro arcaicos formidables que tocan a rebato de vez en cuando, todo hijo de vecino en la cosa cultural parece enterado de que el cómic es un lenguaje más, que permite contar cualquier cosa, desde...
Autor >
Gerardo Vilches
Es crítico de cómic e historiador. Autor de 'La satírica Transición'.
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