Teatro
Días de vino y bingo
Sobre la lucidez con la que Ana López Segovia ha leído y adaptado la obra de Eurípides
Paco Cano 21/06/2024
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Eurípides, Las Bacantes
El teatro griego tenía categoría de espectáculo popular, participativo, educativo y a la vez era considerado un arte excelso y respetado. Un hecho sociocultural de doble dimensión, porque a la producción artística, actoral, textual y musical le acompañaba el acto colectivo, comunitario y de trascendencia política al generar debate público sobre las temáticas propuestas. Todo esto, antes de que a alguien le diera por ponerle etiquetas a la cultura.
El teatro era, por lo tanto, un acto popular accesible, sin distinción de clase o ciudadanía, en el que se implicaba la práctica totalidad de la comunidad y la asistencia a las representaciones se consideraba un deber ciudadano. Lo que hoy consideramos alta cultura clásica proviene de lo que se dio en denominar cultura popular; reiteración innecesaria, ya que cualquier creación cultural pertenece siempre a la comunidad portadora, al pueblo que la produce.
Para los romanos, el teatro ya era otra cosa; era entretenimiento propio del pueblo, que las clases altas miraban en general con desprecio. Se perdió el carácter pedagógico, igualitario. Así, en la época clásica griega, el ocio (skhole en griego, que da lugar a escuela) era un tiempo formativo, para reflexionar, para instruirse. En época romana, el ocio (otium) ya significa reposo, descanso –privilegio, por tanto, de las clases dominantes–, mientras que el negocio (nec otium), el tiempo de no ocio es el tiempo de trabajo, de la producción material. Desde entonces y hasta hoy, hemos fundido ocio y negocio, profundizando en la mercantilización del tiempo libre, transformando el tiempo del encuentro con la familia y con la comunidad en actividades organizadas por otros, confundiendo lo popular con lo pop, desposeyendo a lo cultural de su capacidad de crear comunidad y sentidos a través del debate y convirtiendo al pueblo en masa. La cultura popular surge de la necesidad de expresarse y de compartir, la cultura masiva se produce para vender. Todo esto, con honrosas excepciones y sin entrar en análisis cualitativos para ambos casos.
Volvamos a los clásicos griegos para recuperar esa idea de la cultura como elemento constitutivo de comunidad, de agitación de pensamiento colectivo, como hecho participativo y de generación de estéticas y valores por parte del pueblo.
He releído Las Bacantes, de la que bien poco me acordaba, para ver la función de Las Bingueras de Eurípides de Las Niñas de Cádiz, en la que se versiona el clásico griego. En Las Bacantes, Eurípides propone un debate entre lo apolíneo y lo dionisíaco, entre la razón y la pasión, sin terminar de posicionarse, pues mientras hace una crítica mordaz del exceso de autoridad y sus restricciones, también advierte sobre las consecuencias de un desborde irracional. Esta contraposición la desarrolla Nietzsche en El nacimiento de la tragedia, al hablar de dos instintos naturales que operan en toda acción humana. Lo apolíneo tiene que ver con lo racional, con la distancia, con el orden, frente a lo dionisíaco que tiene que ver con la emotividad, con la corporeidad, con lo festivo.
En Las Bacantes, Penteo aparece como represor aplicado y capacitado para el control, mientras que Dionisos hace su defensa del vino, del disfrute y de la fiesta. Viva el carnaval. Dionisos, en forma humana, aparece en Tebas para reprender a Penteo por no honrarle y subleva a las mujeres para que beban y se liberen. Penteo, ultrasensato, acusa a los báquicos de locos y a Dionisos de “forastero afeminado que ha traído la locura nueva a las mujeres”. Migrante, homosexual y feminista; es decir, la condensación de todos los odios ultraderechistas. Los clásicos griegos como fuente inagotable y recurrente de creación y pensamiento contemporáneos.
Las Bingueras, como Las Bacantes, es una llamada a la rebelión femenina y una defensa del festejo
Al igual que en el texto original, en Las Bingueras, Dionisio baja del Olimpo a la tierra para encarnarse en Dionisia, una mujer seductora que abre un bingo clandestino para mujeres sometidas por su propia realidad. El local es la metáfora de una fiesta, un espacio relacional, un lugar donde encontrarse, donde ser, donde compartir penas, donde escapar de una vida miserable, heteropatriarcal, represora. Cada una llega con sus cuitas y tragedias propias. La comunidad como espacio de sanación. La fiesta y la celebración como catarsis liberadora. Como antagonistas, dos policías. Uno de ellos –construido en una masculinidad aprendida, heredada, inauténtica; aunque con un momento de debilidad, cuando la experiencia personal le alcanza (como a Penteo le alcanza que su propia madre se una a las bacantes)–, está obsesionado con el orden y la tradición; en definitiva, lleno de miedos. A la derecha y la ultraderecha, al antipueblo, les asusta aquello donde hay pensamiento colectivo, donde hay presencia, cuerpo, aquello que rompe la esfera de lo cotidiano y de la norma y que propone alternativas de trasgresión. Tal vez por eso se mueven tan bien en las redes y tal vez por eso, solo se hacen presencia para manifestar odio, agredir o imponer control. Incapaces de darle espacio al debate.
Las Bingueras, como Las Bacantes, es una llamada a la rebelión femenina y una defensa del festejo como terapia colectiva y como elemento constitutivo de comunidad. Compuesta en octosílabos rimados, pero con un registro lingüístico que no olvida al interlocutor pueblo, la representación de Las Niñas de Cádiz recupera los artefactos genéticos del teatro griego y aunque, en algún momento, nos preguntemos si estamos viendo cultura clásica adaptada o cultura popular elaborada o teatro clásico acarnavalado o carnaval hecho teatro clásico, todas ellas son preguntas equivocadas e inútiles, porque nada de eso tiene importancia una vez que se recupera el sentido inicial de la necesidad de teatro, de la necesidad de cultura, tanto en su dimensión creativa, como en su dimensión social y antropológica. El debate alta cultura/cultura popular, más inocuo que nunca.
En cualquier caso, deslumbra la lucidez con la que la autora, Ana López Segovia, ha leído y adaptado la obra de Eurípides. A partir de esa actualización, la representación se apoya en una ágil dirección escénica a cargo de José Troncoso, con números musicales incluidos –al igual que ocurría en la pieza clásica–, en un sobresaliente texto que exige un trabajo ingente en su creación rimada –su autora compuso, durante el pasado carnaval, uno de los romanceros que marcará época en la fiesta gaditana– y en una contundente ejecución por parte de las cuatro actrices y los dos actores, que exhiben sus dotes cómicas con una interpretación intensa y pasional sin caer en el desborde o la caricatura, riesgo siempre presente cuando se trabaja con el grotesco. Junto al mensaje emancipatorio y a la denuncia de la existencia reprimida y anestesiada mediante alcohol y antidepresivos de tantas mujeres, el gran logro de la obra es salir del teatro pensando, acertadamente, que Las Bingueras es un clásico y Las Bacantes, carnaval. No se la pierdan.
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Eurípides, Las Bacantes
El teatro griego tenía categoría de espectáculo popular, participativo, educativo y a la vez era considerado un arte excelso y respetado. Un...
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Paco Cano
Mis ciudades: Cádiz, Madrid, NY, Washington DC y, ahora, Barcelona. Mis territorios: las políticas culturales, la articulación ciudadana, los cuidados y el común.
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