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SERVANDO ROCHA / ESCRITOR, EDITOR, AGITADOR CULTURAL

“Hay una hiperdependencia de lo institucional en la cultura”

Paco Cano 23/06/2024

<p>El escritor y editor Servando Rocha nos ha cedido esta fotografía suya.</p>

El escritor y editor Servando Rocha nos ha cedido esta fotografía suya.

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Servando Rocha (Santa Cruz de La Palma, 1974) es escritor, activista cultural, editor de La Felguera y un valiente que, en el discurso que dio durante el acto de presentación de La Noche de los Libros de la Comunidad de Madrid el pasado abril, les habló a los dirigentes madrileños del problema de la vivienda, de la pérdida de identidad de los barrios, de la cancelación de la noche, de infamias y de los 7.291 ancianos y ancianas que murieron por los protocolos de la vergüenza. En todas sus caras.

Rocha se ha movido e interesado siempre por los márgenes, las periferias y las contranarrativas. Acaba de publicar un trabajo colectivo: Una, Grande y Rara. Diccionario ilustrado de la España alucinante y alucinada. Un catálogo de freakies, ridículas situaciones berlanguianas, marginados, zurdos y pelirrojos, que diría apócrifamente el Arzobispo de Toledo. Un archivo de rarezas y de benditos soñadores, un mosaico cuyas teselas componen una historia de España habitada por montambancos, matuteros, trapaceros, impedidos, cazadores de ratas, hechos miríficos y un cameo cinematográfico de Franco y Millán Astray juntos. Una galería de ingenuos, perdedores y falsos milagros en la que hubieran tenido cabida esos prodigios extraños que fueron los discursos de Rajoy. En definitiva, un libro que, aunque se pudiera enmarcar mediante referencias a Tod Browning, la patafísica, los raros de Rubén Darío o Los Anormales de Foucault, en realidad continúa la senda española de Quevedo, Goya, Solana, Valle-Inclán, la Historia de heterodoxos españoles de Menéndez Pidal o el Celtiberia Show de Luis Carandell.

Menéndez Pidal, en el prólogo de su Historia de heterodoxos españoles, se vanagloriaba de su catolicismo sin grietas y de su amor a España para que se le perdonara escribir sobre la herética nacional. En su caso, ¿hay más identificación que distancia con los personajes catalogados en el libro?

Pues lo que sucede en Una, Grande y Rara es que no es solamente un diccionario de personajes y de historias vergonzantes, sino que también las hay dignificantes y emocionantes. Por ejemplo, a mí una de las historias que más me gusta es la de Paul del Río, el enano madrileño que, en los años 20 y con sus dos hermanas también enanas, se marcha a California. Hollywood está empezando y este tío termina saliendo en El Mago de Oz y teniendo un desplegable en la revista Life. El libro es un intento de reconciliarnos con una palabra problemática, que es raro, porque ¿qué es lo raro hoy en día y en España? Lo raro es José María Aznar vestido de Cid Campeador, como aparece en la portada del libro. Y no solo por el disfraz (te cuento la historia porque mola): Luis Magán, el fotógrafo de El País Semanal, estaba en el año 87 fotografiando a determinadas personas representando a personajes y cita a Aznar, junto a un periodista, en un castillo de Valladolid. Aznar era presidente de Castilla y León y aparece así. O sea, él se baja del coche oficial y ya está vestido de Cid Campeador. Y no solamente eso, es que empieza a hablar en verso como en el Cantar de Mio Cid. Una persona que hace eso desde el humor, me tiene ganado, pero lamentablemente no había humor, y esto es un problema en España. Ignatius Farray nos dio una clave que da andamio al libro, cuando en uno de sus shows dice esa cita maravillosa de “ser español es que te importe una mierda ser español”. Y creo que esa desafección que nos hace ser españoles es algo muy bonito. No seamos como los franceses, que aman su bandera y terminan creyéndose superiores, ni como los estadounidenses, que aman su bandera y terminan justificando guerras. Esa distancia que hay sobre lo español es la ternura de ser español. Lo raro, hoy, tiene que ver con lo bizarro también, porque cuando el nacionalismo español intenta crear un pasado mítico que no existe, lo que sale es un monstruo histórico en el que se junta Isabel la Católica con don Pelayo y con el Cid Campeador. Por eso la idea era reflexionar sobre lo raro, y sobre qué es España, aunque esto pueda ser muy pretencioso; pero es que España es un sitio muy tranquilo hasta que se desata un Puerto Hurraco. España es esa pintura negra de Goya en la que se a dos dándose a garrotazos, los dos hundiéndose en la arena.

Todavía hay estadounidenses que llegan a Sevilla y alucinan cuando ven a un nazareno

Según la RAE, raro/a tiene, sobre todo, acepciones positivas: ‘extraordinario’, ‘escaso en su especie’, ‘de comportamiento inhabitual’, ‘excelente’, ‘sobresaliente’... A ver si resulta que lo raro, en su acepción negativa, es ser normal, lo normativo.

Claro, lo raro hoy en día es problemático, pero creo que la respuesta no es lo raro, sino la singularidad. ¿Qué nos hace singulares? Tú enciendes la tele y los programas de prime time son una exaltación de lo raro, y lo que antes era normal ahora se convierte en excepcional y al revés. Las cosas que hacemos nosotros o de lo que estamos hablando ahora mismo, hace quince o veinte años eran cosa de lo que se llamaba “la cultura de los márgenes”, pero ahora mismo lo son de grandes minorías. Estos temas que estamos tratando son temas que diariamente están en la prensa o en las grandes plataformas, todos se pelean por esas singularidades. Quizás porque hay una autenticidad en muchas de las historias que se cuentan. Yo he puesto el foco en esas singularidades que tienen que ver con el hecho de reflexionar sobre esta España que siempre sorprende. Nos sorprende hoy en día y les sorprendía a los viajeros que venían hace siglos a España buscando lo que buscaban: Las Hurdes, las corridas de toros, la superstición, la Semana Santa de Sevilla, la Legión, cosas muy difíciles de entender fuera. Todavía hay estadounidenses que llegan a Sevilla y alucinan cuando ven a un nazareno porque dicen que parece un miembro del Ku Klux Klan. ¿Cómo se explica eso?

Un habitual en el Diccionario es Valle-Inclán, que aparece en varias entradas y que sigue siendo un tremendo escritor, moderno y a veces insoportable. ¿Es España hoy un país valleinclanesco, esperpéntico?

Bueno, el caso de Valle-Inclán me gusta porque, por ejemplo, perdió el brazo en la riña con un periodista, pero él asume el esperpento cuando de pronto cuenta cómo lo perdió y fantasea y dice que se lo arrancó un cocodrilo o que se batió con un guerrillero en México o que se lo cortó porque no tenía qué comer. Pero ahora el esperpento ha cambiado. Mira la reciente boda de Almeida, el alcalde de Madrid. Un desfile de personajes vestidos de una manera que yo de verdad no entiendo. La vida cotidiana no es eso. Los raros son ellos. En la portada, en vez de Aznar, podría haber salido Santiago Abascal vestido de don Pelayo o Esperanza Aguirre vestida para esa boda. El esperpento de hoy es ese. Ahora mismo se está presentando a las elecciones un partido con un logo con una ardilla, Se Acabó la Fiesta se llama el partido, y ha conseguido representación en el Parlamento Europeo. Eso es un esperpento. Hoy hablamos de Díaz Ayuso, pero no recordamos a Jesús Gil, no recordamos a Ruiz-Mateos, no recordamos que Tejero se intentó presentar a las elecciones después del golpe con un partido ultraderechista mientras estaba en la cárcel. Eso sucedió inmediatamente después del golpe del 23 F. ¿Cómo no va a ser España un esperpento?

Les dijo a los representantes institucionales que, en Madrid, el único género literario posible hoy es un relato de terror, al estilo de Las noches lúgubres, no las de Cadalso sino las de Alfonso Sastre. ¿Toda España es un relato de terror o es Madrid la isla del miedo, en medio de un país de comedia?

Bueno, es que creo que hay muchas Españas. La realidad que se cuenta, la realidad de la euforia, de la españolidad de los españoles no es real. La vida real es otra cosa. Yo creo que la inmensísima mayoría de la gente está viviendo una historia si no terrorífica, casi, porque la vivienda se está convirtiendo en un problema increíble y porque ayer mismo iba en el autobús y la calle estaba cortada porque había un suicida en el viaducto de Segovia que se iba a lanzar. Yo no sé las razones de ese suicida, pero han aumentado los problemas de salud mental. Estamos medicalizando a la juventud, cada vez gente más joven toma medicamentos para soportar esto de alguna manera. Se vive con el miedo de que vemos desmantelar la sanidad pública y nos vamos a tener que hipotecar para que nos quiten una piedra del riñón. Son cosas muy tremendas. Cuesta poner un pódium en cuanto a esperpentos y atrocidades made in Spain, pero posiblemente el aceite de colza y lo que pasó aquí durante la pandemia han sido las cosas más trágicas que hemos vivido en democracia. Que hubiera unos protocolos de la vergüenza, y que 7.291 ancianos no solamente hayan sido borrados sin que sepamos lo que pasó con ellos, sino que años después la propia Díaz Ayuso se justifique diciendo que se iban a morir igualmente es terrorífico. Cuando la moral desaparece, estamos creando monstruos. Estamos alegremente asumiendo una serie de discursos de odio y un alto nivel de violencia que se ha convertido en algo cotidiano.

Al final, entre tanto grotesco terrible de nuestro día a día, este catálogo de rarezas destila cierta ternura e ingenuismo. ¿Tenemos una actitud condescendiente y algo de soberbia con los marginados, cuando en realidad, es mucho más triste está sociedad fallida que tanto malestar nos causa? ¿No es más grotesco lo institucional, el centro, que lo que consideramos márgenes o periferia?

Claro que sí, porque el centro institucional realmente es una mueca. Tiene mucho de siniestro y lo siniestro es el poder hoy en día. Reírse de las desgracias ajenas, burlarse de una manera tan cínica de los fallecidos, irse a fotografiar con un asesino dos días después de haber quemado un campamento de palestinos en Gaza, como hizo Abascal. Eso rebasa lo concebible. En muchas de las historias que se cuentan preguerra civil, existía una dignidad, una cierta dignidad en la política y eso se descompuso con la llegada de los señoritos de las pistolas. Unamuno, por ejemplo, utilizado tanto por un bando como por otro, era una persona civilizada, o Pío Baroja, que también tuvo sus sombras y sus luces, pero esa dignidad se perdió con el final de la Ilustración, con el insulto convertido en política, con Twitter y con el algoritmo, que se alimenta de lo que yo le doy. Empiezas con el Cid Campeador y terminas pensando que nos fumigan desde los cielos y crees que tu pensamiento, que hasta hace unos años era absolutamente marginal, ahora es parte de una legión y está justificado.

Muy pocos escritores o editores quieren relacionarse con alguien tildado como radical

Hablando de esa ilustración inacabada, les preguntó a los representantes oficiales:¿De qué nos sirven los libros si no tenemos casa?” ¿Alguno le respondió a esa pregunta?

Bueno, lo que ocurrió fue increíble, porque para ellos era inaudito, porque están acostumbrados a la algarabía y a la agresividad en los foros políticos, en la Asamblea de Madrid o en el Congreso de los Diputados, pero la cultura para ellos es un remanso de paz. La cultura no les causa problema porque la tienen comprada. Mira, yo he recibido centenares de mensajes de apoyo de amigos, gente de muchos sectores, pero del gremio de editores y de escritores se pueden contar con los dedos de una mano. ¿Por qué? Porque muy pocos quieren relacionarse con alguien tildado como radical. No quieren perder el chiringuito, no quieren perder que los llamen de las instituciones, porque lo que no se cuenta en este país es que los escritores no viven de los libros que publican, a excepción de tres o cuatro, y dependen de instituciones y de la prensa. Por eso los políticos estaban asombrados cuando dije lo de que los libros se fueron en las mudanzas obligatorias por culpa del terrorismo inmobiliario. O sea, es que estaban Mariano de Paco, consejero de Cultura, y el director del centro del Español, que yo no sabía ni que existía eso, el heredero de Toni Cantó, según me dicen y en el vídeo no se ve, pero gesticulaban, señalaban a la subdirectora general del libro y me señalaban a mí como diciendo: “¿Quién es este? ¿Cómo se atreve a decirnos eso?” Pataleaban en el suelo, porque viven en una jaula de oro y fue una situación muy tremenda para ellos. Además, ellos ya habían hablado y habían dicho que si Madrid es un lugar de acogida, que si nuestra presidenta tal, que si el espíritu crítico de los libros cual, etc. Así que no había derecho de réplica, les tocaba sentarse ahí y pensé: “Ahora te vas a fumar esto durante cinco minutos. Vas a tener que escucharme. No te vas a ir a ningún lado y luego no te vas a subir a hablar. Tu tiempo ya pasó. Ahora me toca a mí”. Había un nivel de tensión altísimo. Yo terminé y se hizo un gran silencio roto por tres aplausos. Me bajé, empezaron a sacar unos canapés y yo estaba en una esquina apartado. Nadie se me acercaba. Era el Anticristo. Hasta que me acerqué al consejero Mariano y le dije “Bueno, pues hasta luego”. Me fui de allí con la sensación de que lo que debería ser la normalidad se ha convertido, en este país, en lo excepcional. Porque si tú me preguntas, como a cualquier vecino, qué opino de un acto cultural con un lema como “Una casa para todos” con la que está cayendo, pues te diría lo que dije y no lo hice con ánimo de escandalizar, sino porque era lo que tenía que decir. ¿Qué esperaban que dijera? ¿Querían que hablase de Baroja o del Madrid de hace un siglo? Es que debería ser normal no olvidar, porque lo que quieren es que olvidemos y callemos.

Esa insolidaridad del sector de la que habla me recuerda lo que le pasó a Paco Bezerra tras su cancelación y su presentación ante la Comisión de la Comunidad de Madrid. Contaba que tras su enfrentamiento con los representantes institucionales muchos compañeros se alejaron de él para no ver comprometidas sus posibles subvenciones o apoyos. En privado, se solidarizaban, pero luego no le invitaban a actos públicos ni a fiestas privadas si iba algún político.

Tienes que haber publicado diez libros al año para poder vivir de ello o ser rebelde

Es que no se cuenta, pero es así, hay una hiperdependencia de lo institucional en la cultura. Lo que vemos en los premios Goya es porque pueden permitírselo. Pero el mundo de los escritores es muy lamentable, y el de los editores, igual. Yo recibí apoyo de la directora de UDL, que es una de las mayores distribuidoras, y muy agradecido que estoy, y de la directora de Alianza Editorial, con la que voy a sacar un libro ahora en noviembre. Pero, claro, estamos hablando de la directora de UDL y de Alianza Editorial, que son empresas potentes. Pero el resto del gremio, los escritores, ¿dónde están? Pues están evitando sacarse la foto conmigo. Hay mucha cobardía porque los escritores viven de eso. ¿Dónde está el dinero? A mí me llaman de muchos sitios para dar charlas, conferencias, debates, en museos, en instituciones o en centros culturales. Los honorarios son los que te van a mantener, los que van a hacer que puedas pagar el sueldo, no la venta de los libros, porque en este país los adelantos son muy pequeños, porque la industria es muy pequeña y los royalties son del ocho, nueve, diez por ciento. Tienes que haber publicado diez libros al año para poder vivir de ello o ser rebelde. ¿Entonces, de qué viven los escritores? De eso. ¿Y por qué están callados? Pues porque no quieren perder la posibilidad de que les sigan llamando. Es así.

¿Cómo se desarrolló la ruta guiada que tuvo que hacer días después durante la Noche de los Libros? ¿Temía alguna represalia? Porque entre los asistentes al acto había quien ya tenía experiencias cancelatorias previas.

Mira, fue muy bonito porque en la Noche de los Libros yo solamente pensaba en Giselle, que es la organizadora. Giselle es amiga mía y es una grandísima organizadora y, además, la Noche de los Libros me parece algo fenomenal. Pero yo, cuando terminé el discurso solo sufría por ella y me acuerdo que me acerqué a ella, que me esperaba en la puerta al salir, y le digo: “Giselle, lo siento”. Y me dijo una cosa muy bonita, que la dignifica, porque es una gran profesional. Me dijo: “No es lo que esperaba, pero sé que es lo que tenías que decir y lo respeto”. Yo pensé que lo mismo cancelaban mi ruta, pero dos días después me escribió dándome unas directrices de logística que implicaban decirme:“Tu acto sigue adelante”. ¿Qué hice yo en la ruta? Pues la cambié y la convertí en una ruta todavía más politizada, porque salimos de enfrente del Círculo de Bellas Artes y lo que señalaba era dónde está el centro de Madrid. El centro ya no es la Puerta del Sol, el centro está en Cibeles, donde está el Ayuntamiento, que está curiosamente enfrente del Banco de España. Ese es el poder de este país.

Ahora que habla de dónde está el centro, en las nuevas políticas culturales que se avecinan se está abordando la descolonización, que es una de las modalidades de la descentralización. Usted, que lleva tanto tiempo trabajando con lo excéntrico –lo que está fuera del centro y alejado de lo canónico–, ¿cree que si lo marginal entra en las instituciones y en los relatos oficiales pueda perder parte de su naturaleza?

Bueno, a nivel de museos, museísticamente, ahora mismo el foco está en esas singularidades foráneas. Latinoamérica, sobre todo. Y por supuesto, sobra decir que son discursos necesarios y que hay que abordar los conflictos. No pasa nada por decir cuál fue la realidad de nuestro papel en América, porque es evidente. Ya no es cuestión de ideología, es cuestión de libros, de historia. Eso ya pasó, ya no hay una máquina del tiempo. Hay que asumirlo y hay que trabajar con eso. Igual que la realidad de Israel está ahí, lamentablemente. Pero lo importante es... A ver cómo lo digo para que se me entienda... Lo importante no es que se desate el conflicto entre Israel y Palestina y de pronto los editores empiecen a publicar a poetas palestinos. Los poetas palestinos deben estar ahí y la literatura palestina, igual que la birmana o la de Ecuador, deben estar ahí. Porque cuando hacemos eso, movidos por lo temporal, la moda o lo comercial o la oportunidad, lo que hacemos es cosificar. Entonces tenemos que integrar esa realidad silenciada, porque cuando tú vas a Latinoamérica te das cuenta de que el centro del mundo no es éste. No estamos en el centro del mundo, ni nuestra historia, nuestro relato es el único. Todavía vivimos en esa distorsión de los mapas, y a lo mejor hay que abrazar un poco los mapas surrealistas que cambiaban las dimensiones de los países. En el caso de los museos se ve nítidamente que hay que abordar el conflicto. Con el conflicto hay progreso. El conflicto está en ponerte contra las cuerdas, y hay determinadas realidades muy sanas y que son las que están expresando ese progreso, como es la realidad del feminismo o la realidad del mundo trans. Da igual lo que pienses de un tema o de otro, son conflictos necesarios. De eso trata la cultura, que no es una acumulación de libros o saberes para ver quién ha leído más, no es la pedantería de Fernando Savater o de cualquier otro hablando de Marcel Proust. Se trata de que los libros te hablen de la vida, y la vida hoy son esas realidades que tenemos que incorporar.

La otras realidades son la especialidad de su editorial, La Felguera Editores, que también es una editorial rara, por su singularidad y excelencia. Usted la describe como una sociedad que desvela secretos y visibiliza transgresiones. Son ya quince años rebuscando en los extrarradios de la cultura, ¿Qué balance hace?

Mira, nosotros empezamos en el año 1996, hace muchísimos años, pero como editorial arrancamos en el año 2009, aproximadamente. Hasta esa fecha éramos un colectivo de trabajadores culturales muy vinculado a los movimientos políticos, a las vanguardias artísticas. A partir del 2010, más o menos, nos constituimos en sociedad secreta. No es tan secreta porque doy la cara, pero se trata de buscar esa idea del secreto compartido, esa idea de las grandes minorías y del juego. Hemos olvidado cómo se juega. Por eso, nuestras presentaciones muchas veces son rutas nocturnas. Hemos presentado a William Blake en el cementerio británico, hemos hecho presentaciones en sótanos de bares, en teatros de magia, presentaciones donde no hay libros para vender. Me parece alucinante que tengamos una comunidad que nos sostiene. Cuando llegó la pandemia había gente que nos hacía donaciones sin nosotros haberlas pedido. Hay cerca de trescientas personas en este país que tienen unas tarjetas que les enviamos que les acreditan como miembros de la sociedad secreta y están esperando recibir instrucciones para un levantamiento que nunca llega, pero ahí están. Yo creo que debemos ser el ejército latente más grande que hay. Y todo esto es una maravilla, porque es una maravilla que podamos vivir de nuestras pasiones. ¡Quién me iba a decir a mí que publicando atrocidades bellas pudiera vivir de ello!

Servando Rocha (Santa Cruz de La Palma, 1974) es escritor, activista cultural, editor de La Felguera y un valiente que, en el discurso que dio durante el acto de...

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Paco Cano

Mis ciudades: Cádiz, Madrid, NY, Washington DC y, ahora, Barcelona. Mis territorios: las políticas culturales, la articulación ciudadana, los cuidados y el común.

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