NOTAS DE LECTURA (XXXV)
Desacuerdos
El prejuicio o la fantasía del conocimiento induce a pensar que son los personajes “redondos” los que protagonizan las mejores novelas
Gonzalo Torné 25/06/2024
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Contra el aprendizaje. Flota en el ambiente la sospecha (casi la certidumbre) de que en las novelas se aprende algo. Quizás no práctico, pero sí relacionado con la “sabiduría” de la vida. Y es posible que sea así. Sí, casi seguro. También se da por hecho que en ese conocimiento avanzan juntos y de la mano el lector y su personaje. O si se prefiere: que las experiencias por las que atraviesa el personaje y la mirada del lector progresan de manera simultánea en la “aventura” del conocimiento. Esta creencia ha sustentado un género, el llamado Bildungsroman o novela de formación, donde se desarrolla de manera programática esta propuesta (casi una convicción) del conocimiento progresivo y acompasado. Con el añadido de que en esta variedad de ficción el conocimiento presupone también un crecimiento interior, una evolución. Y, sin embargo, tantas veces (al menos fuera de la novela alemana) se desmiente este acuerdo, y si aprendemos algo durante la lectura lo conseguimos a costa del personaje, que atraviesa sus aventuras sin aprender absolutamente nada, y a menudo las termina incólume al conocimiento o en el desconcierto, pues ni toda la fuerza de la sociedad es capaz de alterar su conducta.
El valor de lo universal. Cotizan al alza los valores universales de la literatura, y aunque estoy bastante de acuerdo en que la ficción es capaz de alcanzar “bellezas perdurables” (hasta que se nos caen de las manos, como le ha sucedido a los entrañables poemas épicos de Voltaire) tal como se plantea el asunto (como una suerte de resistencia de la tradición frente al maremoto de novelas y testimonios decantados a explorar “nuevas identidades”) pide con urgencia prevenciones, o por lo menos matices. Porque de lo que se trata en la ficción no es tanto de la exposición de ideas comunes (trabajo de los catecismos) sino de la confianza en la capacidad universal de entender al otro, integrando las tensiones y reticencias, distancias y oposiciones que exija cada caso. Al fin y al cabo, comprender no es suscribir (a menudo ni siquiera es aprender). Con ese propósito escritor y lector ponen a trabajar en común una sutil aleación de imaginación moral, que requiere de cierta flexibilidad y perseverancia por parte de los dos. De otro modo, ¿cómo íbamos a considerar “universales” las historias y los sentimientos que pueblan las novelas de su gran siglo, el XIX; protagonizadas como están tantas veces por ociosos, desentendidos de cualquier preocupación material que no sea una súbita ruina por malas inversiones? Desde la perspectiva de la mayoría de nosotros estas historias transcurren en unas condiciones de comodidad y despreocupación que se acercan más a las artificialidad de un laboratorio que a las tensiones y trabajos de la vida cotidiana. Lo universal en Retrato de una dama, Orgullo y prejuicio o Las costumbres del país es nuestra capacidad de comprender la vida en estas circunstancias, sus paralelos y desvíos en relación con la que llevamos (sea cuál sea), de manera que cada libro proyecta tantas lecturas distintas como diferentes sean las condiciones (económicas, sociales, sexuales) de sus lectores. De manera muy parecida a lo que sucede con la literatura de esquimales.
Elasticidad y perseverancia. Vuelvo a la distinción de Forster entre personajes redondos y planos. La taxonomía es útil por cierta, aunque parece imponer una jerarquía dudosa. Forster parece aludir a diferentes grados de complejidad cuando quizás se entendería mejor si pensamos en funciones y estrategias. El personaje redondo reacciona al entorno alterando su fisonomía, el personaje plano se enfrenta a la sociedad insistiendo en su manera de ser, el primero es plástico y se adapta, el segundo es rígido y perseverante, uno es multitarea, y el otro solo sabe hacer una cosa (pero la sabe hacer muy bien). El prejuicio o la fantasía del conocimiento induce a pensar que son los personajes “redondos” los que protagonizan las mejores novelas, y desde luego es así cuando el foco se centra en el progreso moral y en las aventuras de la propia psicología. Pero son numerosas las novelas (de Dickens a Warthon, pasando por Melville o Tolstoy) donde el profundo conocimiento sobre los mecanismos de la sociedad se alcanza con personajes “planos”, gracias a la perseverancia de una manera de ser que no admite desvíos.
Contra el aprendizaje. Flota en el ambiente la sospecha (casi la certidumbre) de que en las novelas se aprende algo. Quizás no práctico, pero sí relacionado con la “sabiduría” de la vida. Y es posible que sea así. Sí, casi seguro. También se da por hecho que en ese conocimiento avanzan juntos y...
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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