VISIONES CHAMÁNICAS (II)
‘Pishtakos’
La nostalgia primitivista en un mundo hipertecnológico ¿tiene sentido o es otra forma de alienación? ¿Puede una planta psicotrópica sanar la mente humana? ¿Cuál es el alcance de la lucidez?
Alba E. Nivas 27/07/2024
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
La consigna que recibimos la víspera era clara. Caminaríamos juntos en silencio por el bosque, de madrugada. Nada nos impedía mirarnos, o sonreír, o hacer muecas, pero no podíamos pronunciar una sola palabra. Inesperadamente, prescindir de cualquier fórmula de conversación entre personas que acaban de conocerse para mi era un alivio formidable.
Recuerdo que lloviznaba. Al rozarme las orejas, la capucha del impermeable emitía un molesto chasquido seco que acrecentaba la sensación de ser yo, así que me la quité. Prefería escuchar el canto de los pájaros, aunque no había muchos o estaban distraídos por la lluvia. En aquel silencio nuestro, las rocas y los matorrales del sotobosque hacían resonar sus vibrantes texturas y colores de bellos matices. Me preguntaba si Dragos sabía dónde íbamos o improvisaba el sendero. Parecemos animales, pensé al observar el vaho de nuestras expiraciones. Una manada de humanos pacíficos.
De vez en cuando intercambiábamos miradas risueñas, casi infantiles. Todo era deliciosamente ridículo. Rescatando aquel juego olvidado del trastero de la madurez, Dragos nos invitaba a regresar a un estadio anterior a la nube que flotaba sobre nuestras cabezas. Densa, mucho más densa que la masa grisácea que derramaba sus vaporosas gotitas sobre las hojas de los robles. La nuestra estaba formada por agotamientos laborales, divorcios en ciernes, depresiones larvarias, alcoholismos secretos, soledades prolongadas, o acaso la simple sensación de llevar una vida inhóspita y no saber cómo mejorarla. Las causas no se habían evaporado, pero durante aquel paseo estaban como en suspenso. Una dicha insustancial se abría paso entre nosotros, ligera y burlona, obstinada en darles a nuestras individualidades los mismos afectuosos manotazos que les prodigáramos a los poneys con que nos topamos de repente en la pradera.
El hechizo se rompió a la hora del desayuno. Desterrado el silencio, regresaron, como temía, las conversaciones sobre dietas y gastronomía. Yo me había sentado junto a Dragos estratégicamente. Me atraía que fuera rumano e inclasificable, aunque a menudo no supiera muy bien de qué estaba hablando. Lo que decía incluso me provocaba rechazo. Un rechazo comprometedor, por así decirlo, pues sus palabras se me quedaban grabadas y a medida que pasaba el tiempo florecían; inopinadamente sus significados cobraban vida en situaciones concretas, los veía suceder. Terminé por aceptar que sus relaciones con lo invisible eran más fluidas que las mías, lo que me incitaba a seguirle la pista.
En los últimos años venía oyendo hablar de la ayahuasca a personas refractarias a los paraísos artificiales, más bien desorbitadamente sanas
Dragos seguía en silencio, untando el pan con mantequilla sin prestarme atención. Le hice un comentario sobre lo bien que me sentaba pasear por el bosque y escaparme de París. Sonrió. Luego le pregunté dónde pensaba viajar el próximo verano. Sin darme cuenta, estaba iniciando el segundo tema favorito de las conversaciones francesas, las vacaciones. A Perú, contestó, a la selva amazónica. Tenía previsto participar en una ceremonia de ayahuasca.
La respuesta despertó mi curiosidad. Hasta entonces yo asociaba las drogas alucinógenas a contextos de embriaguez ordinaria. En las fiestas que mi casero organizaba en el departamento de México DF, solía encontrarme con europeos de paso que, mezcal en la mano, me contaban sus experiencias de peyotl con las pupilas muy abiertas. Yo los escuchaba como quien oye llover. Las veleidades psicodélicas de los europeos me traían sin cuidado, tenía cuestiones materiales acuciantes por resolver. En los últimos años, sin embargo, venía oyendo hablar de la ayahuasca a personas refractarias a los paraísos artificiales, más bien desorbitadamente sanas, como Dragos. La “medicina” a la que se referían parecía ser menos recreativa, pues los rituales exigían como condición previa una preparación de varios días de aislamiento en cabañas en la selva en contacto directo con las plantas y una estricta dieta a base de bananas o algo parecido.
¿Qué efectos tiene la ayahuasca?, no pude evitar preguntarle. Dragos irguió la espalda, me miró de refilón con una sonrisa entre irónica y amable. Es como pedir un rendez-vous con Dios, dijo. Acto seguido, se fue a servir un expreso dándome a entender que la conversación había terminado.
Ayahuasca, en quechua, significa ‘liana del alma’. Bajo el influjo de esta y otras plantas, el arte visionario amazónico produce los kenés, unas peculiares composiciones geométricas materializadas sobre diversos soportes, fundamentalmente pinturas, pero también bordados y grabados. Gracias al juego de contrastes, los motivos geométricos dan una impresión de profundidad y movimiento interno que recuerdan a una malla o tejido de apariencia vegetal, a menudo fractal. Aunque algunos hombres realizan grabados sobre madera, el arte de los kené es esencialmente femenino. Según los mitos shipibo-konibo, el secreto de los motivos kené fue revelado a las mujeres por Ronin, la anaconda cósmica, madre de todas las madres, creadora del mundo, cuya piel contiene todos los motivos imaginables. Las visiones de colores brillantes y luminosos que preceden a sus creaciones las reciben directamente de las plantas, en particular de la ayahuasca, pues la liana retorcida encarna la segunda identidad de la serpiente, su forma vegetal.
La particularidad de estas creaciones es que no siguen una lógica de representación de los elementos naturales. No reproducen sus imágenes como tales, sino las potencias que actúan en ellos; reflejan el espacio intermedio, el movimiento incesante entre el fondo y la figura, lo visible y lo invisible. Su aplicación por otro lado es, más que artística, terapéutica; están destinados a cubrir los cuerpos como una armadura, o como una segunda piel que penetra y actúa propiciando la reorganización interna y el restablecimiento de los organismos enfermos. La “medicina de los motivos”, que se extiende a los cantos chamánicos y la ingestión de la ayahuasca, lleva décadas intrigando a la antropología. Propenso a la objetivación y compartimentación, el elefante de la epistemología occidental se queda atascado en la cacharrería postcolonial. Pese a sus notables esfuerzos metódicos, no consigue abrirse paso en una selva ontológica incapaz de distinguir entre lo natural, lo sobrenatural, el arte, la terapia y los usos sociales.
Tras medio siglo de prohibición, actualmente se multiplican los estudios de laboratorio y los ensayos clínicos sobre los alucinógenos
No es de extrañar que la exuberancia de tal desorden atrajera poderosamente a los pioneros de la contracultura americana. Siguiendo los pasos de los escritores William Burroughs, Allen Ginsberg y otras figuras del movimiento psicodélico de los años 60, poco a poco el uso ritual de los alucinógenos se ha ido difundiendo por todo el mundo. Tras medio siglo de prohibición, actualmente se multiplican los estudios de laboratorio y los ensayos clínicos sobre sus propiedades terapéuticas para tratar la depresión, las adicciones, la ansiedad, la esquizofrenia, etc. Para las empresas farmacéuticas las substancias psicodélicas se perfilan como la próxima generación de tratamientos psiquiátricos. Ya sea como fuente de inspiración artística, vectores de crecimiento personal, terapias alternativas, farmacopea o tótems de nuevas religiones sincréticas, la globalización de los alucinógenos ha incrementado la presión sobre un territorio amazónico fragilizado por las actividades extractivas de todo tipo.
El antropólogo Jeremy Narby,(1) que vivió dos años en la Amazonía peruana en una pequeña comunidad asháninka, cuenta que, en sus conversaciones con los autóctonos, éstos daban poco crédito a la supuesta redondez de la Tierra. Para ellos los blancos no vivían al otro lado de ninguna esfera terráquea sino debajo de ellos, en un mundo subterráneo –de ahí su palidez– formado por extrañas ciudades de sofisticadas tecnologías. De vez en cuando conseguían llegar hasta allí con el fin de capturar a sus mujeres y a sus niños y extraer de ellos la grasa con la que fabrican el fino aceite que hace funcionar sus motores y máquinas. Pishtakos, vampiros blancos, los que matan para extraer la grasa humana. Con esa metáfora designan el comportamiento histórico de los blancos desde los conquistadores del siglo XVI. Caucho, petróleo, madera, minerales, plantas medicinales. “Los pishtakos nunca tienen suficiente”, afirman.
El floreciente negocio del turismo alucinógeno en la Amazonía genera no pocos abusos y malentendidos
Según Narby, la búsqueda de experiencias psicodélicas y sanadoras por parte de las nuevas generaciones de occidentales no sorprende a los autóctonos. Les parece comprensible que los blancos deseen curarse, la novedad es que ahora estén dispuestos a pagar por ello. Y como era previsible, el floreciente negocio del turismo alucinógeno genera no pocos abusos y malentendidos. Los chamanes, por lo general poco locuaces, simplemente conocen las plantas; su trabajo es prepararlas y administrarlas, pues según la perspectiva amazónica quienes sanan y curan son las plantas, no ellos. La idealización occidental que tiende a erigirlos en maestros espirituales abre la vía a todo tipo de manipulaciones. En los últimos años se han registrado violaciones, accidentes e incluso muertes. El melting pot del chamanismo está servido.
Desde aquella conversación con Dragos, la ayahuasca me ronda por la mente. Creer en las plantas maestras, ¿no es una mistificación naíf al estilo new age? La promoción del arte y la cultura chamánicas por parte de fundaciones y museos europeos, ¿acaso no es un típico ejemplo de artwashing, una manera de camuflar con filantropía las actividades extractivas que financian sus patrocinadores de lujo? La nostalgia primitivista en un mundo hipertecnológico ¿tiene sentido o es otra forma de alienación? ¿Puede una planta psicotrópica sanar la mente humana? ¿Cuál es el alcance de la lucidez?
Medito sobre estas cuestiones entre lecturas, paseos por el bosque y tareas de horticultura. Con el tiempo que hace, las tomateras están todavía en forma de estrelladas flores amarillas, tímidas e indecisas. Si salen, lo harán para finales de agosto. Por tercera vez consecutiva, las babosas y los caracoles se han comido la mayor parte de las berenjenas y no pocas hojas de las calabazas, veo difícil que prosperen. Ciertas incógnitas orugas han mordisqueado las hojas del cerezo y los manzanos. Parecen taladradas. Sólo crecen a lo loco un par de girasoles desorientados que planté chapuceramente junto a las frambuesas. No albergo ninguna duda sobre la belleza inteligente de las flores, pero tengo mis reservas sobre los superpoderes de las plantas, al menos de las europeas.
Alzo la mirada por encima de mi risible huerto, más allá de las praderas que este año siguen resplandecientes de verdor por las constantes lluvias. Bajo el caprichoso azul, los bosques respiran acorralados por las carreteras comarcales de la Puisaye. Ocultos entre las ramas caídas de los robles, los jabalíes se restriegan en el barro libre de la veda celebrando el paréntesis de paz concedido por la todopoderosa federación nacional de caza. Con los años, los ciervos han aprendido a coger carrerilla para cruzar sin miedo los “corredores biológicos” que se elevan sobre las autopistas que conducen a París. Silenciosas, las rapaces sobrevuelan los campos recién segados posándose a descansar en los cables de telefonía como si fueran los parkings de sus áreas de servicio. Poco tienen que ver estos paisajes domesticados por siglos de agricultura, cristianismo y progreso pishtako con los vastos espacios de vida salvaje del continente americano. En Francia no queda un sólo metro cuadrado de terreno sin cartografiar y sobre el que no recaiga una pormenorizada regulación administrativa. Enarbolando la bandera oficial del crecimiento, el corrupto espíritu de la ilustración vela por la utilización racional de los recursos naturales y humanos.
Indudablemente, la mejor manera de salir de dudas sería participar en una ceremonia de ayahuasca en el centro peruano que conoce Dragos. Pero, puesto que descarto viajar a la Amazonia y no me fío de los chamanes amazónicos de tournée, no me queda más remedio que documentarme.
Objetivamente, estos son algunos de los síntomas físicos que provoca: vértigos, vómitos, diarrea, aceleración del pulso, bruscas convulsiones nerviosas, dilatación de las pupilas, sinestesia.
Subjetivamente, al parecer, la experiencia es más tentadora:
“Una larga visión se despliega sobre la pantalla de mi mente.(2) No parece tener ni principio ni fin. Luego, guiado por el canto, un sentimiento oculto intenta surgir de la raíz de mi ser. Un espacio frágil y en movimiento que parece insinuar:
Yo...
En el seno de la criatura en movimiento que soy, nace una percepción nueva. Esta percepción-forma de mi mismo es distinta de todo lo que he conocido, cambiante. Tiemblo. Percibo que mi identidad no era fija, como creía. Vértigo.
¿Yo?
La imagen-sentimiento teje arabescos en movimiento atravesando todos los filtros de mi personalidad. Las secuencias se suceden. Los distintos estados que me componen: amor, felicidad, tristeza, juicio, miedo y desesperación se mezclan, se yuxtaponen. Cada uno de esos paisajes interiores busca atraer la tela hacia hacia sí. Cuando intento fijar lo que soy, la voz del curandero parece querer decirme: no sostengas, sigue en movimiento.
Mi mente trata desesperadamente de asirse a los paisajes interiores. Se fija un instante. El cuerpo reacciona. Un órgano entra en resonancia. El pensamiento emerge:
Soy multitud,
ensamblaje,
cruce,
movimiento,
provisional...
...
El tiempo se dilata. La atención aumenta. No sé qué hacer con este pensamiento. ¿Debe vivir? Dejo que se diluya en el vacío.
¿Estoy muerto? Tengo miedo, me agito, gimo de terror.
Después me abandono, el cuerpo se relaja, se me suelta la cabeza. Durante un instante infinito no surge ningún pensamiento, me fusiono con las visiones en un completo abandono. Siento emerger olas de tristeza, pertenecen a quien yo creía ser hasta ahora. Dejo que una multitud de pájaros sombríos salgan de mi cuerpo y me relajo como nunca antes lo había hecho. La cabeza se me cae hacia delante. El sentimiento que mantenía mi cuerpo-mente se diluye. Dejo de prestar atención a las visiones en relieve dentro de mi. Soy una pluma en el viento del misterio.
...
Ahora el canto del chamán ha cambiado, las visiones se amplifican. En el tono de su voz hay una gran fuerza, una inmensa dulzura. En torno a ella, nuevas imágenes luminosas se reúnen y elevan en una torre luminosa. Sinestesia. Dejo de ser yo. Soy el sentimiento-imagen que me atraviesa. Amor. Gozo. Fusión.
El canto se termina. El chamán exhala unas bocanadas de tabaco sobre mi cabeza. Me siento flotar en una dicha simple y profunda. Tengo la impresión de haber llegado a casa. Sé que dentro de unas horas me habré olvidado de este sentimiento.
Olvidaré que la fuente de toda fuerza es el amor.
Que la quintaesencia del ser humano es la pura felicidad.
El amor en la felicidad.
El amor y el júbilo.
La protección.
La dicha protege mi ser. Lo alimenta, informa sus pensamientos y acciones.
Bienaventurados los felices.
El júbilo. La gran fuerza de los sentidos.
Este gozo sagrado me hace ver el mundo de manera distinta. Quiero retenerlo.
De ahora en adelante deseo vivir y actuar de manera distinta. He de encontrar la manera de no perder el vínculo con esta fuerza interior que me inunda.
...
Una vez más, los shipibo-konibo me han permitido entrar en el alma de la Naturaleza. Una experiencia de cine absoluto”.
Notas
1. Jeremy Narby, “Ma vie de vampire blanc”. Perspectives amazoniennes sur l'émergence du tourisme chamanique, catálogo de la exposición Visions chamaniques, Musée Quai-Branly. 2024.
2. Jan Kounen, fragmentos del texto “Ayahuasca, art et cinema”, incluido en el catálogo de la exposición Visions chamaniques.
La consigna que recibimos la víspera era clara. Caminaríamos juntos en silencio por el bosque, de madrugada. Nada nos impedía mirarnos, o sonreír, o hacer muecas, pero no podíamos pronunciar una sola palabra. Inesperadamente, prescindir de cualquier fórmula de conversación entre personas que acaban de conocerse...
Autora >
Alba E. Nivas
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí