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No sólo hemos llegado tarde, sino que, en términos científicos, hemos llegado mal y a rastras. El pasado mes de mayo, Bruselas (para entendernos) ha aprobado un Reglamento Europeo de Libertad de Medios de Comunicación (European Media Freedom Act, EMFA). El texto, en medio de la habitual farfolla burocrática (he acometido animoso el estudio de las 125 páginas de la versión en castellano y he acabado leyéndolas en diagonal) y de las albricias y aleluyas de rigor (se garantizará la independencia, el pluralismo, los derechos, etc.), contiene algunas decisiones sensatas. Por ejemplo, los medios tendrán que declarar quiénes son sus dueños reales, si tienen conflicto de intereses con lo que publican, cuántos cuartos les sacan a las instituciones públicas, y que las mediciones de audiencia sean transparentes y contrastables. También se vigilará la concentración de medios privados y la desgubernamentalización de los públicos. Nada distinto de lo que se viene reclamando desde hace tiempo en esta casa.
Pero hemos llegado tarde. El Reglamento que venía de Bruselas se cruzó en el camino con el autodenominado Alvise, que se plantó allí con dos de los suyos, tras intoxicar a sus seguidores obviando las buenas intenciones que el Consejo y el Parlamento Europeo tejieron trabajosamente durante un proceso de más de un lustro, aprovechando informes previos de Altos Comités y demás organismos de expertos. Mientras Europa pretende la regulación democrática de los medios tradicionales, más de 900.000 personas –aproximadamente el número de votos que obtuvo en las pasadas elecciones europeas esa candidatura SALF, y mucho mayor que la audiencia de bastantes medios– reciben diariamente en Instagram su dosis de alvisina: mentiras, medias mentiras, mentiras mediopensionistas, y supongo que alguna media verdad y unos datos ciertos descontextualizados que asomen las orejas como atisbos de veracidad. Es lo que podríamos llamar “topología ‘informativa’”, en el sentido de lo que recuerdo de lo que era la topología (disculpen si hay algún matemático a bordo): el estudio de campos matemáticos en los que 2+2 podía ser igual a 5, o donde un triángulo es lo mismo que una circunferencia, ya que podemos transformar uno en otra de forma continua, sin romper ni pegar los bordes.
Los debates en el periodismo se supone que versan sobre verdad y veracidad, objetividad y línea editorial, independencia y pluralismo, derechos de los profesionales y de los ciudadanos. De eso (y de mercado, de mucho mercado) habla el EMFA. De los aspectos vinculados a la realidad. Pero una cantidad ingente de la actual difusión de contenidos es fiel reflejo del brillante concepto acuñado por la consejera del entonces presidente Trump, Kellyanne Conway: la existencia de los “hechos alternativos” (alternative facts). Contenidos disfrazados de noticias, pero que gozan de una libertad creativa todavía mayor que la ficción, a la que se le exige verosimilitud o al menos un acuerdo temporal de suspensión de la credibilidad entre el emisor y el receptor. Podemos creer durante dos horas que si te tomas la pastilla azul (la ignorancia) seguirás en el mundo virtual de Matrix y si escoges la roja (el conocimiento), padecerás la cruda realidad. Pero si sales del cine y sigues en la misma, necesitas rápidamente hacerte con un sombrero de papel albal. O hacerte seguidor del Instagram de Alvise.
De todas formas, salvo como síntoma, no deberíamos darle más importancia a Luis Pérez Fernández aka “Alvise” que el recriminarle el uso electoral de una admonición tan agorera como “Se acabó la fiesta”. Junto con el lema don’t feed the troll deberíamos aplicarnos el don’t feed the clown y nos iría mejor. Al cabo, si José Manuel Soto no tuviese ese aspecto retaco de galán de Cifesa y se dedicase al trap, probablemente, podría haber obtenido unos resultados parecidos. El problema es que la fangosfera, la lodosfera o como quieran llamarle a lo que ya sabemos que es, redifunde y da carta de naturaleza como “información” a algo que oscila entre las elucubraciones malintencionadas y el estiércol (y hay jueces que reciclan ese material como “pruebas”). Y la EMFA admite que las grandes plataformas en línea permitan a sus usuarios declararse como “medios de comunicación”, sin mucho más control que la palabrita del niño Jesús de que son independientes y de que dirán siempre la verdad.
De todas formas, pese a lo que se dice por ahí, en esta casa no somos maximalistas (y mucho menos maximalistas-leninistas), así que bienvenida sea la EMFA, aunque todos sepamos desde hace tiempo quiénes son los dueños de qué, y que incumplir las leyes de propiedad de los medios audiovisuales tiene menos sanción que circular a 150 por autopista. Aunque tampoco somos, si bien corren rumores en ese sentido, ingenuos (bueno, yo algo sí), esperamos como al santo advenimiento la transposición de la Ley de Medios a la legislación española, que tiene que estar lista en agosto de 2025, y que Pedro Sánchez ha metido en el saco de su “programa de regeneración democrática”. En concreto, el punto que prácticamente ninguna de las pocas y discretas informaciones que he leído sobre el EMFA ha destacado: la creación de Comité Europeo de Servicios de Medios de Comunicación, en adelante El Comité, dice campechanamente el texto. El Comité será independiente y estará compuesto por un representante de las autoridades nacionales de medios de comunicación de cada país. Esos organismos o autoridades nacionales –“independientes y libres de la influencia política de los gobiernos”–, de obligada creación, serán los encargados de velar por el cumplimiento de la no concentración de medios, el reparto de los dineros institucionales, la objetividad de los medios públicos y los demás regalos que nos han traído los Reyes Magos.
Como habrán adivinado, al contrario que en casi toda Europa, en España no hay tal autoridad u organismo, y me imagino que las respectivas asociaciones patronales de la prensa, las televisiones y las radios, en sus distintas encarnaciones, están probándose outfits de independientes para tomar posesión cuanto antes de lo que se cree. Tenemos la experiencia del Consejo Audiovisual, que creó Zapatero y Rajoy confinó en la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (sic), siguiendo esa tradición española y mucho española de otorgar las atribuciones sobre algo a quien no tiene ni idea del asunto, como que la cobertura informativa de las elecciones la diriman organismos compuestos por jueces. (Los diez últimos expedientes sancionadores de la sección Audiovisual de la CNMC se emitieron entre mayo de 2022 y septiembre de 2023 y sólo cuatro eran a cadenas generalistas, el resto de los sancionados, a mí ni me suenan).
Como lo ingenuo no quita lo realista, en resumidas cuentas, sigamos todos por el camino de la EMFA, pero asuman que tendremos que seguir aguantando a los que redactan encendidas proclamas a favor de la libertad de expresión con una mano, mientras con la otra “van con ello”, por burdo que sea (no se asombren, esa gente puede escribir con las dos manos, y una cosa y la contraria a la vez). Los códigos deontológicos del periodismo seguirán teniendo el mismo poder salvífico que las invocaciones a la paz en el mundo que hacen las misses y la autorregulación, o la regulación, seguirá siendo la facultad del periodista de poder encerrarse en un confesionario o en el cuarto de baño, y decir ante el cura o ante el espejo, según las creencias: “¡Mi madre, la que he colado!”. Seamos serios: ¿quién mejor que un empresario del ladrillo que ha comprado un medio puede tener la justa visión de lo que es ético en periodismo?, ¿un comité elegido por periodistas?
Con todo, no desesperen (“Cuidado con la tristeza. Es un vicio”, advertía Gustave Flaubert). Los que quieren conservar y aumentar sus privilegios ya sabemos en qué medios seguirán poniendo sus dineros, pero los que administran los de todos tendrán que disimular sus filias y fobias ideológicas. Y las leyes, en sociedades como la española, dependen tanto de la norma escrita como de a quién se le vayan a aplicar, pero es mejor que existan. Y sobre todo, si hemos sobrevivido hasta ahora gracias a todos ustedes, malo será que ahora no nos sople algo más de viento en las velas.
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Autor >
Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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