Romanticismo
Horizontes del ‘mediodía’
Reflexiones en torno a una noción olvidada
Rafael SM Paniagua 28/08/2024
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Tengo el libro Déjà Vécu de Asunción Molinos y Andrea Pacheco sobre la mesa. Es algo más que el catálogo de la exposición de Asunción que, hasta finales de agosto ha podido verse en el CA2M de Móstoles. El libro y la exposición nos muestran una historia ya vivida que nos ha sido birlada, también burlada, pero que aquí se salvaguarda, reanima y reimagina. En este libro uno descubre al menos dos cosas bien importantes: primero, que no somos el pueblo que dicen que somos; después, que fuimos y quizá sigamos siendo el pueblo que no quieren que seamos. Ignacio Gómez de Liaño dice que “la historia de un pueblo no es sino el conjunto de fabulaciones por y en las que vivió y vive ese pueblo”. Entonces ¿quiénes nos han birlado y burlado esta historia? Toda clase de fanáticos de la pureza, de la identidad, las esencias y de la dominación de unos pueblos sobre otros. “Quienes temen al otro, que solo toleran en la medida en que se deja asimilar para parecerse a ellos mismos y amainar la tormenta de su propia identidad”, dice José A. González Alcantud.
Están por todos los lugares, negando lo que de otredad contienen en sí mismos. Porque al esconder la otredad siempre nos escondemos de nosotros mismos, afirma Daniel Gil-Benumeya a partir de su lectura de Gil Anidjar, en un escrito electrizante y conmovedor que también forma parte del libro. Por ejemplo, escondiendo el origen musulmán de la ciudad de Madrid –única en toda Europa de origen islámico– o de sus santos patrones Isidro y Almudena, los madrileños nos escondemos de nosotros mismos. El primer emblema que se conserva de la ciudad no es una osa y un madroño, sino un pedernal semisumergido en agua, del que dos piezas de metal sacan chispas de fuego al frotarlo. “Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son”, exclama en primera persona la ciudad sobre su propia historia. Alberto Corazón lo pintó en los ochenta, en su minimalista mural de Puerta Cerrada, compartiendo espacio con la Cruz de Santiago, en el barrio más moro de Madrid. En este libro se nos recuerda esa historia sin gritar, sin pretender convencernos. Diría incluso que nos habla desde la amistad. Se nos invita, a través de las formas del arte y la poesía, a escuchar las voces antiguas y espectrales, de otra tradición que sigue viva y nos atraviesa, abriendo horizontes de pensamiento y vida, posibilidades del ser en un momento decisivo, en que fuerzas reaccionarias, esencialistas e identitarias pretenden contarnos otro cuento.
Escondiendo el origen musulmán de la ciudad de Madrid –única en toda Europa de origen islámico–, los madrileños nos escondemos de nosotros mismos
No es poca cosa que el arte no sea un mero pretexto para el discurso –muy a menudo regañón, displicente y elitista–, sino una oportunidad aurática y sensible bien concreta que vuelve próximo lo lejano a través de la experiencia estética y nos permite relacionarnos emocionalmente con él para descubrir un horizonte crítico contemporáneo. Porque ese pasado no se fue, está por aquí, ha seguido fluyendo a través de toda clase de cauces, encarnado en toda clase de vidas y contraculturas. Obras de Asunción como Omar e Ismael, Ismael y Omar; Sin comienzo ni fin, con lagunas interiores o Dunia, Mulk, Yabarut nos sitúan en una posibilidad distinta de la memoria peninsular que nos protege de un presente azuzado por el odio y el poder. Los saberes campesinos, la forma en que se relacionan a favor de la viveza del mundo, las culturas de la paz y la convivencialidad del mundo antiguo, las epistemologías subalternizadas o la arqueología crítica, no son temas artísticos en la obra de Asunción, creo que son oportunidades estéticas para desplegar una nueva relacionalidad entre nosotros y esos que tomamos como otros, así como con el territorio y el mundo de lo vivo, cuyo misterio se basa en la interacción, en el intercambio, en la transformación, en la mezcla, tantas veces, sí, instrumentalizada por quienes más la temen o amenazan.
El concepto de mediodía es una invitación a otra relacionalidad. Una noción olvidada pero que está circulando de nuevo, de un tiempo a esta parte. En la obra de Asunción intensamente, pero también en la manera de hacer y pensar de muchas otras personas, tengan conciencia o no de ello. El mediodía es una idea que se tiende como un puente, es una idea amistosa, es una mediación que favorece el encuentro en las tierras de nadie, como la Extremadura castellana de San Baudelio, donde nace esa espectacular columna-palmera, fruto del sueño interreligioso compartido desde dos lugares distintos del Mediterráneo, por Omar, Ismael y tantos otros… No sabría trazar la genealogía del concepto. Las puertas de La Madraza de Granada –este año se celebran los 675 años de su fundación– muestran una inscripción traducida por el Padre Darío Cabanelas que dice “¡Oh estudioso de la ciencia! Aquí está su puerta franca, entra y verás que su esplendor parece el sol de mediodía”. Otros fragmentos célebres del Corán que ornamentan La Madraza cuentan que allí se encendía una lámpara con “un árbol bendito, un olivo, que no es del Oriente ni del Occidente, y cuyo aceite casi alumbra aun sin haber sido tocado por el fuego. ¡luz sobre Luz!”. Un árbol que no es de Oriente ni Occidente… pienso en los olivos del Egeo; de la península itálica; de Andalucía y de toda la costa levantina; del Magreb; los olivos centenarios de Palestina, desde hace décadas arrancados por los colonos sionistas… Quien haya viajado por el Mediterráneo, por las mesetas castellanas, por el norte de África, conoce una realidad topográfica y cultural compartida, que no es ni oriente ni occidente, cuya complicidad y transmisión cultural no solo ha sido obstaculizada, sino también instrumentalizada con fines coloniales. No obstante, esa realidad cultural compartida podría ayudarnos también a desplegar una perspectiva crítica del presente.
Diversos intelectuales de finales del XIX recurrieron al mediodía para contrarrestar las narrativas nórdicas europeas
Diversos intelectuales federalistas y regionalistas de finales del XIX recurrieron al mediodía para contrarrestar las narrativas nórdicas europeas, digamos de la medianoche como propone Camus, agitador del pensée du midi. Una noción que había circulado ya desde finales del XIX entre federalistas y regionalistas europeos en un tímido intento de resituar el foco político del viejo continente en el Mediterráneo. En su libro El hombre rebelde (1951) dice Camus:
“La historia de la Primera Internacional, en la que el socialismo alemán lucha sin descanso contra el pensamiento libertario de los franceses, los españoles y los italianos [...] La comuna contra el Estado, la sociedad concreta contra la sociedad absolutista, la libertad reflexiva contra la tiranía racional, el individualismo altruista, en fin, contra la colonización de las masas, son, por lo tanto, las antinomias que ponen de manifiesto, una vez más, la larga confrontación entre la mesura y la desmesura que anima la historia de Occidente desde el mundo antiguo [...] Europa no ha existido nunca sino en esta lucha entre el mediodía y la medianoche. No se ha degradado sino al abandonar esta lucha, al eclipsar el día con la noche. La destrucción de este equilibrio produce actualmente sus frutos más bellos. Privados de nuestras mediaciones, desterrados de la belleza natural, nos hallamos de nuevo en el mundo del Antiguo Testamento, arrinconados entre unos Faraones crueles y un cielo implacable. En la miseria común renace la vieja exigencia; la naturaleza vuelve a alzarse ante la historia. Claro está que no se trata de despreciar nada, ni de ensalzar a una civilización contra otra, sino decir simplemente que hay un pensamiento del cual el mundo actual no podrá prescindir ya mucho tiempo. [...] Precipitados en la innoble Europa donde muere, privada de belleza y amistad, nosotros, los mediterráneos, seguimos viviendo de la misma luz. En plena noche europea, el pensamiento solar, la civilización de doble rostro, espera su aurora”.
En España, el mediodía vibró intensamente en los años veinte y treinta. En el core andalucista su pensador más apasionado quizá fue el desconocido, contradictorio y singular Rodolfo Gil Benumeya, que confronta una demosofía del sur al folklore del norte en una obra extensa. Frente al análisis político del mezzogiorno que Gramsci elabora por la misma época –antes de ser encarcelado– con el fin de recomponer las relaciones entre el norte industrial y el sur campesino italiano, Gil Benumeya se coloca en otra sensibilidad, en otra afectividad con el pasado, desplegando una poesía y una estética que, o bien puede no considerarse relevante –como hace Eric Calderwood en su libro Al Ándalus en Marruecos: El verdadero legado del colonialismo español en el Marruecos contemporáneo (2019), donde señala cómo Gil Benumeya participa, como otros republicanos y andalucistas, de las narrativas orientalistas andalusíes que alimentan el régimen colonial español– o bien ponerse en el centro –como hace Charles Hirschkind en su libro The Feeling of History: Islam, Romanticism, and Andalusia (2020) para asumir la complejidad biográfica de intelectuales como Gil Benumeya, cuyo pensamiento no encaja cómodamente en el marco colonial, de hecho desempeñó un papel significativo en la independencia de las colonias europeas en el Norte de África. A través del aparato estético-crítico con el que se acerca al pasado, Gil Benumeya abre espacios de confluencia, de alianzas que incluyen a los expulsados, vencidos y supervivientes de los pueblos del sur, también del latinoamericano, encontrando trazas de lo que décadas después, en respuesta al pensamiento eurocéntrico, se llamó pensamiento fronterizo.
A través del aparato estético-crítico con el que se acerca al pasado, Gil Benumeya abre espacios de confluencia que incluyen a los expulsados, vencidos y supervivientes de los pueblos del sur
Gil Benumeya inventó una “ciencia de las creaciones” que llamó Geopsiquia y que “une las tres disciplinas intuitivas (y hasta mágicas) del amor, la estética y la religión”, es decir, del mundo vinculante con los otros, con todas las otras cosas y con lo absolutamente otro. Una ciencia de las creaciones para relacionarnos con la alteridad, que quiere decir con la ‘diversidad’ y la pluralidad que somos. Dice Gil Benumeya sobre la filosofía del arabesco que “toda idea tiene una nota vibrante, un marbete que sirve para reconocerla; toda interpretación, todo esfuerzo de atención consiste no en apoyarse sobre las palabras percibidas para comprender por deducción, sino en buscar entre ellas un detalle que vibre con otro detalle que llevamos dentro”.
A ver si vibra esta idea con algún detalle que llevamos dentro: una Europa subalterna, campesina, heterodoxa, hecha de pueblos diversos, de trabajadores explotados, controlados o vencidos. Hecha de herejías, de movimientos diaspóricos, de revoluciones por la tierra y el pan, de utopías apasionadas, de movimientos vitalistas y lenguajes bastardos… Una Europa que casi siempre arrastramos en nuestras justificadísimas críticas a la cultura occidental, pero ¿qué hacemos con esa otra Europa de Ricote, de Zorba, del cruce de caminos terrestres y marítimos? Lo que confronta y desmonta del relato de la cultura occidental a la vez también libera a Occidente de una historia restringida de sí mismo y lo abre a un horizonte de posibilidad. Mediodía: “Un mundo psicogeográfico en transición con continuidad cultural propia”, un mundo que no es ni Oriente ni Occidente –como el olivo de la Madraza– sino ambas a la vez, componiendo un único conjunto humano que protagoniza las conexiones interculturales entre lo cristiano, lo judío y lo musulmán. Pensemos en la escuela de traductores de Toledo: un momento de intercambio “en el que el judío decía en castellano lo que había leído en árabe y el cristiano ponía en latín lo que el judío acababa de explicarle”. Todo eso sucedió bajo el dominio musulmán de la ciudad. O el viaje del joven emigrado de Andalucía a Madrid, pero que bajaba al moro para subir chocolate a Barcelona, y de paso reinventaba el sonido ketama y la historieta gráfica, como ha estudiado Yasmina Aidi.
Se nos dirá: ¡estáis romantizando! –¿queriendo decir acaso, idealizando?– y aquí es donde hay que parapetarse contra el vicio de la academia que ha castigado al romanticismo –de quien por cierto más ha aprendido para revolucionar su theory– a una esquina de la historia cultural, delegado a ser útil solo de forma despectiva. Resulta sospechoso que esto ocurra con la que fue quizá la última oportunidad material de occidente de oponerse al rumbo que tomó la historia desde la revolución industrial; románticos que no se convenían con la mentalidad tecnocapitalista que se imponía de manera supuestamente natural. Ojalá fuéramos más románticos. El problema no fue nunca inundar la vida de deseo, sino desmaravillarla de sus misterios. Así pues, la convivencia en torno a la cultura y la vida cotidiana, explicado por un fondo de paganidad campesina compartida, es una circunstancia bien real, bien viva en muchísimas temporalidades y geografías, no solo en la Iberia medieval. Es el horizonte nacional en torno a Sefarad y Al-Andalus que no pudo cumplirse del que se ocupó Américo Castro, y que sin embargo fraguó subterráneamente en la mentalidad colectiva. Horizonte recuperado, reavivado por tantos otros como Ganivet, Val del Omar o Goytisolo.
Si, como los estudios culturales nos han enseñado, el mito no se opone a la historia, sino que forma parte de ella, “el mito de Al-Andalus es un elemento digno de ser pensado por su bondad moral y no un simple resultado de algún tipo de discurso dominador orientalista”, dice González Alcantud. Hirschkind lo afirma de otra manera: es verdad que el orientalismo y el andalucismo sirven a una estrategia discursiva colonial y funcionan como juguetes de las élites, pero existe una especie de contraorientalismo que no se conviene con el poder y que pivota en torno a los cruces y trazos comunes a los pueblos del sur. No es tanto, pues, la reivindicación de una identidad o una cultura invisibilizada por su importancia en la conformación de Europa –lo que sin duda, es importante reconocer– sino la apertura a una exploración de lo que algunas identidades –ser moro, judío, madrileño, andaluz, español, europeo, etc.– podrían significar hoy. No el espejo lejano en el que descubrirse, sino una dimensión crítica de nuestra existencia contemporánea que tiene cosas que aportar al presente desde el punto de vista de la igualdad y la emancipación. De nuevo con Alcantud: “Por supuesto que la pacotilla orientalista existe, y debe ser deconstruida pero al igual que la invención del País Vasco y la ideación de España, sin dejar en el camino sospechosos huecos de sentido. No resulta acertado combatir un fantasma con otro [...] lo moro surge de la necesidad analítica de redondear un problema fantasmático y real por igual, que sale insistentemente sin que nadie lo invoque”.
¿No es acaso Palestina, como dice Asunción, la medianoche absoluta de nuestra existencia europea?
Me pregunto si podemos hablar acaso de un resurgimiento colectivo del mediodía en los imaginarios, de una invocación diversificada de ese problema a la vez fantasmático y real, sin favorecer las ensoñaciones elitistas que mitigan la inquietud que en algunos produce la diversidad y el pluralismo. Además de Asunción, pienso en gente cercana como la Yasmina Aidi, que con Nouhad Boudih, Ernesto Maleno y Soukaina Ghailan, hacen el podcast La Guardia Mora, a través del cual investigan en torno a una cultura transfronteriza que muchas personas descubrimos, en su diversidad y diferencia, a la vez tan común; pienso en Aicha Mahmoud, Sanae Al Mokkadim, Salma Bechar, Karim Khourrou, Youssef Taki y Oumaima Manchit miembros del jovéncísimo colectivo artístico Al' Akhawat (Fraternidad) intentando entender y extender la sensibilidad fraternal de sus existencias fronterizas, como hace Huda en sus letras; están instituciones como La Madraza de Granada, revisando su propia memoria y reimaginando críticamente una pequeña Universidad Popular del Mediodía en el Albaicín, a partir de una aventura previa, también hecha de jirones del mediodía, por el colectivo Operaciones Cunctatio (del cual yo formo parte junto a Susana Velasco); la coreógrafa malagueña Luz Arcas, que buscando un baile arcaico y jondo se ha perdido en la morería y la conversación mediúmnica con quienes fueron expulsados o quienes se quedaron en forma de fantasmas; Rafa Tormo, generando redes de intercambio artístico entre Marruecos y Sharq-al-Andalus; el poeta Juan Asís Palao –Abenyusuf– traductor de Camille de Toledo, arquitecto de bibliotecas de la encrucijada y pensador de entrelenguas; Abdenur Prado, voz crítica y novedosa surgida del pensamiento andalusí contemporáneo; Adrian Schindler, explorando en el film colectivo Tetuan, Tetuán, Titwan la memoria colonial. Pienso también en algunos que ya no están con nosotros pero siguen vivos, como Toni Serra -Abu Ali–… Probablemente esto sea sólo una minúscula y dispar enumeración de una vibración colectiva seguro más extensa que otros podrán cartografiar con más precisión, recogiendo los ecos de las subjetividades de aquí y allá, que en diversos lugares sueñan sueños parecidos, como Omar e Ismael. También tienen, debe decirse, pesadillas parecidas. ¿No es acaso Palestina, como dice Asunción, la medianoche absoluta de nuestra existencia europea? “El genocidio palestino es lo que pasa cuando muere el mediodía”.
Una manera de intentar soñar ese mismo sueño sería esforzarse por responder la hermosa Carta al pueblo español de Anouar Majid –felizmente otro mitómano de la convivencialidad intercultural– que aparece publicada en el libro y que comienza: “No recuerdo ninguna época en la que España no me hiciera feliz. De niño, cuando vivía en Tánger….” . Pues bien, desde mi humilde estirpe de paniaguados manchegones, podría decir que: No recuerdo ninguna época en la que el mundo del mediodía no me hiciera feliz. De niño, cuando vivía en Madrid… cada vez que hacíamos una excursión familiar a pasar el día junto al río; la romería del santo Isidro; la vendimia en el pueblo, las gachas de harina de almortas; las vacaciones en Almuñécar o Benicassim; el menudeo del hachís; los estudiantes desmayándose tras el recreo por el ramadán; pegado a los streamings de Raqs Media Collective desde Midan Tahrir o los relatos de Alma Allende desde Túnez, a comienzos de un inolvidable 2011… El amigo Abenyusuf escribió entonces:
La inventiva, la sofisticada respuesta pausada, la retórica del cúmulo perfecto, la creación de una lengua de los profetas.
Hoy las ciudades árabes estallan con una explosión de belleza comunera, cooperativa y la lana salta como en el Corán.
La caravana de invierno, la caravana de verano, y qué más da si es el Año del Elefante y de la insurrección.
Luz sobre luz, piedras sobre piedras, palabras contra palabras y un día de menos para la continuidad de lo pasado, de lo dictado y lo impuesto.
Hoy se levantan de sus tumbas los muertos de dos, tres, cuatro, cinco generaciones de fedayines de la arena y la avellana.
Manifestantes de Túnez, os saludamos. Manifestantes de la Arabia Felix os saludamos, amigos, valientes amigos de la Miseria, os saludamos,
os saludamos desde la otra orilla con los brazos tumbados de nuestra impotencia, os saludamos con nuestra pena.
Nada se parece a un pueblo en pie.
Nada se parece a millones en pie.
Nada se parece a los árabes en pie.
Sellando el futuro de los acreedores, borrando de un soplo el trofeo del horror.
Veo tantos miles de rostros en cada uno de los vídeos que van apareciendo y pienso en quienes graban esos rostros. Si son los rostros de sus amigos, son los rostros de nuestros amigos. Si tenemos tantos amigos, son rostros de una fiesta que no tiene precedentes. Es un cumpleaños de la comunicación libertaria.
Y en un invierno de quedarse en casa descubrimos vuestra ropa, vuestras calles
y vuestras manos.
Descubrimos vuestros ojos.
Los ojos de los árabes,
los ojos de miel,
los ojos de luna,
los ojos de jade,
los ojos de joyas,
de las riquezas,
de las que son vuestras
y solo vuestras.
Tengo el libro Déjà Vécu de Asunción Molinos y Andrea Pacheco sobre la mesa. Es algo más que el catálogo de la exposición de Asunción que, hasta finales de agosto ha podido verse en el CA2M de Móstoles. El libro y la...
Autor >
Rafael SM Paniagua
(Madrid, 1979) es docente, investigador y artista.
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