MALOSERÁ
El farol de Puigdemont
Empieza otra partida en Catalunya y también en la política española. Se van a repartir nuevas cartas. Sólo podrán ganar quienes sepan jugar mejor las que les toquen
Antón Losada 9/08/2024
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Lo peor que te puede suceder cuando vas de farol es que te lo vean. Normalmente acaba mal. Lo peor no es perder. Lo peor acostumbra a ser la cara que se te queda y que no suele dejar más opción que levantarse de la mesa porque ya estás quemado para lo que resta de partida; te los van a cazar todos.
En la larga mano que Carles Puigdemont y Salvador Illa han jugado desde la noche electoral para decidir quién se hacía con la presidencia de la Generalitat, el expresident ha ido de farol y el candidato socialista ha llevado siempre las bazas y los ases. Se ha certificado el día de la investidura, cuando Puigdemont tuvo que hacer escapismo mientras Illa hacía política.
Primero era que los socialistas sacrificarían al candidato Salvador Illa antes que al presidente Pedro Sánchez, olvidando que a Sánchez nadie le gana en echar faroles y que los socialistas jugaban con la certeza de que Junts solo puede dejar caer al Gobierno de Madrid votando con la misma derecha y extrema derecha que lleva una década deseándoles la cárcel. A Junts le gustan poco los socialistas, pero a día de hoy solo ellos les han ofrecido la amnistía y han demostrado estar dispuestos a pagar la factura.
Después era que los republicanos jamás se atreverían a hacer president a un socialista y exponerse al oprobio público de verse señalados como traidores y botiflers, despreciando la evidencia de que casi todos, también en ERC, puestos a elegir entre susto y muerte, elegimos susto. Más vale ser el socio preferente de quien gobierna en Madrid y en Barcelona, que jugárselo todo a la ruleta rusa de otras elecciones a mayor gloria de tu mayor rival.
Al final ya únicamente quedaba buscar efectos especiales y movimientos de masas para forzar al menos un retraso en la inevitable investidura del candidato socialista. A tal fin se nos prometió épica y heroísmo para dejar aún más en evidencia la traición de los republicanos y la avaricia socialista y reclamar para siempre el monopolio de la representación del independentismo. Pero en su lugar se nos presentó un truco de humo, espejos y sombreros de paja para saltarse las reglas que el propio Puigdemont había puesto a su propio regreso.
Puigdemont vuelve a la casilla de salida de Waterloo y Salvador Illa avanza hacia la casilla de la presidencia mientras el juez Llarena dicta providencias. Todo lo demás es espectáculo. La llegada de un president socialista al Palau de la Generalitat anuncia cambios trascendentes que aún no llaman nuestra atención entretenidos como estamos con el show.
De la tensión permanente como estrategia, pasamos a la cooperación institucional como herramienta principal en las relaciones entre el Gobierno central y el Govern. Ya no será noticia si el president va o no va, o si está o no está para recibir al rey o al papa. La normalidad institucional suele ser la primera condición de la política.
En la estrategia y el relato de Junts resultaba nuclear que la presidencia de la Generalitat estuviera ocupada por un independentista. Todo lo que se negociaba en Madrid era a beneficio de Catalunya y para que lo administrase alguien de los suyos. Ahora seguirá siendo a beneficio de Catalunya, pero lo administrará otro socialista. No se trata del mejor de los mundos, pero es el único posible mientras la derecha española siga poniendo imposible acordar con ella.
Un president independentista también resultaba imprescindible en la estrategia y en el relato del Partido Popular y de Vox. El discurso antisanchista funciona como un reloj si hay un independentista en la Generalitat, dispuesto a cobrarse en sangre y dineros de España el fruto de tanta traición e ignominia. Pero, por mucho que se empeñe Cuca Gamarra, no parece que Illa encaje en el perfil.
Empieza otra partida en Catalunya y también en la política española. Se van a repartir nuevas cartas. Sólo podrán ganar quienes sepan jugar mejor las que les toquen. Se puede volver a ir de farol. Pero existen muchas probabilidades de que te pillen porque los demás ya saben la cara que se te pone.
Lo peor que te puede suceder cuando vas de farol es que te lo vean. Normalmente acaba mal. Lo peor no es perder. Lo peor acostumbra a ser la cara que se te queda y que no suele dejar más opción que levantarse de la mesa porque ya estás quemado para lo que resta de partida; te los van a cazar todos.
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Antón Losada
Profesor Titular de Ciencia política y de la administración en la USC. Doctor europeo en Derecho por la USC. Máster en Gestión pública por la UAB. Escritor y analista político. Padre de Mariña.
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