NARRATIVA
Escribir un cuento es difícil
Algunas reflexiones sobre la escritura de cuentos
Daniel Centeno 8/09/2024
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A veces tienes una idea. Una gran idea. La vas armando una pieza a la vez, no como a un Lego sino como una de esas estructuras humanas que arman las porristas: una estructura viva, de colores menos llamativos (aunque vaya que intentan competir), que emite calor, que suda; la figura que resulta de una tabla gimnástica que parece espontánea pero que en realidad ha sido ensayada muchas veces, de otras formas, con pasos parecidos. Luego, cuando ya sus piezas están todas en su sitio, y se sostienen con toda la fuerza que tienen sus brazos y sus piernas, abres la laptop, tomas el cuaderno, incluso puede que el celular… y la forma se pierde. Cada uno de los individuos que conformaban una estructura ahora son parte del desorden. Ya no son una pirámide, sino cuerpos regados en el suelo, unos sobre otros. Parece la escena de un crimen. Hay a quienes ya no sabes si les salieron más extremidades o si perdieron alguna. Pensar en la idea con tanto detalle… mató a la idea.
No recuerdo dónde leí a un escritor que se preguntaba cuál era el caso de escribir una historia que ya había escrito en su cabeza. Probablemente Flannery O’Connor coincidiría, diciendo que si para que exista un cuento no necesita todas y cada una de las palabras que han de escribirse para contarlo… pues entonces qué.
Escribir un cuento es difícil porque no puedes abrazar una idea por demasiado tiempo. Si lo haces, corres dos riesgos igual de terribles:
- Que la idea crezca, le salgan ramas, se haya alimentado dentro de ti; que la pirámide humana haya sido compuesta para su transformación en otra cosa, algo peor: ¡una novela!
- Que la idea se pudra. Así digo yo, siempre que he pensado demasiado en un cuento: “Se me pudrió”. Hiede. Puedo sentir su aroma apestando todas las demás ideas que van brotando en mí. Me impide pensar en ellas, pero tampoco puedo hacer nada para traerla a la vida.
Escribir un cuento es difícil porque las ideas que los hacen vivir no sirven como una estructura, sino como una chispa vital. Los cuentos exigen un pararrayos. Necesitan un destello en el cielo, un estruendo de miedo y una mano dispuesta a sostener el rayo si el metal no es suficiente.
Los cuentos exigen un sacrificio inmediato que odia la postergación. Son intensos por naturaleza. No entienden por qué quieres vivir 80 años y morir en paz si puedes darlo todo por un instante. Y quién los puede juzgar.
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Escribir un cuento es difícil porque estos exigen una cierta circularidad. También son difíciles porque no les gusta la circularidad. Hay muchísimas formas de hacer cuento y muchas formas de aproximarse a él, de mirar su constitución: están aquellos que cuentan dos historias (Piglia), aquellos que son apenas la punta del iceberg (Hemingway), los que tienen que ser como una fotografía sugerente de algo más grande, pero a la vez un gancho a la cabeza (Cortázar). Por supuesto, estoy citando a los clichés, a esos que ya todos conocen, a esos que toman como modelos de qué debería de ser un cuento, como quien deja que el alma de otros ocupe sus cuerpos como posesiones demoníacas.
Cada escritor tiene su forma de hacer cuentos. Cada escritor tiene su propio lenguaje. Nuestros cuentos no quieren otra cosa que nosotros. A veces escribir cuentos es difícil porque los cuentistas quieren escribir como Piglia, Hemingway o Cortázar; quieren usar su manera de entender el cuento, del mismo modo en que un individuo desubicado pretende utilizar un chiste local que escuchó en algún sitio y que a él no se le ocurrió, y quiere que tenga la misma gracia.
Los cuentos son celosos con las formas. A veces no nos damos cuenta de cuán odiosos somos para nuestros cuentos. Cuando pensamos en lo que otro haría para crearlos, dejamos de sostener el rayo que capturamos con un pararrayos y lo ponemos en una bombilla, una luz controlada que ha probado su eficacia pero que no nos quema, que no pone en riesgo nuestra vida.
Carver decía que lo que hace especial a un escritor no es su capacidad prosística, sino su mirada, su capacidad de ver la vida de una forma indisociable a sí mismo. La forma de un cuento también es una forma de ver el mundo. ¿Por qué copiarla a alguien más? Los cuentos exigen que inventemos nuestros propios chistes, que aprendamos a reírnos del nido de una araña, de la última vez que te dijeron te quiero pero tú sabías que no, de que haya clases a las 7 de la mañana. Aunque nadie entienda por qué, ellos quieren que creemos nuestra propia forma de hacer cuentos. Un lenguaje personal.
Y lo quieren para ya.
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Escribir cuentos es difícil porque tienden a la repetición. Fitzgerald decía que uno tiene, si bien le va, una buena historia, dos a lo mucho, y las repite mientras haya quién lo escuche. Los cuentos son esa repetición elevada a la milésima potencia. Ellos saben que son el hermano o primo de otro, incluso el resultado de un incesto. Reconocen en la piel de sus personajes que debajo de ellos hay otros, a los que se parecen demasiado. En realidad, los cuentos son como una productora teatral: ponen el nombre, le dan el guión a los actores, ponen la escenografía que pueden costear. Pero en el fondo saben que son los mismos de ayer, y de hoy. A veces llegan actores nuevos, pero no suelen durar tanto como los viejos, que siguen sobre el escenario hasta que un día hacen plop y mueren entre aplausos. Dieron todo de sí. A los cuentos les gusta la intensidad (creo que ya lo dije).
Tratan a toda costa de que esa repetición no se note; o que, si se nota, parezca a propósito. Quieren morirse sin saber que hay otros como ellos. Imagínate vivir por diez minutos sólo para descubrir que detrás de ti está naciendo alguien como tú: te mueres (a lo mejor por eso viven tan poco). Por eso, si un proyecto tiene un cuento que se parece a otro… ambos se pelean hasta que sólo uno sobrevive.
La repetición es parte de lo que son, pero como nosotros: se odian. O se odian lo suficiente para creer que pueden cambiarse un poco. Así que los cuentos inventan sus propias formas de asegurar su identidad: exigen no detenerse a pensar demasiado la idea, exigen nuestra mirada particular… todo está al servicio de la no repetición.
Escribir cuentos es difícil porque todos ellos, al final, comprenden que al exigirnos esa explosión no tenemos tiempo de variar. La obra cuentística de un autor no es muy distinta al baño de escuela, con el rollo de papel pegado en el techo: tenemos una pila de papel higiénico y mucha agua, pero tenemos prisa, así que tomamos un pedazo a la vez, lo hacemos bolita y lo arrojamos al techo esperando que alguno perdure y no se caiga. ¿Cómo no van a parecerse si todos están hechos con la misma mezcla pegajosa y un poco cutre para quien la mire, aunque para nosotros sea un triunfo? No podemos inventar mentiras, excusas, y sólo queda la verdad. Y así como tenemos unas pocas historias, tenemos unas pocas verdades.
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Escribir cuentos es difícil, pero alguien dijo que nada que valga la pena es fácil. Y ellos lo saben, y se regodean.
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A veces tienes una idea. Una gran idea. La vas armando una pieza a la vez, no como a un Lego sino como una de esas estructuras humanas que arman las porristas: una estructura viva, de colores menos llamativos (aunque vaya que intentan competir), que emite calor, que...
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Daniel Centeno
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