ANTONIO CAZORLA SÁNCHEZ / HISTORIADOR
“Los pueblos de colonización fueron un instrumento de la dictadura para evitar un cambio social en el campo”
Esther Peñas 6/10/2024
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Durante tres décadas, entre 1940 y 1970, la dictadura franquista creó alrededor de trescientos pueblos distribuidos en veintisiete provincias, destinados a 55.000 familias, con la promesa de que serían propietarias de casas y tierras de regadío. Los pueblos de Franco. Mito e historia de la colonización agraria en España, 1939-1975 (Galaxia Gutenberg) es un fascinante análisis sobre este proyecto de colonización que, si bien se presentó como propaganda de un dictador reformista y preocupado por lo social, escondía un endeudamiento feroz para el campesinado, la supresión radical de un pasado de reforma y progreso, y suculentas bicocas para los terratenientes, entre otras menguas. Su autor, el historiador Antonio Cazorla Sánchez (Almería, 1933), especializado en la historia social del franquismo, y catedrático de Historia en la Universidad de Trent (Canadá), nos ofrece algunos detalles.
¿Qué riesgos entraña la banalización del pasado?
El mayor riesgo es poner todas las posturas y propuestas económicas y sociales al mismo nivel, con lo que se normaliza el abuso, la discriminación y la intolerancia.
¿El auge de la extrema derecha aprovecha una mirada general más ignorante y laxa hacia la dictadura de Franco o esta mirada se inocula a través de la llegada de la extrema derecha al Parlamento?
Ambos fenómenos se alimentan. La extrema derecha es marginal si los políticos, sobre todo los de derechas, desautorizan su discurso. Pero también es cierto que han pasado muchos años desde el fin del franquismo y que a la falta de experiencia de lo que es vivir bajo una dictadura se suma a una vieja ignorancia sobre nuestro pasado. Esto último no es sorprendente. En España nuestros museos y hasta nuestros currículos escolares evitan contar ese pasado duro y complejo que fue el franquismo.
¿Por qué, como sucede en el caso de Llanos del Caudillo o Guadiana (del Caudillo), se prefiere mantener la identidad, la historia, en vez de deslindarse de la memoria del dictador?
Porque para los colonos ese es el nombre de su pueblo, y por lo tanto lo asimilan a su vida. Es comprensible que piensen así, aunque mantener el nombre no deba ser tolerado por la autoridad.
En España nuestros museos y hasta nuestros currículos escolares evitan contar ese pasado duro y complejo que fue el franquismo.
Muchos de los alrededor de trescientos pueblos creados se levantaban sobre tierras expropiadas a latifundistas, la mayoría en Extremadura y Andalucía. ¿Los terratenientes se lucraron con la transacción?
Las expropiaciones del franquismo a los grandes terratenientes para hacer pueblos de colonización y repartir, previo pago por los colonos, una minoría de las tierras afectadas fueron una auténtica bicoca para los terratenientes. En realidad, sólo se expropiaba menos del 30% del total de la tierra. El resto, que solía ser la de mejor calidad y la más convenientemente localizada, se la quedaba el terrateniente, pero ahora irrigada con dinero del Estado, con lo que el valor de la tierra aumentaba al menos un 400%, y a veces hasta más de un 1.000%. El resultado es simple. Sin invertir un duro, y sin riesgo alguno, el terrateniente aumentaba su patrimonio entre un 280% y un 700%. Y, además, había otras formas de beneficiarse de la operación. Mientras tanto, los colonos lo tenían que pagar todo a un interés del 5% anual de media.
Uno de los propósitos de estos pueblos era una transformación agraria, de origen republicano, la conversión del secano en regadío. ¿Cuánto de éxito tuvo la empresa?
Tuvo mucho éxito. Es normal, pues se invirtió mucho dinero. Pero esa no es la cuestión. Como dijo en su momento el Banco Mundial en un informe clave de 1962, que no sentó nada bien entre los encargados de temas de colonización y sus aliados en la administración, la cuestión era si se podía haber invertido ese capital de una forma más racional y a quién benefició la inversión.
A finales de los sesenta, solo el 35% de la tierra fue a parar a manos de los colonos, a pesar de que la producción, como usted apunta, se septuplicó, lo que nos demuestra que los colonos, es decir, los obreros, fueron títeres del dictador. ¿Cuál fue el gran fracaso de la empresa y cuál su éxito?
El gran fracaso de la colonización fue que no palió la miseria de la inmensa mayoría del campesinado pobre español. No lo hizo porque fue un instrumento, uno más de una política más amplia de la dictadura, para evitar un cambio social en el campo basado en la redistribución de la riqueza. Su mayor éxito fue local. En algunas zonas, como por ejemplo en la costa de Almería, contribuyó a catalizar el nacimiento de la nueva agricultura intensiva de enarenado primero y de invernadero después. Esto sucedió de carambola, pero sucedió.
Sin invertir un duro, y sin riesgo alguno, el terrateniente aumentaba su patrimonio entre un 280% y un 700%.
En el ensayo se demuestra que, pese a la imagen que tenemos de Franco inaugurando casi frenéticamente pantanos y visitando las instalaciones de estos pueblos, lo cierto es que su molicie apenas le llevó a supervisar algunos, lo que me hace a pensar que la propaganda del régimen, a la que tantas veces se ha subestimado, era mucho más efectiva de lo que aparentaba.
Toda propaganda funciona bien si conecta con los miedos y las esperanzas de la gente. Bajo el franquismo, una mayoría de españoles quería creer, necesitaba creer, que Franco era bueno, pero que estaba rodeado de malos consejeros y bribones que le engañaban. No les quedaba otra. Ni había medios informativos independientes para que contasen la verdad ni había alternativa política. Los españoles sabían que estaban en manos de la voluntad del Caudillo y sólo podían esperar que éste fuese esa gran persona que la propaganda decía que era. La razón última es simple: no se puede vivir sin esperanza.
¿Cuánto contribuyeron estos pueblos a la construcción del mito de la bonhomía del dictador, “el vencedor de la Paz”?
Los pueblos de colonización y las obras hidráulicas fueron pilares clave en el mito del buen gobernante, como lo serían también otros hitos del régimen como la inauguración de proyectos industriales, o el avance en la seguridad social. Pero todos estos hitos se construyeron sobre otro previo muy importante para entender el prestigio popular del dictador: el mantenimiento de la paz después de 1939. Franco quiso entrar en la Segunda Guerra Mundial al lado de los nazis. Por una serie de circunstancias, que los españoles no supieron en su momento, no pudo hacerlo, lo que contribuyó a esa imagen, acrecentada por la maquinaria propagandística, del Caudillo de la Paz.
¿Qué repercusión tuvieron las cabeceras que daban cuenta del proceso, tanto Colonización como, después, Vida Nueva?
Poca. Eran revistillas más destinadas a que los dirigentes del Instituto Nacional de Colonización, INC, se pavoneasen ante sus colegas de la administración franquista de sus supuestos logros, que a educar a la población, que apenas las leía. Otros organismos del Estado tenían revistas similares, como por ejemplo la Hoja del Mar, del Instituto Social de la Marina, que los pescadores, como ocurría con los campesinos con las revistas citadas, tampoco leían.
Leyéndole, una de las conclusiones es que siempre había “letra pequeña”, como cuando se anuncia a bombo y platillo, en el día de san Isidro de 1950, que se habían entregado 1.850 nuevos títulos de propiedad, cuando, en realidad, fueron 1.677 de posesión y solo 183 de propiedad…
Claro, los periodistas mentían por orden gubernativa y la gente corriente no sabía la diferencia entre lo uno y lo otro, o que muchos de los “afortunados” acabarían abandonando debido a las durísimas condiciones de vida de los pueblos de colonización.
Muchos de los “afortunados” acabarían abandonando debido a las durísimas condiciones de vida de los pueblos de colonización.
Hablando de san Isidro, ¿qué papel cumple la Iglesia en el proceso de colonización?
Depende del periodo. Antes de los años sesenta, la Iglesia va brazo con brazo con el régimen y todo lo que éste haga. Pero, en aquella década, los seminarios empiezan a alborotarse y a graduar curas con inquietudes sociales muy marcadas que pronto se harán también políticas. Son precisamente esos curas jóvenes los que van a ser destinados a los pueblos de nueva creación y los que, además de hacer una gran labor social, van a ayudar a la juventud de los pueblos a adquirir una conciencia política y cultural distinta del conformismo impuesto a sus padres por la dictadura, y a empezar a tomar sus distancias del régimen.
Además de crearse ex profeso, una de las diferencias de estos pueblos es la estética, ¿qué se pretendía con ello?
El fascismo es reaccionario en lo político y en lo social, pero no necesariamente en lo estético. La arquitectura de vanguardia de los pueblos constituye lo que yo llamo la “estética de utopía” de la dictadura, esto es, lo que el régimen dice que es y va hacer, y nunca fue o hizo bastante. Esta estética complementa a la “estética de memoria” del franquismo, mucho más tradicional y grandiosa, que se manifiesta en el Valle de los Caídos, el Ministerio del Aire, el Arco del Triunfo de Madrid y, por supuesto, en los miles de cruces a los caídos distribuidas por todo el país. Ambas estéticas justifican al régimen: una le da contenido social, la otra le da contenido político.
¿Qué se ha hecho mal para que haya gente que, a día de hoy, sienta nostalgia por la “autoridad patriarcal, el orden, la unidad nacional y la homogeneidad ética”?
Sé que no ha habido un claro y amplio proyecto de educación histórica en nuestro país. Sé que, sobre todo la derecha, huye de la enseñanza de la historia como de la peste. Sé que, sobre todo la izquierda, es incapaz de articular un discurso histórico que sea atractivo a la mayoría de la población. Pero estos son males ya viejos. La cuestión es por qué ahora. Creo que la respuesta está ligada a la crisis de identidad de las democracias europeas actuales y a sus problemas para digerir un mundo cambiante y muy rápidamente para muchos. La homogeneidad étnica, los roles de género, el empleo, etc. están evolucionando y muchos europeos se sienten o marginados o amenazados. En este contexto, la nostalgia por un mundo pasado que nunca fue es tan comprensible como peligrosa.
Durante tres décadas, entre 1940 y 1970, la dictadura franquista creó alrededor de trescientos pueblos distribuidos en veintisiete provincias, destinados a 55.000 familias, con la promesa de que serían propietarias de casas y tierras de regadío. Los pueblos de Franco. Mito e historia de la...
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