Jardín de gente
La música del azahar
Algo huele mal en esta primavera argentina, que sin embargo ha venido otra vez y vuelve a desplegarse
Socorro Giménez 21/10/2024
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Uno de mis vecinos (hombre o mujer) usa desde hace tres días un agua de colonia nueva. Desde el patio interno del edificio me llegan cada tanto, por la ventana a la que da mi escritorio, breves pero nítidas oleadas que recibo con dulzura. No es un perfume, es un agua de colonia, volátil y fresca, cítrica, dulce pero no mucho. Y no es que yo sea Grenouille, ni la mujer biónica del olfato; no sé qué nombre tiene, pero sé que conozco ese aroma porque hace más de treinta años me afectó el resto de los sentidos durante dos días enteros. Entonces la astenia primaveral –una forma imprecisa de fatiga, un decaimiento algo romántico que se describe como síntoma frecuente en algunas personas a comienzos de la estación– no era ni siquiera un concepto para mí, y el sentimiento dominante a principios de octubre era el anhelo, el ansia, una inminencia en el aire, una promesa de felicidad que –lo sé ahora– era en sí misma pura dicha.
Los receptores del sistema olfativo componen una especie de cerradura múltiple, un complejo juego de encastre en el que, a veces, las piezas que provienen del afuera (las moléculas) se acoplan bien, sin resquicios, y llegan a tocar el cerebro –el olfato también es tacto– de tal modo que una red de conexiones ya transitada y quizá apagada vuelve a encenderse. En esas ocasiones el golpe en la puerta se escucha como un toque familiar y el no invitado se abre paso como Pedro por su casa sin que medie nada parecido a una decisión.
—Sí, ¿qué querés?
—No sé, dígamelo usted.
—Yo estaba aquí muy concentrada en mi trabajo, no te llamé.
—Yo tampoco a usted, si ese es el asunto. Pero aquí estamos.
—Eso, sí, aquí. Pero, ¿dónde?
Una casa en Lavalle, Mendoza, en una finca de viñedos y olivos. Somos varios, no tantos, nueve o diez, pero hacemos muchedumbre adolescente. Es el último año del colegio secundario y nos cuesta separarnos. Jugamos al truco, tomamos vino blanco en damajuana, dormimos en bolsas de dormir con las cabezas cerca de la chimenea, con mantas y acolchados en el cuarto, en la cocina, no dormimos. Tengo el cuerpo cortado. Vuelve el sol y hay café. Olor a huevos fritos, a humo frío de tabaco y chimenea, crema para la cara, pasta de dientes y un agua de colonia. Abro la puerta ventana, salgo a la galería y el sol me da en los ojos. Olor a árbol de eucalipto y a tierra seca, a primavera todavía helada en la mañana del desierto. El cuerpo cortado y fulgurante. Y la colonia que flota desde ayer entre nosotros, toda la noche y hasta ahora: cítrica, dulce, mañanera. La tengo en el cuello, en el suéter, en el pelo… La tienen los que duermen, los que empiezan a salir de la casa con ojos chinos y un jarro o una taza en la mano. Nos agrupa.
—¿Y ahora qué?
—Ahora nada. Ahora me dejaste esa zona iluminada y yo tengo que volver al trabajo, cosa que me está costando muchísimo porque tengo astenia primaveral.
Me unto los tobillos de repelente de mosquitos (ya empiezan), me armo de anteojos (ya vuela mucho polen), me calzo los auriculares para escuchar el programa radial de noticias que prefiero y cruzo el Parque Las Heras de camino al museo. Varias universidades públicas están tomadas como protesta por el veto presidencial a la ley de financiamiento universitario, que les otorgaba recursos y establecía una recomposición del salario de sus empleados para garantizar su funcionamiento. Ayer mismo la norma, que había sido aprobada hace un mes por una amplia mayoría en el Congreso y luego vetada por Milei, fue finalmente anulada en la Cámara de Diputados, que refrendó el veto por una escasa pero suficiente minoría. Hubo una gran marcha en todo el país para intentar impedirlo; las calles volvieron a sonar, pero a esta sorda presidencia y sus secuaces, flotantes en su burbuja financiera, ese coro no les bastó. Son los mismos que informan de las cifras nacionales de pobreza e indigencia –la cantidad ferozmente creciente de personas en el país que cada día dejan de poder trasladarse, trabajar, y hasta de poder comer–, cifras alarmantes que ellos tampoco escuchan: no los tocan. El oído también es tacto.
Cambio la radio por música. Me queda un trecho corto hasta salir del parque y, para contrarrestar la astenia, mejor que las noticias es el asombroso y jovencísimo Jacob Collier reversionando en vivo, junto con el público, “How deep is your love”, el clásico de los Bee Gees: otro pliegue del pasado que se abre en el presente, o viceversa. La multitud siempre canta bien. Por aproximación, por “amuchamiento”, suficientes individuos desafinados, juntos, afinan. Se você disser que eu desafino, escúcheme, lector, cantando con todos estos. Y ahora que le presto atención a la letra, la canción podría perfectamente ser una oda al perfume: And you come to me on a summer breeze / Keep me warm in your love, then you softly leave… (‘Y venís a mí en una brisa de verano / Me cobijás en tu amor y después te vas con delicadeza…’).
En el lenguaje perfumista algunas flores blancas como el jazmín, la gardenia y las flores de azahar comparten el descriptor “fecal”
Sigo por los senderos, una ronda de viejos hace gimnasia debajo de un lapacho estallado en flores de color rosa intenso. Quiero acercarme para verlos mejor, pero otro golpe en la puerta me para, otro olor que se impone casi con violencia, y también conocido, pero… ¿qué? Me desvío un poco para seguirlo y la estela fragante me lleva hasta la copa de un pequeño naranjo cargado de pimpollos, botones rosa pálido, y de incipientes flores blancas. Azahar. Cuidándome de no irritar a las abejas que zumban alrededor (“arde de abejas el Aguaribay”), robo dos capullos y los aprieto contra la nariz durante las siguientes diez cuadras.
En el universo de la perfumería, el olfato, por la mudez asombrada que lo caracteriza toma prestadas las metáforas musicales: hay notas, armonía, composición, hay acordes. El “acorde de Colonia” se inventó en 1792 en esa ciudad de Alemania. Lo creó el perfumista Jean-Marie Farina combinando partes iguales de ámbar gris (nota de fondo o base), flor de naranjo (nota de cuerpo o corazón) y bergamota (nota de salida o tope). Fue tan exitoso su acorde que se convirtió en el nombre genérico de las “aguas de colonia”, y su centro cardiaco es el destilado de las flores del naranjo o neroli. Las oleadas que me desconcentraron esta mañana temprano y me llevaron hasta la zona iluminada de aquella primavera de estudiante que dejaba el colegio para entrar a la Universidad eran una variante de ese latido. Ahora que lo huelo solo, en la materia que le da origen a ese centro, ahora que no tengo dieciocho años y el anhelo se toca con la astenia, ahora que lo huelo en el parque plagado de perros y después de escuchar las noticias, ahora, después de que aprendí que en el lenguaje perfumista algunas flores blancas como el jazmín, la gardenia y las flores de azahar comparten entre otros el descriptor “fecal” por causa de un componente que se llama indol, no puedo dejar de oler también excremento en este par de pimpollos.
Algo huele mal en esta primavera argentina, que sin embargo ha venido otra vez y vuelve a desplegarse. Nada en el tiempo se aniquila. Todo se superpone y se mezcla. Se amucha y, amuchado, afina en acordes cada vez más complejos de capa sobre capa sobre capa. Las flores blancas ya no pueden ser, si alguna vez lo fueron, no más que flores blancas: las primaveras llevan una muerte dentro. Pero las abejas (¿los Bee Gees?) polinizan y los estudiantes están cantando que no van a dejar de cantar. El anhelo prosigue.
Uno de mis vecinos (hombre o mujer) usa desde hace tres días un agua de colonia nueva. Desde el patio interno del edificio me llegan cada tanto, por la ventana a la que da mi escritorio, breves pero nítidas oleadas que recibo con dulzura. No es un perfume, es un agua de colonia, volátil y fresca, cítrica, dulce...
Autora >
Socorro Giménez
(Mendoza, Argentina, 1973) es escritora y coordinadora editorial del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, MALBA. En 2021 publicó en España su primer libro, Casa se busca (Caballo de Troya).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí