HOMENAJE
Neeskens sí, yuyu no
El holandés fue un gran jugador técnico, fundacional del fútbol total, que reinó en el centro del campo, ese mito culé desde entonces. Además, con él se produjo algo improbable en el Barça, la afición más fría del mundo: el amor absoluto y constante
Guillem Martínez 13/10/2024
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El pasado 6 de octubre moría en Argelia Johan Neeskens, jugador mítico de aquel Ajax que formuló para el mundo el fútbol total, de la selección Neerlandesa que revolucionó, con el nombre artístico de La Naranja Mecánica, dos mundiales, sin llegar a ganar ninguno, y jugador también mítico del otro club que también creyó y fabricó fútbol total, esa poética del fútbol y de la vida. Por ello, y ante esa pérdida, Sebastiaan Faber, hispanista, escritor, periodista, un niño del Amsterdam de los setenta, que quedó fascinado por el Ajax, y Guillem Martínez, periodista y barcelonista que entró en la secta también en los setenta, y también a través del fútbol total, escriben dos perfiles sobre Neeskens, respectivamente sobre el Neeskens neerlandés y el que se vivió en la Barcelona de los años 1974-79. Disfruten de estos perfiles. Disfruten de los héroes como Neeskens.
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La cultura de masas no deja de ofrecernos regalos. Son canciones, voces, imágenes, goles que nos alegran el corazón. Pero, en contrapartida, periódicamente nos hace llegar, también a través de todos sus poros, la desaparición de aquellos inmortales que trajeron a nuestra vida tanta felicidad densa e inaudita. Este fin de semana, así, la cultura de masas nos susurró, por todas partes, como un coro griego, como siempre lo hace, la muerte de Neeskens, una región fabulosa, candente, aún húmeda y eléctrica para los niños culés de mi generación, pero también un jalón del barcelonismo y de ese fútbol extraño, épico, intelectual y salvaje, difícil de leer, pero apasionante cuando aprendes su abecedario, denominado fútbol total, aquel juego practicado en el Amsterdam y en la Barcelona de los setenta, dos ciudades con dos colectivos de exniños que aún tienen sus pupilas copadas por todo aquello que vieron en su infancia, sobre céspedes en blanco y negro.
Correr o no correr era la división entre el culé viejo y el nuevo culé
Neeskens vino en 1974 a Barcelona, un país extraño en el que sucedían, sincrónicamente, las minifaldas más fabulosas de Europa y los últimos fusilamientos del continente. Venía gafado, en tanto era el sustituto de Sotil, un jugador fundamental de la primera liga del Barça tras chorrocientosmil años de secano –la Liga 1973-74, la de Cruyff–. El peruano Sotil era un jugador no solo insustituible, sino querido. Por dos razones: por a) su esfuerzo físico continuado, siempre al servicio de Cruyff, y porque b) se parecía a muchos de nosotros, los barcelonistas, algunos recién llegados a una ciudad en un periplo que les cambiaría, gratamente, la vida. Se decía de él que el día de su fichaje, la Junta –el extinto gremi del cotó, los fabricantes– se lo llevó a hacerle un traje, para estandarizarlo. Cuando en la sastrería el sastre le invitó a quitarse los pantalones, los fabricantes vieron con estupor que no llevaba nada más. “¿No llevas ropa interior”, le dijo uno. “¿Qué es eso?”, contestó Sotil. Era difícil, en efecto, superar a Sotil, ese referente. Pero Neeskens lo hizo en solo una temporada. A través de su esfuerzo físico. Lo que es llamativo, pues desde 1969, fecha de publicación en Triunfo del artículo Barça, Barça, Barça, de Vázquez Montalban, existía un nuevo género: el periodismo barcelonista, un cacharro raro, que no gritaba, que quería tener valor literario, que era progresista, que analizaba fenómenos sociales, que emitía política, chistes, ironía y, esto es muy importante, mucho, que estaba fascinado por el juego técnico –una opción siempre presente en el Barça, desde Samitier hasta Martí Filosía, el Cruyff local hasta la llegada de Cruyff–. Es decir, que el Barça poseía sectores influyentes que rechazaban/les aburría la furia española de los XXXXXXX. El correr por el campo, sin ton ni son. El mismo Rexach, gran jugador técnico, expresó esa tendencia, por todo lo alto, a través de una gran frase, “Correr es de cobardes”, que debería presidir la entrada del Camp Nou reformado, cuando lo finalicen y la Junta tenga que buscar otros pelotazos. Correr o no correr era la división entre el culé viejo, fascinado por un pasado en el que el Homo Sapiens corría por la sabana, y el nuevo culé, fascinado por el Ajax, fascinado por la Holanda que perdió la final de la Copa del Mundo ante Alemania, en uno de los mejores partidos de la historia. Neeskens, no obstante, satisfizo a los viejos. Corría, se esforzaba. En ocasiones se veía como su cuerpo llegaba a la jugada antes que su alma. Su especialidad era el tackle –¿en castellano sería barrido?; se trata de una actividad que, brrrr, prohibimos en nuestro cole, pues siempre acababa mal; consistía en barrer, preferiblemente sin falta, el balón del contrario, lanzándose contra sus pies, como si no hubiera un mañana–. Y los penaltis. El Barça, un equipo inseguro, acomplejado desde que el Franquismo le enseñó a perder, sufría mucho en los penaltis, hasta la llegada de la sensibilidad solucionada de Neeskens y sus lanzamientos, puro pepino. Pero, y eso era improbable, Neeskens también satisfizo, de manera absoluta, a los jóvenes. Y fácilmente, pues era un gran jugador técnico, un gran lector, fundacional, del fútbol total, que reinó en el centro del campo, ese mito culé desde entonces. Neeskens fue otro tono en la sinfonía de Cruyff. Un espectáculo, una locura. Además, con Neeskens se produjo algo improbable en el Barça, la afición más fría del mundo: el amor absoluto y constante. Ayer mismo, hablando con Ramón Besa –es imposible hablar del Barça sin hablar antes con Ramón–, me dijo que “A Cruyff l’admiràvem. Però a Neeskens l’estimàvem”. Y todos, en efecto, le amamos. Los viejos, los jóvenes. Pero, más aún, los niños –grandes imitadores suyos, empezando por sus tobilleras blancas, su marca distintiva, y culminando con su camiseta por fuera, de héroe cansado–. Pero aún le amaron más las mujeres. Hubo, en ese sentido, un culto regulado a Neeskens, sustentado en la colección de sus fotografías y en el coro de su nombre en el estadio, un estadio que no suele gritar el nombre de ningún jugador. Neeskens fue, en ese sentido –y en otros–, nuestro George Best, ese irlandés fascinante, gran jugador técnico, que, según afirmaba, cuando dejó a las mujeres y el alcohol pasó los peores veinte minutos de su vida.
Neeskens fue la primera víctima de Núñez, llegado a la presidència del Barça en 1978. Núñez y Pujol –dos personas que ocuparon y modularon, por varias épocas geológicas, la cúspide de la pirámide de un país, hacia una dirección inimaginada– tuvieron el mismo adversario: aquellos que no querían correr por correr. La belleza, la técnica, el genio. Neeskens fue defenestrado tras la final de Basilea, en 1979, un partido fundamental para el barcelonismo. Esa afición que no solía viajar, viajó en masa a Basilea. Llenó el estadio de banderas catalanas, entonces un elemento contestatario de todos, incluso de las personas identificadas con Sotil. Y ganó. En la plaza de Sant Jaume, con Núñez y los jugadores en el balcón, la afición empezó a gritar “Neeskens sí, Núñez no”. Núñez quiso dimitir ahí mismo. Al cabo, un presi de fútbol, aún hoy, no es más que un sociópata que quiere ser amado. Tarradellas, gato pardo, le convenció de que la labor de un sociópata era no dimitir. Neeskens, llorando, lanzó desde aquel balcón su corbata al público, ese mar. ¿Dónde fue a parar? ¿Quién la tiene? Lo daría todo por ella. Ahora mismo la llevaría puesta.
Neeskens, llorando, lanzó desde aquel balcón su corbata al público, ese mar
Neeskens fue sustituido por el danés Allan Simonsen, que, en breve, sería llamado Simonet, y pasaría a ser el jugador más querido y coreado. Hasta su patada en el culo y el fichaje de Maradona en 1982. Cuando Florentino le dio la patada a Del Bosque –no encajaba con el proyecto; no podía servir Ferrero Rocher en una embajada–, le entrevisté. Me dijo que el Madrid no trataba bien a sus héroes, “no como el Barça”. No le dije nada. Pensé en Neeskens, el héroe, el gran héroe de mi infancia.
Gonzalo Suárez, escritor, cineasta e hijastro de Helenio Herrera –un genio que precedió a esa revolución técnica y lingüística de los setenta; los genios, en fin, siempre dicen genialidades; por eso los llamamos genios–, decía que ver un campo de fútbol vacío es ver la antesala del paraíso. Y eso es lo que añoro de mis tiempos de periodista deportivo. Acabar la crónica cuando ya en el Camp Nou solo quedaban Ramón Besa y el menda, recogiendo sus bártulos. Y tragarme el último pito mientras miraba y olía la hierba vacía, repleta aún de nosotros, de nuestros sueños. Era fácil intuir en ella, jugando eternamente a fútbol, a nuestros mejores amigos de la infancia, riendo desde ese País de Nunca Jamás vetado a los adultos, y marcando goles y abrazándose por siempre. Ver a tu padre, nuevamente un niño, que te resulta familiar y que te hace señales con un balón bajo el brazo, para que bajes a jugar con él, por fin como un igual, por fin como otro niño. Y, con todos ellos, Johan Cruyff, el grande, sereno y emitiendo aquella luz que emitía en vida. Y, ahora, su fiel camarada, Neeskens, guerrero griego con patillas, el más querido, El Domador de Caballos, El de los Pies Ligeros, El de las Tobilleras Blancas, endiñándole eternamente, y por los siglos de los siglos, un tackle, otro, a los malos. Gloria a los héroes.
El pasado 6 de octubre moría en Argelia Johan Neeskens, jugador mítico de aquel Ajax que formuló para el mundo el fútbol total, de la selección Neerlandesa que revolucionó, con el nombre artístico de La Naranja Mecánica, dos mundiales, sin llegar a ganar ninguno, y jugador también mítico del otro club que también...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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