documental
Ladrones de almas
‘Dahomey’ y la restitución de África vista por Mati Diop
Naief Yehya 8/11/2024
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Las salas de colecciones de artefactos, obras y reliquias “exóticas” de los grandes museos europeos y estadounidenses son confesiones y evidencia del saqueo, de los botines coloniales y la apropiación cultural. Son una forma de legitimación y celebración de siglos de conquistas y despojo. Nos hemos acostumbrado a estos espacios, los hemos reivindicado e incluso defendido con aquel argumento de que por lo menos ahí están bien preservadas y cuidadas las obras, mientras que en sus lugares de origen estarían abandonadas y probablemente a la merced de otros saqueadores, coleccionistas privados y pillos sin escrúpulos. Hemos agradecido tener concentradas en una sola institución muestras fabulosas del arte, las tradiciones, y el folclor de pueblos remotos que quizá nunca visitaremos. Todo muy conveniente. El despojo no solamente normalizado sino también celebrado como un rescate, preservado en entornos que borran todo rastro de la violencia sanguinaria de la colonización. Así, tenemos hoy que el 90% del patrimonio cultural de las naciones subsaharianas está disperso fuera del continente africano.
Dahomey, un documental de apenas 67 minutos de la cineasta franco-senegalesa Mati Diop, que ganó el Oso de Oro en el festival de Berlín y fue parte del programa de la más reciente edición del Festival de Nueva York del Lincoln Center, es una estilizada crónica del regreso en 2021 de veintiséis piezas robadas del reino de Dahomey por las tropas francesas en 1892 que fusiona elementos fantásticos con la observación del procedimiento de empaque, transporte y desempaque de las obras y un vibrante debate de ideas. A la vez es un concierto de voces, en el que por un lado tenemos la voz (en fon, el idioma del reino extinto que aún se habla en la región) de uno de los objetos artísticos y por el otro cuenta con un ágora emocional y racional en torno al significado del despojo y del retorno de las obras. La estatua que habla es la representación del rey Gezo (atribuida a los artistas Sossa Dede y Bokossa Donvide), que gobernó de 1818 a 1858. Ese objeto, encerrado en el sótano del museo Quai Branly, a la sombra de la Torre Eiffel, se llama a sí mismo por el número 26 que le dieron sus captores, como prisionero que ha languidecido entre muros anónimos y objetos polvosos que han perdido significado en un país desconocido. Esta como las otras estatuas antropozoomórficas de los reyes Behanzin y Glélé son fascinantes representaciones de los monarcas con atributos animales: ave, león y tiburón.
Diop, quien es sobrina del director senegalés Djibril Diop Mambety, saltó a la fama con su debut en largometraje, Atlantique (2019), un drama sobrenatural y poético sobre la “generación fantasma” (devastada por la crisis económica y desmembrada por la inmigración) de Senegal, cargado de connotaciones sociales sobre inmigración y el olvido de los muertos, que la convirtió en la primera directora negra nominada a la Palma de oro en Cannes. Al final ganó el Grand Prix del jurado y Netflix adquirió los derechos para streaming.
A través de su cine busca un reencuentro personal con la cultura africana y una reflexión política en base y en contra de su educación y formación europea
Diop rechazó la oferta hollywoodense de dirigir The Woman King, la cual se estrenó en 2022, dirigida por Gina Prince-Bythewood y estelarizada por Viola Davis. No pudo conciliar la idea de participar en una película en inglés sobre el reino Fon, convencida de que aún en el mejor de los casos hubiera terminado siendo otra visión hollywoodense condescendiente de la historia africana. Aunque Mati no conoció realmente a su célebre tío, decidió “apropiarse de su herencia fílmica”, a partir de su historia personal híbrida, de mestizaje racial (su madre es francesa y su padre senegalés), nacional y cultural. Decidió aprovechar la experiencia de haber flotado toda su vida entre dos realidades distintas y antagónicas: la del colonizador y la del colonizado. A través de su cine Diop busca un reencuentro personal con la cultura africana y una reflexión política en base y en contra de su educación y formación profesional europea. Le parecía prioritario continuar el trabajo de su tío, con su propio lenguaje fílmico, sus herramientas y la perspectiva de continuar con su legado político pero con la libertad de reinventarlo para el siglo XXI, especialmente en un tiempo en que la mayoría de las representaciones que se tiene de África en los medios son las imágenes de inmigrantes llegando a Europa o muriendo en el intento. Este filme como el anterior Atlantique es un rescate de los muertos, una oportunidad de permitir que la magia del pasado encuentre su camino de regreso a una realidad opresiva, en este caso bajo el gobierno del presidente (y descendiente de traficantes de esclavos) Patrice Talon quien mantiene una estrecha relación con Francia.
En 2018, después de innumerables esfuerzos de artistas, activistas y diplomáticos, el gobierno de Emmanuel Macron finalmente cedió y aceptó repatriar una serie de obras robadas de varias naciones. Diop había planeado hacer una película de ficción al respecto del robo y la restitución de ciertas piezas pero al enterarse del inminente retorno de esas obras organizó en dos semanas la filmación. La directora obtuvo los permisos y financiamiento del gobierno de Benín que requería y comenzó a filmar dando el papel central a los propios artefactos en lo que sería una película “narrativa y no un simple documental”. A medida en que iba filmando y editando fue afinando su visión al trabajar en diferentes niveles, desde la fotografía de la extraordinaria Joséphine Drouin-Viallard (quien realizó una labor excelsa particularmente al filmar la llegada de las obras al aeropuerto), el diseño del sonido, la música electrónica de Wally Badarou y los textos. Esa parte culmina con la instalación de las obras en el antiguo edificio presidencial, en la ciudad de Cotonou, donde tiene lugar un evento oficial con la presencia de dignatarios y burócratas. El regreso “a casa” de las piezas da lugar a una serie de dilemas y cuestionamientos que ponen en evidencia lo irreparable que es la destrucción de un mundo y la manera en que el colonialismo ha conformado la actualidad. El reino de Dahomey no existe más y en su lugar está la República de Benín. ¿Hasta qué punto el regreso es simplemente una campaña política o propaganda nacionalista? Y si es así, ¿eso disminuye la importancia de que esos tesoros sean recuperados? También es importante preguntarse si estamos ante objetos artísticos o rituales, religiosos o comerciales. Diop dijo que su motivación fue: “Hacer una película que restaurara nuestro deseo por nosotros mismos”, como escribe Julian Lucas en su entrevista en la revista New Yorker.
La voz de Gezo fue diseñada a partir de varias pistas de audio con reverberación profunda, como un eco telúrico y sobrenatural, pero a la vez nostálgico (un sonido diseñado por Corneille Houssou, Nicolas Becker y Cyril Holtz). Es la voz de un prisionero en las catacumbas de la civilización durante la interminable noche de la pesadilla colonial, que retumba como un rugido imponente y a la vez imposiblemente remoto. “Me perdí en mis sueños, convirtiéndome en uno con estos muros, aislado de la tierra donde nací como si estuviera muerto”. Lo que más deseaba Diop era crear una textura al entretejer diferentes tonos, que reflejara a “la comunidad de almas, desde el tráfico de esclavos hasta los migrantes contemporáneos”, como señaló en su entrevista con Jasmine Vojdani, para Vulture. Para lograr ese efecto incorporó dos voces masculinas y una femenina, sintetizadas para que a la vez sonara antigua y moderna, casi robótica y así se alejara de los clichés folclóricos occidentales, con sus ilusiones estáticas de las tradiciones y los ancestros africanos. Los textos en voz de 26 fueron escritos por el novelista y poeta haitiano Makenzy Orcel, a quien escogió por ser heredero del tráfico humano que llegaba a esa isla del Caribe desde el golfo de Benín. Gezo expresa el temor tan recurrente en los exiliados e inmigrantes de cualquier parte que después de largas temporadas en el extranjero se preguntan como él: “Me debato entre el miedo a que nadie me reconozca y el de no reconocer nada”.
El regreso “a casa” da lugar a una serie de dilemas evidencian lo irreparable que es la destrucción de un mundo y cómo el colonialismo ha conformado la actualidad
La cineasta y actriz concibió la cinta como una especie de ópera con dos coros, por un lado con la voz fantasmal del pasado y por el otro con la apasionada participación de jóvenes en el debate, como la voz del futuro. La brillantez del filme radica en la manera de entretejer lo fantástico con lo mundano y la energía creativa y crítica de los jóvenes. Las obras son en realidad el pretexto para dar voz a los jóvenes y permitirles expresar la visión que tienen de su cultura, su país y su propio papel en la historia. Esa es la parte más vibrante de la cinta, el encuentro vivaz, animado y por momentos apesadumbrado pero valiente en el que los participantes, estudiantes de la universidad de Abomey-Calavi, desafían a la censura imperante en el Benín contemporáneo. Este debate es mucho más interesante que poner a expertos, políticos o historiadores a reflexionar sobre el tema. Son los jóvenes quienes han sido despojados de su pasado y en cierta forma están siendo robados de su futuro. Esta asamblea fue organizada por Diop, quien planeó este encuentro (que en realidad fueron tres eventos), llevó a cabo castings, eligió el lugar más cinemático para llevarlo a cabo, escribió las preguntas y puso a un colega director a moderar, sin embargo, lo dejó tener vida propia y al editarlo descubrió lo que realmente inquietaba y fascinaba a la juventud.
En el debate público las opiniones van de reacciones profundamente emotivas, como quien lloró frente a las obras durante quince minutos o quien tiene la percepción fatalista de que: “Lo que se robaron fue nuestra alma”, a los que se preguntan ¿Para qué y por qué ahora? Muchos ponen en entredicho la retórica y el triunfalismo oficial. Unos consideran que esta restitución es un insulto, un gesto magnánimo de generosidad, una reivindicación y reconocimiento cínico del saqueo, una triste consolación, un pequeño soborno, casi una forma de restregarles en la cara la impunidad del colonizador que de paso hace cómplice al gobierno de Benín. Esta conversación es un proceso colectivo de reafirmación de valores, de reencontrar la identidad en el marasmo cultural contemporáneo: “Me habían dicho que era descendiente de esclavos, ahora sé que desciendo de amazonas”.
Es difícil considerar esta recuperación algo más que un acto simbólico ya que alrededor de siete mil objetos, algunos robados del propio palacio real, permanecerán en Francia y en otros lugares. Originalmente estas obras eran llevadas a Occidente y pasaban a almacenarse en museos de antropología o en colecciones de curiosidades donde aparte de proveer distracción y entretenimiento a públicos que en general desconocían todo de su historia, sirvieron de inspiración a los artistas modernos como Henri Matisse, Pablo Picasso, Georges Braque, Amedeo Modigliani, Paul Klee y Ernst Ludwig Kirchner entre otros que eventualmente copiaron o adoptaron la estilización de los cuerpos y rostros de esas obras y crearon las primeras corrientes de los modernismos, incluyendo el cubismo.
Las obras son en realidad el pretexto para dar voz a los jóvenes y permitirles expresar la visión que tienen de su cultura
Diop quiere a su vez regresar a África con su cine, sin embargo, eso no es una tarea fácil ya que las salas de exhibición son cada vez más escasas y el interés usualmente está en producciones hollywoodenses. Además, hay un solo cine en todo Benín. Una de las tragedias del colonialismo es que la destrucción de los sistemas de vida y la imposición de modelos europeos deja a los jóvenes estados postcoloniales fragmentados por fronteras ajenas, saqueados y atrofiados, en una condición de infantilización impuesta. Benín se independizó hace apenas 64 años de Francia y es uno de los países más pobres del planeta (en el lugar 163 de 189). El cine de Diop aspira a tener un impacto político, pero sabe que la efectividad del medio para alcanzar al público y diseminar ideas es limitada y cuestionable.
Es importante mencionar que una de las piezas regresadas es un trono que en su base está adornado por decenas de figuras que representan esclavos. Precisamente bajo el reinado de Gezo el reino de Dahomey estableció su identidad y poder al conquistar naciones vecinas, secuestrar personas y venderlas. El tráfico humano era uno de los grandes negocios del imperio y fue el origen de una importante riqueza Eso añade una controversia más que Diop no ignora y que complica la interpretación del pasado, así como la supuesta inocencia y victimización de un pueblo colonizado.
Por ahora la Asamblea Nacional francesa ha suspendido el programa de restitución cultural, debido a la influencia de extrema derecha y por el distanciamiento que han tenido algunos regímenes africanos con París. Las veintiséis estatuas repatriadas ahora languidecen de nuevo en cajas mientras se termina la construcción del museo que las albergará. Esto nos obliga a preguntarnos qué sucedería si se regresaran las restantes siete mil piezas. Es de imaginar que eso sería una pesadilla logística, una carga descomunal en términos de gestión y recursos, costo e implicaciones. Eso es lo que quiere decir que un mundo está roto, que aún las tareas que supuestamente están encaminadas a restituir lo robado, a enmendar los crímenes y la ausencia de justicia resulten imposibles. De cualquier manera, Diop considera que este acto es parte de una “marcha irresistible” que cambiará el orden y las percepciones del mundo.
Las salas de colecciones de artefactos, obras y reliquias “exóticas” de los grandes museos europeos y estadounidenses son confesiones y evidencia del saqueo, de los botines coloniales y la apropiación cultural. Son una forma de legitimación y celebración de siglos de conquistas y despojo. Nos hemos acostumbrado a...
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Naief Yehya
es pornografógrafo, ensayista y narrador.
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